Hace 35 años, muchas enfermedades inmunomediadas y algunos tipos de cánceres implicaban un difícil viaje para el paciente: dolores crónicos, internaciones frecuentes y, en muchos casos, conducían a la muerte. Hoy, la investigación y el desarrollo en el universo de la salud significaron la llave para mejorar la calidad de vida de la población.
Los ejemplos que nos trae la historia son numerosos y notables. Esta vivencia en particular en la que nos vamos a concentrar se inició hace 35 años, con la entrega del premio Nobel de Medicina, el 16 de octubre de 1984, a un científico argentino: César Milstein. Y continuó con otro Nobel de Química otorgado al británico Gregory Winter en 2018. ¿Qué une a ambos? El trabajo con anticuerpos monoclonales: proteínas idénticas originadas por un único tipo de célula inmune cuyos clones provienen de esa misma célula, lo que los hace capaces de reconocer y unirse a una molécula que presente carácter antigénico.
Dicho de otra manera, hablamos de dos mentes brillantes que transformaron el proceso de reconocimiento y lectura de células y moléculas extrañas al sistema inmunológico y resultaron cruciales no sólo en el tratamiento de enfermedades autoinmunes, sino también a en el manejo del síndrome inmunológico adquirido durante el trasplante de órganos, entre muchísimas otras aplicaciones. Es decir, los anticuerpos monoclonales, de origen biológico, entre algunas de sus características, evitan que el paciente deba ingerir medicamentos químicos que actúan con menor selectividad en el sitio de acción deseado. Según diversas evidencias que ya están apareciendo, hasta prolongan la esperanza de vida en el caso de melanoma, por citar un ejemplo.
El 8 de octubre de 1927 nacía en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, uno de los científicos argentinos más importantes. En 1984 se conoció la noticia que era galardonado con el Premio Nobel de Medicina. César Milstein, quien compartió su galardón con su joven colega alemán George Köhler y con el danés Niels Jerne, logró desarrollar la técnica conocida como “hibridoma”, que produce precisamente estas sustancias idénticas entre sí llamadas anticuerpos monoclonales.
Gregory Winter, por su parte, logró producir dos décadas y media después un anticuerpo monoclonal 100% humano. En líneas generales, los anticuerpos monoclonales apuntan a un número cada vez creciente de enfermedades con selectividad por el sitio de acción. Eso explica su éxito, orientado a tratar distintas enfermedades entre las que también se encuentran la psoriasis, la artritis reumatoidea, colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn, hidradenitis supurativa y otras enfermedades inflamatorias del intestino.
Pero esto no termina aquí, el hilo que une a Milstein y Winter se extiende a otros Premios Nobel: el estadounidense James Allinson y al japonés Tasuku Honjo, ambos reconocidos en 2018 en Medicina por sus trabajos en inmunoterapia: desarrollaron, a partir de los anticuerpos monoclonales, fármacos que apuntan a consolidar las defensas del sistema inmunitario frente a la presencia de células cancerosas en el organismo para evitar el desarrollo de tumores.
La historia se hizo conocida hace 35 años. Desde entonces, lo que era una investigación de laboratorio creció hasta convertirse en productos farmacológicos concretos que mejoran la calidad de vida de los pacientes.
Los avances recientes hacen prever que nos encaminamos a una continuidad próspera. Porque en investigación y desarrollo en materia de salud no podemos hablar de “final”: por más eficiente que sea un tratamiento, por más preciso que sea un medicamento, siempre se buscará la forma de mejorarlo y que las personas podamos vivir mejor.
Un hombre sencillo que nunca buscó la fortuna y logró la inmortalidad (**)
César Milstein vivió en Bahía Blanca hasta 1945. Se trasladó a la Ciudad de Buenos Aires para estudiar en la Universidad y cuatro años más tarde, en 1956, se graduó de licenciado y luego convertirse en doctor en Química en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
En 1957 se presentó y fue seleccionado por concurso para desempeñarse como investigador en el Instituto Nacional de Microbiología Carlos Malbrán, bajo la conducción de su director, Ignacio Pirosky. Poco tiempo después, en 1958, Milstein partió rumbo a Cambridge, Inglaterra, favorecido por una beca. El lugar elegido fue el Medical Center Research, uno de los centros científicos mundialmente reconocidos por su excelencia, y donde trabajaba Frederick Sanger -catorce años más tarde fue Premio Nobel de Física-, que fue su director de investigaciones. Al terminar la beca, logró una prórroga por dos años más, que fue aceptada de inmediato por el Dr. Pirovsky.
