Dicen que hacer humor es cosa seria. Luis Pescetti sabe de lo que habla: como actor, escritor y comediante, trabajó en radio, televisión y teatros de nuestro país, además de Estados Unidos, España, México, Brasil, Perú, Uruguay y Cuba, entre otros destinos. Durante años, hizo reír a adultos y niños. Ganó un Grammy latino, un Kónex y varios Premios Gardel, por solo mencionar algunos galardones.
Nacido en San Jorge, Santa Fe -donde fue declarado Ciudadano Ilustre- Pescetti convoca multitudes allí donde se presente: espectáculos artísticos -como el célebre Hay Festival, en Colombia y en Inglaterra-, teatros, como los porteños Metropolitan y San Martín, o el Auditorio Nacional de México... y la lista sigue.
Interesado en descubrir y divulgar la importancia de las emociones en los espacios cotidianos de niños y niñas, publicó más de 30 libros que lo mantienen presente en toda Hispanoamérica, con más de 2,5 millones de ejemplares vendidos. Tiene editados 13 discos y siete audiovisuales. Incansable, presentará Luis Pescetti con Banda el 24 de septiembre en el Teatro Astros. Y aquí, reflexiona sobre los desafíos de entretener y comulgar con los más pequeños.
—Qué bueno volver al teatro.
—Sí. Hice una pequeña promo donde digo: “¿Qué tiene de parecido actuar por Zoom o streaming con actuar en la vida real? Nada” (risas).
—En algún momento nos salvó tener a los artistas cerca de esa manera, pero ya está. ¿Cómo es tu trabajo: para los chicos, o con los chicos?
—Yo me ubico en el lugar del adulto, ¿no? Entonces, sos maestro, sos papá; por supuesto que es con ellos pero es para ellos. Estás ahí, de adulto responsable. Me pasó de estar, como profe de música, con todo el repertorio a pleno, tenía más de 110 canciones, y me decían: “No, son canciones para muy chiquitos”. ¡Los de la sala de 5! Entonces tuve que empezar a componer canciones para mis propios alumnos.
—¿Cómo surgen tus canciones?
—Es algo que te asalta, y que pide ser expresado como canción. Entonces, y no sé cómo voy a seguirlo, pero por ejemplo lo último que se me vino fueron dos versos que dicen: “Hay una sola ley de gravedad y más de mil maneras de caerse”. Y no sé qué quiere decir ni para dónde lo voy a seguir, pero seguramente algo va a salir de ahí.
—¿Esta actividad surgió de ser músico terapeuta?
—Exactamente. En la otra vida. Sí, así empecé a componer canciones. De ahí, y de querer que tus alumnos se rían, se diviertan. Así somos: deudores de la risa de los chicos. Si tu pibe se ríe, hay un montón de cosas que están bien.
—Y de trabajar como profe de música… al mundo. ¿Cómo fue?
—Y... después comenzó a escalar un poquito más: me invitaban acá, me invitaban allá. Empecé a dar cursos por el país. Yo iba dando clases y todo eso, pero la parte de crecer como show empezó fuerte en Cuba y después, en México. De ahí, a otros países de Latinoamérica.
—¿Cómo es el público infantil en distintas partes del mundo?
—Las grandes diferencias quizás se dan entre chicos de zonas urbanas, más privilegiadas, y los de zonas más de margen o zonas rurales. Esa es la gran diferencia: cuánto consumo cultural tienen.
—Los chicos te sacan la ficha facilísimo: si sos auténtico o no.
—Es a lo que más está atento un chico: si es verdadero lo que estás haciendo, si te copa lo que estás haciendo. Pero a mí me gusta. Yo disfruto eso que hago. Yo lo que quiero es que el chico sienta alivio. Alivio de “ah, no soy yo el que está mal...”. Nos podemos reír. Siempre doy este ejemplo: yo fui a cursos de preparto antes del nacimiento de mis hijos con preguntas anotadas, y entonces la mamá de mis hijos me decía “por favor, ya las hiciste”. Pero es que me daba mucha inseguridad. Entonces, alguien hacía una pregunta todavía más insegura que la mía y yo sentía un alivio... Había alguien que tiene más miedo o más inseguridad que yo. Quiero que los chicos sientan eso de “no pasa nada si uno se equivoca”. Y las canciones y los chistes son para eso.
—¿De tus más de 30 libros, cuál es tu preferido?
—Son muy distintos. Tengo, qué sé yo, Cartas al rey de la cabina, esas historias de amor para jóvenes que hacemos con Juan Quinteros. O Frin, las historias de Frin, un encandilamiento amoroso de chicos de 10 años. Eso me gusta. Y Natacha, de la que se hizo la peli.
—¿Cómo nació Natacha?
—Era una alumna mía de 2º grado, tenía algunas características muy simpáticas, muy divertidas. Y después hice un curso de Filosofía para niños en New Jersey y me gustó. Empecé a ver cómo es el encuentro de dos niños cuando no hay adultos. Pero, aviso que todo lo que te voy a contar sobre esto, es muy aburrido: Natacha nació porque yo estudiaba invenciones a dos voces de Bach y entonces pensé en cómo se podía trasladar eso a escribir. Que no haya un narrador, que solo estén las dos voces. Los textos son más divertidos que mi explicación (risas).
—Y llegó al cine. ¿Te pidió derechos de autor la alumna?
—(Risas) La alumna debe tener como 30 años ahora. No, no. Nunca supo porque lo empecé a escribir años después. Me encantaría que se entere.
—Bueno, Natacha es una hija.
—Sí, son diez libros sobre Natacha. Pero cada uno tiene su matiz, su razón. Ahora salió uno. ¿Viste que está de moda hablar de emociones? Entonces ahora hice uno en esa línea: Botiquín emocional: para humanos y superhéroes.
—¿Hay una búsqueda por facilitar recursos a los chicos, no?
—Y a los maestros decirles: “Aflojen, no se preocupen. Confíen en la familia. Tranquilos”. Porque están metiéndose mucho con el tema de emociones. Está bien, hay que nombrar las emociones. Pero lo que veía que estaba pasando con libros, colores y cosas así, era que había algo como un “menú emocional”. Y entonces quise hacer algo así, más bajando un cambio. Es difícil gobernar las emociones.
—Me gusta mucho que los chicos entiendan que pueden ser diferentes, que pueden a veces no entender lo que les pasa, y que de alguna manera se encuentren reflejados ahí.
—Es muy salvaje el mundo público de los chicos. Es muy cruel. Un patio de una escuela puede ser muy bravo. Muy bravo. Y a veces se le cae encima otro para que no se te caigan encima de ti. Es muy la ley de la selva, ¿no?, en muchas cosas. Entonces hay que volver todo eso como más suave, más dulce. Más suave.
—¿Hay alguna edad de los chicos que a vos te llegue más en particular?
—Siempre fue una delicia trabajar con los de 8 y 9 años. Por supuesto, no solo con ellos: los más chiquititos son delirantes y muy aparatos, es muy divertido trabajar en kinder o en jardines. Pero a los 8 y 9 años están en el límite: todavía son muy niños y se entregan y caen con mucha facilidad, pero a la vez ya te pescan la vuelta y dicen “no”. Esa franja es como entrar y salir de un sueño, y los dos mundos son reales. Es muy lindo.
—Desde mi lugar de mamá, veo en esa edad chicas bailando TikTok sin tener idea de lo que están haciendo, pero después también hablando del Ratón Pérez.
—Sí, yo digo que son como el velocímetro de los fletes, que van entre 40 y 160, y vos decís: “¿A qué velocidad estamos yendo?”. Pero mirá, una de las cosas que me pasó cuando empecé a volver a actuar después de la pandemia era que yo estaba con mucho susto y pensaba: “Dos años de pantalla, ¿qué nos encontraremos en los teatros?”. Y lo resumo: los pibes están ahí. O sea, los adultos no nos tenemos que correr. Los chicos acceden a mucha pantalla y a mucho contenido que, crucemos los dedos, ¿quién lo creó...? Pero los pibes siguen estando ahí y yo, como papá, trato de seguir ofreciendo eso que me sale bien.
—Actualmente hay un exceso de oferta de contenido para los chicos, con tanta tecnología disponible. ¿Se empezó a pensar distinto tu trabajo?
