Por Sergio Federovisky
Según estimaciones del Banco Mundial el 25% de todos los hogares urbanos en el mundo viven por debajo del límite de pobreza. Esta situación, que se traduce en la imposibilidad de que los ciudadanos de bajos recursos puedan satisfacer sus necesidades básicas, entre ellas la de la alimentación, ha vuelto estratégico el desarrollo de la agricultura urbana, como un aliado necesario que garantice la seguridad alimentaria de la población. Es decir que todos los habitantes tengan acceso físico y económico a suficientes alimentos nutritivos a fin de desarrollar una vida sana y activa.
La producción urbana de alimentos consiste en cultivar distintos tipos de granos, hortalizas, hongos y frutas, como también plantas aromáticas, medicinales, ornamentales y árboles, en áreas urbanas o periurbanas para que quienes viven en áreas cercanas tengan acceso y disponibilidad de alimentos. Generalmente basta con una superficie de cultivo pequeña, que bien administrada, puede rendir hasta quince veces más que las áreas rurales. Un espacio de apenas un metro cuadrado puede proporcionar veinte kilogramos de comida al año.
Dentro del Programa de Restauración Ecológica de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad de Buenos Aires (APRA), uno de sus ejes es el Programa de Agricultura Urbana que tiene como objetivo generar conciencia en los vecinos sobre el uso sustentable de los recursos naturales y sobre la producción económicamente viable y socialmente justa de alimentos.
Para Fernando Shottenfeld, director general de Control Ambiental de la Agencia, “la agricultura urbana aporta a las familias una manera distinta de trabajar la tierra, para que cada uno pueda cultivar y cosechar alimentos sanos, frescos, locales y de temporada en huertas comunitarias”.
En el Paseo Ambiental del Sur, espacio ubicado en Villa Soldati, los lugares de cultivo ocupan 1200 metros ya sea en bancales en el suelo, en altura en forma vertical, para que los adultos mayores que no se puedan agachar puedan acceder sin inconvenientes, o hidropónicas, cuyo sustrato de cultivo es el agua. “Se trabaja con un grupo de agricultores urbanos respetando el ciclo de la naturaleza, desde el compostaje hasta la cosecha, con variedad de verduras de hojas, tomates, berenjenas, chauchas, zapallitos, entre otras, y sin químicos, solo con barreras de especies aromáticas que repelen los insectos”, explicó Shottenfeld.
Además esta práctica utiliza residuos urbanos, especialmente los orgánicos que son la base indispensable para realizar el compost que mantiene la fertilidad del suelo y evita la compactación de tierras. Además crea espacios verdes en la ciudad que contribuyen a la mitigación del cambio climático.
Desde el punto de vista social el programa de la Agencia Ambiental, que fue aprobado en enero de 2018, intenta empoderar el rol del agricultor urbano en la sociedad como un potencial oficio verde, así como la promoción de la participación colectiva y el acceso a la información sobre la agroecología como factor de desarrollo integral de la comunidad.
Desde el punto de vista ambiental la agricultura en la ciudad incrementa la recuperación y la conservación de las áreas verdes. Para ello el espacio de Soldati cuenta con cuatro invernaderos de plantas nativas y un sombráculo de 72 metros cuadrados que ayuda a la adaptación de los árboles pequeños al ambiente antes de ser trasplantados a ecosistemas degradados. En lo que va del año ya se plantaron 6000 árboles, en los bordes del riachuelo, con la idea de recuperar de a poco el ecosistema de principio de siglo en busca de rehabilitar la biodiversidad.
Todos los miércoles se cosechan entre 50 y 100 kilogramos de verduras y frutas finas. La mitad de esta producción se dona a los comedores del barrio: Ositos cariñosos y Papá Noel.
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