¿Qué hace un intendente mirando desfilar a una adolescente en tanga? ¿Qué tiene que ver la producción del camarón y el langostino con el par de tetas de una mujer? ¿Hasta cuándo tendremos al Estado dejando en letra muerta la ley que ampara a las mujeres de la violencia simbólica?
Hace siete años, antes del Ni Una Menos, preguntas como estas comenzaron a resonar con fuerza en distintos ámbitos políticos y sociales. Organizaciones de mujeres salieron a cuestionar públicamente a cientos de certámenes de elección de reinas de belleza, impulsados por municipios y provincias. El movimiento se inició en el sur de la provincia de Buenos Aires, en Bahía Blanca, donde se realiza la Fiesta Nacional del Camarón y el Langostino, y en Monte Hermoso, donde hasta 2017 se eligieron las reinas del Verano y de la Primavera. Y se potenció con el reflorecimiento feminista que cobró fuerza en Argentina y el mundo.
En 2013 comenzó en el país un trabajo minucioso que se extendió a pueblos, ciudades, provincias desde el Estado Nacional a cargo de la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género (Consavig), que funciona en el Ministerio de Justicia. Empezaron presentando notas en los municipios para señalar que los concursos de belleza entre adolescentes y jóvenes para elegir reinas en fiestas populares, con fines turísticos o para promocionar algún producto regional, esos en los que las postulantes tienen que desfilar en trajes de baño y son evaluadas por un jurado de hombres, ejercen violencia simbólica.
La violencia simbólica está tipificada en la ley nacional de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres (26.485), sancionada en 2009. Transmite y reproduce relaciones de dominación, desigualdad y discriminación, poco perceptible, sutil y muchas veces naturalizada como parte de la vida cotidiana. Situaciones que en muchos casos llegan a originar y convalidar los otros tipos de violencia que plantea la norma: física, psicológica, sexual y económica.
“No es nuevo que el feminismo cuestione los concursos de belleza. Pero en Argentina nunca hubo un planteo formal al Estado como ejecutor de violencia simbólica. En ese sentido, el proceso que iniciamos en Bahía Blanca y Monte Hermoso fue un hito histórico y las voces comenzaron a expandirse por todo el país. Para llegar a eso investigamos durante mucho tiempo los reglamentos de cientos y cientos de fiestas populares argentinas con elecciones de reina que resultan sexistas y discriminatorios”, señaló a Infobae, Verónica Bajo, integrante de Acciones Feministas y de Mujeres en Bandada, la primera organización del país que le puso voz al reclamo.
En esa línea, Monique Altschul, referente del feminismo en Argentina y directora ejecutiva de la Fundación Mujeres en Igualdad, celebró el avance de los últimos años: “Hace tiempo pedimos que se cancelen los concursos de belleza, que en muchas provincias conducen a diversos tipos de discriminación, como ser la xenofobia. Lo más grave es que estos concursos premian sólo el aspecto físico y alientan a jóvenes y adolescentes a tener cuerpos muy delgados, a veces logrados a través de dietas peligrosas. Afortunadamente, esto ha comenzado a cambiar”.
El mapa violeta y un cambio de paradigma
En 2013 la Consavig comenzó a elaborar un mapa online del país, que se llama “Ciudades sin Reinas”: cada punto violeta es una localidad donde se eliminaron los concursos de belleza o elecciones de Reinas o bien fueron reemplazados por otro tipo de distinciones. En 2016, tenía apenas diez anotaciones. Al año siguiente fueron 34 y ahora la cantidad de ciudades sin reinas trepa a 65 y sigue creciendo con la necesidad de actualizarlo semana a semana.
El ranking de provincias lo lidera Buenos Aires con 14 ciudades, entre ellas Chivilcoy, el municipio pionero que en diciembre de 2014 puso freno a estos certámenes. Siguen las provincias de Río Negro con 10 y Entre Ríos con 9. A continuación Santa Fe con 6; Chubut, La Pampa y Santa Cruz con 4 cada una; Córdoba y Neuquén con 3; Tierra del Fuego y Mendoza con 2 y con 1 se anotan Chaco, Corrientes, San Juan y Salta.
