Por Sergio Federovisky
Los humedales son ecosistemas que se presentan de diversas maneras: como lagunas, turberas, pastizales inundables, bosques fluviales, esteros, bañados y zonas costeras. Cumplen un rol fundamental para la regulación y purificación del agua, reducen el riesgo de inundaciones, contribuyen a mitigar el cambio climático, proveen alimentos entre los que se incluyen pescado, animales silvestres, maderas, forraje, plantas medicinales. Son el hábitat obligado de muchas especies que cumplen en ellos alguna parte fundamental de su ciclo de vida. También el destino de peces y de aves migratorias que los ocupan en forma estacional.
Existen, además, una variedad de humedales alimentados por agua de lluvia o subterránea, o asociados a pequeños cauces, que si bien en muchos casos no tienen una expresión en el territorio son de importancia crítica para las comunidades locales porque son otra forma de almacenaje de agua.
A nivel internacional son reconocidos como uno de los ecosistemas más productivos, que proveen el mayor número de bienes y servicios a las poblaciones, jugando además un papel fundamental en su desarrollo. Sin embargo, a escala mundial, estos ecosistemas están disminuyendo en extensión y perdiendo calidad. De acuerdo a lo informado en la 12a Conferencia de Partes de la Convención sobre los Humedales realizada en Punta del Este, Uruguay, en 2015, la extensión global de los humedales disminuyó entre 64 y 71% en el siglo veinte.
Argentina no escapa a esta realidad. “Durante años fueron vistos como tierras improductivas y su valor no era reconocido en nuestro país, solo eran y aún son entendidos como parte de intereses sectoriales en pugna de la mano de una mirada de corto plazo de un particular sobre el bien común de la población”, explica Patricia Kandus, bióloga de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
El desarrollo de una economía carente de criterios de sustentabilidad ambiental, que ocurrió en el país durante las últimas décadas, con un manejo inadecuado de los sistemas acuáticos forzándolos a convertirse en ambientes terrestres para la explotación agrícola ganadera o para emprendimientos inmobiliarios, con obras de canalización, terraplenes y endicamientos, constituyeron uno de los principales procesos de fragmentación, pérdida y desaparición de los humedales en Argentina.
Y las consecuencias están a la vista. Se redujo la superficie de absorción de los suelos, se alteró el régimen hidrológico, se modificó el escurrimiento incrementando las inundaciones y desapareció la biodiversidad asociada a los ambientes húmedos y ecosistemas acuáticos.
A partir de la mayor comprensión sobre el funcionamiento de estos ecosistemas, los humedales han comenzado a ser valorados y se ha generado preocupación social respecto a su conservación. “Es importante pensar los humedales incorporándolos a la discusión con las comunidades en cada lugar, para poder realizar actividades sustentables pero a su vez poder conservarlos”, enfatiza la bióloga.
En tal sentido, la elaboración de inventarios de humedales constituye un instrumento esencial para su preservación y para planificar su uso sin transformarlos en ecosistemas diferentes. El inventario es una herramienta a disposición de la gestión para saber el tipo, la superficie, su estado de conservación, los servicios ecosistémicos que brindan para luego incorporarlos en un ordenamiento ambiental del territorio.
“En el marco de un ordenamiento del territorio, es la sociedad la que debe discutir y decidir cómo gestionar los humedales para conservar sus funciones, qué actividades productivas hacer, quiénes las llevarán a cabo, dónde y de qué modo desplegarlas a largo plazo sin intervenciones negativas”, concluye Kandus.
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