Agustina de Alba, una de las mejores sommeliers de la Argentina: "El vino es vida y es lo más parecido a las personas"

Fue elegida la mejor sommelier de la Argentina a los 20 años y a los 24. Trabajó en los mejores restaurantes entrenando su paladar y cuando toda su carrera se proyectaba internacionalmente le hizo caso a su olfato y rompió con las expectativas y el protocolo. Una entrevista exclusiva con Infobae

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Agustina de Alba, la “democratizadora del vino” (Página Oficial de Agustina de Alba)
Agustina de Alba, la “democratizadora del vino” (Página Oficial de Agustina de Alba)

Por Marou Rivero

En su carácter y en su hablar se nota que -como a un buen vino- el tiempo le ha dado el espacio para desarrollar una gran personalidad y presencia. Agustina de Alba es joven, fresca, y una de las mejores sommeliers de la Argentina. Una mujer con una manera de ser tan cercana como profunda, tan interesante como cotidiana.

Descubrió que el vino la emocionaba de tan pequeña que tuvo que esperar años para probarlo. Un profesor de la escuela le acercó el programa de una carrera poco conocida cuando estaba terminando el colegio y a los 20 años fue coronada como la mejor sommelier de la Argentina. Su nombre se disparó al mundo. Ser mujer y tan joven fueron parte del motor de aprendizaje constante en una industria principalmente integrada por hombres. Cuando todos sus pasos la guiaban hacia el camino del protocolo y los concursos -que sorteaba con éxito y prosperidad- Agustina tomó la decisión de su vida y dejó atrás el checklist de sommelier para hacer lo que ella sentía que era parte de su búsqueda: conectar con la gente.

El tiempo le dio la razón: tres años de radio; decenas de talleres de Hola Vino en Buenos Aires y ahora también en el interior; vino propio; libro con una famosa editorial y hasta un debut teatral programado para diciembre en el Teatro Picadero. Fue un cambio de paradigma que le valió el titulo de "democratizadora del vino". En una charla íntima con Infobae, en el ciclo "Conversaciones" de Marou Rivero, Agustina profundizó sobre lo difícil y gratificante que es salir del nicho y apostar a lo masivo.

-¿Cuál fue el camino que te llevó al vino?

-Fue el amor. Yo estaba en tercer año del colegio y en esa época me gustaba un chico que tenía bastantes años mas que yo. Ese año mis papás se acababan de separar y mi papá me dio la posibilidad de elegir un lugar en el mundo para que nos vayamos de vacaciones y yo elegí Mendoza porque había escuchado en el colegio que este que este chico se iba con la familia. Compramos un viaje en paquete y como yo era chica y mi papá no toma alcohol no había ninguna visita a bodegas o viñedos. Un día nos cancelan un tour por la ciudad y nos ofrecen ir al Museo del Vino Felipe Ruttini. Mi papá no quería saber nada y yo le decía que sentía que tenía que ir. Me acompañó a la puerta y yo entré con un grupo de brasileros. El tour era en portugués, no entendía nada y no podía tomar pero desde que entré se me puso la piel de gallina, me emocioné y empecé a llorar. Salí de esa visita y le dije a mi papá: "Llévame a más bodegas. Encontré mi lugar en el mundo". Y ahí comencé a pensar que quería hacer algo relacionado al vino.

-¿Vos sabías que existía la figura del sommelier?

-No, no tenía idea que existía. Sabía que estaba el rol del enólogo y el ingeniero agrónomo pero la carrera de sommelier no era nada conocida. En una clase de orientación vocacional dije que estaba entre que quería ser camarera o azafata y cuando la profesora nos pregunta si sabíamos que queríamos ser de grandes yo respondí: "Yo me quiero dedicar al vino". Y ahí me preguntaron si había problemas de alcoholismo en mi familia, llamaron a mis papás, mis compañeros me hacían bullying. Me decían "la vaga, la borracha".

En este revuelo, un profesor de inglés que había hecho un curso de introducción a la primera escuela de sommelier viene un día y me dice: "Me parece que encontré la carrera para vos" y me dio el programa. Tenía materias como geografía vitivinícola de Francia, de Alemania, café, té, aceite de oliva, servicio, vinos del mundo, mate, whisky. Es una carrera en la que tenés que estudiar un montón y profundizar. Yo no entendía como todo el mundo quería ser abogado cuando acababa de encontrar la mejor carrera del planeta. Ahí llame a la escuela para inscribirme y cuando dije que nací en el 87 me dicen "volvé cuando seas mayor de edad". Siempre fui la más chica del curso. En ese momento no era común que la carrera de sommelier tuviera alumnos tan jóvenes porque estaba visto como un hobby de alguien de 50 que quería armar su cava y saber de vinos.

