Puede ser un maestro de escuela de un barrio carenciado y codearse con el glamour de Hollywood y estrellas como Angelina Jolie y Salma Hayek. Puede dejar el traje de Pastor que tantas alegrías le dio en El Marginal y probarse el de Guillermo Cóppola, para reflejar sus mil vidas y sus tantas noches. Y puede hacer reír con su probado oficio de la comedia que revalidará en la inminente Matrimillas, junto a Luisana Lopilato. Juan Minujín es uno de los actores más requeridos de este tiempo, entre otras cosas por esta versatilidad a prueba de historias y personajes, construida desde su trabajo de orfebrería.
En orden de aparición, acaba de estrenar El suplente, uno de los motivos de su felicidad, esa que se siente cuando se cumplen los deseos. “Es una película que tiene mucho trabajo de investigación previa y se nota en el guion. Y es muy relevante en este momento por la discusión que se está dando en la educación”, analiza sobre su papel de Lucio, un maestro sustituto en una escuela que es mucho más que una institución educativa, para el que se tomó el trabajo de realizar un estudio de campo con docentes y alumnos de los barrios populares.
Pero independientemente de cualquier personaje, siempre es interesante escuchar a la persona. Al Juan involucrado con su tiempo, responsable por su trabajo, reflexivo ante el aquí y ahora. Esencialmente inquieto. Y con una mirada que intenta observar un paso más allá.
—Sé que sos un hombre muy comprometido con lo social. ¿Con qué te encontraste yendo a estas escuelas?
—Con todas las dificultades que ya tiene la educación pública más la precarización grave que tienen escuelas que están pegadas a los barrios populares o adentro de villas, en donde la interacción con las fuerzas de seguridad es compleja. La interacción con el barrio es compleja. Los problemas que tienen las familias, la pandemia dejó como un tendal. Padres y madres sin laburo, mucha angustia…
—Y el narcotráfico muy cerquita, a veces.
—Y el narcotráfico, ni hablar. Me parece que la virtud que tiene la película es mostrar lo complejo de la situación. Por ahí el que hace narcomenudeo es el vecino o es el compañero de banco de otro. Es mucho más intrincado, y se pregunta cuáles son las herramientas que uno tiene adentro de la escuela ante una respuesta que siempre es punitivista.
—Me parece muy interesante pensar cuál es el rol de la escuela, que va más allá del educativo propiamente dicho. Hay un rol de contención ¿no?
—Sí, es una contención afectiva y social muy grande. Y hay docentes que pelean contra la deserción escolar poniendo el cuerpo y yendo a la casa y entrevistándose con los padres de los chicos para que vuelvan a la escuela. Y son padres con miedo, porque es peligroso llegar hasta ahí. Y la oferta del narcotráfico en un lugar en donde hay un montón de pobreza, es muy tentadora. Además, muchas veces en esos barrios la única presencia del Estado es con las fuerzas represivas, criminalizando un montón de situaciones que a mi juicio lo que hacen es empeorar la situación, en vez de darle una salida.
—A veces es la escuela. A veces es el club. Pero son espacios de contención social muy importantes. Vos venís trabajando con La Poderosa, ¿no?
—Sí, colaborando con lo que puedo. Ellos tienen un tejido armado por todo el país que es sobrecogedor, que cada vez que visito un barrio y estoy con ellos y me cuentan la cantidad de cosas que hay, quedo admirado y sorprendido.
—¿Qué hacés con ellos?
—La última vez fuimos a Fátima en una actividad conjunta con UNICEF. En los barrios son muy importantes porque siguen reflexionando cómo darle una salida colectiva a algo que es muy complejo, como el narcotráfico. Te lo digo, Tatiana, porque se mezcla lo moral, el tema de las drogas, con el tema de la represión, con que poner más policías. Y lo llevo a la película, porque adentro de la escuela las herramientas son la discusión, el diálogo, la palabra, la enseñanza, la democracia. Esas son las armas que los docentes tienen para ir transformando la vida de los chicos.
Lo que viene
Después de encarnar a este maestro del aula y de la vida, Juan se prepara para un rol bien diferente y quizás por eso igualmente apasionante. Se trata de personificar a Guillermo Cóppola en la biopic que recorrerá su fascinante vida, ambientada entre los años 80 y los 2000, y que cuenta con el visto bueno del involucrado. “Estoy contentísimo, es un personaje muy rico, muy complejo, con un abanico muy amplio para poder interpretar”, dice Minujín, que agradece el mimo de Guillote: “Para mí todo es divertido y todo es imposible. O sea, todo me lleva mucho trabajo”.
—Nunca es relajado Juan.
—No. Para estar relajado en un rodaje tengo que haber trabajado mucho antes. Por suerte con Ariel Winograd compartimos eso: trabajamos mucho en la previa, nos dejamos mensajes a cualquier hora. Es la primera vez que trabajamos juntos, teníamos muchas ganas, pero no terminábamos de coincidir. Por eso también este trabajo es soñado.
—Algo que dijo Coppola que me pareció interesante es que él habló con cada uno de los involucrados reales para avisarles. Como que se sintió maltratado en Sueño Bendito, la serie de Maradona, y no quería que esto sucediera en la suya. ¿Esto los condicionó a la hora de trabajar?
—No. Yo hablé con Coppola, pero también hay un lugar donde suelto y estamos todos de acuerdo con los guiones que vamos a hacer y a partir de ahí también es una ficción, es una comedia.
—¿Te pidió algo en particular?
—No, para nada. Me imagino que debe ser fuerte que hagan una serie sobre tu vida, que hablen sobre vos. No sé de nada puntual. Lo que sí te puedo decir es que Guillermo trabajó mucho con la gente de arte y de vestuario para ver cómo se vestían, qué marca de ropa usaban. Uno se va metiendo y es lindo tener las anécdotas de primera mano.
—¿Es verdad que Yuyito González y Analía Franchin no querían aparecer? ¿Al final están o no están?
—Te digo la verdad: en ese sentido no tengo mucha idea. Está Yuyito en la historia, también aparece Susana Giménez.
—¿Poli Armentano aparece?
—Aparece.
—¿Carlitos Menem Jr?
—Aparece también. Y Karina Rabolini, Daniel Scioli. Me parece que lo lindo es que tiene un abanico muy amplio. Ahora lo vemos contando las anécdotas divertidas, pero estuvo preso y tuvo sus momentos complicados.
—Y como si esto fuera poco antes de fin de año se viene Matrimillas también. En Netflix, con Luisana Lopilato, y en ese juego divertido de las parejas a la hora de negociar. ¿En tu casa funciona eso?
—No así exactamente, pero toda pareja tiene una parte que es negociación pura, ¿no? Obviamente la película toma ese tema para reírse un poco de esa empresa que es el matrimonio.
—Se me abren varias cuestiones en esto. Primero, no quiero dejar de pensar en que hablamos de géneros muy distintos. El suplente, Coppola, Matrimillas. ¿Te divierte cambiar tanto?
—Sí, me divierte y estoy muy agradecido de poder seguir explorando expresivamente diferentes lugares. Y en algún punto, todo es un poco parecido: no me lo tomo tan distinto El marginal como Coppola o Matrimillas.
—¿Te despediste de Pastor?
—Sí. Lo tengo en mi corazón, pero me despedí de una serie que marcó toda una cosa en el tema de la marginalidad en televisión. Muchos temas se cruzaron ahí y por eso me parece que tuvo esa potencia el programa. Fue una época linda.
—Hoy sos uno de los actores favoritos sin dudas. ¿Te sentís así?
—La verdad que no. Sí siento el enorme privilegio de poder elegir entre varias cosas que hace un tiempo no me pasaba. Igual siempre elegí las cosas que hacía, nunca es que hice cosas que no me gustaban o no me representaban. Después me equivoqué, entré en experiencias que no estuvieron buenas, pero siempre elegí. Ahora por ahí tengo más ofertas.
—¿Elegís vos o te filtra alguien primero?
—Elijo yo. Hay un equipo que trabaja conmigo en eso, que leen, charlamos, evaluamos. Pero elijo yo. Y si el material no me interpela desde lo humano, si siento que no voy a poder entrar expresivamente, puede ser un proyecto enorme pero no me interesa.
—¿Cuánto pesa lo económico?
—Pesa, pero te diría que nunca fue lo más importante en mi carrera la verdad. Desde que hacía teatro independiente hasta que fui haciendo cosas más populares y ganando más plata.
En el estrellato
En este camino por la profesión, se dio un gusto de los grandes al participar de Sin Sangre, una producción de Hollywood rodada en Italia, basada en una novela de Alessandro Baricco y con dos estrellas como Angelina Jolie y Salma Hayek: “Estoy medio maniatado para contar porque he firmado un montón de papeles y no puedo ahondar en el tema. Pero fue una experiencia muy muy especial”, adelanta.
—¿Qué tal Angelina Jolie?
—Divina. Una persona súper interesante, muy conectada, muy inteligente. Y a quien se le ve mucho el background de actriz. Tiene muy claro qué contar y por dónde ir.
—¿Salma Hayek?
—Divina también. Pero con ella no grabé, no tengo escenas con ella.
—¿Cómo llegaste a esa peli?
—Estaba en el medio del rodaje de Matrimillas y me llama un director de casting. Era un monólogo larguísimo en inglés, de cuatro páginas. Al principio dudé, porque grababa 12 horas y todo era muy confidencial. Cuando me dijeron el nombre y vi el proyecto, supe que valía la pena hacer el esfuerzo.
—Uno desde este lado tiene la fantasía de que actores consagrados no hacen un casting ni de casualidad. La otra vez lo charlaba con Natalia Oreiro, que audicionó para Santa Evita. Vos te lo bancás sin problema.
—Al contrario: te digo que me gusta, me parece una oportunidad. Cuando voy a los festivales de afuera, que no conocen mi trabajo ni mi trayectoria, me valoran por lo que ven ahí. Ahora estuvimos en San Sebastián con El suplente y la gente no sabe lo que hice antes. Y lo disfruto.
—¿Te han bochado en algún casting?
—Sí, sí…
—¿Y cómo se vive eso?
—A partir de la pandemia lo que hice fue una cosa que se llama self tape, que te hacés vos tu propio casting, lo mandás y después te enterás si quedaste. Te hablo de Marvel, cosas enormes. Hice miles de castings y el 90% me dijeron que no. Cuando uno se amiga con eso sabe que no es personal. Igual lleva un trabajo.
—Hay que tener todo muy en orden para bancarse esa cosa de la profesión.
—Sí, hay que poder trabajar el rechazo. Pero nos pasa a todos hasta en lo más mínimo. Lo que pasa es que acá es más negro sobre blanco: “No te queremos”.
—¡Eso duele! (Risas).
—Duele. Pero porque uno todo el tiempo está queriendo ser querido. Pero así es la profesión.
—¿Hay tiempo entre trabajo y trabajo? ¿Te permitís bajar, disfrutar un poco?
—Trato de tener tiempo. A veces me agarra ansiedad también, y no tiene que ver con las oportunidades ni con lo económico, sino que el vacío es a veces un momento difícil. Pero cada vez lo busco más: está bueno esperar, escuchar la intimidad de uno y no estar todo el tiempo queriendo estar.
—Tengo acá un textual de la última vez que hablamos, durante la pandemia, cuando te pregunté cómo imaginabas que iba a seguir el mundo: “Soy positivo en el sentido de que tal vez nos da la oportunidad de debatir más a fondo sin tanto ruido coyuntural cómo se distribuye la riqueza y el esfuerzo del trabajo de la gente”. Dos años pasaron de esta charla.
—A ver, sigo siendo positivo. Creo que se polarizaron a un extremo algunas cosas que han obturado completamente el debate sobre cualquier cosa profunda. Y va mucho más allá de la coyuntura, es un sistema al que no le veo la vuelta. Porque al final nos referenciamos con cuatro países europeos que les va bárbaro, pero el mundo entero está en una situación de un sistema extremadamente expulsivo. Y lo que antes era marginal ahora el margen se va acercando, y lo que está en el centro es un centímetro cuadrado donde está concentrado todo el poder y toda la riqueza.
—Y una derecha que avanza en el mundo. Mirá Italia, por ejemplo.
—Sí. Por eso digo, con muchos políticos con muy poca capacidad de diálogo y con mucha red social que a mi juicio es muy dañina en la inmediatez y la provocación y con muy poca capacidad de diálogo.
—¿Crees que las redes sociales nos hicieron mal?
—Creo que el saldo es negativo, sí. Si la gran mayoría de los políticos tuviera retardada la red social y pudiera repensar lo que escribió, estaríamos más tranquilos. Y los medios también levantan el tuit más escandaloso, entonces se va retroalimentando algo y parece que se acaba el mundo. Y es angustiante.
—¿Y como papá, cómo te llevas con las redes? Con esta sensación de que siempre lo mejor parece estar en otro lado y que nos estamos perdiendo de algo, que también genera mucha ansiedad y mucha angustia.
—Sí, pero sobre todo creo que lo más dañino es la necesidad de mostrar todo, todo el tiempo, para pertenecer. Las vacaciones, los hermosos momentos que paso con mis hijos, los hermosos momentos profesionales, la cortina nueva, cualquier cosa. Y todo empieza a ser una cosa muy estándar, que no me sorprende ni desde lo visual. Y el mundo es todo lo que no estamos viendo en Instagram. Tampoco me quiero convertir en esas personas que crecen y no entienden los fenómenos. No es por eso. La red social me parece una herramienta espectacular, que, por ejemplo, democratizó el acceso a los contenidos. Pero trato de preservar un lugar que no esté ahí.
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