Tiene la palma de la mano izquierda escrita con birome. Será algún recordatorio. Le pregunta al fotógrafo si sabe cómo hacer foco con una filmadora. "Gino Tubaro -interrumpe la sesión un tercero que lo saluda-. No me conocés, pero una vez te mandé un mail". Se quedan charlando de ciencia con terminología específica. Gino le explica cómo hacer algo en una breve clase gratuita. Antes de despedirse, le pregunta su nombre y le da un apretón de manos. Cosas que le pasan a diario a un joven que se sube a umbrales para sacarse fotos, que se divierte con la exposición y la fama. Que pregunta dónde tomarse la línea D. Que se va: mochila pesada sobre un solo hombro, saco con remera, tanteando dónde para también el metrobús. Gino Tubaro viene de dar una charla y viaja a dictar otro seminario. Una vida incipiente, 20 años de historia, no muchos de carrera, una promesa de la ciencia. ¿Un genio? "Nah, apenas un pibe creativo, que le gusta hacer lo que hace", corrige.
A los seis años se tomaba con su mamá el colectivo 42 cerca de la cancha de Huracán y se bajaba en Alvarez Thomas y Av. Lacroze. De Pompeya, donde vivió y vive, al límite entre Chacarita y Colegiales. Cada fin de semana iba a un taller de inventiva, un espacio genuino para invertir energías y estimular su creatividad. Papel, cartón, una impresora vieja, un lavarropa roto, artefactos para desarmar, jugar e inventar: al finalizar la clase debía exponer su creación. Una actividad que además de potenciar sus sentidos, aliviaba la paz del hogar: "Probé un montón de otras cosas. Hice once años de natación, tres años de básquet en San Lorenzo -era alero-, intenté tocar la guitarra, la batería, el teclado. Pero la que más me copó era ésto. Imaginate un chico de cinco años corriendo por la casa con un cuchillo buscando cosas con una cruz para desarmar. Ese era yo. Mi vieja me lo repite todo el tiempo: andaba por la casa desarmando cualquier cosa que encontrara. Y si no se desarmaba, agarraba un encendedor, calentaba el cuchillo y le cortaba el plástico hasta que se abriera".
-Alguna macana te habrás mandado…
-Me quedé pegado a 220 mil veces. "Uy, alguien tiró percloruro en el baño, entonces el ácido férrico hizo que la cañería se derritiera e hiciera un agujero", eran las cosas más típicas que pasaban en mi casa. O soldar arriba del lavarropa y que se caiga el soldador sobre el plástico y que se haga un agujero enorme…
-Sólo querías crear algo nuevo.
-Exacto. En el armario de mi pieza, arriba están todas las cajitas de los juguetes apiladas y abajo lo único con lo que yo jugaba: un depósito donde metía la chatarra, cosas de electrónica, piezas de muñecos, cartones. Lo que más me gustaba era crear cosas a partir de lo que sacara de ahí. Yo compraba juguetes para romperlos y hacer otra cosa.
Una vez compró en un "todo por dos pesos" una jabonera, una esponja y un palo enorme e inventó un lampazo. Ahora hace "superhéroes", la figura representativa de la prótesis de manos realizada mediante impresión 3D, un invento que le devolvió la sonrisa a Felipe Miranda, un niño de once años, que hará lo mismo con otros 20 en una "Manotón", un evento de entrega solidaria de prótesis personalizadas bajo los diseños de "superhéroes". Una creación que recibió el premio "Una idea para cambiar la historia", organizado por el canal History, y que lo tuvo como orador en la tercera edición de una iniciativa que apoya la innovación en Latinoamérica. Una transición rauda desde sus primeros inventos hasta sus nuevos proyectos.
Recuerda una botella separadora de canicas y un sifón de soda devenido a un trompo. Sus creaciones que datan de una edad prematura, una edad en la que no sabía escribir pero le sobraba curiosidad para interpretar el funcionamiento de las cosas. Hoy se considera un inventor, una profesión que, según Gino, debe proveer conceptos de creatividad, perseverancia e "hijaputez": "Porque hay un montón de gente que te va a decir que todo lo que hacés está mal, que no tenés razón, que tu proyecto es pésimo. Pero tenés que demostrar que lo que estás haciendo está bueno sin importar lo que el otro diga".
No soy un genio. Me defino como inventor porque me gusta crear nuevas
-¿Cuántas veces te dijeron "esto no va a funcionar"?
-Todo el tiempo, siempre. Todos los ortopedistas me dicen que las prótesis no funcionan. Y hay chicos que tienen nuestras manos y son superhéroes. Intento buscar el interés oculto en los comentarios que me hacen, pero básicamente me "patina" lo que digan…
-¿Por qué manos, por qué ideas "sociales"?
-Porque me gusta inventar cosas que soluciones los problemas de la gente.
-¿Para eso está el inventor?
-No. Cuando Einstein hizo descubrimientos atómicos, nunca pensó que lo iban a usar para hacer una bomba atómica. Con sus inventos se hicieron un montón de cosas para ayudar a la gente… Sólo que dos o tres locos lo usaron para hacer una bomba. Un invento no es social o no. Generalmente se inventan cosas para que avance la humanidad. A mis inventos los enfoco desde un costado social porque es lo que más impacto tiene. Y porque para mí es un orgullo ver a un pibe sonreír con la prótesis que inventé.
-¿Quién te dio más satisfacción: Obama o Felipe?
-Obama es un tipo que habló de mí en la Usina del Arte y sólo me sirve para presentar en distintos lugares. Está buenísimo que alguien como él me haya felicitado, pero es sólo una felicitación más. Lo que más alegría me da es que un chico como Feli esté utilizando algo que yo inventé. El pibe está chocho. Y eso es mucho más gratificante que diez felicitaciones del presidente de Estados Unidos.
-Es el camino que quisieras seguir.
-Sí. Quiero seguir inventando cosas.
-¿Para quiénes?
-Para todos. Que le sirva a todas las personas y que no quede solamente en un producto. No quiero crear algo comercial, que se venda. Los descubrimientos tienen que ser un bien para beneficio de todos.
Y así como cae en las generales de los inventores, ser un nuevo Elon Musk -gurú de la tecnología y cofundador de PayPal, Tesla Motors, SpaceX, SolarCity, Hyperloop y OpenAI-, Gino Tubaro elige a su profesor del taller de inventiva como fuente de inspiración: "En la escuela de fin de semana había un tipo de 80 años que nos daba clases. Que alguien de esa edad se preocupe por un pibe de diez años que juega a inventar cosas es mucho más inspirador que uno que ves por tele". Ahora trabaja en un traductor de texto plano de braille, letras tradicionales traducidas a braille dinámico gracias a un dedal hecho de un mouse reciclado, y en una remera inteligente que monitoree el ritmo cardíaco, advierte una irregularidad y sugiera atención médica a través de una aplicación en el smartphone. Sueña también con productos sustentables y ecológicos: "Como una computadora que funcione sólo con paneles solares pensada para chicos que no puedan comprar una ni tengan donde enchufarla. Patente pendiente". Y se ríe. Porque parece divertido jugar a ser inventor. Mientras no se olvida de sus compromisos: en la palma de su mano izquierda, medio borroneada, se lee "9 días #Manotón", el aviso de los días que faltan para su programa solidario, de bajo costo económico y fuerte impacto social.