A los 20 años fue coronada como la mejor sommelier de la Argentina.
A los 20 años fue coronada como la mejor sommelier de la Argentina.

-¿Nunca dudaste de esa pasión? ¿Siempre estuviste segura de que tenías que seguir ese camino?

-Sí, siempre tuve la certeza. Si bien siento que ningún día de mi vida trabajo -y eso es tener mucha suerte-, hay momentos buenos y momentos malos. Una sola vez dudé porque viví un año en África, en la Isla Mauricio, y fue una experiencia muy difícil a nivel cultural. Yo en ese momento había ganado un concurso e iba a competir a nivel mundial y me tenían que entrenar, y tenía que aprender francés -cosa que no hice- y fui a trabajar con un cocinero muy famoso de Francia que tenía una carta de vinos del mundo en su restaurante en Mauricio. Y cuando llegué me encontré con que era un lugar donde las mujeres no teníamos derechos, donde una vaca es sagrada pero la mujer no. Y me pasaban cosas que eran muy fuertes, como que mi jefe pasaba y me tocaba la cola y yo me quedaba tildada sin entender lo que estaba viviendo. Me acuerdo de ir a avisarle a la gerenta del hotel y preguntarle con quién lo podía hablar y que me dijera que "era normal". Cuando vuelvo a Buenos Aires, después de pasarla mal y con mucho estrés, dudé y pensé que capaz esto no es para mí. Trabajé 12 días en una empresa de organización de eventos y ahí me di cuenta de lo que era mirar el reloj y que el tiempo no se te pase nunca. Al día 14 ya estaba trabajando en un restaurante de nuevo y nunca mas dudé.

-Y transformaste esa experiencia horrible en seguridad y confianza en tu profesión…

-Siento que esa experiencia me "curtió". Yo me recibí a los 19; a los 20 fui elegida la mejor sommelier de Argentina y a los 22 estaba en esta situación. Quizás no fue una experiencia en la que aprendí tanto de vinos como me hubiese gustado, pero sí aprendí que existen otras realidades.

-¿Qué lugar tiene la mujer en la industria del vino? ¿Te pesaba más el género que la edad?

-Es un industria que está llena de hombres y hay por lejos más hombres que mujeres si pensás en toda la gente que trabaja alrededor del vino. Si agarrás una lista de vinos, casi todos son enólogos pero creo que sí hay más sommeliers mujeres. Igual a mí siempre me pesó la edad, el haber ganado el concurso y haberme metido en el mundo de tan chica.

El otro día hablaba con una sommelier que admiro mucho. Ella me decía: "Qué loco que comenzaste a la inversa, empezaste por el resultado que mucha gente busca por muchos años y a partir de ahí comenzaste a tu carrera". Hoy la edad es una virtud, pero en su momento lo sufrí, siempre fui la que no encajaba, a la que le costaba entender, la diferente, la entrada el mundo del vino siempre me costó, me la hicieron mucho más difícil de lo que es. Siento que a nivel conocimiento se da muchas vueltas para decir lo que es el vino.

Descubrió que el vino la emocionaba de tan pequeña que tuvo que esperar años para probarlo
Descubrió que el vino la emocionaba de tan pequeña que tuvo que esperar años para probarlo

-Eso es completamente distinto a lo que pasa en tus talleres de Hola Vino. Vos sos directa y concisa buscando que la gente aprenda, se conecte y disfrute.

-Es mi forma de aprender -práctico y concreto, para qué sirve y conclusión- llevado a un taller. Siempre fui así. Existe toda esta información pero bajémosla a la tierra. Poder traducir un conocimiento para que todos lo entiendan, algo que cuando dejé de trabajar en restaurantes y lugares de nicho me di cuenta de que era lo que la gente necesitaba y un poco también lo que se le critica al vino: "No entiendo"; "Necesito alguien que me diga qué tengo que hacer cuando estoy frente a la góndola o en una cita". Hechos concretos. Y sí, es la base, y en el vino siempre se puede profundizar y es infinito, pero comencé a poner el ojo en el consumo masivo, porque el vino no deja de ser una bebida nacional y popular. Ahí fue cuando descubrí que mi gran pasión iba de la mano con la necesidad que yo percibía de la gente que se me acercaba con preguntas.

