Tenemos poca paciencia. Esperamos para sacar plata del cajero y si hay alguien que se toma más tiempo del que nosotros consideramos necesario nos desesperamos. Nos ponemos inquietos, nos movemos, cruzamos y descruzamos los brazos, nos apoyamos en un pie y después en el otro. Refunfuñamos. Empezamos el día así, de mal humor, en el tránsito, atorados en una sociedad que va muy rápido cuando queremos relajarnos o muy lento si estamos apurados. Vivimos atascados en un mundo que parece seteado en fast forward y obsesionado con la velocidad.
Y en esta vorágine de la cotidianeidad del siglo XXI, donde las redes sociales y las noticias al instante nos mantienen en estado de vigilia constante, el movimiento slow parece ganar ímpetu. Todos quieren ralentizar su vida. Y en la cúspide de la ola se encuentra Carl Honoré, un periodista canadiense nacido en Escocia que se convirtió, gracias a sus best sellers Elogio de la lentitud y La lentitud como método, en el gran referente de la llamada filosofía slow.
"¿Tenés la contraseña de WiFi?", pregunta apenas llega a la redacción de Infobae. "¿Va todo en minúscula o hay mayúsculas?", insiste, y se levanta, impaciente, para leer el usuario y la contraseña indicados en un cartel ubicado sobre la fotocopiadora al lado del estudio de TV donde ingresará en tan sólo unos minutos. Ni el gurú de la lentitud parece inmune a la hiperconexión constante de nuestros tiempos. Parece paradójico, quizás, del hombre que asegura que su frase favorita es "modo avión", pero lo cierto es que él, muy activo en redes sociales, no reniega del mundo virtual. Como todo, la clave está en el balance.
"Los italianos son los campeones del slow food", cuenta Honoré, quien encontró en la cocina una manera de desconectarse del mundo, un ritual que le permite bajar un cambio y relajarse. "El asado también podría catalogarse como slow, porque no se puede acelerar. Si se acelera, se sacrifica la calidad". Se encuentra en Buenos Aires -ciudad en la que residió en los años 90 por su trabajo como corresponsal- para dictar un taller sobre cómo vivir la vida de una manera más lenta y desacelerada.
-¿Cómo te diste cuenta de que tenías que bajarle el ritmo a tu vida?
-Yo creo que cuando quedamos atascados en fast forward siempre es necesario un shock, una llamada de atención, y para mucha gente ese shock llega en forma de enfermedades, el cuerpo que no aguanta más este ritmo. Un infarto, lo que sea. Pero para mí llegó cuando comencé a leerle cuentos a mi hijo. En esa época entraba en su dormitorio al final del día y hacía una lectura dinámica de Blancanieves, saltando párrafos, páginas enteras. Mi versión de Blancanieves tenía apenas tres enanitos. Y llegó al punto en el cual estaba coqueteando con comprar un libro que había escuchado que era Los cuentos para dormir en un minuto. O sea, Blancanieves en 60 segundos. Y mi primera reacción al escuchar eso fue "Hallelujah, qué buena idea, tengo que comprar ese libro ahora mismo en Amazon".
Pero gracias a Dios tuve una segunda reacción que fue muy diferente: me pregunté hasta dónde había llegado: "Mirá lo que estoy dispuesto a hacer". Ése fue mi momento detonante, la chispa para cambiarme la vida a mí pero también para investigar este fenómeno de la cultura de la prisa.
-¿Y qué hiciste para concretar este cambio?
-Hay que subrayar un hecho muy importante y es que hoy en día estamos con tanta prisa que incluso queremos ralentizar rápidamente. Un día la gente dice "bueno yo tengo que conectar con mi tortuga interior" y entonces se inscribe a un curso de meditación, corre a la clase de yoga, que no tiene ninguna lógica. Es un proceso y hay muchos pasos. Yo, por ejemplo, empecé a cortar con mi agenda. En esos días estaba tratando de hacer demasiadas cosas. Entonces empecé a priorizar, a decir, esto no es tan importante, no es imprescindible. Cambió mi relación con la tecnología, con los aparatos electrónicos, con el celular, empecé a usar el botón rojo "off", y mis dos palabras preferidas en este momento son "modo avión".
Otra cosa que hice en mi vida y que siempre recomiendo para la gente que quiere desacelerar es incorporar un ritual lento a su vida. Y eso va variando de persona en persona. Para mí fueron la meditación y la cocina. Son mis momentos de relax, de desconectarme del frenesí de la vida cotidiana y simplemente reconectarme con ese ritmo más pausado, más placentero, más humano.
La niñez pasó a ser una carrera hacia la perfección y hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación
-Vos te convertiste en un referente del movimiento slow, pero sos periodista. ¿Cómo fue este cambio ejerciendo en una de las profesiones quizás más aceleradas que exista?
-Hay ciertas carreras que es más difícil ralentizar, sin ninguna duda, y el periodismo es un ejemplo por excelencia, porque hay deadlines muy estrictos. Yo como periodista seguí respetando mis deadlines pero también abrí momentos, huecos en mi agenda, para buscar un ritmo más pausado.
Yo tengo un antes y un después muy claro. Antes yo era un correcaminos total. Hoy por hoy sigo haciendo muchas cosas, cumplo con los deadlines pero nunca tengo prisa, nunca tengo esa sensación de estar apurado. Y una cosa que hice en el trabajo para lograr eso fue abrir huecos en mi agenda para desconectar, para hacer nada, y va muy contra la corriente cultural, sobre todo en una redacción. El periodista siempre haciendo cosas, haciendo malabares con 42 mails. Y me dije que tenía que imponerme cierta disciplina.
Entonces, con una pequeña inyección de lentitud, 2, 3 ó 4 minutos de silencio, de dejar la oficina, dejar el escritorio, dejar la pantalla, vos volvés al trabajo con las pilas recargadas, la mente reseteada y la capacidad mental para trabajar mejor, que es lo que yo llamo "la deliciosa paradoja de la lentitud": al ralentizar un poquito lográs lidiar con toda esa velocidad con más éxito e incluso podés ir más deprisa, más rápido. Paradójico, pero es una paradoja hermosa.
-En el medio de un sinfín de situaciones cotidianas que generan ansiedad, como esperar para hacer trámites, ¿cómo puede hacer una persona para ejercitar la paciencia y tomarse la vida con más calma?
-Una cosa que todos podemos hacer en esa situación es usar la respiración. Simplemente respirar hondo y eso cambia la dinámica biológica del cuerpo y nos quita el estrés, nos quita esa sensación de "tengo que correr, estoy frustrado". Entonces eso lo llevamos siempre con nosotros. La respiración. Ese es un primer paso.
Otra técnica que yo uso cuando me encuentro en una cola muy larga, que es algo muy común acá en Argentina (risas), hay que decirlo, es hablar. Hablar con los demás. tratar de empezar una charla, y así he conocido a gente muy interesante, se trata de rehumanizar el momento.
Yo creo que la velocidad hace que vivamos en burbujas aisladas; estamos desconectados de los demás. Y al reconectar, simplemente conversando, logramos ralentizar y olvidarnos un poco de esa impaciencia, de esa sensación de "estoy desperdiciando tiempo". No, el momento es ahora, y eso es un poco la esencia de esta filosofía slow. Hay que vivir plenamente cada momento, estar presente 100% en lo que hagas. Puede ser esperando en una fila del banco, leyendo un cuento a su hijo, almorzando, caminando por las calles de Buenos Aires o de Mendoza, por ejemplo. Hay que ponerse el chip de no tratar de vivir este momento lo más rápido posible, sino lo mejor posible. Eso es un cambio sencillo en el fondo, pero revolucionario.
-Vos viviste en Buenos Aires hace varios años. ¿Cómo ves a la ciudad hoy, en términos de aceleración?
-Para mí Buenos Aires en muchos sentidos no ha cambiado. En términos de velocidad, ha cambiado, como en el resto del mundo, con las redes sociales, conectados las 24 horas. Eso no es un monopolio porteño. Por otro lado, yo veo cosas positivas en esta ciudad. Yo vivo en Londres, que es una ciudad anglosajona y nosotros en la culturas anglosajonas hemos perdido un poco el contacto con la familia. Para mí tiene un rol más céntrico, más importante, en la vida de los porteños, los argentinos en general, los latinos. Y la familia es una cosa bella en sí misma, obviamente, pero también nos inocula contra el virus de la prisa. Consiste en relaciones humanas que no se pueden acelerar. Mis amigos que viven acá en Buenos Aires tienen mucho contacto con sus familias y eso nos nutre, nos alimenta, pero también nos ralentiza, y eso es una gran ventaja, y algo que hay que preservar.
Y hay rituales sociales y culturales que se ven en Buenos Aires que apoyan esta cultura de la lentitud: ese ritual de parar para tomar un café, o un mate, que es un momento sumamente slow y humano, y lento y pausado. El asado. Preparar un asado requiere horas, entonces Buenos Aires mantiene esas tradiciones y hay que seguir manteniéndolas. Pero existe esa tensión, ¿no?, entre la aceleración, las redes sociales, la presión del trabajo, y también la lentitud que fluye, porque también la burocracia argentina, el tránsito porteño… esas cosas te quitan tiempo, y eso hace que en el resto de tu vida tengas que acelerar. Es un conjunto de factores, pero yo creo que Buenos Aires tiene mucho de lento.
