De una simbología recóndita e infinita y una estrecha relación con la Divina Comedia, la historia del Palacio Barolo, inconfundible edificio de la Avenida de Mayo y construido para guardar las cenizas de Dante Alighieri, es sin dudas una joya originalísima del patrimonio porteño.
Fue en 1890 que el poderoso productor agropecuario y empresario textil Luis Barolo llegó a la Argentina con máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos. En el Centenario de la Revolución de Mayo, conoció al arquitecto italiano Mario Palanti, a quien contrató para que diera forma a un edificio majestuoso con el que soñaba hacía tiempo.
Barolo temía que el clima bélico de la Europa de principios de siglo amenazara el legado cultural de su país. Por eso construyó el palacio, con el fin de conservar y proteger los restos del célebre poeta italiano. Palanti, por su parte, se reconocía como un estudioso de la Divina Comedia, y se ocupó de inundar el Palacio con referencias a ella.
La división general del Palacio y de la Divina Comedia es en tres partes: infierno, purgatorio y cielo. La altura del edificio es de 100 metros y 100 son los cantos de la obra de Dante; cuenta con 22 pisos y 22 estrofas tienen algunos cantos; las nueve bóvedas de acceso representan los nueve pasos de iniciación y las nueve jerarquías infernales y el faro hace referencia a los nueve coros angelicales.
En 1919 comenzó la edificación del palacio que se emplaza en la Avenida de Mayo -a apenas cuatro cuadras del Congreso de la Nación-, y que pronto se convirtió en el más alto de Latinoamérica y en uno de los mayores del mundo en hormigón armado, con un total de 22 pisos y dos subsuelos. La construcción finalizó en 1923, aunque desde un inicio el Palacio provocó cierta perplejidad. El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de inscribir en un estilo o escuela precisa, pero se habló de un estilo de "remordimiento italiano", gótico romántico, castillo de arena, o cuasi gótico veneciano.
Fue quizás la pasión heredada la que llevó a los hermanos Thärigen a introducirse en el mágico mundo del palacio. Se hacen llamar "binietos" del Barolo. Tomás y Miqueas Thärigen son efectivamente bisnietos de uno de los inquilinos pioneros del establecimiento, el notario y contador Carlos E. Jorio, quien llegó en 1926. Ellos son los organizadores de las actividades de promoción cultural y fundadores del increíble y recientemente inaugurado bar del piso 16, el Salón 1923.
Jorio, otro apasionado de la reconocida obra del poeta florentino, adquirió una oficina en 1926 para ejercer su profesión. Como consecuencia de años de vivir corriendo por sus pasillos, visitando oficinas y de escalar hasta la cúpula, como firme entusiasta Miqueas estudió la historia y exploró cada rincón del edificio.
En el 2004 iniciaron junto a su hermano las actividades de promoción y difusión cultural del histórico Palacio Barolo que echan luz sobre su construcción inspirada en el clásico de la literatura. Su objetivo fue siempre incrementar el prestigio del edificio y la labor que realizaron y realizan cotidianamente sus copropietarios dentro de él. Pero, por sobre todo, su mayor propósito es lograr que sea reconocido como el edificio más emblemático de la ciudad de Buenos Aires.
"Nuestro objetivo es que el Palacio Barolo se declare el edificio más emblemático de Latinoamérica. Que uno lo vea y reconozca la Ciudad de Buenos Aires, tal como lo hace cuando ve la Torre Eiffel y reconoce a Francia", aseguró en diálogo con Infobae Miqueas Thärigen.
En aquel entonces no se acercaban muchas personas y quienes lo hacían solían ser arquitectos. Con el paso del tiempo los hermanos profundizaron las investigaciones y llegaron a convocar a 200 personas por día.
Junto con su hermano Tomás realizan las visitas guiadas con gran entusiasmo, reconocen la trayectoria de su bisabuelo y comparten su legado al valorar la gran obra arquitectónica de Palanti. Sus casi quince años de trabajo como guías les permitieron vivir experiencias maravillosas, conocer gente de todas partes del mundo y recibir excelentes comentarios y cartas. "Se acercan muchas personalidades interesantes de la cultura nacional y mundial, y siempre es un placer poder pasar el rato con ellos", subrayó.
