Buenos Aires, ciudad mutante: un recorrido por la fascinante arquitectura porteña que la transformó en Capital del Espectáculo

Caminar por la ciudad es conocer su historia. Visitar sus edificios es entender cómo las grandes mentes de la arquitectura lograron impregnarla de una impronta ecléctica y única en Latinoamérica, que la llevó a posicionarse como una Meca de la teatralidad. Un apasionante libro invita a un viaje fotográfico e histórico del siglo XVIII a la actualidad por las estructuras que moldearon el espíritu cultural porteño, desde el Teatro de la Ranchería y el Colón, hasta el Gran Rex y el Ópera

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Las marquesinas de la calle Lavalle de noche, en el año 1945 (Archivo Manuel Gómez)
Las marquesinas de la calle Lavalle de noche, en el año 1945 (Archivo Manuel Gómez)

Buenos Aires es una ciudad de contrastes. Los diferentes estilos arquitectónicos que conforman su fisonomía crean una urbe dinámica y ecléctica, inspirada en los movimientos más prominentes de las distintas épocas, e imaginada por las diferentes mentes artísticas -especialmente europeas- que soñaron una ciudad única y vibrante. La gran inmigración que vio su incepción en 1880 fue la propulsora de la Gran Argentina, y el auge económico y cultural moldeó las calles y los edificios porteños, embebidos de diversidad y espíritu pionero.

Y el teatro fue una pieza clave que dio forma a algunas de las estructuras arquitectónicas más innovadoras de la ciudad. El libro "Buenos Aires. Capital del Espectáculo" (Ediciones Larivière) penetra precisamente en la historia del patrimonio edilicio ligado al mundo del entretenimiento, y ofrece un exhaustivo recorrido fotográfico por las estructuras arquitectónicas que nacieron gracias al progresivo crecimiento de la actividad teatral y que a su vez la potenciaron; una retroalimentación constante.

Entreacto en función de circo en Teatro Coliseo Argentino, en 1905 (Archivo General de la Nación)
Entreacto en función de circo en Teatro Coliseo Argentino, en 1905 (Archivo General de la Nación)

Los autores son Fabio Grementieri y Mimi Böhm, el primero un arquitecto especializado en conservación del patrimonio e historiador de la arquitectura, y la segunda una arquitecta abocada a proyectos y obras de reciclaje y renovación edilicia, ambos formados en la Universidad de Buenos Aires. Juntos crearon un compendio esencial que describe las obras arquitectónicas en las que se fue moldeando la escena teatral y cinematográfica de la ciudad, y que hoy se mezclan con la cotidianidad urbana, muchos erigidos como emblemas porteños, y otros olvidados en el tiempo y reconvertidos.

Las riqueza fotográfica funciona como una ventana esencial hacia el pasado. "La recopilación de imágenes fue parte de la investigación imprescindible para armar el guión del libro y estudiar de primera mano la estética, la espacialidad y la tecnología de las construcciones para el espectáculo porteño", aseguró en diálogo con Infobae Fabio Grementieri. "Fuimos a la búsqueda de material gráfico y escrito en diversos archivos, bibliotecas y colecciones públicas y privadas tanto en la Argentina como en el exterior".

La piedra fundamental, entre lo prosaico y la simbología

El emblemático Teatro de la Ranchería, en Alsina y Perú (Biblioteca del Museo del Cine)
El emblemático Teatro de la Ranchería, en Alsina y Perú (Biblioteca del Museo del Cine)

Se puede decir que todo comenzó en el Teatro de la Ranchería. Allí, a fines del siglo XVIII, surgió la primera sala de espectáculos de la ciudad, en el cruce de Perú y Alsina. Como relatan los autores, fue el primer espacio dedicado al entretenimiento laico y colectivo. Fue un símbolo de modernización, y un templo cultural cuya importancia traspasaba lo prosaico del nombre con el que fue bautizado. Fue el origen de un fenómeno.

Que Buenos Aires se posicionara como una Meca del entretenimiento fue la sumatoria de muchos espacios diseñados para una gran diversidad de espectáculos tanto de raigambre criolla como inmigratoria, de culto o popular, dramática o picaresca, según explicó Grementieri: "La arquitectura fue respuesta a los fervores de la sociedad por variadísimas expresiones de las artes de la música, de la danza, del teatro, del cine, del circo y tantas otras".