Yo creo que la velocidad hace que vivamos en burbujas aisladas; estamos desconectados de los demás. Y al reconectar, simplemente conversando, logramos ralentizar y olvidarnos un poco de esa impaciencia
-También supongo que una manera de tomarse la vida más lentamente empieza desde cómo educamos a los chicos desde pequeños. ¿Cómo se puede incorporar la enseñanza de esta vida slow desde la infancia?
-En los últimos 20 años, para muchos niños la niñez pasó a ser una carrera hacia la perfección y hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación y esto les está haciendo daño y por eso hay un momento mundial para recuperar un ritmo más pausado. ¿Qué se puede hacer? Bueno hay dos flancos. Por un lado, el ámbito público, que es el colegio, que en varias partes del mundo está cambiando su forma de ser, la agenda del día, abriendo más espacio para el debate, para el descanso, para el juego libre, para recuperar esa lentitud libre para los niños.
Por otro lado está la casa, donde mandan los padres, quienes tienen que mirar a su hijo, conocerlo, y, a raíz de eso, armar una niñez que le convenga a ese hijo, porque no todos los hijos son iguales. Algunos están bien con muchas actividades, otros capaz con una sola actividad, pero todos los niños necesitan un tiempo para descansar, para dormir lo suficiente, para jugar sin adultos, como siempre han jugado los niños en toda la historia humana, incluso necesitan tiempo para aburrirse. Hoy le tenemos tanto miedo al aburrimiento que los padres, si los chicos dicen que están aburridos, se sienten culpables. "Estoy fracasando como padre"; "¿dónde está el iPad?". No, hay que dejar que florezca el aburrimiento para hacer volar la imaginación, dejarle ese espacio para que el chico pueda desarrollar sus capacidades, para que tenga el tiempo de mirar hacia adentro y mirarse a sí mismo. Menos actividades, menos tiempo frente a la pantalla y más tiempo para hacer nada.
-Es difícil hoy aburrirse, ¿no? Cuando uno no está haciendo nada se siente culpable y sino se pone a ver Netflix o entra a Twitter… ¿Es realmente posible ralentizar la vida cuando parece que tenemos todo al alcance de la mano?
-Se puede hacer. Yo trabajo mucho en Silicon Valley que es como la cuna de este terremoto cultural de tecnología, constante, y si vos vas allá, los padres de Silicon Valley no les están dando celulares o iPads a sus hijos. Están diciendo "basta" o están poniendo límites de tiempo por día. Y los mandan a jugar al aire libre, porque saben, entienden el efecto negativo de estar conectado constantemente. Es difícil, requiere disciplina, pero se puede hacer. El tema pasa por nosotros.
-¿Cuál es tu opinión sobre el multitasking? Porque hoy parece ser la habilidad más requerida en las empresas, pero no parece ser algo del todo efectivo…
-Es absurdo. El multitasking es un mito, el ser humano es incapaz de ser multitasker, incluso la mujer (risas). Somos incapaces de pensar en dos cosas a la vez, es biológicamente imposible. Lo que hacemos cuando hacemos multitasking es malabares. La tarea número uno recibe 10 segundos de tu atención; tarea dos, 5 segundos… Y todos esos cambios de marcha, de atención, son sumamente ineficientes cognitivamente. Los estudios demuestran que si tenés una persona multitasker o fast, y una persona slow, que hace una cosa a la vez, la persona fast cometerá hasta dos veces más errores y necesitará hasta dos veces más de tiempo para cumplir las tareas que la persona slow. Éste es otro ejemplo de la deliciosa paradoja de la lentitud: optar por el camino slow es más eficiente, más rápido. Nos hemos tragado esta idea idea de cuanto más rápido mejor, cuantas más cosas mejor y es mentira. Es un mito tóxico, y la ciencia lo demuestra.
En Estados Unidos y Europa hay un cambio tectónico, sobre todo en las empresas, que se están dando cuenta de que los empleados sufren a nivel de salud, de creatividad, de relaciones con sus colegas cuando no pueden desconectarse. Por eso están buscando cada vez más técnicas para lograr un "modo avión". Volkswagen, por ejemplo, modificó sus servidores para que la gran mayoría de sus empleados no pueda ni mandar ni recibir mails fuera de sus horarios laborales, que es impresionante en una empresa mundial. Pero se dieron cuenta de que muchos de los mails que perseguían a sus empleados -que miraban sus celulares por debajo de la mesa en vez de prestarles atención a sus familias- no eran importantes y podían esperar.
-Creo que acá todavía falta para llegar a ese cambio de mentalidad.
-Sí, falta, pero se escucha la conversación. Y eso es lo importante.
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