—Hay una cosa que no cambió: las vergüenzas, los miedos, las ilusiones siguen siendo las mismas. Los chicos sienten miedo al ridículo, sienten timidez o quieren no quedar fuera de lugar frente a sus compañeros. Todo eso sigue estando. Lo que cambió, y muchísimo, es que chicos muy pequeños están consumiendo narrativa y drama de chicos más grandes. O sea alguien de 5, 6 años ve una serie de pre-púberes, 10, 12 años; pero si le das un libro hay un salto. Apenas puede leer lo de los 5 años que son otros temas, pero ya estuvo consumiendo mucho drama, conflictos de otra edad. Entonces ahí hay que ver cómo bajas, cómo aterrizás. Tenés que escribir libros con un lenguaje muy preciso, no muy complicado, con una prosa muy ajustada, breve, sintética. Pero a la vez con conflictos y con cosas que no sean pueriles porque ellos ya comieron chile picante: la narrativa de los adultos. Entonces, el helado de crema chantilly ya no sabe igual.
—¿Cómo es la convivencia y la competencia con estos tanques como Paw Patrol o Peppa Pig?
—A ver, yo no compito con eso porque ni existo ante esas cosas. Pero bueno, uno tiene como muchos casilleros, y con mis hijos veíamos esas cosas cuando éramos más chicos. Y disfrutamos de otras también. Tiene que funcionar como entretenimiento, como historia. Te tiene que enganchar. Yo solo puedo escribir y cantar lo que a mí me sale. Una vez me dijeron: “¿Y no hacés canciones sobre tal tema?”. Le dije: “Mirá, yo no soy la UNESCO de la canción infantil. Si yo tengo algo para aportar… Sino, no”.
—¿Cómo es saber que hay generaciones que fueron creciendo con vos?
—Digamos que eran chicos y ahora son papás, eso es lo fuerte. Una vez en México estaba actuando y veo a cuatro flacos que evidentemente venían de una farra, de una pachanga. Ya eran veinteañeros y estaban ahí, bailando en el espectáculo. O este año, en marzo, estuve en el Vive Latino, que es un festival de rock gigantesco, y eran todos roqueros. Y es lindo verlos disfrutando. Yo también hacía rock ese día, pero con temas de los que hago yo. Familia, la convivencia en familia es algo hermoso.
—¿Cuántos años tienen tus dos hijos?
—Son chiquitos. Siempre digo hasta ahí, son chiquitos. Yo soy cosecha tardía: niños pequeños.
—¿Y cómo crecieron con un papá que es amado por las infancias?
—Yo digo en casa: “Superman no vuela”. En casa, soy papá. “¡Papá, qué plomo!”; “¡Ufa, papá!”. O sea, hay que hacer la tarea, nos vamos a bañar, cocino; es la cotidiana. Y después salís y ahí sí se te agarran a la pierna, te abrazan cuando viene gente a saludar. Pero tranca.
—¿A quiénes admirabas de chiquito?
—Había un pianista de mi pueblo, soy de San Jorge, que me volaba la cabeza porque tenía una manera de tocar el piano. Era muy… es muy torpe decirlo así pero era “muy hombre” tocando el piano. Cómo lo agarraba y cómo lo tocaba.
—¿El deseo era ser una estrella infantil?
—No, ni a palos. Yo quería hacer canciones para adultos. Pero se fue dando. Tuvo que ver, además de con la respuesta de los chicos, con que me cansó el circuito de humor para adultos. Vos fijate: Les Luthiers en Argentina, ahora Macocos, y nos sobran un montón de dedos. No hay muchos más grupos, programas de música. El circuito de la televisión medio me cansó, por lo que se esperaba que hiciera un humorista. Entonces dije: “No, mejor lo de los chicos”.
—¿Son mejor público que los adultos?
—Los adultos son mejores públicos como papás. Y los chicos sí, son un público muy noble. Muy lindo. Es muy grato. Y cualquier papá o mamá, cuando ve que su hijo se ríe, va a estar agradecido.
—¿Con qué nos encontramos el 24 en el teatro?
—Habrá canciones que me pedían mucho, algunas nuevas, otras viejas. Lo que les dije a los chicos en el otro show cuando volvimos a lo presencial fue: “Miren, ustedes vienen de dos años de pandemia y de mucha pantalla que es mucho mejor; porque la pantalla vos la acelerás, ponés doble velocidad, pasás a otra serie, interrumpís un capítulo. Acá no, esto es lo que hay y va a esta velocidad y se jodieron chicos. No se puede”. Entonces ellos decían: “Nooooo, la televisión no es buena”. Falsos, mentirosos (risas). Es un espectáculo de canciones y juegos, con una banda blusera. Las mamás y los papás suelen ser los más desaforados y los chicos dicen: “Mamá, quedate quieta porque me da vergüenza” (risas).
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