El orgullo argentino la abrazó cuando el diseño y el arte se unieron para exhibirse por completo. Arquitecta, paisajista, ambientadora y artista. Reina pop. Dalila Puzzovio, ícono de la moda, permanecerá por siempre asociada -ella y su obra- a uno de los fetiches más poderosos de la estética femenina: los zapatos.
Eran los 60 y Dalila salía al mundo con minifalda y zapatos de boxeadores que compraba frente al Luna Park. La modernidad visual de la cultura porteña se vivía en las calles. Allí se bailaba, se cantaba, se vestía y se desvestía. "Hoy noto una gran avidez por la vanguardia, estoy segura que aún en el país no se digirió la que se produjo en los años 60. Hay un gran deseo de desencadenar vanguardia", destacó.
Pocos artistas argentinos lograron un devenir tan destacado. La trayectoria puede ser eterna, pero lo que trasciende es la obra. Y Puzzovio, avanzada en sus ideas y propuesta artística, logró que su creatividad y -posteriormente- sus creaciones, perduren por siempre.
"Soy una artista renacentista. He encarado muchas actividades dentro del mundo de la creación, pero para mi no hay tareas menores", destacó, quien supo destacarse desde el diseño de una taza hasta la ambientación de un centro comercial inmenso.
“Tenía un profesor de pintura, salíamos hacer ‘manchas’ por el botánico. a crear y la gente en la calle me gritaba Picasso”
Puzzovio fue una de las musas inspiradoras en el área artística del mítico Instituto Di Tella de Buenos Aires y protagonista atrevida del movimiento pop de los intensos años 60. Sin embargo, su primer contacto con el arte comenzó desde muy pequeña, encontrando el aliento en su familia, inmigrantes italianos, quienes en base al esfuerzo le marcaron el camino que la llevó al éxito.
– ¿Cree que ser mujer es un obstáculo para ser artista?
– No solo el hombre es la muralla, otra mujer también lo puede ser. Es importante hacerse un espacio, tener personalidad propia y ser auténtico. La dificultad aparece cuando no se aceptan las concesiones, entonces la lucha no son las concesiones con el género. Lo que si destaco -por ejemplo- es que en The Museum of Modern Art (MoMA), el porcentaje de la obra femenina expuesta no alcanza al 4%. Eso habla de algo.
Puzzovio trabajó incansablemente. Los talleres de los inolvidables maestros surrealistas Juan Battle Planas y Jaime Davidovich le abrieron las puertas para asentarse y dar los primeros grandes pasos.
Tras esa experiencia, y luego de una austera etapa informalista donde participó del grupo Arte Nuevo, encontró la fuente de inspiración para su primer proyecto: "Cáscaras", que viajó por el mundo y le hizo ganar el Premio Nacional Di Tella.
– Recibió el premio de mujer creativa 2016, ¿Cuánto influye la creatividad en el arte?
– Pienso que es un don. Yo nunca supuse que el hecho de ser mujer iba a ser una traba. Pero sin ser ingenua, estudié el doble. Por ejemplo, cuando realicé la escenografía para el teatro San Martín, al mostrar las propuestas dije 'qué suerte que estudié para un 20'. Las preguntas eran bravas.
Hay un momento fundacional en la historia artística de Dalila y es el encuentro entre ella y Germaine Derbecq, crítica de arte y curadora de la galería Lirolay, una de las más importantes y desestructuradas de Buenos Aires en plenos 60. Derbecq apoyó a la entonces joven Puzzovio para concretar su primera muestra individual.
“Marta Minujín, Nicolás García Uriburu y todos los que surgimos del Di Tella expusimos por primera vez en las galerías Lirolay”
Más tarde, su pasión por el arte se trasladó al ámbito familiar de la mano de Charlie Squiree, su marido, con quién además compartió diversos proyectos artísticos como los paneles de póster.
"El arte en mi vida es y será incondicionalmente el aire que respiro, no conozco otro modo de permanecer en el planeta tierra. Es el territorio más atractivo que se extiende en expansiones que valen la pena transitar. El arte tiene tantos abecedarios como para desafiar y crear vanguardias"
– ¿Qué "ingredientes" usa para crear sus obras?
– Yo hago la obra, jamás doy concesiones. Después me sorprendo cómo viven solas. No trabajo para la eternidad. Cuando vienen los críticos siempre destacan a la fundación Di Tella, dicen que estamos a la altura de Nueva York o Tokio. El hecho de que queden deslumbrados y que después la obra trascienda es fundamental para que los artistas puedan ser reconocidos internacionalmente.
En sus obras, las plataformas, los osos y los collage de paisajes fragmentados entre la fotografía manual y el arte digital son moneda corriente, pero todas tienen contienen su sello distintivo.
Las plataformas en su obra merecen atención. También dedicación. En 1967, con la muestra "Dalila: doble plataforma", Puzzovio no sólo obtuvo el segundo lugar del Premio internacional del Instituto Di Tella sino que irrumpió fuerte como una artista transgresora y de mirada sofisticada en Argentina. Fueron 16 pares de zapatos expuestos en cubos de acrílico dentro de un gran exhibidor de acero e iluminado en su interior.
– Usted está casada con el artista Charlie Squirru hace 50 años, ¿cómo es un matrimonio de artistas?
– Muy original. Nos admiramos muchísimo, no hay competencia. Charlie me define como la canción de Cole Porter, You are the top.
– ¿Usted se siente así?
– Cuando él me lo dice, sí. Me define como sensible, artista y extremadamente original. También me marca que soy buena persona.
En 2011, cumplió 50 años de trayectoria coronando su éxito con una imponente instalación en ArteBA. "El deslumbre", curada por el galerista Daniel Abate, recreó el ambiente de una zapatería donde se expusieron los calzados arty de Puzzovio que marcaron una época. La visitaron más de 400 mil personas.
– ¿Qué le diría a los jóvenes que sueñan con ser artistas?
– Todas las familias están felices de mandar a sus hijos a clases de pintura. El desafío es aceptar un hijo artista, porque es un fuera de serie y eso inevitablemente genera sorpresas. Imaginate a Beethoven en el living de tu casa. Creo que hay que seguir el camino y la vocación a ultranza, pero es difícil convivir con un artista. Yo tuve la suerte de ser siempre incentivada. Ahora pienso que los genios fueron mis padres que nunca me censuraron. Yo sólo tenía una hambre descomunal.