"¿Usted sabe que desde 1907 han pasado 110 años?", le pregunta una joven vestida con mameluco blanco, peluca rubia, lentes y su cara pintada en colores a un hombre del público que la mira atónito. La muchacha, sin esperar respuesta, da media vuelta y se va. "¿Qué puedo hacer para borrar los recuerdos de mis ojos? ¿Qué puedo hacer? ¡Así es el arte! ¡ARTE! ¡ARTE! ¡ARTE!", gritan ahora desaforadas una decena de mujeres con mameluco blanco, peluca rubia, lentes y cara pintada. Son actrices, que siguen a su líder, la artista Marta Minujín, quien con un mameluco verde metalizado, pelo rubio hielo, accesorios y sus inamovibles lentes de sol, es la madre y coordinadora de todas en esta performance.
Esa intervención humana -incómoda para el público, interpretativa, psicodélica y sobre todo efímera- es representativa del arte que ella supo instalar y sostener en su carrera. Ahora, en el marco de la presentación de su nueva muestra recopilatoria en Córdoba, Pasaporte a lo Imposible, hay aires de festejo. Marta, que a sus 74 años se sabe ícono del arte pop latinoamericano, atraviesa un momento cumbre de su carrera y está visiblemente extasiada con todos los proyectos que se avecinan y la mantienen trabajando.
Entre ellos, su inminente participación en la próxima edición de la feria de arte contemporáneo más importante del mundo, documenta, que se realiza cada cinco años en Kassel, Alemania. Aprendiendo de Atenas es el tema de esta edición, que también va a sumar a la capital griega como sede y que dio el contexto ideal para que Adam Szymczyk, curador estrella de la exposición, invitara a Minujín para recrear El Partenón de Libros Prohibidos que hiciera en 1983 en Argentina, en homenaje al retorno de la democracia. Según ella, la recreación será "la mejor obra de la historia de documenta".
Aunque muchos no conozcan esa parte de la historia, Marta fue, a inicios de la década del 60, una figura fundamental dentro del nacimiento del arte pop junto a otros artistas que se animaron a la vanguardia, a romper las reglas para "desaprender lo que habían aprendido" e ir en búsqueda de nuevas experiencias y resultados artísticos, cuando la psicodelia todavía no era moneda corriente.
En esas épocas, deambulaba por París una joven Marta Minujín de 16 años que había abandonado la escuela de Bellas Artes, que tenía amigos de 40, que se había casado con quien hoy es su marido falsificando su edad y que había logrado una beca para instalarse en Francia. Allí fue que empezó a relacionarse con figuras del movimiento del nuevo realismo y "genios" -como los llama ella- del arte contemporáneo como Le Corbusier, Alberto Greco o Yves Klein.
A sus 20 años, y en simultáneo con el comienzo de los happenings en el mundo, Marta tenía que volver a la Argentina, entonces decidió reunir las obras pictóricas que tenía hasta el momento, llevarlas a un terreno baldío y convocar a un grupo de artistas para que destruyeran todo hasta que los echaran los bomberos. El registro audiovisual y fotográfico que queda de esa intervención de arte destructivo -que terminó con una liberación de pájaros y conejos en medio de un incendio monumental- es recordado en museos de todas partes del mundo y es un hito en la vida artística de Marta.
Arte blando
A Marta Miinujín en su juventud le molestaba que el público no pudiera literalmente meterse dentro de las obras de arte, ni pudiera disfrutarlo desde diferentes perspectivas. Así fue que comenzó a experimentar en sus obras con colchones, almohadones y otras superficies blandas empapadas de colores que hicieran de sus estructuras un lugar confortable para el espectador. De esta idea nacieron exposiciones famosas como Revuélquese y viva, que le valió un premio del Instituto Di Tella.
Pero el tiempo pasaba y ya entrados los años hippies a Minujín todavía la desvelaba la blandura. "El arte no puede ser siempre perpendicular, con toda la gente parada incómoda. Entrás en un museo y no te podés ni sentar ni relajar", contó en la presentación de su nueva muestra. "El arte tiene que ser en un lugar blando donde la gente pueda apoyarse en las paredes, saltar, mirar todo en distintas dimensiones".
Por entonces, Marta tuvo así la idea de ir a un hotel en Washington que había estaba tomado por gángsters, prostitutas y vagabundos a raíz de los grandes destrozos que hubo en algunos barrios luego del asesinato de Martin Luther King. En 1973, después de una noche donde hubo tres asesinatos, la policía desalojó a todos los habitantes y sus colchones quedaron. "Pensé que si había colchones ahí yo los quería, convencí al sereno y me los llevé. Había colchones más o menos sanos, algunos con tiros, otros manchados de sangre", relató Marta sobre la experiencia que dio nacimiento a su primer Soft Gallery que, al tener tanto éxito, fue pedida por galerías de todas partes del mundo.