En la primera mitad del siglo XIX, cambió poco el ambiente del espectáculo de la ciudad; pero luego llegaron a oleadas décadas en las que la transformación de Buenos Aires se dio de una manera rápida y despavorida. El político francés Georges Clemenceau calificó a Buenos Aires durante una visita como una "ciudad parisiense", cuyo progreso no sólo asombraba sino que asustaba. Inició un auge de construcciones para representaciones públicas. Circos, óperas, dramas y comedias, recitales y conciertos en cada rincón. "La arquitectura para el espectáculo acompaña la renovación cultural y urbana de Buenos Aires, agitando la vida vespertina de calles, bulevares y plazas", detalla el libro. Los primeros teatros del casco céntrico, los que se ubicaron en la progresista avenida de Mayo, las salas de la nueva Corrientes y las marquesinas de Lavalle crearon un universo de escenarios y pantallas que potenciaron la experiencia urbana.

El primer Teatro Ópera, inaugurado en el año 1872 (Archivo General de la Nación)
El primer Teatro Ópera, inaugurado en el año 1872 (Archivo General de la Nación)

Con estos lugares se creó una telaraña ecléctica que mezclaba diferentes estilos arquitectónicos, y que se convirtieron en testigos de la vanguardia que comenzaba a impregnar el mutante rostro de una ciudad moderna. Los ejemplos más paradigmáticos de esta evolución son el antiguo Teatro Colón -y el uso de estructuras de hierro- los edificios multifuncionales como el Odeón, reconstrucciones como el Ópera -que adoptó en su estilismo al beaux-arts-, y el nuevo Teatro Colón. Escaleras serpenteantes, foyers elegantes y plateas se construyen implementando nuevos códigos contra incendios, instalaciones de confort como el aire acondicionado e iluminación. Las nuevas tendencias se asientan en las grandes fachadas, en las salas donde la magia cobra vida. El cosmopolitismo de Buenos Aires se nota en cada teatro, en cada cine, de una manera divergente al resto de Latinoamérica.

Grementieri afirmó que convergieron diversos factores para formar esta desviación regional: "Por un lado, el descomunal crecimiento de la ciudad que entre 1880 y 1910 multiplicó su población casi 10 veces, un desarrollo impregnado por el aluvión inmigratorio que aportó diversas tradiciones culturales y artísticas que se sumaron a la herencia criolla. Asimismo, la combinación del culto a los clásicos, como la asimilación de las innovaciones, abonó el surgimiento de todo tipo de hacedores como de cultores del espectáculo que necesitaron siempre de más y mejores espacios públicos y privados para despuntar el vicio".

El protagonismo del público aumenta en la segunda mitad del siglo XIX, y con este fenómeno se engrandecen los auditorios y los halls. La burguesía encuentra epicentros para exhibir su pompa y suntuosidad. Los atuendos elegidos para la ocasión, las joyas y el alarde forman parte del ritual, que, como relatan los autores, se ve potenciado en estos "coliseos de vanidades". El auge del cine genera una cierta confusión, y la formalidad comienza a variar en las distintas proyecciones que se realizaban en cafés y en teatros.

El siglo XX, el cine y la incepción de un monstruo en el fin del mundo

Función de Gala en el Teatro Colon, 1910 (Archivo General de la Nación)
Función de Gala en el Teatro Colon, 1910 (Archivo General de la Nación)

Con el embellecimiento urbano y edilicio, hacia 1900 Buenos Aires se ve más sofisticada, con foyers opulentos, escenografías en manos de artistas y artesanos inmigrantes. En los años 30 aparecen diseños originales y vanguardistas de arquitectos como Wladimiro Acosta y Abraham Vigo.

Cuando el siglo XX da sus primeros pasos, Buenos Aires da brincos agigantados. La revolución mediática, cinematográfica y publicitaria crea un remolino arquitectónico. Se emprendieron las construcciones de los cine-teatros de la mano de los titanes del entretenimiento de la época como Clemente Lococo y Max Glucksmann, con tecnología de vanguardia y diseños que crearon polos de exhibición a lo largo y a lo ancho de Buenos Aires. En 1930, la red de cines llegaba a 200, lo que la posicionaba -junto a Londres, Berlín, Viena y París- como una de las urbes con mayor cantidad de salas.

