Silvina Reyes y Jorge González son una pareja oriunda de Buenos Aires y llevan recorridos tres continentes, siete países, seis mares y más de cuarenta ciudades y puertos junto con su hija, María Paz, de 10 años. En suelo porteño de vacaciones -y solo por algunos días hasta embarcarse en su próxima aventura por el Caribe donde cruzarán más de diez países-, dialogaron con Infobae y revelaron cómo es vivir a bordo.
El navegante y la ejecutiva del mundo corporativo tomaron la decisión de cambiar radicalmente sus estilos de vida hace casi tres años atrás. La planificación desde ese entonces giró en torno a la educación de su hija y a la organización para reecontrarse con su hijo Tomás de 20 años, que permanecería en Buenos Aires con su padre.
A bordo del Odara, un Bavaria 44 de 44 pies o trece metros y medio, la familia encontró el equilibrio entre Buenos Aires; Brasil, donde amarran gran parte del año; y el resto del mundo. La más pequeña de los aventureros cursa quinto grado de la escuela argentina a distancia, y cuando se encuentran en Brasil, asiste físicamente a la brasilera.
Hijo de padres navegantes, Jorge navega desde que se encontraba en el vientre de su madre y por realizar incontables viajes y regatas se convirtió en un navegante profesional. Trabajó dos años en Europa haciendo "delivery" de veleros, para luego regresar a Sudamérica, y dedicarse a la realización de Clínicas Oceánicas. Cruzó el Atlántico en cuatro oportunidades, incluyendo una en solitario, y fue capitán del Fleur de Passion, el velero más grande de Suiza.
Juntos volcaron toda su experiencia y conocimientos para fundar Host & Boat, una agencia de viajes en veleros para viajeros que buscan una experiencia inolvidable y anfitriones de lujo en veleros de todo el mundo. Con el objetivo de brindar un servicio diferencial, la pareja se ocupa de la elección de barcos y capitanes para que las familias o grupos de viaje naveguen sobre un verdadero hogar flotante y ellos puedan hacerlo en el suyo: "Conectamos a las personas con los sueños de un barco".
Contemplando un atardecer, pueden beber una cerveza de Grecia, deleitarse con un exquisito jamón de España y cenar una sabrosa pasta italiana. Las aguas cristalinas, las tortugas y las estrellas de mar son los protagonistas de los "patios" de sus hogares cambiantes.
Por ahora, su preferido es en el que pasan la mayoría del tiempo, en Saco do Céu o Bahia del Cielo, en Ilha Grande, Brasil: "Es tan calma que a la noche las estrellas se reflejan en el agua. Por la mañana cuando desaparecen se asoman en las transparencias las tortugas y los peces", contó a Infobae Jorge González.
Rodeada por un manglar que comienza al final de la playa del Raposinho y se extiende por toda la orilla hasta la costa del margen derecho de la entrada, sus aguas tranquilas y palmeras que se inclinan hacia el mar, le aportan al lugar un aire tropical hawaiano, que sólo desaparece cuando arriba alguna canoa o barco de pesca con su colorido peculiar transportando a los residentes o trayendo el resultado de la pesca del día.
“En la bahía, formamos parte de una pequeña comunidad de argentinos en veleros, entre todos contamos con la solidaridad y la predisposición de ayudar al otro”, aseguró.
Para ellos, tomar esta decisión de adoptar como proyecto de familia dedicarse, ante todo, a vivir con una mejor calidad de vida, fue fácil y lo que siempre soñaron. "El desapego por lo material, y el asombroso contacto con la naturaleza es lo que nos enorgullece ver en María Paz. Su capacidad de interacción con nuevas personas, adaptación, y de incorporación de aprendizaje y nuevas lenguas son sorprendentes", explicó en diálogo con Infobae Silvina Reyes.
Quizás lo que más disfrutan de su nuevo estilo de vida es la posibilidad de poder cambiar de hogar cuando les parezca, y no permanecer siempre en el mismo sitio. Si bien ya se convirtieron en parte de su cotidianidad y las naturalizan, las maravillas que los rodean son realmente asombrosas.
"Cuando me paro a pensar es cuando me doy cuenta de lo increíble que es el agua. El patio de nuestra casa no es el de toda la gente, lo valoro mucho y vivimos mejor sencillamente. El agua dulce por ejemplo es limitada, darse una ducha es algo que apreciamos mucho. Realmente valoramos mucho los recursos que tenemos", explicó Jorge.
Para ellos, hacer nuevas amistades no es tarea difícil. "Siempre paramos en puertos donde hay diferentes grupos ya sea por vacaciones o porque viven a bordo y pasamos divertidos ratos juntos", explicaron. A su vez, admitieron que las despedidas son el momento que menos disfrutan.
Aunque su no tan pequeño hogar de cuatro camarotes y dos baños es apto para ocho personas y cuenta con su propia heladera, freezer y cine en el medio del océano, lo que más extrañan de la Tierra es poder caminar por las calles de una ciudad y pasar por una librería o un cine si les apetece.