Este miércoles, más de 30 años después, Marta presentó en Casa Naranja, en Córdoba, su muestra Pasaporte a lo Imposible (la tercera en Argentina fuera de Buenos Aires) que, además de recopilar registros de obras emblemáticas, cuenta con una instalación que para la artista es "la galería blanda más mágica y hermosa que hizo". La particularidad es que esta es la primera vez que los colchones no son usados, no están sucios, ni son lisos. Esta vez la instalación cuenta con decenas de colchones impresos con los colores de su cuadro "Mandela" atados con sogas, que forman una habitación agradable y cálida donde cualquiera puede sacarse los zapatos, entrar y disfrutar del arte desde la comodidad de su interior.
– ¿Qué recordás del hippismo?
– Era fabuloso, había gente de todas partes del mundo, gente tan linda que yo casi me vuelvo loca. Había un negocio de ropa gratis, por ejemplo, donde dejabas algo y te llevabas algo. En esa época la música nos daba mucha conexión. Vivíamos sin dinero. Yo en la época de las becas no tenía nada, caminaba descalza por todos lados; después llegué a Buenos Aires, entré a un bar y me sacaron. Cuando llegué lancé el hippismo acá con una muestra que hice que fue Importación-Exportación. En esa época escribíamos un diario underground, tomábamos pastillas y en las plazas la policía nos echaba. Ahí conocí a Spinetta y a Manal, porque ellos vinieron a tocar a una obra mía, La imagen eléctrica, en el 69, cuando cerró el Di Tella.
– ¿Y de la dictadura?
– Yo vivía en Estados Unidos pero venía siempre y una vez me asombré porque en el 73 o 74 vi en la avenida 9 de Julio un montón de gente lindísima, de 16 o 18 años, que iban a protestar. Me fuí del país y cuando volví esa gente ya no estaba. Todos ellos son los que desaparecieron. Y a mi también me amenazaron, por estar en el Di Tella y también por ser como era.
– El Partenón también tiene que ver con eso.
– Si. Este es el Partenón de la paz. Imaginate que hay libros que han venido de todas partes del mundo y la gente va a caminar por ahí y van a poder ver todos los títulos y los autores. Es muy interesante porque te vas dando cuenta como es la fluctuación de pensamiento de la sociedad. Como algunos libros fueron prohibidos, vueltos a editar y vueltos a prohibir. Aparte te culturizás, hay gente que no sabe que hay libros prohibidos o no saben cuáles son. Ya hay como 50 mil y estamos haciendo la campaña en Buenos Aires, para que la gente los done en los containers que hay por la ciudad.
Hablar del Partenón la entusiasma. Minujín ya dejó en claro que para ella va a ser una de sus mejores obras, que recibir la invitación de documenta fue "lo más" y que el 2017 es el año más importante de su vida.
El Partenón, que ya hizo en 1983 en plena avenida Santa Fe y 9 de Julio, fue construído en sólo 17 días y estuvo cinco en exhibición. Pero lo que se verá en la plaza Friedrichplatz en Kassel -donde en 1933 el nazismo quemó libros- promete ser distinto e imponente. La versión que estará en pie del 10 de junio al 17 de septiembre tendrá el mismo tamaño que el edificio original en Grecia, se construirá con 100 mil libros prohibidos de todas partes del mundo y tendrá 38 columnas de 14 metros y medio cada una, con mil libros en cada una de ellas, sobre las que se sumarán los frisos.
El desafío para la artista es reunir los 100 mil libros y los 700 mil euros que sale la instalación de la obra. Tanto documenta, como el Ministerio de Cultura Nacional y donantes privados serán quienes aporten. En cuanto a los libros, Minujín pide la colaboración de todos los que tengan libros en su casa que alguna vez hayan sido prohibidos en alguna parte del mundo. "Cualquiera que tenga un libro de Balzac, Rodolfo Walsh, Berthold Brecht, Thomas Mann, García Márquez, Oscar Wilde, tiene que saber que fueron prohibidos", dice.
Para ella este reconocimiento es aún más importante que otros por su admiración personal a esta exposición, donde no hay fines comerciales -porque no hay nada a la venta- y el público es especializado. Además, también le entusiasma que su obra sea totalmente gratis porque, al estar al aire libre, cualquiera va a poder acercarse. Al finalizar la muestra, muchos libros van a poder ser retirados por los que vayan y otra porción será enviada a distintas aduanas para ser repartidos en campos de refugiados.
