No es un diagnóstico clínico, ni es un trastorno. Pero la ansiedad ecológica es una preocupación muy real que afecta la vida de las personas en la actualidad. Con los incendios forestales que asolan Australia y el Amazonas, las especies animales que desaparecen, los arrecifes de coral que mueren, los fenómenos meteorológicos más extremos y los glaciares que se derriten rápidamente, es comprensible que la gente esté preocupada. En palabras de Greta Thunberg, la activista del cambio climático de 17 años, “nuestra casa está en llamas”, y eso sin dudas es causante de desasosiego.
Luego de haber sido diagnosticada con el síndrome de Asperger a los doce años, la activista adolescente sueca se vio apresada en cuadro de depresión, había dejado de hablar y de comer. Su padre, Svante Thunberg, incluso admitió que creía que la afección mataría a su hija antes de que ella lanzara su campaña mundial de “crisis climática”. Pero el activismo cambió la vida de Greta Thunberg y desde entonces su familia y su entorno la acompañan en el camino.
Las ansiedad ecológica parece empeorar a medida que los titulares sobre el cambio climático se vuelven más impactantes. En septiembre de 2019, un grupo de psicólogos de la Climate Psychology Alliance (CPA) le dijo al periódico inglés The Telegraph que la ansiedad ecológica entre los niños estaba en aumento. Desde entonces, la organización ha estado haciendo campaña para que se reconozca como un fenómeno psicológico, aunque se dice que no debe clasificarse como una enfermedad mental, ya que la preocupación es racional.
Pero, ¿qué es exactamente la ansiedad ecológica?
En términos muy simples, la ansiedad ecológica es causada por la preocupación por los desastres ecológicos y el riesgo anunciado para el medio ambiente natural. Las personas con ansiedad ecológica pueden tener preocupaciones sobre su propia mortalidad, la mortalidad de sus seres queridos y cómo el medio ambiente afectará su futuro.
La ansiedad ecológica no es lo mismo que un trastorno de ansiedad clínica, aunque los especialistas aseguran que los temores sobre el clima pueden empeorar o desencadenar problemas de salud mental preexistentes. La Asociación Estadounidense de Psicología definió por primera vez la ansiedad ecológica en 2017 como “un miedo crónico a la fatalidad ambiental”. En 2019, a medida que las protestas climáticas, las olas de calor y el aluvión de desastres naturales han impulsado el clima en la agenda de noticias, la ansiedad ecológica ha aumentado en todo el mundo.
“La preocupación por los problemas ambientales o ecológicos en sí misma ciertamente no es un cuadro clínico o trastorno. Pero si lo que observamos es un nivel elevado de ansiedad que afecta a la vida de la persona, se puede pensar que hay algo relacionado a algún trastorno o crisis de angustia. La problemática en cuestión es donde se posa la ansiedad, es la que la hace aparecer. El eje clínico para pensarlo terapéuticamente es la angustia en sí misma”, aseguró en diálogo con Infobae Maximiliano Martínez Donaire, psicoanalista y exsecretario científico del Claustro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Los impactos del clima en la salud mental
Para las personas en países como Maldivas, la ansiedad proviene de una amenaza existencial: el aumento del nivel del mar como resultado del calentamiento global significa que la nación isleña baja puede estar completamente sumergida para 2100. Pero para aquellos en los países más ricos del hemisferio norte, la ansiedad ecológica no proviene del impacto inmediato del cambio climático sino de la incertidumbre sobre lo que está por venir.
El clima severo inducido por el cambio climático y otros desastres naturales tienen los efectos más inmediatos sobre la salud mental en forma de trauma y shock debido a lesiones personales, pérdida de un ser querido, daño o pérdida de propiedad personal o incluso la pérdida de medios de vida. El terror, la ira, la conmoción y otras emociones negativas intensas que pueden dominar la respuesta inicial de las personas pueden finalmente desaparecer, solo para ser reemplazados por un trastorno de estrés postraumático.
Los cambios en el clima afectan la agricultura, la infraestructura y la habitabilidad, que a su vez afectan las ocupaciones y la calidad de vida y pueden obligar a las personas a emigrar. Estos efectos pueden conducir a la pérdida de la identidad personal y profesional, la pérdida de estructuras de apoyo social, la pérdida de un sentido de control y autonomía y otros impactos en la salud mental, como sentimientos de impotencia, miedo y fatalismo.
El cambio climático también tiene impactos en la salud mental a nivel comunitario. Los cambios, tanto agudos como a largo plazo, elevan la hostilidad y la agresión interpersonal e intergrupal, y contribuyen a la pérdida de la identidad social y la cohesión. Ciertas comunidades desfavorecidas, como las comunidades indígenas, los niños y las comunidades que dependen del entorno natural pueden experimentar impactos desproporcionados en la salud mental.