-¿Por eso te llaman la "democratizadora del vino"?

-El título es enorme pero fue un proceso muy largo. Yo cuando terminé la carrera quería ser reconocida como la mejor de Argentina. Y durante mucho tiempo y con mucho esfuerzo perseguí el checklist del sommelier: presentarse en concursos, vestirse de traje, no pintarse las uñas, no estar de zapatillas, a nivel protocolo extremo. Y ese rol solo convivía con restaurantes de alta gastronomía, era una actividad de nicho. Trabajé en el Calafate, en Aramburu, que fue la escuela más hermosa que pude tener, después vino Londres y también África. Y en todos sentía que no terminaba de encajar, siempre tuve la sensación -salvo en Aramburu, porque también rompe con el protocolo- que lo aprendía y lo podía repetir pero que no era un lugar donde me sentía cómoda. Si cerraba los ojos y pensaba qué era lo que quería yo hacer me imaginaba en la radio, escribiendo un libro, hacer tele, hablar con la gente que se para en la góndola que no era la gente que iba a comer a Aramburu, que tenía un conocimiento o viajaba probando vinos. Y terapia de por medio decidí renunciar y mucha gente del mundo del vino me decía: "Se te cae la carrera, ¿qué estas haciendo?". Vos pensá que un sommelier se prepara 10 años en su entrenamiento, y yo tenía todo eso armado.

-¡Y hoy tenes el checklist de Agustina de Alba hecho: tele, radio, libro!

-Sí, y lo loco es que llega a mi vida de otra manera, como no buscándolo por la ansiedad de querer tenerlo. Llega desde una búsqueda personal, completamente opuesto a cómo lo vivía yo antes que estaba todo ahí afuera: siempre la mirada externa y nunca en el goce. Y ahora es todo desde adentro, muy desde mi visión. Mi mayor hallazgo hoy -que es mi felicidad- es que uno cuando lo hace de uno, seguro que hay gente a la que le va a copar y otra a la que no, pero vos estas bien porque sos vos, no estás respondiendo a nadie más que a tu propio deseo. Hoy siento que estoy en el mejor momento de mi carrera por más que para otros dejé una carrera brillante.

Ser mujer y tan joven fueron parte del motor de aprendizaje constante en una industria principalmente integrada por hombres
Ser mujer y tan joven fueron parte del motor de aprendizaje constante en una industria principalmente integrada por hombres

-¿Te acordás el momento exacto donde hiciste ese cambio de mentalidad?

-Estaba en Aramburu, porque dentro de todo el protocolo con el que venía, ese restaurante lo agarraba, lo usaba, lo rompía y ahí comencé a pensar que podía hacer las cosas distinto. Gonzalo, el creador, fue muy inspirador para mí y también siempre mi referente fue Narda Lepes, de tenerla a ella con todo lo que hacía. Me mostraba todo; ella está en los dos lados de la gastronomía y no por eso deja de acercar o deja de profundizar. Porque mi miedo también era irme para el otro lado y sólo hablar de la fermentación de la uva. Me sigo capacitando, sigo viajando pero sin la presión de que es para rendir un examen, lo hago para cultivarme a mí misma.

-¿En qué momento de este camino llega tu propio vino?

-De la manera menos pensada. La persona que hace mi vino es Juampi Michellini, que es un enólogo que siempre admiré mucho por su forma de hacer vinos honestos, francos, vinos desnudos desde una gama muy accesible de vinos jóvenes hasta la gama más arriba. En uno de sus viajes viene a Buenos Aires. Él no me conocía a mí y salimos de una degustación y teníamos que ir a otro evento. Por esas casualidades de la vida en mi auto estaba puesto el disco Chaco de los Illya Kuriaki, y cuando Juampi se sube al auto y comienza a sonar Abismo -que es mi canción favorita de toda la vida-, me dice: "Esta canción me emociona y me trae muchos recuerdos". Veníamos justo hablando sobre el potencial del vino blanco en Argentina, qué pasa que no despega y que a nuestro país solo se lo asocia con tintos y yo estaba con la idea de irme a Alemania a hacer la ruta del Riesling y el ama el Sauvignon Blanc y cuando suena Abismo nos miramos y dijimos "tenemos que hacer un vino juntos que se llame Abismo". Le pedimos ayuda a su hermano y a otro enólogo y cuando fuimos a ponerle el nombre estaba ya registrado por los Kuriaky y desde entonces se llama Blanc de Alba.

