Como un bebé acunado en los brazos de su madre, así de relajado se siente Martín Béraud (58) cuando se duerme y despierta arriba de su barco “KB10”: “Te levantas con el cantar de los pajaritos, el viento y el solcito suave en la cara. La paz y el silencio de las noches es impagable. No hay nada como vivir arriba de un barco. Tampoco tenés problema para estacionar. Es como estar siempre de vacaciones”.
Béraud pasa más tiempo de sus días en el agua que en tierra y ése es también su lugar de trabajo. “Soy diseñador industrial y fabrico hornos de barro (Kamado B10). Cocino mucho abordo. Ahí arriba se me ocurren las mejores ideas. Y, todos los veranos, vivo en el barco en un río que se llama Arroyo Riachuelo que está al este de Colonia. Ahí, van muchos barcos argentinos y el agua es espectacular. Hay playas donde sólo se accede en gomón. No hay mejor lugar para dormir que arriba del barco”.
Martín Béraud pasa la mayor parte de sus días en su velero KB10. El barco está totalmente equipado para vivir y para una navegación oceánica.
El vaivén del agua y el contacto permanente con la naturaleza es su fuente de inspiración: “Trabajar y navegar van tomados de la mano. Con mi celular y computadora puedo estar en cualquier lugar. La idea es que sea un barco itinerante donde se puedan hacer las degustaciones en cada país donde viajamos. El año que viene salimos para Ilhabela que hay una regata muy importante. Después seguimos para Guadalupe, Miami y cruzaremos a Europa, vía Islas Bermudas. Vamos a ir cocinando las comidas típicas de cada lugar con los hornos a bordo y todo lo vamos a ir subiendo a las redes”.
El fanático del agua y de la cocina navega desde que es pequeño y largos períodos de su vida los pasó al lado del timón. “Cuando salgo a navegar me desconecto de todo. La única problemática que tenés es la relación con el barco. Desde chico me pasa eso. Me cambia el ánimo y me siento como un pez en el agua, con una sensación de libertad muy grande. Arriba del barco mis ideas no tienen límite. Mi mayor fuente de inspiración la encuentro cuando estoy flotando”.
En su velero, Béraud conjuga placer y trabajo. El próximo año tiene planeado un viaje donde va a ir cocinando las comidas típicas de los países que vaya pasando en los hornos de barro que fabrica, Kamado B10.
El barco original, de regata Mach 42, fue equipado para una navegación oceánica y para vivir por el diseñador naval Martín Billoch. Se transformó en un velero muy veloz y cómodo y, si bien se hizo en el 2000, se trata de una embarcación extremadamente actual. Béraud lo describió: “Los barcos de hoy se están haciendo con este criterio. Tiene un cockpit central que es donde se timonea y comanda el barco en el centro del barco. Un lugar muy amplio y cómodo para navegarlo. Después tiene dos cabinas, una a proa y otra a popa. En la de proa tenés la cocina con anafe y horno, heladera, pileta para lavar, la dinette (mesas para comer con dos sillones laterales que también se usan como cuchetas para dormir)”.
Y continuó: “Yendo para proa tenés un baño con ducha y ropero y después la conejera de proa donde pueden dormir otras dos personas. En el camarote de popa, el del capitán, hay una cama matrimonial muy grande, un sillón, una mesa, un placar y un baño con agua caliente. Tengo mejor agua caliente ahí que en mi casa”. La embarcación tiene un equipamiento electrónico de última generación, piloto automático, paneles solares y hasta una antena que amplía la señal del celular. En el final, el diseñador resumió su experiencia y estilo de vida: “Es más que vivir en el barco. Es trabajar, navegar, viajar, divertirse con familia, amigos y con los que trabajas. Además, trato de compartirlo en las redes y el barco es parte importantísima de nuestro marketing”.
Santiago Lange vivió 4 años de su vida con sus hijos en un barco. El regatista argentino contó que fue una gran experiencia donde aprendieron a vivir con lo “justo”. Y si bien el motivo por el que tomó esta decisión fue algo forzado, terminó convirtiéndose en una de las experiencias más ricas de su vida y la de sus 4 hijos.
Por motivos económicos, al separarse, se fue a vivir al barco de un amigo, una chata refaccionada. Después se compró un barco de madera viejo que tenía los motores quemados. “Viví 4 años con mis hijos ahí y lo que comenzó como algo difícil pasó a ser una experiencia increíble. Fuimos muy felices los 5. Creo que el hecho de haber vivido en la naturaleza, en el río que es parte de nuestra vida, y en un lugar tan chiquito nos unió, nos hizo disfrutar las cosas simples de la vida. Al estar en un lugar pequeño nadie se podía aislar del otro. Todos la recordamos como una etapa muy especial y linda que nos quedó marcada para toda la vida”.