En las últimas semanas el mapa registró una ola violeta y se sumaron casi veinte ciudades. Sin embargo, todavía quedan cientos. Se estima que en el país se celebran más de 200 fiestas nacionales y otro tanto de regionales, inspiradas en la música, la danza, la comida, algún producto autóctono, estaciones del año y actividades del lugar: chamamé, trigo, surubí, salame quintero, dulce de leche, apicultor y agricultor, son ejemplos de una extensa lista.
Gran parte de esos festejos culmina con la elección de una reina que tiene por función representar al lugar. Incluso, algunas fiestas incorporaron la elección de una “reinita”, entre niñas de 4 a 7 años. En algunos casos, elegida por sorteo, pero en otros las pequeñas desfilan y evaluadas por un jurado. El año pasado, en la Fiesta de la Flor en Escobar se decidió eliminar el concurso que se realiza entre niñas, conocido como la elección de la Reina del Capullo, que ya tenía 80 inscriptas.
“Estoy asombrada del momento de evolución que estamos viviendo”, afirmó a Infobae, Perla Prigoshin, a cargo de Consavig desde 2011. “Es que de la nada y de enfrentar muchas resistencias, cada vez más ciudades toman nota de los nuevos tiempos. Todo a pulmón y viajando a cada ciudad para conversar personalmente con funcionarios y organizadores. Siempre sugerimos que si la elección es importante a nivel turístico sea reemplazada por otro tipo de competencia donde se premien, por ejemplo, acciones solidarias o iniciativas creativas, como quién pintó el mejor mural para embellecer la ciudad”.
El paradigma está cambiando y surge una nueva estética: la histórica elección de reina y princesas ya fue sustituida en varias ciudades por la figura de “embajadora”, “embajador” o “representante cultural”, mujeres y hombres por igual, elegidos por sus logros de superación personal, habilidades, conocimientos culturales o compromisos comunitarios que hayan asumido.
Vendimia, pescadores y carnaval
Entre las recientes ciudades que tomaron nota de los nuevos tiempos figuran varias de la provincia de Entre Ríos: Concepción del Uruguay, Feliciano, Aldea San Antonio y Maciá. Siguieron el ejemplo de Gualeguaychú, la pionera de estas tierras, que en 2016 eliminó la elección de la Reina del Turismo y la reemplazó por una premiación de “representantes culturales” en base a sus acciones y conductas. Este año, los vecinos de Gualeguaychú eligieron a un referente del deporte local y a un coordinador del carnaval de la ciudad.
En localidades donde el carnaval es una fiesta relevante, como General Villegas, en la provincia de Buenos Aires, se anunció que este año la “Reina del Carnaval” se reemplazará por “El Espíritu del Carnaval”, sin distinción de género, destacando trajes, habilidades e historias. En tanto, este año, en los carnavales de Lincoln se reemplazará la histórica elección de la reina por mujeres con “valores sociales” y no desfilarán en traje de baño.
En la Fiesta de los Pescadores de Mar del Plata, otra celebración popular emblemática, también hubo cambios. Desde el año pasado ya no son requisitos ser soltera, no tener hijos y tener entre 18 y 24 años. Este año decidieron, además, que la actual reina y sus princesas continúen su mandato hasta el 2021. En tanto, hay planteos de concejales marplatenses para que el Ente Municipal de Turismo “replantee” la tradición de la elección de la Reina Nacional del Mar. Muchos ya se preguntan si se viene el fin de la elección de las reinas de Mar del Plata.
Hace unos días, por primera vez en los 84 años de historia de la Fiesta de la Vendimia, en la ciudad de Mendoza no hubo postulantes para el reinado. “Esto es un mensaje de la sociedad que nos muestra que quizás estemos en un momento de evolución, avanzando hacia una revalorización de nuestra fiesta más emblemática e importante, sin la coronación de una reina”, expresó el intendente, Ulpiano Suárez.
Argumentos a favor de los concursos
La historia de estas festividades se ubica en la primera mitad del siglo XX. Son celebraciones muy arraigadas en las provincias donde los planteos del fin de las reinas generaron resistencias y polémicas. Entre las posturas a favor se argumenta que tanto las fiestas como sus reinas son parte fundamental de las identidades locales, contribuyen al conocimiento de la ciudad e impulsan el turismo.
También destacan que para las jóvenes participantes es la oportunidad de mostrar el orgullo por su pueblo o de continuar la tradición de sus abuelas, madres y tías; que en el último tiempo las ceremonias se hicieron más inclusivas, que se quitaron requisitos, que participar en los certámenes “abre puertas laborales” -ser elegida mucho más aún- y que, en definitiva, cada postulante es libre de decidir si quiere concursar o no.
“Escuché y sigo escuchando esos argumentos”, contó Prigoshin y propuso: “Se pueden buscar otras formas de promocionar el turismo sin reinas y princesas. Y si la competencia es importante, se pueden establecer premiaciones por acciones solidarias o iniciativas creativas. Cuando me dicen que a las chicas se les corta la ilusión, les respondo que es una ilusión que les instaló la cultura del pueblo. Otros argumentos se convierten en excusas porque en verdad se terminan promociones de marcas de ropa, maquillajes, peluquería. En síntesis, sin elección de reinas, las fiestas nacionales y regionales seguirán siendo importantes”.
“En las chicas jóvenes, el chip de las reinas ya no va”
Tenía 16 años cuando Gisela Estremador fue elegida Reina de la Fiesta Provincial del Agricultor en la localidad donde nació, General Conesa, Río Negro. Poco después obtuvo la banda de primera princesa en la Fiesta de la Manzana de 1999 en General Roca. Hoy, con 36 años y dos hijas de 9 y 5 años, recuerda esas ocasiones como buenos momentos, pero se muestra muy crítica de ese tipo de competencias. Locutora, conduce un noticiero en Bahía Blanca y, en los últimos años, desarrolló otra visión de los concursos de belleza, mediante el contacto con personas que trabajan con perspectiva de género.
“No evaluaron el nivel de conocimiento que yo tenía sobre la producción frutihortícola sino que midieron si encajaba en los cánones de belleza. Las fiestas tradicionales no tienen por qué estar acompañadas de concursos de belleza. En la cabeza de las chicas, sobre todo en las más jóvenes, ese chip ya dejó de funcionar”, aseguró a Infobae. Este fin de semana, Gisela conducirá la edición número 23 de la fiesta de Conesa donde ya no se eligen reinas.
Eluney Quiros -36 años, psicóloga, casada- tuvo dos experiencias en este tipo de concursos. Cuando tenía 15 años, fue elegida reina de Sierra de la Ventana, y a los 21 participó en la elección de la reina de una feria anual de empresas en Bahía Blanca. “Al principio me parecieron lindas experiencias -reflexionó en diálogo con Infobae-, pero de a poco, la evaluación de mi cuerpo, mi altura, si tenía mucha cola, dientes desparejos, celulitis o granos, me hizo sentir muy insegura y expuesta. Con el tiempo me di cuenta de la gran trampa que fue todo eso. Es imposible agradar a todos, terminás sintiéndote enemiga de tu cuerpo y eso es bastante alienante”.
“Durante muchos años todo esto estuvo completamente normalizado”, analizó Lala Pasquinelli, artista visual e integrante de Mujeres que no fueron tapa, un espacio que cuestiona los estereotipos de género que se reproducen en los medios. “El movimiento de mujeres generó estos cambios que son para celebrar y seguir mirando de cerca: para que no pase, como otras veces sucedió, que el sistema vuelve a deglutir conquistas, las vuelve a convertir más o menos en lo mismo cambiando sólo alguna pequeña cosa. Siempre es necesario seguir problematizando la mirada sobre estas prácticas que construyen sentido desde muchos lugares”, advirtió.
En la mirada del médico psiquiatra feminista Enrique Stola, la cultura de las tradicionales fiestas regionales se viene modificando gracias a la lucha de las propias mujeres. “Es un proceso de gran transformación que nos modifica a todas y todos”, subrayó a Infobae. “Las mujeres que ocuparon el espacio público dijeron basta: no queremos que nos evalúen más señores que ocupan la tribuna o la silla de un jurado en un club o en la fuerza viva de una ciudad”.
SEGUÍ LEYENDO: