Existen momentos en los que una relación comienza a transformarse en un romance. Un instante en que se produce un crac en el interior y en el que todo parece ganar un nuevo significado. Algo así le sucedió a Juliana Awada (42), cuando vio a Mauricio Macri (57) por televisión con un moretón en el ojo. Pero la imagen no le generó empatía, sino complicidad y un aura de protección, como no había sentido en mucho tiempo.
La anécdota, relatada por la propia Juliana, asegura que ella terminó de enamorarse cuando una mañana los movileros le preguntaron a Mauricio por el golpe y él, frente a las cámaras, dijo que había recibido un codazo en un partido de fútbol; cuando en realidad Valentina -primogénita de Juliana- le había pegado una patada sin querer.
El amor es un laberinto de misterios, de caminos que se cruzan, de destinos sin destino o de uniones eternas. Para entender el romance entre Mauricio Macri y Juliana Awada no basta con citar fechas, con enumerar acontecimientos, sino que se debe comprender el recorrido, el trayecto que los llevó a unir esperanzas y objetivos, ya que la vida los había cruzado en varias oportunidades, pero recién los unió hace algo más de seis años.
El amor antes del amor
Antes de ser primera dama, Juliana ya era una empresaria, conocía por experiencia propia lo que significaba manejar un grupo de personas y tomar decisiones que afectasen directamente la vida de otros. Hija de un matrimonio sirio-libanés, su padre -Abraham Awada- erigió un emporio textil durante los 60 que hoy se mantiene detrás de la marca de ropa e indumentaria Awada. Por su parte, la historia de Mauricio también encarna mandatos familiares: Franco Macri, su padre, levantó un imperio en la construcción y luego se diversificó a otros rubros empresariales.
Ambos tuvieron una educación distinguida, ella asistió al Chester College, un prestigioso instituto del barrio de Belgrano, en Buenos Aires, para luego estudiar en el exterior; mientras él se formó en el Cardenal Newman, y también dejó el país para seguir perfeccionándose. Esta formación los introdujo en un universo de características similares y así comenzaron a cruzarse en el exclusivo club "Ocampo" y, en algún momento, hasta llegaron a compartir el mismo personal trainer. El camino comenzaba a unirlos, pero aún no era el momento.
Con apenas 23 años, ella conoció a quien sería su primer marido, Gustavo Capello, pero el matrimonio duró apenas un año. Debido a sus obligaciones, Juliana viajaba por el mundo junto a su madre, Elsa Esther Baker -conocida como Pomy- y en un avión de Air France, se relacionó con Bruno Laurent Barbier, con quien tuvo a su primera hija, Valentina, pero luego de 10 años decidieron separarse sin pasar por el altar.
Por su parte, el presidente tuvo dos esposas con anterioridad. Primero fue Ivonne Bordeu, hija del automovilista Juan Manuel Bordeu y medio hermana del actor Juan Cruz Bordeu, hijo del corredor y la actriz Graciela Borges (quien estuvo en el casamiento). Con ella tuvo tres hijos: Agustina, Jimena y Francisco.
En 1994, se unió con la modelo Isabel Menditeguy, hija del polista Carlos Menditeguy, con quien permaneció hasta 2005. La relación parecía más fuerte que nunca, pero él comenzó a disputar la presidencia de Boca y la situación cambió. En una entrevista con Para Ti, en enero de 1997, Macri comentó: "Lo de la presidencia del club no la pone muy contenta porque sabe que es algo que te absorbe. Pero no le di elección. Para mí es un tema prioritario".
Hechizo del tiempo
En 2009, Mauricio Macri y Juliana Awada volvieron a cruzarse, aunque él tenía su imagen grabada en la retina de haberla visto tanto en el club como en otros eventos. "Yo la vi en una comida hace años y dije: 'mirá que hermosa mujer", le confesó a Susana Giménez.
Luego de aquel flechazo, él la invitó sistemáticamente a cenar, una, dos, diez veces, hasta que ella cedió y pasaron un fin de semana romántico en el campo. De ese encuentro él supo que "estaba loco por ella" y convencido de que quería casarse. Ella estaba 'enganchada', pero no segura de que él era el indicado, hasta que una mañana prendió el televisor y lo vio, con su ojo en compota, 'mintiendo' para proteger la intimidad de la pareja.
A los tres meses, Mauricio fue más allá y le propuso mudarse juntos y cuando esto sucedió no fue suficiente para el actual presidente y en las primeras horas de convivencia le pidió matrimonio.
Se casaron el 16 de noviembre de 2010, en el complejo de Costa Salguero. Macri, entonces jefe del Gobierno de Buenos Aires, dijo luego de dar el sí: "Gracias por haberme elegido, gracias negrita, mágica, única y hechicera. Ahora, mi estado civil es feliz".
Es que para Mauricio, el encanto de Juliana tuvo un poder más allá de la razón, le produjo una atracción de la que nunca pudo escapar: "He caído en la telaraña del 'pulpito Awada'. Estoy hechizado por esta mujer. Me hace bien y estoy entregado".
En una entrevista al diario Clarín, ella fue contundente: "No es que yo viera a Mauricio y me enamorara la primera vez, pero cuando empezamos a salir inmediatamente sentí que era el amor de mi vida". Y es que él también la cautivó y, como dijo el prestigioso psicólogo argentino Juan David Nasio, "en el amor verdadero siempre debe estar la admiración de por medio".
"No podría estar con alguien que no fuera sensible y cariñoso. Él le da mucho valor e importancia a la familia. Si hay algo que admiro de él es lo buen padre que es con cada uno de sus cuatro hijos, lo compañero y agradecido que es conmigo. Aprendo mucho de él".
Un año después de la boda nació Antonia, el máximo signo de un amor basado en la 'hechicería' y la admiración.
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