Al anterior lo bautizaron Caiçara, palabra de origen tupi que refiere a los habitantes de las zonas costeras."Es una especie de gentilicio que en realidad hace más referencia a la cultura que comparten los habitantes del lugar: se llama así a la gente que nació en la zona pero que vive y se relaciona todos los días con el mar, la plantación de arroz y la pesca, es decir todo lo que provee la naturaleza en ese increíble lugar", especificó el capitán.
Cuando no navegan con pasajeros son amantes de extender el desayuno en la parte superior del barco, observar con detenimiento los alrededores particularmente bellos, leer el diario, y hacer del desayuno una gran sobremesa.
Como próxima aventura, la familia emprenderá un viaje por el Caribe desde Ecuador hacia Río de Janeiro a mediados de agosto en busca de un barco, y cruzarán más de diez países. De esto había trabajado él en Europa en el año 2005: trasladar barcos ajenos. Para hacerlo, el propietario necesita contar con cierta confianza en quien lo haga. Hace tan solo un par de días se conocieron y compartieron un almuerzo la familia y los dueños de la embarcación. "El tiempo que nos lleve va a depender del viento pero mínimo de tres a cuatro meses", especificó.
Educación y tecnología a bordo
Cuando comenzaron con la travesía anotaron a María Paz en el Servicio de Educación a Distancia del Ministerio de Educación argentino, para poder seguir con la educación de su hija. "Ellos brindan la bibliografía y el material para que uno como padre les pueda ir enseñando diariamente durante el viaje. Cuentan con un apoyo constante a través de Internet y aulas virtuales donde consultar. Incluso envían exámenes para evaluar a los niños, sólo es cuestión de organización", explicaron.
Los niños pueden hacer la escuela primaria y la secundaria con esta modalidad del homeschooling. "A través de una plataforma que dispone el Ministerio -especificó la madre- rinde cada dos meses exámenes físicos en consulados, o cerca de ellos y los enviamos por correo". Se detienen en algún puerto, los imprimen, María hace el examen, lo envían y retoman el viaje.
Cuando ven temas como los de ciencias naturales, geometría o historia suele ser mucho más fácil para la pequeña. Allí, las clases tienen sus exposiciones en vivo.
“Vivimos por objetivos, no en rutinas. Preparamos contenidos para la escuela, contenidos para las redes sociales del trabajo y preparamos la agenda para el próximo mes”, sostuvieron.
La familia cuenta con la posibilidad de permanecer conectados, gracias a la tecnología, con su familia y seres queridos: "Llevamos siempre nuestros dispositivos a bordo: notebooks, tablets, celulares y un router para usar cuando hay señal".
Para cuando no cuentan con ningún tipo de comunicación celular, existe un dispositivo satelital que le informa a la familia en dónde se encuentran en el océano y la próxima fecha de llegada a tierra a través de un mensaje de correo electrónico preseteado.
Y si bien cuentan con las herramientas para estar online, prefieren disfrutar la mayoría del tiempo para contactarse con ellos mismo o como familia. Para ellos, la vida a bordo equivale a momentos de paz, lecturas, charlas y juegos.
"No dependemos del consumismo de la ciudad; no compramos ropa y dejamos el 98% de ella en la ciudad, y no gastamos en programas de entretenimiento porque los creamos con la naturaleza nos los brinda", advirtió Reyes.
A veces, por la tarde, visitan el cine pero cuando finalizan regresan al velero. "Nos cuesta mucho dejarlo, lo hacemos solo cuando realmente tenemos ganas", agregó.
Desacostumbrados a vivir en una casa y devuelta en la suya de la ciudad, al llegar a Buenos Aires se dieron cuenta de que extrañaban el aire puro y el movimiento del barco que los acuna; a ellos, su cercanía al estar separados por grandes habitaciones de una casa.
Aunque todo parezca color de rosas, Silvina confesó haber sufrido de "claustrofobia de la inmensidad del mar"cuando dejaron tierra por primera vez. "Lo pensé bien, observe el agua y las ganas de hacerlo superaron mis miedos", contó.
Quizás la experiencia menos placentera que tuvieron que atravesar fue una noche de tormenta eléctrica en septiembre viajando desde la ciudad de Cefalú en Sicilia hacia Cerdeña. "María y yo dormíamos abajo y creíamos haber escuchado fuegos artificiales. Mi esposo, que se encontraba en el timón, me pidió una campera y lo vivió como una situación más de las de la vida de un navegante", manifestó entre risas.
Aunque siempre fue una decisión que les correspondía a ellos tomar, los padres de la familia admitieron preguntarle a la niña una vez en la ciudad y constantemente en sus viajes si era la vida en velero la que quería para ella. "Para ambos siempre fue muy importante saber qué era lo que ella quería, y por suerte siempre admitió con entusiasmo que sí lo era", concluyó.
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