-¿Cómo fue el proceso de diseño de ese vino?

-Sabíamos que queríamos que tenga un blanco con fuerza pero que ni la fuerza ni la potencia vengan por la barrica, que esté despojado. Entonces es un blanco que fermenta en hormigón, en huevos de cemento. El vino no está filtrado, tiene mínima intervención. Queríamos que fuera un Riesling que vinieran de Tupungato que es de donde es Juampi que tampoco es muy común. Es un vino que evoluciona con el paso del tiempo, que lo podés tomar hoy pero que tiene tal potencia y textura que su presencia y personalidad son propias, y que no vienen de la barrica.

Hoy tiene su propia etiqueta: Blanc de Alba
Hoy tiene su propia etiqueta: Blanc de Alba

-¿Qué es lo primero que se percibe en copa?

-¡Sabés que cambia mucho! El otro día hablaba en un taller que para mí el vino es vida. Es lo más parecido que hay a las personas. Hay vinos que son fotocopia, que son perfectos y no tienen personalidad; hay vinos que están hechos para suplir a cierta gente; hay vinos que no son perfectos y son auténticos; hay vinos que te llevan al lugar donde se hicieron; otros que te emocionan y no entendés por qué.  El vino está vivo todo el tiempo. No solo cambia según como lo guardes y como lo cuides, sino que vos hoy tomas Blanc de Alba 2016 y entre cada una hay diferencias. Obviamente que va a ser sutil pero cambia. Hoy el vino está muy expresivo, muy aromático, perfumado. Yo le siento pera súper fresca, también tiene una nota floral y también tiene algo que es muy polémico en el mundo del vino que es esta nota mineral, piedras. Igual el registro es personal, el vino puede tener ciertas características pero para mí es tan propio. La cata es supuestamente objetiva pero en realidad nunca va a dejar de ser subjetiva porque somos sujetos examinando algo.

-Acabás de terminar un libro. ¿Cómo fue ese proceso?

-El libro es consecuencia del nuevo camino, nace de cuando empiezo la radio y también a capacitar camareros y armar cavas para señores con dinero y me doy cuenta en el contacto con la gente desde el consumo había preguntas que se repetían una y otra vez. Comencé a agruparlas en un cuadro de Excel y cuando tuve 100 las comencé a agrupar por temática: elaboración, guarda, maridaje, etc. De ahí armé mis primeros sumarios para la radio donde estuve tres años y a partir de ahí comencé a armar el índice del libro con lo que para mí era "lo que la gente quiere saber". Cuando llegué a editorial Planeta entré en la duda. Decidí poner los capítulos a prueba y así nació el taller Hola Vino y otra amiga comenzó a recopilar testimonios y otras preguntas de los talleres que se sumaron al libro.

-¿Y en materia de las redes?

-Me di cuenta, a través de la belleza de Instagram, de que te conecta con personas que quizás no están cerca tuyo, que tenía muchas consultas del interior y dije: "Tengo que hacer Hola Vino federal". Y este mes voy a Mar del Plata, Rosario y Córdoba.

-¿Crees que hacer un Hola Vino mas federal te puede nutrir de otras experiencias?

-Seguro. Yo me di cuenta de que hoy mi mayor disfrute es el contacto con la gente, y en base a lo que la gente me devuelve yo sigo creando. Mi punto de inspiración es mi equipo de trabajo, que es un grupo de sommeliers de menos de 25 años que tiene una mirada completamente despojada del mundo del vino, y que, si bien yo tengo 30, hace 10 años que estoy en este mundo. El mito y verdades salió de la ganas de hacer un juego.

-¿Qué es belleza para Agus de Alba?

-Si pienso en lo que para mí es "hermoso", tiene que ver con lo que me emociona. Lo bello es lo auténtico, que no era yo como era antes, que buscaba ser con una finalidad de checklist, sino el ser en sí mismo.

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