“La preocupación por los problemas climáticos no es otra cosa que la preocupación por la destructividad que el ser humano no logra frenar. Que existan estos problemas no es otra cosa que consecuencia del ser humano destruyendo su propio hogar. Todos estos movimientos que trabajar por el intento de concienciar por una amenaza totalmente real tienen que ver en el fondo con cómo el hombre logra poner coto a su propia autodevoración o autodestrucción. El ser humano en esa especie de ambición por conquistar el mundo (en el sentido de adueñarse y obtenerlo todo) pierde la consciencia de que es destructivo y autodestructivo al mismo tiempo”, manifestó el experto.
¿A quiénes afecta?
Un estudio que publicó la revista científica Global Environmental Change en 2018 relacionó la preocupación sobre el destino del medio ambiente con la depresión y la ansiedad, y descubrió que las mujeres y las personas con bajos ingresos tenían más probabilidades de preocuparse. Y si bien no hay estadísticas oficiales sobre cuántas personas están luchando con la ansiedad ecológica, ya que es un término relativamente nuevo, los especialistas creen que es algo que han visto impactar a más y más clientes en los últimos años.
A diferencia de otras ansiedades, la ecológica se basa en una gran cantidad de datos. Es un problema real, no es una ansiedad nacida de una sensación de inseguridad. Quienes la padecen están teniendo una respuesta natural a cosas muy inquietantes que están sucediendo en nuestro planeta. A menudo, las mujeres están particularmente preocupadas por cómo los factores ambientales actuales pueden afectar su fertilidad.
Mientras tanto, los jóvenes tienen un sentido de responsabilidad masivo por el futuro. Esto se debe a que su sensación de “ser el futuro” los hace sentir responsables de lo que vendrá; están “intrínsecamente vinculados”. Se sienten impotentes, resentidos, y en gran parte temerosos. Les preocupa viajar, algunos temen que solo respirar el aire los esté matando, otros se preguntan si podrán envejecer y tener sus propias familias. También se ha notado un gran aumento en la ansiedad ecológica entre los padres de niños pequeños y bebés, que no solo están preocupados por su propio impacto, sino también por el de sus hijos.
Para Martínez Donaire, el cambio climático es un tema de actualidad que está mucho más intensamente presente en las generaciones mas jóvenes y que se plantea como de interés global. “Nos concierne a todos y eso genera también cierta respuesta masiva. En otro contexto podría ser por ejemplo, un amenaza de guerra. La problemática enfrenta a los seres humanos a cierto escenario de catástrofe, a un potencial e hipotético fin del mundo. Para las generaciones mayores se trata de algo más teórico, pero para las más jóvenes se siente como una amenaza concreta a su futuro, a su desenvolvimiento en el mundo”, indicó.
¿Qué se puede hacer?
Puede ser provocada por casi cualquier cosa, desde ver algo en las noticias hasta entablar un debate con un amigo sobre comer carne. Este tipo de ansiedad también puede hacer que las personas se vuelvan compulsivas en los comportamientos que adoptan para tratar de hacer su parte por el planeta. Los pensamientos catastróficos pueden ser peligrosos, ya que pueden conducir a una sensación de impotencia y pueden ser inmovilizantes.
La clave para combatir los posibles efectos psicológicos negativos del cambio climático, es desarrollar la resiliencia. Al mismo tiempo, la adopción de políticas amigables con el medio ambiente y las elecciones de estilo de vida pueden tener un efecto positivo en la salud mental. Por ejemplo, elegir ir en bicicleta o caminar al trabajo se ha asociado con una disminución de los niveles de estrés. Si caminar o ir en bicicleta al trabajo es poco práctico o inseguro, el uso del transporte público se ha asociado con un aumento de la cohesión de la comunidad y una reducción de los síntomas de depresión y estrés.
Además, una mayor accesibilidad a los parques y otros espacios verdes podría beneficiar la salud mental, ya que se ha demostrado que pasar más tiempo en la naturaleza reduce los niveles de estrés y reduce las enfermedades relacionadas con el estrés, independientemente del estado socioeconómico, la edad o el género. En lo que respecta al tratamiento, los expertos dicen que tomar medidas, ya sea cambiando su estilo de vida para reducir las emisiones o involucrándose en el activismo, puede reducir los niveles de ansiedad al restaurar un sentido de conexión con una comunidad. La acción colectiva es un buen tratamiento para un problema colectivo.
“El factor del cambio climático está mostrándonos a los seres humanos que no podemos controlarlo todo y la sensación de la falta de control tiende a general mucha ansiedad. La manera sana de solucionar esto es adaptarse a entender que lo constante es el cambio, que hay que estar en permanente proceso de adaptación y flexibilidad frente a lo que la naturaleza nos está mostrando”, explicó en diálogo con Infobae la psicóloga y escritora chilena Pilar Sordo.
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