Las voces y risas de niños se escuchan de a ratos. En el lugar reina el silencio, la tranquilidad. La cordialidad caracteriza tanto a empleados como a visitantes que están de paso. Es como el hogar propio, donde cada uno se siente a gusto. La Casa Garrahan alberga, contiene, alimenta, atiende especialmente a cada uno de sus huéspedes, cada niño en tratamiento ambulatorio y a sus madres o acompañantes. Suple las necesidades sociales y emocionales de los pacientes y sus familias.
El 25 de marzo de 1997, el complejo se inauguró con el fin de dar un hogar a los niños, junto a sus madres, que residen a más de 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires y se atienden en los hospitales Elizalde, Garrahan o Gutiérrez. Con el trabajo de un equipo de profesionales, asistentes y voluntarios, ya brindó alojamiento a más de 20 mil pequeños a lo largo de dos décadas. Este rincón de la ciudad cobijó mes a mes a decenas de mamás, papás, abuelos o familiares que acompañan a sus pequeños en los procesos de atención médica.
"Esta casa surgió bajo la idea de que sea un hogar lejos de su hogar", recalca como el lema insignia Beatriz Resnik, coordinadora de relaciones institucionales de la Fundación Garrahan. Llena de colores, juegos y provista de grandes dosis de amor y contención, la casa tiene como objetivo simular el hogar propio de cada una de las madres y de los menores que viven transitoriamente en ella. Por eso, se les dan todas las comodidades y libertades posibles. Infobae realizó una recorrida y recopiló algunos testimonios de casos inspiradores. Algunos están esperando terminar un tratamiento, otros aguardan un trasplante o diagnósticos de complejas enfermedades. Todos, son ejemplos de amor y lucha.
Patricia proviene de Santiago del Estero. Reside en el edificio desde el 4 de marzo junto a su hijo Luciano (9 años), diagnosticado con mielodisplasia, un conjunto de trastornos ocasionados por la interrupción en la producción de células sanguíneas. Necesitan un trasplante de médula. Y mientras cumple el tratamiento que requiere de una dieta estricta -solventada por el hogar- espera en la Casa. "Acá los chicos tienen la distracción que necesitan. Tienen tecnologías, arte, plástica, maestras domiciliarias para no perder el año", asegura.
Al igual que Patricia, Vera también llegó desde Santiago del Estero. Acompañó a su hijo Ángel (13 años), a quien operaron de fractura de cadera. "Se le han quebrado los fémur de los dos costados", contó. En su caso permaneció más tiempo del correspondiente porque no conseguía pasajes para retornar. Ello nunca fue un impedimento para continuar habitando el sitio. Dentro de dos meses deberán regresar para control y en otros 60 días posteriores también volverán para la segunda intervención quirúrgica, lo que ayudará al niño a volver a caminar. "No sé que hubiera pasado conmigo si no estuviera esto. Estaría en la calle. No conozco a nadie aquí", afirmó.
El hogar cuenta con 43 habitaciones, con capacidad disponible para 86 personas. Cada una cuenta con baño privado para cada grupo familiar. En los tres pisos la estructura es del mismo modo: dos pasillos en los que se reparten los dormitorios y una amplia cocina, equipada con todos los elementos necesarios. Abajo, salas de estar, de juegos y de computación, biblioteca, lavadero y patios con juguetes (todas donaciones) para ser utilizadas con múltiples propósitos, como el dictado de talleres educativos o como espacio de formación de quienes asisten en esta modalidad.
El inmueble está ubicado en Pichincha al 1700, a media cuadra del Hospital homónimo. "Esto es un terreno que era del Gobierno de la Ciudad. Era un viejo mercado municipal que primero fue cedido por 20 años y después ya nos dieron la tenencia definitiva. Es propiedad de la Fundación", comentó Resnik.
Allí se crean fuertes lazos con las madres y con los niños, con esos niños que desde su tan corta edad saben qué es lo padecen, pero le dan pelea y se muestran dispuestos a subirse al ring de la vida para decirle a la enfermedad que están más que dispuestos a ganar cada round. Y también se vinculan con las otras madres que comparten la misma situación, llegan desde distintas partes del país y deben lidiar con la afección de cada hijo y el desarraigo de dejar la familia.
Timotea es abuela de Azul y habitaba el complejo junto también a su hija esperando la cirugía de su nieta, que tiene hidrocefalia (acumulación de líquido en las cavidades del cerebro). Llegaron a principios de junio desde Misiones: "Nosotros no tenemos ningún medio. Vinimos sin derivación y nos ofrecieron la Casa Garrahan. Acá nos ofrecen todas las comodidades hasta la dieta de la bebé porque hay nutricionista". Relata que les dan tareas -cada mamá se reparte los días para cocinar o lavar los platos, por ejemplo- y que "todavía no sabemos cuánto tiempo más vamos a estar acá porque ella tiene que sanar las escaras para después verla el neurocirujano".
El modelo promueve a otras instituciones a crear sus propios proyectos y alienta el intercambio de experiencias. La Fundación se sostiene gracias al aporte solidario de colaboradores. Muchos de ellos son empresas que cooperan con dinero o especies. Y de padrinos que apoyan la causa para su funcionamiento. Personalidades como Abel Pintos, León Gieco y hasta Antonio Banderas acuden y efectúan eventos benéficos y tienen habitaciones con su nombre.
La Casa Garrahan está abierta a todo el mundo. El límite lo marca solo lo que da el servicio social de los tres hospitales. "Todo el que lo necesita, que es la gente que menos recursos tiene y menos posibilidad. Aquellos que no tienen obra social y tienen que estar en esta 'selva' que es Buenos Aires y se encuentran que deben quedarse para hacer un tratamiento para su hijo, aquí encuentran un equipo que lo más importante que brindan es escucha y calidez. Hay mucho amor acá". El amor de un casa, el amor de un verdadero hogar.
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