Dos proyectos del Teatro Colón. Arriba, la perspectiva de Francesco Tamburini, 1885. Abajo, la perspectiva de Vittorio Meano 1892 (Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos)
Dos proyectos del Teatro Colón. Arriba, la perspectiva de Francesco Tamburini, 1885. Abajo, la perspectiva de Vittorio Meano 1892 (Biblioteca de la Sociedad Central de Arquitectos)

Pero el Teatro Colón había llegado para mover el piso. Hoy considerado uno de los mejores teatros del mundo, este majestuoso edificio emplazado entre las calles Cerrito, Viamonte, Tucumán y Libertad fue inaugurado el 25 de mayo de 1908 con la ópera Aida de Giuseppe Verdi, y reemplazó al antiguo Teatro Colón erigido frente a la Plaza de Mayo y que funcionó entre 1857 y 1888. Fue una proeza inmensa de la arquitectura y su construcción debió sortear varios obstáculos. Llevó 20 años erigirlo: el proyecto inicial estuvo en manos del arquitecto Francesco Tamburini, pero luego de su muerte la responsabilidad cayó en su socio, el arquitecto Vittorio Meano, quien modificó el diseño original. Jules Dormal -a cargo de la obra tras el fallecimiento de Meano- llevó a cabo algunas modificaciones estructurales. "Como en una ópera ambiciosa, la partitura fue alterada varias veces", apunta el libro. Levantar en el fin del mundo un teatro de estirpe europea – alemana, francesa, italiana- fue quizás una de las peripecias arquitectónicas más increíbles del siglo pasado

El eclecticismo como estandarte y un duelo de titanes

La sala vacía del Teatro Cervantes, un símbolo de eclecticismo en Buenos Aires (Fabio Grementieri)
La sala vacía del Teatro Cervantes, un símbolo de eclecticismo en Buenos Aires (Fabio Grementieri)

El eclecticismo encuentra su exponente máximo en el Teatro Cervantes, fruto de la osadía y devoción por las artes hispanas de la actriz castellana María Guerrero, que se tradujeron en la concepción de un edificio que reúne diferentes estilos. La construcción estuvo a cargo de los arquitectos Aranda y Repetto, quienes crearon una fachada que imitaba en detalle a la de la Universidad de Alcalá de Henares.

Los autores describen a este edificio -que fue inaugurado el 5 de septiembre de 1921- como una pieza teatral sin par, "un homenaje tangible a la historia de la cultura hispana justo en el momento en que el mundo comenzaba a cambiar, y la vanguardia atronar". Un palacio renacentista abocado a las artes escénicas, un proyecto didáctico que pretendía posicionarse como una pieza perenne del teatro local.

Pero, según los autores, el clímax de la arquitectura porteña para el espectáculo apareció en el período de entreguerras, de la mano de dos titanes de la Avenida Corrientes: el Ópera y el Gran Rex. Grementieri y Böhm lo ven como un romance: el Ópera "fálico y frondoso", y el Gran Rex, "uterino y yermo". Ambos irresistibles, ambos estandartes de una rivalidad arquitectónica entre dos empresas cinematográficas argentinas de la época. Uno populista y exagerado, otro minimalista e introspectivo.

Retrato de Clemento Lococo con la maqueta del cine-teatro Ópera (Archivo Teatro Ópera)
Retrato de Clemento Lococo con la maqueta del cine-teatro Ópera (Archivo Teatro Ópera)

El Ópera se convirtió en un ícono porteño y fue elogiado, aunque no por todos. Una de sus más férreas críticas fue Victoria Ocampo. Para ella era la encarnación del mal gusto: "El horror que causaba esta flamante pesadilla era tanto mayor por el hecho de formarse en el sitio en que habíamos visto, durante toda nuestra vida, un viejo teatro que si no tenía gran belleza tenía por lo menos gran dignidad".

