Cuando Daniel Pacheco llegó desde Colombia a la Argentina, su idea era estudiar cuatro meses para desarrollar la carrera de actor que había iniciado en su tierra natal. Se sintió tan a gusto que fue renovando automáticamente su estadía en un país siempre de puertas abiertas. Se fanatizó con Boca, y aparecieron trabajos cada vez más interesantes. Cuando se quiso acordar, llevaba 12 años. Y se aquerenció tanto que está decidido a sacar la ciudadanía argentina.
Algo similar ocurrió con su papel de James en El Marginal, que fue creciendo en la trama hasta convertirse en un aliado clave del grupo de los Borges, en la trama carcelaria que le abrió las puertas al gran público. Y en esta argentinización paulatina, de la que lejos de renegar, alimenta, llegó Tenaza, el barrabrava que compuso para El hincha, la nueva tira de GM Comunicación para El Nueve y Flow. “Es el eterno segundo. Tiene muchas capacidades, es muy inteligente para algunas cosas, pero su fuerza y su violencia no lo dejan trascender”, cuenta, entusiasmado por su papel.
En plena curva ascendente de su carrera, Pacheco mantiene los pies en la tierra. Uno en cada una, porque no se olvida de su Colombia, y la piensa todo el tiempo. En perspectiva, hacia adelante y hacia atrás: aquella adolescencia amenazada por el narcotráfico y esta contemporaneidad acechada por la corrupción.
En ambos casos, lucha contra el estereotipo y busca construir su propio camino, aprovechando el alcance global de la industria, esa que lo vio brillar con Diario de un gigoló en países como Polonia o Turquía. “Willem Dafoe dijo que era el mejor momento de los actores porque se les podía ver desde cualquier parte del mundo. Está buenísimo porque hay una demanda muy grande, el estándar de calidad está muy alto y para el actor es un desafío constante”, analiza.
—Hoy muchos dicen que no hay ficción, pero lo que ocurre es que es muy costoso para la televisión de aire hacer ficción. Hay que entender cómo es el negocio nuevo y entrar en ese circuito, ¿no?
—Completamente. Los tiempos son distintos. Antes los canales imponían un horario predeterminado para que la gente se sentara y consumiera. Ahora es la gente la que se maneja a su manera: ve cuando quiere, donde quiere y cómo quiere. Y consume productos mucho más rápidos: ya no es la típica novela de 60, 120 capítulos.
—Como El hincha, que son ocho capítulos bien intensos. Sé que sos futbolero y te tengo que preguntar esto: ¿por quién vas a hinchar en el Mundial?
—(Risas) ¡No, qué mala que eres! Estoy muy triste porque todavía no supero el hecho de que Colombia, con tan buenos jugadores, no vaya al Mundial. Desafortunadamente no hay muy buenos técnicos. (José) Pekerman nos había salvado, nos llevó a dos mundiales y gestó toda una camada interesante de futbolistas…
—¿Así que te vamos a tener con la hinchada de Argentina?
—Totalmente. Siempre me gustó mucho el fútbol argentino, y una de las cosas por las cuales me quedé tanto tiempo acá es por cómo se vive el fútbol. Es un fenómeno social, tuve la posibilidad de ir al fútbol en muchas partes y no hay un lugar que se viva como aquí.
—¿Sos de Boca, como leí por ahí?
—Sí, absolutamente, voy a la cancha, aliento. De Boca y de Atlético Nacional. La gente por ahí piensa que soy de Millonarios porque con el personaje de El Marginal tuve la camiseta, pero era el club del personaje.
El origen. Daniel llegó a la Argentina para corroborar si realmente quería ser actor. Contaba con algo de experiencia en Colombia y se embarcó para realizar un taller de actuación por cuatro meses. Pero pasaron 12 años y se quedó, atrapado por un país que lo enamoró por sus virtudes y también por sus defectos.
Al principio se apoyó en sus conocimientos de gastronomía y consiguió trabajo como encargado de un restaurante para afrontar la exigencia que se había autoimpuesto. Tres veces por semana en tres diferentes talleres y a distancias bastante lejanas de donde trabajaba. Estudió con Roxana Randón, con Marcelo Cosentino, y ambos coincidieron en que tenía buena madera, que por qué no se quedaba un poco más. Los cuatro meses fueron seis, pasó el año, y siguió estudiando técnicas: corporal, dramático, clown.
En el medio se anotó en un casting para una ficción de Discovery Channel, y quedó. Cuando la idea de partir volvió a rondar, se le presentó una segunda oportunidad: tenía que asesinar a Natalia Oreiro en la superproducción Lynch. De un día para el otro se vio siendo parte de un dream team regional, con Raúl Taibo, Jorge Perugorría, Julieta Cardinali, Christian Meier y tantos más. Y otra vez, a desarmar las valijas. “Argentina era un lindo lugar que me proporcionaba estudio, trabajo, pasión futbolística (risas)… Consideré quedarme un tiempo más y afortunadamente fueron saliendo propuestas”, recuerda Pacheco, a la distancia.
—¿Cuándo te animaste a soltar la gastronomía? Porque la profesión tiene una inestabilidad para la que hay que estar preparado.
—Claro. Lynch fue muy complicado porque tenía que hacer compras del restaurante y salir corriendo a grabar. No lo pude disfrutar tanto. Y cuando sale El Marginal me propuse meter toda la energía porque desde el libro se veía muy interesante. Ahí renuncié al restaurante y me aboqué a la serie por completo.
—Leí que para preparar el personaje de El Marginal hablaste con un sicario. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Hubo un caso muy conocido de sicariato en Colombia, entonces me parecía muy interesante, pero era muy complicado acceder a una entrevista con él en la cárcel. Afortunadamente se pudo: formulé una serie de preguntas y alguien las hizo por mí. Y esto me dio como una radiografía del personaje, lo que quería plasmar, adónde quería apuntar.
—¿Qué sentiste con esas respuestas? Te lo pregunto porque es un fenómeno criminal que hasta hace algunos años era lejano a la Argentina y hoy está pasando.
—Sí, fue un estigma que Colombia tuvo durante los 80 y 90, un flagelo bastante complicado, y que creo que todos en ese momento padecimos de alguna manera más cercana o más lejana. Fue muy fuerte, pero desde el laburo del actor, para llegar a buen puerto nunca hay que juzgar al personaje. Quería entender por qué lo hacía, y pude.
—¿Por qué lo hacía?
—Él se ve como una necesidad social, que si él no estuviese habría un desorden social muy grande. Entonces a partir de ahí pude entender su mirada. Una de las preguntas era cómo es el momento previo para ir a matar a alguien. Y ahí se tomó un tiempo y dijo: “Es como cuando llama usted a un lugar de pizzas y pide una pizza y da el detalle de cómo la quiere, con más queso, con menos queso. Es un trabajo y yo lo tengo que hacer”. A partir de ahí pude tener otra mirada de su trabajo, que no va a ser nunca positiva, pero la pude entender. Además, me gustaba porque es un tipo que no tuvo muchas carencias económicas, nació en una familia de clase media. No es el delincuente que por sus condiciones sociales o económicas no tuvo otra oportunidad.
—Qué fuerte. Alguna vez acá Hugo Arana me dijo que los personajes malos, cuanto más malos eran, más terapéuticos le resultaban, porque le permitían sacar todo lo que uno no saca en la vida por los propios filtros que tiene. ¿Se vive así?
—Un poco sí. Y creo que cada vez más, ahora que todo es un poco más permisible, empatizamos más con esos personajes malos por esto que tú dices, porque vemos reflejado algo que muchas veces no nos animamos a hacer o porque no es políticamente correcto, pero que en circunstancias límites por ahí se harían.
—Ya sos residente argentino. ¿Tenés ganas de nacionalizarte?
—Últimamente lo he pensado. Hace poco me hicieron una muy linda mención como migrante destacado que me puso muy contento. Y las ganas se hicieron más fuertes. Estoy muy identificado con la idiosincrasia, con la cultura argentina. Me gusta. Por eso obviamente me quedé.
—¿Cómo es ser inmigrante en la Argentina?
—Argentina ha tenido obviamente todo un antecedente con respecto a cómo recibir a los inmigrantes. Por ahí en Colombia no tenemos esa cultura tan formada. Ahora con el conflicto de Venezuela hay mucho venezolano que ha ido a Colombia y veo que no se empatiza tan bien, hay mucho recelo. Me pregunto por qué, si somos hermanos, si Venezuela en algún momento estuvo muchísimo mejor que Colombia y también de Colombia fueron para allá. Pero no es un país como Argentina, que se formó con una inmigración muy fuerte.
—Argentina ya desde el preámbulo de la Constitución habla de todos los habitantes del mundo que quieran venir. Pero, sobre todo en tiempos de crisis, se cuestiona el tema salud y el tema educación para gente que viene de otros países. ¿Vos cómo lo sentiste?
—A mí me sorprendió mucho porque en Colombia la educación es muy costosa, es un lujo. Y darme cuenta que acá la educación es gratuita me causó mucha curiosidad y admiración también. Y eso se ve reflejado en la cultura. Siento que la movida cultural argentina es muy grande y se percibe en los recitales, en los museos, en lo audiovisual. Y aún con todos estos inconvenientes económicos, se sigue preservando y me parece muy importante.
—¿Cómo es en Colombia? ¿Me puedo atender en un hospital?
—Es un tema delicado. Siempre se habló de que en Colombia el gran problema es el narcotráfico. Y no. Desde mi punto de vista es la corrupción. Justo antes de venir veía ahí un ranking mundial de países corruptos: en el número 1 está Rusia y número 3 está Colombia.
—¿Y Argentina en qué número está?
—No quiero justificar porque entiendo que hay una problemática social tremenda y la vivo todos los días. Pero la corrupción en Colombia es complicadísima de verdad. Acá, yo veo que afanan, pero se hace de alguna manera. En Colombia no se hace directamente. Vengo de un lugar donde hay una corrupción muy alta, entonces no me sorprende tanto.
—¿Cómo vivís esta situación en la que nos peleamos por todo? La famosa grieta.
—Hay algo que admiro, y que en principio no suena bien, que es la inconformidad. Siento que Argentina está menos peor que otros lugares por la inconformidad. En Colombia nos dicen que somos muy educados, pero eso es porque aceptamos mucho y no manifestamos tanto. Recién el año pasado hubo un paro nacional donde la gente salió a la calle, se pronunció y eso fue algo sin antecedentes previos. Me parece que lo que se hace acá es importante, y la capacidad de que haya tantas voces permite lograr buenas cosas al final.
—Argentina está llevando adelante una revolución muy importante en lo que tiene que ver con el feminismo. Con el Ni Una Menos fue ejemplo en el mundo y en materia de derechos las mujeres estamos dando una batalla muy interesante. ¿Colombia cómo es?
—Colombia es un país machista. Esto que dices ha llegado a todos lados y por suerte Colombia no ha sido ajena. Esta nueva generación de colombianos se está manifestando, y al tener toda la región movilizándose también llega.
—¿Te encontraste como hombre revisando algo de tu pasado?
—Sí, totalmente. Entendiendo que también la marea me llevó un poco ahí: también hubo mucho de decisión propia de entender que hay cosas que no están bien y que hay que cambiar sí o sí. Siento que ahora la tarea del hombre es dar un paso al costado y permitir que toda esa oleada femenina avance y tome el lugar que durante mucho tiempo no se le dio.
—¿Cómo fue tu infancia en Colombia?
—Muy alegre, en una familia humilde, trabajadora. Mi viejo herrero, mi mamá dedicada a la casa, y tenía un negocio de venta de ropa. Somos cinco hermanos muy unidos.
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres en tu adolescencia?
—La verdad que fui muy tranquilo, porque mientras estaba creciendo la situación en Colombia estaba medio complicada, entonces me cuidaban mucho. Los 90 fueron una época de mucho narcotráfico, se veían coches bomba todo el tiempo. Luego nació el flagelo de la guerrilla que también fue muy complicado y casi de nunca acabar. Entonces sí, fueron momentos muy tensos que se vivían en la calle y me dediqué mucho al estudio.
—Me gusta preguntártelo a vos que estabas ahí, porque hoy llega la información de manera inmediata pero lo que pasaba en los 90 se conoció acá más por libros o por series.
—Bueno, son narco novelas. Durante mucho tiempo lo audiovisual fue muy direccionado ahí y a mí mucho no me gustaba. Se dejaba de contar lo cotidiano, que también es bastante interesante.
—¿No te da miedo que te estereotipen con un tipo de personaje?
—Es muy tentador el colombiano que está en Argentina, con cierto aspecto físico, pero trabajo para que los personajes salgan un poco de ahí. A Colombia se la asocia mucho con la droga, el narcotráfico, y es algo que de verdad ya se superó. Ahora hay otra problemática, como la corrupción, que es mucho más grande.
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