Otra novedad del Partenón es que cada libro estará registrado en la estructura con un sello que indica que perteneció a la obra y la información sobre cuándo fue editado por primera vez, cuando fue prohibido y el nombre y el mail de la persona que lo donó, para facilitar el contacto entre los nuevos y los viejos dueños de los libros.
La recolección de libros está encaminada y Marta está anonadada con los libros y autores que alguna vez fueron prohibidos, muchos de los cuales leyó y a quienes admira. En medio de un gran papelerío de planos y bocetos busca una lista donde tiene muchos ya registrados y lee en voz alta: "La Biblia siempre fue prohibida. Gran libro". Y sigue: "Trópico de Cáncer de Henry Miller. Año de publicación: 1934. Autobiográfico. Prohibido en Estados Unidos. Razón de la prohibición: 'es un pozo ciego, una alcantarilla abierta, un hoyo de putrefacción'. Esto es muy interesante". Está fascinada.
Como otra retrospectiva a la década del 80, la otra actividad que va a desarrollar Minujín para documentar en Grecia es similar a lo que hizo en 1985 con Andy Warhol y la doble de Margaret Thatcher. En una serie de doce fotos, los artistas giraban en 180 grados sobre dos sillas y el representante de Estados Unidos (o del Reino Unido en el caso de Thatcher) recibía de la representante argentina como pago de la deuda externa maíz, el oro latinoamericano. "El concepto era que la deuda estaba paga con creces porque la Argentina alimentó al mundo con los granos durante la primera y segunda guerra mundial. Es absurdo pensar que la Argentina estaba en deuda si mantuvo gente viva por tantos años".
La performance que va a suceder en Atenas -también relacionado con el tema de la edición decimocuarta de documenta- se basa en que, según Minujín, "todo se lo debemos a Grecia". "Mi teoría es que la deuda está super paga con toda la cultura que nos regalaron los griegos por cuatro mil, cinco mil años. Nosotros venimos de ahí. Aprendiendo de esos filósofos hemos construído toda occidente. La deuda está paga". Para representarlo, la artista va a realizar una serie de fotos con 400 kilos de olivas, la mayor exportación de Grecia, y se las va a entregar a la doble de Angela Merkel, canciller alemana. "Es imposible que Grecia le deba a los alemanes una deuda brutal que no le permite salir ahora del pozo en el que está".
– Siempre decís que tu arte es para los "iletrados" y no para el público de museo. ¿Te sentís cómoda con la denominación popular que tenés como artista?
– Sí. A mí no me gustan las ferias de arte ni me gustan los coleccionistas. No quiero ser agresiva pero a mí no me gustan los que se llevan la obra, la tienen guardada y no quieren que nadie la vea. Pienso que el arte tiene que ser para todos y lo que tiene el documenta es que es una plataforma donde nada es para vender, es genial.
Yo dependo del público, del gran público. Por ejemplo lo que hice con El Obelisco de Pan dulce. Se me ocurrió por haber venido a Argentina y haber visto que todo el mundo comía pan dulce en navidad. Mi mente es una esponja que absorbe las ondas de los argentinos. O El Obelisco Acostado, por ejemplo. Ahora hay miles de marchas y manifestaciones en Buenos Aires. Esa gente va por la 9 de Julio y ve siempre el obelisco parado pero suponete que un día lo ven inclinado. Toda la gente que está ahí se descoloca. Y eso es una situación de arte.
– ¿Le tenés miedo a la malinterpretación de tus obras?
– Todo el tiempo estoy siendo malinterpretada. Por ejemplo, últimamente fui mal interpretada con el tema de los libros. Hace poco mostré al Nunca Más en un container de los que uso para recolectar los libros para el Partenón como para dejar el mensaje de que los libros como ese no sean nunca jamás prohibidos y hubo toda una reacción brutal en contra mío en las redes como si yo estuviera tirando ese libro a la basura. Después los galeristas me tienen miedo. Si digo "las ferias no me interesan", se asustan.
Dice que las críticas le afectan, pero rige su vida y su arte por una frase que le dijo Le Cobursier sobre la arquitectura cuando la conoció en la exposición Pablo Curatella Manes y treinta argentinos de la Nueva Generación en 1960, que ella anotó y reversionó aplicándola al arte: "Las grandes obras las crean los genios locos, las ejecutan luchadores natos, las disfrutan los felices cuerdos y las critican los inútiles crónicos".
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