Saroo Brierley hoy tiene 35 años -o quizá 34 o ya 36-. El 22 de mayo festejará su cumpleaños número 36, aunque ése no es el día en que nació. Fue el día en el que lo anotaron en el orfanato cuando lo encontraron.
Era un día de calor abrasador, uno más, en Khandwa, India. Saroo, junto a su hermano mayor Guddu, salieron a trabajar. A intentar ayudar a su madre para llevar un plato de comida al hogar. El niño de 5 años no resistió el cansancio de la jornada y desparramó su cuerpo estrecho en uno de los bancos de la estación de tren en Burhanpur. Esa siesta alteró todo su destino.
"Pensé que mi hermano volvería por mí, pero cuando me desperté no lo vi por ningún sitio. Entonces vi un tren frente a mí y decidí subirme, esperando encontrar en él a mi hermano". El viaje en tren se extendió durante largas horas, 14 exactamente, hasta que se bajó en Calcuta. "Estaba muy asustado. No sabía dónde estaba", le contó a BBC.
Pasaron días. Los días se convirtieron en semanas. Saroo sobrevivió solo en la intemperie de Calcuta. Durmió sobre un cartón en una estación de subte. Después en la calle. Hacinado, sucio, sin un techo. Subsistió gracias a la comida de la basura y al agua de los grifos. La angustia de la incertidumbre se apoderó de él. "No hay salvación en absoluto", dijo. "Lo único que podés hacer es intentar sobrevivir un día a la vez".
Un día, una pandilla que se dedicaba a raptar niños de la calle, intentó capturarlo. Corrió a través del pasillo de la estación, subió las escaleras a toda la velocidad que sus piernas cortas le permitían hasta que pudo librarse de los secuestradores, que se llevaron a varios de sus compañeros.
Durante un tiempo, Saroo, que no entendía el dialecto bengalí de Calcuta, vivió en la casa de una familia junto a una adolescente local. Ante el temor de que se lo llevaran, huyó del hogar y, a los pocos días, el 22 de mayo de 1987 -su nuevo cumpleaños- fue inscripto en el orfanato de la zona, donde cientos de niños abandonados vivían en condiciones deplorables y bajo un régimen dictatorial.
Su tiempo de sufrimiento se terminó, por fin, cuando una familia australiana se interesó por él. Querían adoptarlo y Saroo, con su escaso discernimiento de la situación, entendió que era su mejor posibilidad. Voló junto a una asistente social hacia Tasmania. Allí lo recibieron Sue y John Brierley. La distancia inicial se rompió cuando le regalaron chocolates, un libro y, sobre todo, un peluche de un koala, al que luego llamó Koala Dundee.
Creció rodeado de amor y con un nuevo hermano, Mantosh, otro niño indio que adoptó la familia. Con comodidades inéditas hasta ese entonces y bajo el sentimiento de ser uno más, transcurrió la adolescencia hasta independizarse en la mayoría de edad. Al igual que esa siesta en la estación de tren, un avance tecnológico viraría su destino.
Saroo descubrió Google Earth, una novedosa herramienta que proporciona vistas aéreas del planeta. En ese momento, reconoció que podía ser una alternativa para reencontrarse con su familia. Volver a ver a su madre, a su hermano y a su pequeña hermana que ya sería adolescente. "Me sentía como Superman. Podía volar por encima de los paisajes y me preguntaba, '¿Este lugar se me hace familiar?' Y me respondía… 'No'. Entonces seguía buscando y buscando".
A lo largo de cinco años, se embarcó en una búsqueda obsesiva. Seguía su instinto y los pocos recuerdos que albergaba le permitieron calcular un radio extenso de acuerdo a la duración de ese viaje a Calcuta y la velocidad de los trenes de la época. De ahí en más, dedicó su vida a explorar. La pared de su departamento se transformó en una larga sucesión de clips y anotaciones con imágenes de Google Earth hasta que un día, ya con cierta desazón, encontró una torre de agua que le pareció conocida. "¿Es real? ¿Estoy soñando?", se preguntó.
Las piezas del rompecabezas -borrosas pero familiares- lentamente se acomodaban en su lugar. Una plataforma de la estación de tren. Un puente peatonal. Un barranco. La topografía, difusa antes, ahora se esclarecía. "Fue un momento surrealista. Saltaba de alegría por dentro", recordó en la revista People.
En febrero de 2012, entonces, Saroo viajó a la ciudad india de Khandwa, motivado por el apoyo de sus padres adoptivos que entendieron la necesidad de reencontrarse con su identidad. Mientras caminaba por su ciudad natal, desandó caminos, pequeños pasadizos que se volvían reconocibles. Su intuición lo guió hasta que arribó a su primer hogar. Mugriento, lleno de sonidos de animales, se dio cuenta de que allí ya no vivía su familia.
Logró comunicarse con uno de los aldeanos que lo llevó hasta una anciana que primero lo miró, luego lo reconoció, y después, en estado de shock, lo acarició y lo abrazó. "Fue el momento más importante de mi vida", aseguró. Cuando le preguntó por su hermano Guddu, recibió la triste noticia de que, un mes después de su desaparición, había sido encontrado muerto en las vías del tren. Con quien sí se reencontró fue con su pequeña hermana, ya entrada en la adultez.
Saroo se enteró de que su nombre original en realidad era Sheru, que significa "león"; sólo que él lo decía mal. Un año más tarde, viajó junto a su madre adoptiva Sue a Kandwa para conocer a la mujer con la que ahora compartía un lazo. Con la ayuda de un traductor, los tres se unieron.
"La tierra parecía sufrir una especie de movimiento extraño", dijo Sue sobre ese momento. "Empecé a llorar, y ella me abrazó. Me dijo a través del traductor: 'Él es tu hijo ahora. Le doy mi hijo a usted'. Permanecimos allí por un buen rato, sólo nosotros tres sosteniéndonos". De repente, el llanto se aplacó y solo quedó el suspiro.
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