Regresó a la Argentina, en 1961, y fue nombrado jefe del Departamento de Biología Molecular del Instituto Malbrán, recientemente creado. En el desempeño de este cargo, además de dedicarse al trabajo propiamente científico, quiso servir al mantenimiento físico del propio Instituto, fabricando él mismo parte de los muebles que se necesitaba para llevar a cabo las distintas prácticas, o arreglando mobiliario arruinado y ya inútiles; su habilidad como carpintero y las dificultades presupuestarias se relacionaban en forma directa con este hecho.
Luego de erradicarse en Inglaterra en forma definitiva, regresó en varias oportunidades a la Argentina, en 1965 y 1970 por motivos científicos y en 1973 y 1975, por motivos familiares. En 1980 recibió los Premios Lovisa Gross Horowitz, otorgado por la Universidad de Columbia, EEUU y el de la Fundación Wolf de Israel. En 1981, compartió con George Köhler, el Premio de la Fundación Gairdner de la New York Medical Society.
En mayo de 1984, fue invitado a inaugurar en Buenos Aires, la Cátedra abierta de Ciencias y Filosofía «Florentino Ameghino». Durante varias décadas la ciencia aplicada intentó con diferente suerte fabricar líneas de anticuerpos puros en forma artificial, es decir, inmunosueros capaces de detectar y enfrentarse a una parte específica del antígeno con la esperanza de poder vencerlo. Para Milstein, esta posibilidad se fue convirtiendo de a poco en una obsesión que llevó consigo durante años, hasta que finalmente pudo convertirla en hipótesis, primero, y en un logro después, con la colaboración con su colega George Köhler.
Milstein y Köhler debieron ingeniárselas entre 1973 y 1975 para lograr configurar los llamados anticuerpos monoclonales, de una pureza máxima, y por lo tanto mayor eficacia en cuanto a la detección y posible curación de enfermedades. En 1983, Cesar Milstein se convirtió en Jefe y Director de la División de Química de Proteínas y Ácidos Nucleicos de la Universidad de Cambridge. Para entonces, Inglaterra lo había adoptado como ciudadano y científico.
El 16 de octubre de 1984 se conoció la noticia que Cesar Milstein de 57 años, era galardonado con el Premio Nobel de Medicina, compartido con el alemán George J. Köhler de 38 años y el dinamarqués Niels K.Jerne de 73 años, por sus trabajos sobre inmunología y anticuerpos monoclonales, cruciales en el tratamiento de las enfermedades cancerosas; el síndrome de inmunológico adquirido en el transplante de órganos y muchas otras posibilidades. El Instituto Karolinska de Estocolmo seleccionó, teniendo en cuenta a Jerne, a los tres grandes teóricos de la inmunología y que difundieron las tres principales teorías entre 1955 y 1974, llevando a que la inmunología moderna se percatara que la reacción inmunológica del organismo «está regulada por una compleja red de anticuerpos y contraanticuerpos» y que la teoría de la red es factor clave en la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.
La contribución del argentino Milstein y el alemán Köhler, consistió en el desarrollo de la llamada técnica de hibridoma, para producir sustancias llamadas anticuerpos monoclonales, es decir idénticos entre sí. Ambos científicos trabajaron en la Universidad de Cambridge.
El gran hallazgo que le valió a Milstein el Premio Nobel produjo una revolución en el proceso de reconocimiento y lectura de las células y de moléculas extrañas al sistema inmunológico. Los anticuerpos monoclonales pueden dirigirse contra un blanco específico y tienen por lo tanto una enorme diversidad de aplicaciones en diagnósticos, tratamientos oncológicos, en la producción de vacunas y en campos de la industria y la biotecnología.
En cuanto a sus posibilidades de precisión para la realización de trasplantes, el uso de los monoclonales permiten establecer el grado de afinidad entre los órganos y el organismo receptor, de tal modo de diagnosticar de antemano si el órgano trasplantado sufrirá o no rechazo.
El Premio compartido ascendió a 190 mil dólares. Su verdadera importancia es que el trabajo abrió una nueva etapa en la Medicina, ya que al fusionar los linfocitos B, que tienen una vida media limitada en la producción de anticuerpos, con las células tumorales de vida limitada, se logró un híbrido de ambas de acción permanente, lo que significó un gran avance en la inmunología moderna, sobre todo para el diagnóstico y tratamiento de gran número de enfermedades.Cesar Milstein continuó trabajando en el Laboratorio de Biología Molecular de Cambridge y visitó la Argentina con bastante frecuencia.
En 1987 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Bahía Blanca y recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Sur. En 1993 obtuvo el premio Konex de Brillante, en Buenos Aires.
En la madrugada del 24 de marzo de 2002, falleció César Milstein a los 74 años de una afección cardíaca en Cambridge. En 1993, el científico había sufrido un infarto de miocardio.
(*) El autor es gerente general de AbbVie Región Sur
(**) Academia Nacional de Medicina
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