Maldita similitud. "Nunca he interpretado una historia que fuera tan cercana a la realidad que me rodeaba", disparó Elizabeth Moss, la actriz principal que interpreta a Jane Osborne en la serie que está hoy en boca de todos: The Handmaid's Tale (El Cuento de la Criada, en español). La multipremiada producción ganadora de cinco premios Emmy está basada en la célebre novela de la escritora canadiense Margaret Atwood, y relata en voz de la protagonista un futuro apocalíptico en el que en Estados Unidos está sumido en una sombría teocracia.
Con una fotografía minuciosamente pensada, cada escena de esta serie revela más que las palabras de sus protagonistas. La historia sucede en algún pueblo del este de Estados Unidos en el cual, luego de una supuesta epidemia que hizo caer drásticamente la tasa de fertilidad, un grupo armado toma el poder por la fuerza, dividiendo a la sociedad en ciudadanos de primera (hombres) y ciudadanos de segunda (mujeres).
Tal como sucedía en los oscuros tiempos de la Edad Media, las mujeres no pueden leer, mucho menos estudiar, alzar la voz, trabajar o sentir placer. Quedan económicamente esclavas por su condición de mujeres. Pero eso es solo la punta del iceberg sobre la paupérrima calidad de vida que describen los lentos pero excelentes diálogos que la protagonista mantiene con ella misma.
Las mujeres son divididas a su vez en castas y aquellas cuyos cuerpos siguen fértiles (las llamadas criadas) son violadas (¡el término sometidas queda corto!) sistemáticamente por señores feudales del siglo XXI, la clase de élite del gobierno teocrático.
"Las líneas (entre realidad y ficción) han sido mucho más borrosas que en cualquier otro papel", dijo también Moss sobre el emblemático rol que ocupa en Handmaid's Tale. Y es que la violencia psicológica filmada tan indiferentemente provoca piel de gallina. De manera magistral, los productores logran acariciar una atmósfera lúgubre sin mostrar (casi) ninguna escena de sangre o resistencia física extrema. Las violaciones y el sometimiento de todos los derechos individuales de la mujer están sorprendentemente naturalizados, sin culpa por parte de los cazadores (los hombres) y sin resistencia por parte de las cazadas (a esta altura sería obvio decir mujeres).
"Es mejor morir", pensarían muchas de las lectoras si tuvieran que vivir en un mundo tan ajeno. Pero en esta distopía, las criadas no son siquiera dueñas de su propio cuerpo, que en primera instancia les pertenece a sus amos (los dueños de la casa donde viven ellas), y en segunda instancia a Dios.
Por eso no sorprende que algunos colectivos de mujeres argentinas hayan tomado esta serie como un símbolo de la opresión de la mujer y de sus libertades como persona íntegra. El martes pasado, un grupo de mujeres periodistas organizaron una performance de "Las criadas en el Senado", evocando la novela y la serie, para pedirles a los legisladores que voten a favor la ley del aborto legal.
Suena provocadora Handmaid's Tale, en un momento en el que en el mundo las mujeres están cada vez logrando mayor independencia y derechos en una sociedad que les dio la espalda por centenares de años. "Pero, ¿cómo es posible que las mujeres vuelvan a caer en desgracia después de todo lo alcanzado en estas últimas décadas?", se preguntaría una al terminar la segunda temporada. ¿Es posible que todo lo que nos hemos empoderado se tire a la basura, que termine en un simple renglón de un libro de historia?
No está en la superficie del argumento ni en la primera lectura de la novela, pero subyace en el libreto la idea de que estos derechos se pueden ir perdiendo de a poco. En algunas imágenes de la serie, traídas del pasado tipo flashback, se muestra como primero los homosexuales (otra minoría apabullada por este nuevo orden político) eran maltratados y no eran bienvenidos en algunos negocios (alguna coincidencia con la segregación inicial a los judíos en la Alemania Nazi), luego las mujeres no podían manejar su dinero, después fueron echadas de su trabajo sin ninguna advertencia ni explicación, y por último, ya sentenciadas a cumplir su condena de vestir lo que les ordenaban y acatar las demandas de aquellos que ocupan el poder.
Y se vuelve, de nuevo, a mezclar la realidad con la ficción, la historia con el cuento o la novela. El ambiente de la serie es una pizca de los peores tiempos del régimen de terror de Stalin, con la desconfianza vivida en la sociedad de 1984, la novela de George Orwell, y con los videos que circulan por televisión del grupo terrorista Isis.
La comunidad teocrática de Handmaid's Tale no es consumista, cuida el medio ambiente y sus miembros comen productos orgánicos. Pero para que funcione esa sociedad planificada desde lo más arriba del gobierno, deben controlar cada ámbito de la vida de las personas a punta de pistola. Lo más escabroso es que allí, el fin justifica los medios.
Cadáveres de disidentes colgados de muros, picanas, mutilaciones, escraches a gays y un neolenguaje le agregan el condimento para un combo explosivo ante un Dios que todo lo mira. Y todo lo permite.
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