El 14 de septiembre de 1923 Luis Ángel Firpo, el primer boxeador argentino en disputar un título mundial, se enfrentó al campeón, el estadounidense Jack Dempsey, el mejor peso pesado del momento, nada más y nada menos que en el mítico Polo Grounds de Nueva York. Esa noche el faro del Palacio prometía encender una luz verde si el argentino resultaba el ganador de la pelea o una roja si se trataba del estadounidense. El mayor de los hermanos asegura que todavía se acercan al edificio abuelos con sus nietos para compartir esa historia, para él una de las más emocionantes.
Casi todos los días, el emblema de la arquitectura moderna porteña ofrece visitas guiadas diurnas y nocturnas. Durante el recorrido, se comentan los vínculos entre el mítico edificio y la Divina Comedia, la masonería, se visita el mirador de 360°, el antiguo faro y una oficina de los años 20, época en la que se construyó el Palacio.
Las "Extraordinary Nights" son los recorridos nocturnos por el edificio (más detallados que los recorridos diurnos), en los que se cuenta la historia y las alegorías en relación con la obra de Alighieri, se llega al Faro y desde su cúpula se ve cómo éste ilumina la ciudad. Luego de disfrutar de la insólita vista, se conoce la oficina de años 20 donde se les ofrece a los visitantes una copa de vino premiado con productos regionales.
Sea cual sea el recorrido, una vez en el último piso -al que se puede llegar en ascensor- y a medida que los escalones que llevan al faro se angostan y hay que agacharse más y más para no golpearse la cabeza, la idea del arduo camino al Paraíso se resume casi perfectamente. Y el Barolo, al igual que un poema, termina de maravillar a quienes lo visitan.
El mausoleo del Alighieri en Buenos Aires fue el edificio más alto de Sudamérica por doce años, hasta la edificación del Kavanagh en 1935. Si bien su estilo arquitectónico es único, puede suscribirse al modernismo, aunque se amalgama con otras corrientes. Su fisonomía y morfología conjugan trazos de tradición europea bajo la penetración de rasgos góticos y neorrománticos, inspiraciones indias, técnicas de construcción modernas y finos perfiles de carácter rioplatense.
En su punto más elevado se erige una cúpula que remite al templo Rajarani Bhubaneshvar del siglo XII ubicado en Orisha, al este de la India. No es fortuito que sus líneas transmitan sensaciones de sensualidad y exuberancia. El santuario consagra al dios de la naturaleza Shiva, sus relieves exhiben escenas de erotismo y valida su fama como "el templo del amor". La hipótesis es que el arquitecto Palanti quiso retratar la historia de amor de Dante y Beatrice con esta coronación del edificio.
Una vez en la cúpula del Palacio, la música de un violonchelo parece imitar los cánticos de los ángeles en el cielo. Luego, la vista de 360° en el antiguo faro ubicado en la cúpula del Palacio finaliza por pasmar los ojos de los visitantes.
Una salón con aire de los años 20 en el piso 16
Blanco y con una iluminación exquisita, el nuevo salón del edificio recibe a turistas, trabajadores y a aquellos que vienen en búsqueda de un rico cóctel o panino italiano. Ni hablar de los fanáticos de las tardes y noches de verano en terrazas y rooftops de la ciudad, una tendencia en auge en la actualidad.
"El actual Salón 1923 era el antiguo salón del Barolo que Palanti creó para hacer lo que hoy después de 96 años estamos haciendo nosotros. Es un honor poder llevar a cabo lo que el arquitecto planeó cuando hizo el edificio. La ambientación y servicio del bar remiten al año 1923″, aseguró Thärigen, su fundador.
El tour guiado incluye un aperitivo en el bar una vez finalizado el recorrido que suele tomar aproximadamente una hora. Por las tardes, los turistas esperan el atardecer en una de las dos terrazas que envuelven el salón y toman fotografías desde quizás una de las perspectivas más hermosas de la ciudad.
El menú de la coctelería ofrece tragos de la época, como el brandy, el Orange Bitter, el Aperol Spritz y por su puesto champañas y vinos. "El Salón sigue una línea gastronómica y de coctelería italiana. De la carta se destacan platos rápidos como pizzas, panini, tablas de quesos y fiambres italianos", sostuvo Ignacio, el encargado del bar, también cocinero y sumiller.
"Sin dudas, el valor agregado de Salón 1923 son sus proyectos culturales: desde conciertos de jazz, piano y chelo hasta shows de tango en vivo. Se trata de un lugar único en Buenos Aires donde uno puede deleitarse con una buena gastronomía y aperitivos y disfrutar de excelentes espectáculos de alta categoría", aseguró Miqueas.
Fotos: Guille Llamos
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