Sus fotos son tristes. Retratan condiciones adversas, situaciones extremas, escenarios de injusticia y pobreza, miradas desangeladas. Tal vez sea una condición inevitable, intransferible. "Hay esperanza, hay humanidad: reflejan la belleza del alma. Es lo que veo en las guerras". Reza Deghati es el artista que distingue en las guerras la esperanza, la humanidad y la belleza. Lo ve a través de su lente, mediante los ojos de las personas que descubre en su paso. Es fotógrafo o fotoperiodista o fotorreportero. Tiene 65 años, es iraní y se considera un hombre de paz que tiene la ilusión de cambiar las percepciones del mundo con sus fotos tristes.
Para mis alumnos la foto es una selfie. Yo les digo que les voy a enseñar una herramienta que les va mostrar lo que hay en su corazón
Reza es un observador de la angustia. Vivió y sobrevivió a las grandes tragedias de la humanidad. Fotografió guerras, hambrunas, calamidades, éxodos y sufrimiento. Y recuperó de esas desgracias la belleza de la vida. Conoció la resiliencia -"el poder más grande que tienen las personas"- en el genocidio de Burundi, la guerra civil de Ruanda. Y la capturó en su cámara: "Habían pasado por las peores masacres, les habían matado a toda su familia e inmediatamente se pusieron a construir casas". Historias como éstas se acumulan en el itinerario de una de las más emblemáticas leyendas de la fotografía de guerra y firma consagrada en las publicaciones de National Geographic.
Nacido en 1952 en Tabriz, Irán, y es de origen azerbaiyán. Por su actividad como fotógrafo independiente padeció la tortura y la confinación del régimen del Sha. Debió irse exiliado a Francia, donde vive actualmente. Se convirtió en el primer fotógrafo no estadounidense en la historia de Nathional Geographic. Ya publicó 31 libros a la fecha. Estuvo en más de 150 países, pero dice no pertenecer a ninguna nación ni religión en particular. En zonas de conflicto fue testigo de masacres, pero jura nunca haber tenido miedo. "¿Para qué tener miedo? ¿Cuántas veces nos morimos los seres humanos? Nadie se muere dos veces. Cuando uno experimenta el miedo, se acerca en un 50% a la muerte porque con el miedo se vive el pánico y con el pánico uno pierde la posibilidad de pensar". Contó que la muerte lo visitó cientos de veces: "En muchas ocasiones yo cerraba los ojos y pensaba 'ya está, es el fin'. Pero volvía a abrirlos y veía que el mundo sobre el cual había cerrado los ojos era el mismo: el mundo de los muertos era igual a éste. Llegué a pensar que las religiones no tenían razón, que la muerte era igual a la vida. Pero no: seguía vivo".
Trabaja para la construcción de la vida y de las oportunidades. Su compromiso con los derechos humanos y la juventud permanece desde hace varias décadas y se establece en las zonas más vulnerables. Desde donde intenta rescatar la historia de los padecientes y expresarla en sus ojos. Tomó por caso la mirada de una chica afgana: una de sus fotos más simbólicas. "Esa niña tiene cinco años de vida y cinco años de bombardeo. Todo se puede ver en sus ojos. Su mirada transmite la guerra". Bautizó a los ojos como la ventana del alma, como una forma de lenguaje mudo. Y encontró allí, en ese bálsamo de fe, la belleza de la vida: su principal búsqueda, su mayor inspiración.
Su labor profesional se combina con su vocación humanitaria. En el lugar donde saca las fotos, él es un servidor de los pobladores. En esa interacción encontró las dos razones de su lucha por las causas nobles. Dividió a los desastres, los conflictos y las guerras en dos tipos de destrucciones. "Primero la visual, la física. Un edificio derrumbado, una persona herida. Hasta que un día leí en un diario que había habido un tiroteo en los Estados Unidos. Inmediatamente habían llegado treinta psicoterapeutas al lugar. La situación había generado un trauma. Empecé a pensar qué era lo que buscaba generar ese trauma. Pensé que si por una bala hubo que mandar tantos terapeutas, ¿qué pasa con las guerras? ¿Cómo hacemos para sanarnos? El alma herida lleva muchísimo más tiempo para sanar que un cuerpo herido. Uno se puede recuperar de la peor herida, pero cuando uno sufre un trauma psicológico el daño es muchísimo más profundo".
Reza Deghati además de sacar fotos, enseña su arte. Lo hizo en Sicilia, en Toulouse y en muchos campos de refugiados y zonas de conflicto. Y lo hizo en Argentina, a donde volvió para terminar su ciclo de capacitación. Una anécdota que recordó para resumir su interpretación de las culturas. Contó que estaba comiendo con su esposa en París y una mujer argentina escuchó la conversación en la que hablaban de su visita al país. Reza iba a dictar clases de fotografía a jóvenes del barrio Ejército de los Andes: Fuerte Apache. "La mujer me pidió que no vaya, que rezara. Me dijo que era un lugar peligroso", contó el fotógrafo. "Si supiera dónde estuvo…", le respondió la esposa a la mujer argentina.
Reza dijo que uno de los principales problemas de la humanidad es la crisis de identidad: "Le tenemos miedo a lo desconocido". Invitó a los desconfiados a ver cómo viven y quiénes son aquellos desahuciados de Fuerte Apache. Son 47 jóvenes que él conoció de una manera diferente. Su propósito era hacer una conexión con el lugar. Contactó a seis fotógrafos del barrio que pasaron a ser sus capacitadores y les suministró cámaras a los que se inscribieron en un programa de tres meses de extensión. Todas las semanas tenían tareas diferentes: autorretratos, "la vista de mi ventana", el juego con las luces y los colores. El resultado al que define como "las escenas de Fuerte Apache que no se ven ni se conocen" es una forma diferente de percibir el mundo. Alex Ávalos de 17 años es, según Reza, un hombre de arte. Lo mismo Cynthia Mencia, de 21 años, Yamel Vargas de 18 o Jonathan Gimenez de 16, quien retrató una gota cayendo de las rejas de su ventana: "Una forma poética de mirar la vida".
"No hay diferencias entre Fuerte Apache, Sicilia, Toulouse o los campos de refugiados. Comparten características muy similares: son sociedades civiles dañadas. Alguna de estas comunidades son más pobres que otras, pero en el contexto y en los estándares del país son igualmente pobres", comparó el fotoperiodista en diálogo con Infobae. Certificó que las fotos para ser buenas tienen que tener un contenido extra, abstracto: "Hay una serie de patrones que tienen que ver con la composición, con la armonía, reglas físicas. Pero en una foto tiene que haber algo más y ese algo más no se aplica a ninguna norma y es lo que yo detecto. Ese no sé qué que encuentro en las fotos es el corazón, la emoción".
Fuerte Apache le recordó la Sarajevo de posguerra. Le sorprendió el abandono del lugar y la belleza de su gente, que se expresó en las fotografías de sus alumnos. Allí encontró la emoción y la sensibilidad de un pueblo desprestigiado por el desconocimiento. Después de analizar las piezas de exposición que nacieron en la interpretación y la mirada de jóvenes nacidos en uno de los barrios más marginados del país, Reza Deghati dijo: "Cuando veo algunas de las fotos pienso cuánto me gustaría ser fotógrafo".
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