Por Fabricio Portelli
La cerveza y el vino acompañan al hombre desde hace miles de años, y si bien se disputan cuál es más antigua, ambas son bebidas nobles y naturales que se complementan mucho más de lo que compiten. La historia cuenta que de Egipto llegó a Europa con las cruzadas. Y si bien los griegos y romanos la adoptaron, nunca llegó a ser tan popular como el vino.
En nuestro país es relativamente nueva su predilección ya que en los ochenta casi no había consumo de cerveza, mientras el de vino era récord mundial con 90 litros per cápita. Por aquel entonces el vino estaba presente en todas las mesas argentinas, tanto en el almuerzo como en la cena. Pero treinta años después, el consumo nacional de cerveza supera los 40 litros per cápita mientras que el de vino está por romper el piso de los 20 litros.
La explicación a tamaño cambio de hábito, siendo que aquí la mayoría es descendiente de latinos -donde la bebida por costumbre es el vino y no la cerveza como los germánicos y anglosajones- radica en la practicidad.
Al tiempo que la comunicación del vino se sofisticó para explicar las complejidades que justifican su diversidad de etiquetas y precios, la cerveza fue directo al grano. Y en lugar de poner el foco en el producto, lo hizo en la ocasión. Y más allá de la diferencia en inversión publicitaria entre una industria y la otra, el quid de la cuestión está allí.
Hoy, la mayoría sigue pensando que para disfrutar una copa de buen vino hay que saber. Sin embargo, a la cerveza la puede disfrutar cualquiera porque es una bebida directa, que no interpela ni tiene vueltas. Apoyada en su característico amargor, el más difícil de los gustos básicos, es refrescante y liviana en su graduación alcohólica. Esto permite que se pueda disfrutar en todo momento. Además, sus distintos formatos potencian el consumo ya que las ocasiones se multiplican. Acá la practicidad juega un rol fundamental porque no se necesita nada para tomar una cerveza. En cambio, para disfrutar un vino, hacen falta por lo menos copas y un sacacorchos, más allá de la compañía suficiente que justifique para descorchar una botella de 750cc.
Es cierto que su diversidad no es tan amplia como la del vino, básicamente porque no cambia con las cosechas ni depende de variedades, más allá de las múltiples recetas que combinan cereales. Y el sello de una buena cerveza es ser la misma con el correr de los años, y si se puede, de los siglos, como ostentan muchas de las cervezas europeas que hoy son globales y se elaboran en decenas de países.
Para elaborar cerveza se parte de cereales; generalmente cebada, en lugar de un fruto como la uva. Es por ello que se debe romper el grano y mojarlo para que los almidones se conviertan en azúcares, y a partir de ahí poder fermentar esa "malta" a la que se le agrega agua.
La cerveza, según la ley de pureza alemana de 1516, es a base de agua, maltas, lúpulo y levaduras, y con ese legado su producción se popularizó en todo el mundo, tanto a nivel industrial como artesanal. Pero el lúpulo se incorporó a la receta en la Edad Media, ya que no solo evitaba su putrefacción sino además le otorgaba mayor duración.
El método de elaboración de cerveza puede no tener muchas variantes: la cebada molida se mezcla con agua caliente y se deja macerar para producir la malta, a la que se le agrega lúpulo y se calienta, luego se adicionan las levaduras para fermentar, se filtra, y listo. Pero estilos hay muchos.
Los más populares entre las cervezas artesanales son Golden Ale (refrescante, ligera y fácil de tomar), Amber Ale (de aspecto ambarino, con buen cuerpo y carácter), India Pale Ale (más conocida como IPA, de origen inglés con sabor intenso y alto nivel de amargor), Hefe Weizen (a base de trigo, de aspecto turbio y acidez marcada), y Stout (oscura por el tostado de sus maltas, y con notas de café y chocolate amargo).
Cada una tiene un vaso o copa ideal, y la temperatura de servicio debe rondar los 8 grados, es decir fresca, pero no fría. Si está bien servida, la espuma se mantendrá durante todo el trago protegiendo las burbujas finas y manteniendo sus propiedades. En Munich, (Alemania) se celebra desde 1810 a Fiesta de la Cerveza para recordar la boda del rey Luis I de Baviera con Teresa de Sajonia Altenburgo; la ya famosa Oktoberfest.
En el siglo XXI el auge de la cerveza artesanal en la Argentina parece trascender a las modas. Y si bien aquí las raíces culturales son más latinas, y por ende del vino, el consumo actual de cerveza del doble, superando los 40 litros per cápita.
Las cervecerías artesanales se multiplican a buen ritmo, pero son pocas las que producen sus propias cervezas. Además, entre tantas marcas son algunos pocos los estilos más elegidos por los argentinos.
Pilsen Lager: así son la mayoría de las cervezas que se disfrutan en la Argentina, donde se la conoce más como "rubia". De aspecto amarillo brillante y espuma bien blanca, burbujas medias y persistentes. Su sabores son delicados y el amargor bien equilibrado. Con notas frutales y de levaduras, es la más indicada para acompañar pizzas, empanadas y picadas. (Quilmes 1890, Blest Pilsen y El Bolsón Rubia Tradicional).
Honey Beer: es un estilo muy popular en las cervecerías artesanales que se multiplican por todo el país. Elaborada a base de malta y miel, su aspecto es dorado pálido con una espuma suelta. De aromas amables y frescos, con dejos cítricos y un amargor amable. Sus burbujas persistentes le otorgan un agradable final de boca en el que se pueden apreciar toques melosos. (Antares Honey Beer y Buller Honey Beer, elaboradas con miel de exportación).
Stout: es una cerveza de aspecto oscuro, con una espuma firme y texturas muy cremosas. De aromas y sabores intensos, con tostados y torrefacción, algo de café, chocolate amargo y especias. Con burbujas finas y un amargor muy persistente. Por su estructura es buena para acompañar carnes braseadas con salsas densas y bien especiadas. Se sirve en un vaso mediano. (Barba Roja Negra Fuerte, Jerome Negra y Guiness).
Fabricio Portelli es sommelier argentino y experto en vinos
Twitter: @FabriPortelli
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