Lange contó a Infobae que vivir en el barco con sus hijos hizo que se unieran más como familia. Una etapa que los cinco la llevan atesorada para siempre en su corazón.
En cuanto al diseño y distribución del espacio, el barco tenía un lugar con 4 cuchetas, donde vivían sus hijos. Pegado a su cuarto estaba la cocina y un saloncito de estar. “Todo era muy pequeño. Ducha, por ejemplo, no teníamos así que usábamos la de club. Tampoco teníamos calefacción. Todo era muy austero pero la verdad que lo disfrutamos mucho”.
El ganador de la medalla de oro de los Juegos Olímpicos 2016, y quien ahora se focaliza en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, compartió parte de lo aprendido: “Lo importante de vivir en un barco es que uno tiene que ir liviano de equipaje. No se necesita mucho y es parte de la filosofía de vida. Hay poco espacio entonces aprendes a vivir con pocas cosas y eso lo hace tan especial y lindo”.
Hoy Lange, después de terminar un libro sobre su vida, se encuentra focalizado en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Hernán Prado (42) estaba por cumplir 30 años y en ese entonces no tenía ni pareja, ni hijos, ni compromisos que lo ataran a tierra firme. Era dueño de un barco y la idea de un viaje muy largo le empezó a resonar muy fuerte. “Cuando se me vino la idea a la cabeza dije: ‘¿por qué no?’. Era la oportunidad. En ese momento trabajaba en publicidad y me podía dar el lujar de tomarme un tiempo que terminó siendo más de 4 años”.
Prado contó a Infobae que siempre trata de cumplir cada sueño que tiene. Y para poder concretarlo mucha gente se acercó a darle una mano: “El proyecto se hizo conocido y hasta se acercaron desconocidos que me traían cosas para el viaje. Enrique Celesia, que navegó muchísimo, me ayudó un montón y me apadrinó en todo el proyecto”.
El joven aventurero le hizo varias modificaciones a su barco de 7 metros de eslora para que resista el viaje. “Saqué el baño para tener más espacio y poder guardar cosas. Después tenía dos cuchetas que pasaron a ser un depósito de velas y bolsos con ropa. Y yo me quedé con la cama dobla en proa que dormía cuando se podía porque estaba solo. Después tenía una cocinita chiquita de un solo anafe y unas alacenas para guardar lo básico. A pesar del poco espacio no me faltaba nada y te vas amoldando a lo que tenés. Es tanto lo que tenés afuera del barco que las limitaciones de adentro no solo no te afectan, sino que las abrazas y estás muy feliz con eso”.
Hernán Prado decidió ir detrás de un sueño y recorrió 34 países en 5 años. Todas sus aventuras y experiencias las relató en su libro Capaz que vuelvo. El viaje lo hizo la mitad en su velero donde vivió una vida más austera y sencilla y, la otra mitad, en un yate de lujo de 33 metros de largo, como tripulante.
Además de navegar su propio barco, le surgió la oportunidad de navegar otro muy grande como tripulante. “Fue muy loco porque alternaba los dos mundos. Mi barco era el reino de lo austero. No tenía ni heladera así que me tenía que organizar con esas limitaciones. Descubrí, por ejemplo, que la manteca puede estar 10 días sin heladera”.
Cuando la gente se enteraba del objetivo de Hernán de viajar por el mundo, se acercaba para darle una mano, tanto amigos como desconocidos. Además del libro, de esa experiencia surgió la idea de montar una tienda de objetos de viaje.
El viaje que duro unos 4 años y medio lo hizo la mitad en su barco donde recorrió Uruguay y Brasil. Y la otra parte la hizo en el otro barco y navegó por el caribe dos veces, cruzó el Atlántico tres veces y recorrió el Mediterráneo.
“Ese barco tenía de todo, desde freezer, jacuzzi, mármol en los baños, hasta compresores para cargar tanques de buceo. Al ser un barco de alta gama se manejaba en otro nivel de gastos. Y, si bien éramos tripulantes, el estilo de vida estaba buenísimo. Pude estar en los dos mundos. Mi barco, si bien era austero, era mío y manejaba mis tiempos. Disfruté muchísimo de los dos”. Las aventuras, experiencias y peripecias que vivió en esos años las plasmó en un libro “Capaz que vuelvo”.
Hernán recordó algunas: “El viaje fue increíble y me pasaron mil cosas desde cruzar el Atlántico, navegar con luna llena y arcoiris a la noche en el medio de la nada, noches claras con delfines nadando, hasta conocer al dueño de Google. Estuve charlando con él sin saber que era el dueño del famoso buscador. Después tuve una experiencia difícil en mi barco yendo para Florianópolis. Me quedé sin timón y quedé a la deriva a unos 70 kilómetros de la costa. Me terminó rescatando un buque mercante. Y mi barco quedó ahí. El libro que escribí derivó en una tienda de objetos relacionados al viaje”.
SEGUÍ LEYENDO: