Leo Sbaraglia invita a palpitar la fiebre mundialista con su protagónico en El gerente, una película que refleja una campaña publicitaria que lanzó una línea de electrodomésticos en las semanas previas a Rusia 2018. El argumento es real y angustia de solo recordar aquellos días inciertos durante las Eliminatorias, cuando la firma propuso devolverles el dinero a aquellos que habían comprado un televisor si la Selección Argentina no clasificaba a la Copa del Mundo.
Más allá del furor en las ventas y el efecto económico y empresarial, Sbaraglia apela a su sensibilidad para bucear en el cotidiano de ese gerente. “Para mí todo esto es una excusa para hablar de un tipo que estaba entregado en la mediana edad y decide darse una nueva oportunidad en la vida”, explica sobre el filme que se verá por Paramount+.
En una charla íntima y relajada, este actor consagrado y requerido en Argentina y España recuerda sus inicios en La noche de los lápices y su explosión con Clave de Sol a finales de los 80. Uno de los primeros fenómenos de la televisión adolescente que fue suceso de rating, álbum de figuritas y maratones teatrales. Y cuenta cómo evitó la tentación de seguir la carrera de galán para privilegiar los estudios y cumplir el sueño de trabajar con Alfredo Alcón.
En ese ir y venir por los hitos de su carrera aparece el actor memorioso de cada nombre y cada detalle, el padre orgulloso ante cada paso de su hija ya adolescente, y el hombre reflexivo y preocupado por lo que ocurre a su alrededor.
—Contame la historia de este gerente, tan oportuna en previa mundialista.
—Es un tipo que se había aburguesado en su trabajo, empieza a teclear y lo amenazan que lo van a despedir. Un tipo que siempre había sido brillante y talentoso, pero asustado. Y en determinado momento decide salir, abre la puerta y se arriesga. El tipo tenía su matrimonio acabado. La relación con su hijo complicada. Con problemas de corazón. Es un personaje que se empieza a dar cuenta de que su corazón es lo más importante y tiene que confiar en él. Y estoy seguro de que le va a llegar al espectador.
—Qué bueno cómo se está reactivando todo: hay teatro, hay peliculas.
—El teatro en este país es una maravilla y este año se están estrenando películas poderosas, si bien en nuestro caso la idea es ir directo a la plataforma, sin pasar por las salas.
—Hay algo del negocio que inevitablemente está cambiando, y pasa también con la ficción en la tele. Nos está llevando un tiempo entenderlo, pero es cierto que las plataformas permiten una calidad y que se hagan unas cosas que realmente están buenísimas.
—Sí. En diciembre del año pasado esta película no existía y de pronto apareció la posibilidad de hacerla y filmamos en abril. Hay algo que está cambiando. Igual siempre voy a ser un defensor acérrimo del cine en el cine.
—Te gusta la sala. ¿Sos de sacarte fotos con los espectadores?
—Soy bastante selfiero, eh.
—¿Te gusta?
—Sí. Cuando hacemos El territorio en Hasta Trilce, son 130, 140 personas que van a verte y muchas se quedan esperando. Y además te quedás hablando con la gente sobre qué les pareció la obra. La paso muy bien ahí, me estoy animando a cantar…
—¿Y la tele se disfruta también? El otro día leí que post Clave de Sol no quisiste nunca más hacer una tira.
—Es cierto lo que me pasó. Pasa que yo era muy chico. Pero no es por hablar mal de Clave de Sol porque fue una manera hermosa de empezar y uno no se tiene que pelear con eso. Había hecho La noche de los lápices y después fueron tres años de Clave de Sol, y me veo ahora y veo que en muchas escenas estaba como tapándome. Yo estudiaba teatro desde los 12 y me fascinaba, quería ser como Alfredo Alcón. Y cuando arranqué a hacer el programa sentía que no estaba preparado. Pablito Rago, la mayoría de los chicos venía laburando, y estaban mucho más cancheros.
—Aparte fue un furor también: era ser muy chico en algo que era como toda una exposición.
—Y además, eso. Hoy hay una percepción frente a la edad muy diferente a lo que era hace 30 años. Hoy no pueden trabajar más de seis horas. Nosotros, y no es una queja, laburábamos 12 horas todos los días. Y algunos después ensayábamos teatro. Arrancábamos a las ocho de la mañana y estábamos hasta las once y media de la noche.
—¿En el momento te daban ganas de bajarte y era imposible o fue un entender con el tiempo que algunas cosas habían sido difíciles?
—Yo la veo a mi hija hoy, que tiene 16 años, y es un momento en el que está llena de dudas. Está lleno de complejidades, cuestiones de la propia identidad. Inclusive de la sexualidad. Son años donde vas conformando tu identidad. El primer año de Clave de Sol me la pasé dándome golpes en el sentido de que no daba pie con bola. De hecho, los técnicos y los cámaras me decían Maderaglia.
—¡¿Maderaglia?!
—(Risas) Sí, me decían que era mejor que el metal porque la madera es un material noble, se puede tallar tranquilo con un cuchillito. Pensaba dejarlo y volver a estudiar, quería tener más tiempo libre. Pero la gente que más sabía, mis padres o colegas, me decían que me quedara. Y estuvo bueno porque aprendí un montón en esos años y fue una plataforma para hacer todo lo que hice después.
—Eso te permitió también poder elegir después. Fue un aprendizaje en lo profesional y en lo personal.
—Gracias a eso hice cuatro obras en el Payró. Y pude laburar con Alfredo Alcón, que nos dirigió a Horacio Roca y a mí en La soledad de los campos de algodón, de Koltès.
—En ese momento de tanta ebullición y de exposición que debía haber propuestas por todos lados, sabías por dónde ir.
—En ese momento tenía 20, 21 años: me ofrecieron seguir laburando en la tele como de galán. Y ahí dije que no.
—¿Por qué?
—Porque sentía que necesitaba parar la pelota y volver a formarme. Un poco como pasa en la carrera de muchos chicos que empezaron de muy jóvenes. Peter Lanzani es el primero que se me viene, que es un actor delicioso.
—Yo lo charlé mucho con Peter eso: en pleno fenómeno Cris Morena paró la pelota para cambiar el perfil.
—Y se ha transformado en un grandísimo actor. Y así hay muchos actores. Bueno, muchos que salieron de Cris Morena se han transformado, cada uno ha formado su identidad artística.
—Hablando del tema: te chapaste a Lali en su video.
—Bueno, fue al revés.
—Sí, es cierto. Amamos a Lali.
—La amo. Me dijo: “Leo, sé que sos muy caro, pero quiero ver si te copa trabajar en mi video”. Y obvio que le dije que sí.
—Ustedes habían hecho cine juntos.
—Claro, yo había hecho de su papá en Acusada y nos habíamos entendido muy bien. Lali es una hermosa persona. Es una hermosa artista. Y además tiene un nivel de libertad y de espontaneidad y de buena gente y empatía con su público que nos enseña a todos.
—Vos siempre fuiste un tipo con cabeza abierta. En algún momento te leí decir que el feminismo es una de las cosas más importantes que nos pasó en la Argentina en el último tiempo.
—Sí, yo creo eso.
—Sos papá de una hija de 16 años. ¿Qué te enseña ella?
—Y... todo te enseñan. Me parece que nosotros siendo más grandes hemos vivido más vidas, más etapas. En principio creo que a pesar de todo lo sórdido y lo terrible que va pasando, hay algo en lo que vamos mejorando. La mujer no podía votar hasta hace algunos años. Y cuando observás a las nuevas generaciones tenés todo para aprender ahí.
—Vienen con otra cabeza en todo lo que tiene que ver en materia de género, de sexualidad, de medioambiente. ¿Hay algo en particular que te haya sorprendido?
—Yo creo que el cambio más grande en la Argentina es la gran diversidad de la percepción de la sexualidad. Me parece que hay algo ahí que les da a los más jóvenes esa posibilidad de pensarse y construirse con mucha más libertad. Y al mismo tiempo, te produce inevitablemente un reflejo que te da la posibilidad de desarmar un montón de cosas y volverlas a abrir. ¿Viste que uno a medida que va creciendo parece que se fuera cerrando?
—Te vas encorsetando en un montón de prejuicios y de moldes. A mí los adolescentes me sorprenden en la naturalidad de algunos conceptos que siento que a nosotros nos costaron tanto trabajo.
—Bueno, pero por eso nos criamos en otra época, en otro momento.
—Somos hijos de la Dictadura. Nuestros padres fueron hijos de la guerra.
—Y hace un montón de años que vivimos en democracia. Uno tiene que estar muy atento a soltar algunos mandatos y abrirse al aprendizaje con los hijos. Por supuesto, compartir también la propia experiencia, porque hay algo de la sabiduría que te va dando la edad, pero esa sabiduría no tiene que estar agarrada a los miedos.
—¿Andas noviando?
—No.
—¿Andas con ganas?
—Yes (risas). ¿A quién no le gusta? Siempre me preguntan eso.
—Porque sos un sex symbol: sos uno de los solteros más codiciado de la Argentina.
—Me dicen: “¿Y tenés ganas?”. “¿Y quién no va a tener ganas?”. Después, el título es: “Estoy queriendo enamorarme”. Y después te vienen los mensajes.
—Después explota Instagram.
—Una vez estaba no sé dónde, creo que en PH, y alguien habló de la imagen esta de Cortázar: el rayo, quiero ser el rayo. Entonces todos empezaron a escribir eso: “Quiero ser el rayo que te parta en cuatro” (risas). Ya va a llegar. Yo creo que no depende tanto de un otre, o de una otra, sino que depende más de mí y de los momentos y la vida. Estuve mucho tiempo, muchísimo tiempo casado y después, de novio. Estoy volviendo a encontrar, a ver por dónde va. Yo creo que uno no aprende nunca tanto como con otro. Uno aprende mucho en las relaciones. En las relaciones íntimas, en las relaciones sociales. Aprendés mucho a relacionarte, decís: “Bueno, tengo este miedo. Me pasa tal cosa. Me pasa tal otra”.
—¿Es verdad que te bloquearon en una aplicación de citas porque no creían que eras vos, que estabas usurpando identidad?
—No sé por qué, pero me bloquearon. Fue un momento en el cual quise ser una persona normal. ¿Por qué no puedo probar? Pero me duró muy poquito.
—¿Pasó alguna cita o todo quedó en chat?
—Conocí a una persona que hoy día es una gran amiga. O sea que…
—Ganancia.
—Para mí todo es ganancia. Hay que estar un poco advertido también de lo que son las redes sociales, hay algo de la virtualidad que...
—Hay un nivel de agresión en las redes sociales que es muy terrible.
—Bueno, ni hablar.
—¿Te afecta o te da exactamente lo mismo?
—Decirte que no me afecta sería mentirte. Pero trato de seguir adelante, en principio, no obsesionarme con el tema del teléfono. Por ejemplo, cuando estoy filmando, dejo el celu en el camarín cinco, seis horas.
—Es súper sano.
—Y a veces me voy a un campito que tengo, que no hay wi-fi. Hay un 4G que aparece de vez en cuando: tenés que irte a la tranquera para comunicarte.
—¿Como papá no te afecta? ¿No te asusta ese nivel de violencia en las redes sociales?
—Creo que a los chicos más jóvenes les afecta mucho. Cuando yo tenía la edad de ella no había ni celular, o sea que había que arreglárselas con un walkman, con un libro y con las relaciones, con los cuerpos reales y con las angustias reales. Y con las inseguridades. Y con ese vacío. No quiere decir que hoy no lo tengan, creo que tienen exactamente los mismos sentimientos solo que hay más lugares donde entretenerse. Pero también son muy inteligentes los chicos porque mi hija más de una vez eligió descansar una semana del Instagram. Y borró todo. En ese sentido ella tiene la fortuna de estudiar tanto para el colegio que tampoco es que tiene tanto tiempo para estar con el…
—¿Es mejor alumna de lo que eras vos?
—Muchísimo mejor. Ella va al Buenos Aires, imaginate. Está en 4to. Y le está yendo muy bien. Ahora estoy enseñándole a manejar.
—¿Sos paciente?
—Súper paciente, me sorprende. Vamos al Autódromo, como en la película. Porque parte del corazón de la película tiene que ver con la relación del gerente con el hijo. Mirá Tati, yo estoy muy agradecido a la vida.
—¿Sí?
—Muy. Muy agradecido. Ha sido muy generosa y sigue siendo muy generosa conmigo. Y hay que agradecer la verdad. La vida es larga pero también es corta. Hay que disfrutarla. Hay que disfrutar de los afectos. Hay que disfrutar de la familia. Disfrutar de los amigos. De las amigas. Hay que disfrutarla cada vez más.
—Hay algo de nuestra edad y del post pandemia también, de entender el lugar de privilegio en el que uno está cuando tiene trabajo de lo que a uno le gusta, cuando está sano, los chicos están sanos, y es un ejercicio que hay que hacer todo el tiempo y no enroscarse con otras cosas. ¿Te sale?
—Es un ejercicio y es algo que está difícil, porque con el tema de las redes todo el tiempo parece que está pasando algo mejor en otro lado.
—El miedo a lo que te estás perdiendo.
—¿Viste? Hay que estar con la gente con la que uno está en cada momento. Con los cuerpos, las identidades, con la mirada del otro. Y eso es re importante de ir entendiéndolo. La tecnología es maravillosa como herramienta y al mismo tiempo tiene ese doble filo.
—¿Hay algo que te sientas frenado por el miedo de hacer?
—No. Lo he tenido cuando era más chico, que era bastante tímido. Lo primero que tiene que perder el actor es el miedo al ridículo, y yo lo perdí bastante tarde. Hay que vivir la escena, aunque estés un poco en el vacío, aunque estés un poco en el ridículo. Aunque no sepas para dónde vas a ir. Aunque veas todo oscuro alrededor. Por suerte me di cuenta hace ya unos años. Y volviendo a la película, me parece que es un mensaje maravilloso. Más si tenemos el privilegio de estar vivos, de tener gente que te quiere.
—Y pararse del lado del agradecimiento también nos hace entender lo privilegiados que somos.
—Sí, y hablar desde lo positivo de las cosas también. A pesar de que haya muchas cosas obviamente para marcar, para cuestionar. Inclusive, por supuesto, del propio país. Está bueno que algo de esa fricción, de esa constante pelea que hay que aflojar viste. Hay que aflojar porque si no es muy duro, es muy duro. Está bueno empezar a hablar de las cosas en positivo en muchas cosas. Sin dejar de cuestionar, sin dejar de poner el cuerpo en las cosas que uno no está de acuerdo, por supuesto. Pero hermanarse en muchas cosas me parece que es muy importante porque a este país hay que sacarlo entre todos. No entre unos pocos.
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