Pero, para la escritora, la reciente apertura del Gran Rex probaba que no todo estaba perdido: "Un nuevo cine acaba, por suerte, de abrir sus puertas precisamente frente a ese indescriptible horror que se llama hoy Ópera. Por fin puede uno alzar los ojos hacia su fachada sin ponerse colorado", describió.

Sobre este duelo, Grementieri aportó que "ambos monumentos son representativos de un momento cumbre en la definición de la identidad cultural argentina donde convergen eclecticismo, desfachatez y altanería. Ambos fueron admirados por profesionales y legos desde su origen por su arquitectura innovadora, magnética y provocativa, como así también por su impacto urbano. Hoy en día, a esta común valoración se le suma la de ser algunas de las pocas piezas de arquitectura para el espectáculo del período de entreguerras en todo el mundo que conservan su materialidad casi intacta y siguen siendo utilizadas con los mismos fines".

Juego arquitectónico en progreso

El tablero de localidades del cine-teatro Ópera (fabio Grementieri)
El tablero de localidades del cine-teatro Ópera (fabio Grementieri)

"En cada período hubo edificios paradigmáticos y sitios legendarios, algunos excepcionales como el Teatro Colón, el Ópera, el Gran Rex o el Teatro General San Martín como así también la calle Lavalle o la Avenida Corrientes", describió Böhm. "Pero también fueron muy importantes los cine-teatros de barrio que permitieron el acceso de toda la sociedad a eventos artísticos y culturales, recreativos o de entretenimiento, políticos o sociales que forjaron una parte importante de la idiosincrasia porteña".

Cuando este medio consultó a la arquitecta cuál creía que era el exponente máximo de esta idiosincrasia, su respuesta fue curiosa: "Quizá sea el que nunca se construyó: un proyecto de 1920 realizado por Pablo Podestá, quien ya al borde de la locura diseñó para el solar del Mercado del Plata, cerca del futuro Obelisco, una estructura que combinaba un mercado en el subsuelo, un garage en planta baja, terrazas con cafés y restaurantes, una suerte de ziggurat coronado por una imponente sala teatral". Un proyecto que no fue, un resúmen de tradiciones.

Cine-Teatro Urquiza. Algunos de estos edificios “olvidados” hoy quieren volver a ser recuperados por los vecinos (Fabio Grementieri)
Cine-Teatro Urquiza. Algunos de estos edificios “olvidados” hoy quieren volver a ser recuperados por los vecinos (Fabio Grementieri)

Esa nostalgia por un futuro frustrado también se traduce en aquellos teatros con los cuales el paso del tiempo no fue piadoso, y que hoy se ven transformados en distintos personajes de un carnaval citadino, como sucursales de grandes supermercados, lejos de su esplendor de antaño. "Son los retazos de un pasado barrial glorioso, los sitios de reunión donde se compartían las novedades del centro de la ciudad: dramas, óperas, conciertos, las películas taquilleras, los mítines políticos…Todo eso fue desapareciendo con la llegada de otros medios de difusión como la televisión, el video, el cable, la web. Esas estructuras se quedaron sin alma y casi todas ellas sirven como cáscara para otros propósitos, aunque hay esperanzas del resurgimiento de algunas salas gracias a la acción de vecinos y ciudadanos que bregan por su reconversión en centros culturales", resaltó Grementieri.

A lo largo de dos siglos, Buenos Aires creó una revolución cultural, reflejada en su arquitectura. Hoy, edificios como el CCK o la Usina del Arte continúan con este juego, esta revolución. Monstruos de hierro, Mecas del teatro, salas de barrio que hoy son tan sólo un recuerdo. Todas las visiones provenientes de mentes inquietas y soñadoras, que quisieron crear en suelo porteño una identidad de vanguardia, lograron concebir una ciudad ecléctica y eterna, en constante cambio, con edificios tan diversos como magníficos y polémicos. Estructuras que forjaron un pasado glorioso, un presente innovador, y un futuro con un mundo de posibilidades.

La Gran Lámpara del CCK (Fabio Grementieri)
La Gran Lámpara del CCK (Fabio Grementieri)

Todas las fotos de esta nota, provenientes de diferentes archivos y diversos autores, fueron publicadas en el libro "Buenos Aires. Capital del Espectáculo" (Ediciones Larivière)

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