El aire se enciende en Futuröck, y Señorita Bimbo lo hace al mismo tiempo. La actriz, comediante y conductora de radio, que hoy lleva adelante un espacio para la deconstrucción romántica en Furia bebé, el programa que comparte de lunes a viernes, de 16 a 18, con Malena Pichot y Martín Rechimuzzi, es capaz de convertir sus propias experiencias en cuestiones colectivas.
María Virginia Godoy –ése es su verdadero nombre– tiene claro que lo personal es político, y eso también lo plasma en su show de stand-up, donde se ríe y cuestiona. “Hay que romper con esas ideas que controlan nuestras vidas”, dice durante una entrevista con El Planeta Urbano, y habla de belleza, cuerpos hegemónicos, consumos arraigados y amor en todas sus formas. “Si la comunicación está difícil, imaginate los vínculos heterosexuales.”
Bimbo aprendió, con el paso del tiempo, a poner límites, valorarse y elegir. “El activismo gordo me ayudó un montón a liberar esa parte. A verme más allá de cómo el mundo quiere que me vea, más allá de las características físicas que me reducen a vivir determinadas cosas por ser así”, asegura.
–Tanto en tu libro, Bimbotiquín vol. 1, como en la radio hablás de vínculos y amor romántico. ¿Por qué es tan importante romper con esa idea?
–El amor romántico es como un manual en el que hay reglas, roles y jerarquías. Entonces, está todo dicho: cómo nos debe tratar un varón, cómo debe comportarse una mujer, cómo deben ser nuestros cuerpos, las citas, los tiempos. Hay personas muy infelices creyendo que el amor es una vez en la vida, sosteniendo relaciones tóxicas. Hay un montón de mitos que sobrevuelan alrededor de nosotros y nos cuentan una sola manera de amar, que a la mayoría no nos pasa. Y eso genera mucho dolor. El amor tiene que dejar de doler por no cumplir con eso que nos enseñaron. No podemos pedirle que nos complete ni que sea cómodo.
–¿Hay que exigirle un poco menos?
–Sí, y empezar a pedirle cosas nuevas. Todo lo que le pedimos fue pensado en la antigüedad, y estamos repitiendo comportamientos del pasado. El amor que conocemos es una organización política, social y económica. Apunta a crear familias, que son unidades de consumo, no a completarnos y hacernos felices. Por eso hay que romper con esas ideas que controlan nuestras vidas.
–¿El feminismo te ayudó a entender esto?
–Todo lo que yo digo es desde el deseo, pero me cuesta un montón llevarlo a la práctica: saber poner límites, elegir bien, valorarme. La pareja es el lugar en donde ponemos a prueba todas nuestras ideas. Reconozco que fui mejorando mis vínculos y el vínculo conmigo misma. Y eso fue gracias al feminismo. Pero la mayoría de las mujeres se miran al espejo y no se gustan, se encuentran algo que está mal. Cuesta mucho todo con esa emoción base que te hace pensar “odio estar dentro de mi cuerpo”.
–¿Y cómo trabajaste el amor propio?
–El activismo gordo me ayudó un montón a liberar esa parte, a verme más allá de cómo el mundo quiere que me vea. Entendí que todo lo que me había pasado en la vida no tenía que ver con cuánto pesaba. Realmente existe un problema con cómo se trata a las personas gordas. Hace poco me fui a comprar una campera de invierno y me la quisieron cobrar 20 mil pesos. Eso es violento. Nunca tuve ropa en mi vida. Nunca pude elegir. Y registrar eso, darse cuenta de que fue violencia lo que hicieron con nosotras y que estuvo mal, es liberador. Te ves de otra manera, te dan ganas de hacer otras cosas, entendés que tu única misión en la vida no es bajar de peso. Cuando se muere una mujer, nadie dice: “Qué buen small. Siempre mantuvo 50 kilos” (se ríe).
–¿Por qué a la gente le molestan tanto los cuerpos gordos?
–Así nos educaron. Ser gorda es lo que no querés ser, es lo peor que te puede pasar. Lo usan como insulto. Y, por eso, a las personas gordas les cuesta mucho más denunciar abusos, por ejemplo. ¿Quién se va a violar a una gorda? Eso es lo primero que piensan. Sufrimos un montón de violencias. Crecés sin ejemplos de nada. En las películas nunca viste a una gorda siendo besada, amada, linda, feliz, exitosa. Y si no hay ejemplos de ninguna a la que le haya ido bien, es difícil imaginar que te va a ir bien. Yo no había visto actrices gordas. Siendo actriz, tenés que ser un instrumento neutro. Mientras más en el cero estés, mejor. Yo nunca estuve en el cero. Entonces, pensaba: ¿cómo voy a ser actriz? Con los hombres me pasaba lo mismo. Pero ahora puedo elegir.
–¿Desde que estás en el medio?
–Cuando trabajaba con [Roberto] Pettinato en Un mundo perfecto, volvía a mi casa y tenía diez solicitudes de colores en redes sociales. La tele te legitima, de alguna manera. Me fetichizaba también. Pero ahora puedo elegir porque entendí otra cosa.
–Teniendo en cuenta los estereotipos construidos alrededor de la belleza, ¿cómo la definirías vos?
–A mí me gusta decir que la belleza es un derecho. Es algo relativo, natural, que está en todos lados. Es algo que nos pertenece. Es tantas cosas, menos lo que nos dijeron que era.
–Hablando un poco sobre alimentación, hace más de un año decidiste ser vegana.
–Sí, a la gente le explota la cabeza cuando escucha a una gorda hablando de veganismo. “Pero, ¿no bajaste de peso?” No, me como todas las plantas que existen (se ríe). Ser vegana es una postura ética muy concreta, y se traduce en un montón de aspectos, más allá de la comida. Muchos otros movimientos requieren de un trabajo personal, de proceso, revisión, dolor, como el feminismo. El veganismo es ahora, ya. Comés otra cosa y empezás. Generaste algo diferente, en tu cuerpo, en la economía y en la realidad. Es un acto muy primitivo comerse a un animal, y está comprobado que ya no lo necesitamos.
–¿Y por qué decidiste visibilizar la lucha?
–Porque al veganismo, como a todas las ideas colectivas, llegás por otra persona. El veganismo necesita voces porque el aparato hegemónico de publicidad apunta a crear emocionalidad con el consumo de un yogur, una leche, una hamburguesa. Es una estructura muy fuerte que se llama carnismo. Es transparente, pero sólida, está metida en todo, asociada a la familia, la vida, las emociones. Que nos hayan educado para que la vida de un ser no importe es patriarcal. Es violencia de la que nos hicieron cómplices, de la que nos quitaron el derecho a elegir. Es una violencia transparente, como lo fue mucho tiempo con las mujeres. Por eso no hay que atacar a las personas que todavía están en estos consumos. Nos obligaron a eso. Mucha gente está a un paso de darse cuenta. Mira para el otro lado en la carnicería o siente asco por la carne jugosa. Entonces hay que agitar. Si te dejan solo con una vaca, el 80 por ciento de las personas la acaricia, no la mata.
–¿Por qué a la gente le resulta tan violento que le cuestionen lo que come y no pensar en cómo se produce esa comida?
–Es muy incómodo reconocer que te estás comiendo un muerto. Y no te querés sentir atacado, porque de verdad no sos el culpable directo. Vos no matás al animal. Entonces, te sentís un boludo y un asesino por algo que en realidad no elegiste. Nadie se quiere sentir así. Y uno puede cambiar, pero es reconocerse ignorante, es reconocer un límite. Hay que pensar qué negocios hay detrás de la industria alimenticia.
–En tu monólogo de stand-up hablás mucho de una compañera tuya del colegio y de la relación que ustedes tenían. ¿Dudaste de tu sexualidad alguna vez?
–Sí, claro, porque fui a un colegio de monjas en donde no había varones. Sabía que me gustaban los chicos, pero mi primer beso real fue con una nena y siempre lo viví como algo re tortuoso. Era un secreto. Hoy no me calientan las chicas, pero podría pasarme. Estuve con una mujer dos veces, pero no tengo dudas de lo que siento. En ese momento no había otra cosa, medio que iba a flashear con lo que hubiera (se ríe).
–¿Y para qué usás el humor?
–Reírse es de las mejores cosas de la vida. Para mí, es una manera de sobrevivir.
Fotos Guido Adler
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