Consolidada como una de las figuras más importantes de la movida tropical y cada vez más instalada en el juego televisivo, Karina La Princesita se luce cada noche como una de las investigadoras de ¿Quién es la Máscara?, el big show de Telefe.
Bajo la conducción de Natalia Oreiro, comparte panel con Wanda Nara, Lizy Tagliani y Roberto Moldavsky. Con ellos, debe adivinar qué famosos se esconden bajo los trajes, quienes a su vez hacen todo lo posible para no ser descubiertos. Un trabajo que la cantante disfruta y parece hecho a su medida, para esa personalidad intuitiva y perspicaz que la llevó a descubrir cosas en su vida que quizás no hubiera querido.
Es un momento de absoluta plenitud para Karina, que sigue transitando el camino musical que inició hace casi veinte años. Mientras recorre los escenarios del país con sus canciones, apunta los cañones al concierto del Movistar Arena del 21 de octubre, en el que mostrará un repertorio que excede hace tiempo los límites del género tropical.
En el plano personal, logró enderezar su vínculo con El Polaco, su expareja y padre de su hija Sol, y aprendió a dejar pasar las agresiones que recibía en las redes para centrarse en las palabras que realmente importan. Hoy se anima a experimentar el amor sin preguntas ni rótulos incómodos.
Esa chica que soñaba con trabajar en la tele, y de adolescente se propuso ser cantante, hoy es una mujer que se siente realizada cuando mira el camino recorrido: “En mi carrera me manejo muy bien, pero donde mejor soy es como mamá”, le dice Karina a Teleshow, orgullosa del orden de prioridades y dispuesta a hablar de cada uno de sus desafíos.
—¿Cómo te llevas con la investigadora?
—Es un poco lo que soy yo en el día a día, que estoy tratando de dejarlo de lado porque no me generaba tranquilidad. Soy muy intuitiva, muy despierta, he hecho cosas terribles que, digo, no sé de dónde vino esta información, pero descubrí cosas. Así que me llevo bien, aunque esto es un poco más suave.
—Es difícil cuando en los vínculos baja algo, y te das cuenta lo que estaba pasando...
—¿Pero no te pasa que a veces decís: “Estoy segura que pasa”? No tenés pruebas, pero después el tiempo te hace entender que no estabas errada.
—No tengo pruebas, pero tampoco dudas… ¿Te ha pasado mucho?
—Sí, soy muy intuitiva. Pero por demás. No se me escapa una a mí (risas).
—Y hoy eso lo estás aplicando a La Máscara.
—Sí, pero es más difícil. Pensé que iba a poner el oído también, pero se complica porque la gente debajo de las máscaras hace cosas que sin la máscara no hace, entonces no podés estar observando sus movimientos, y te podés sorprender muchísimo.
—¿Qué harías si te doy la máscara completa por un día? Que nadie sepa que sos vos, un día de absoluto anonimato, impunidad para hacer lo que quieras. ¿Qué te encuentro haciendo?
—Unos años atrás te hubiese dicho que tomando un colectivo. Y hoy no porque es algo que ya hago. Rompí también una barrera de dejar de ir a ciertos lugares, porque una vez fui a un shopping un sábado y a mi hija le agarró un ataque de nervios: “¡Dejen a mi mamá!”. Y se arma porque la gente te quiere saludar. Hoy, ya no. Entonces tal vez lo que sí me pasa con la máscara es que en un escenario haría cosas que no hago, ¿viste? No sé, menear hasta el piso, qué sé yo.
—Hay un meneo hasta el piso que tengo que esperar en Karina. ¿En privado, lo hacés?
—Creo que tampoco. Pero con la máscara sí lo haría. Eso es genial. Y eso también es algo que nos impide a nosotros descubrir quién está ahí abajo. Porque le debe pasar a varios que se animan a hacer cosas que de otra manera no harían.
—¿Estás contenta con este presente?
—Estoy tranquila (risas). Contenta también, pero si hago algo es porque estoy contenta, aunque de vez en cuando me agarra bajón. Entonces lo que valoro es estar tranquila, que no me sucede tan seguido.
—Es un montón estar tranquila, pero hacer cosas que a uno le gustan está buenísimo también. ¿Los bajones por dónde pasan?
—Por estrés, por mucha actividad. A veces una puede hacer tan simples las cosas y se termina haciendo un lío en la cabeza de falta de organización, de tantas actividades, madre, el colegio y todo.
—No parás con los shows. Y la tele es un lugar en el que arrancaste firme y te quedaste.
—Porque era algo que yo quería hacer hace un montón. Me encanta. De chica siempre dije que quería trabajar en la tele más que ser cantante. Estaba segura de que iba a trabajar en la tele, no sé haciendo qué; actriz, quizás. Pensé que iba a ir más para ese lado. Después, con muchas emociones encontré cómo sacar lo que sentía con la música y bueno...
—Y nació La Princesita.
—Y amo ser cantante, me encanta.
—Veo que no vivís la música y la televisión como una competencia. Ambas te complementan a vos.
—Tal cual. Siempre digo que se retroalimentan. Ahora me dan más ganas de ir a hacer el show, y después de cantar, me dan más ganas de venir a hacer tele.
—¿Y no te cansás mucho?
—No. Es más, creo que los momentos donde me siento mal es cuando estoy sin actividad. Lo necesito, no sé si es bueno o malo.
—¿Cómo vivís con las redes sociales y la gente que habla de tu vida?
—Ahora ya es como que ni siquiera me detengo a pensarlo. Porque te podría que lo superé, que ya no me importa, y en realidad es como que ni me acuerdo. Pero hubo un proceso para que eso pase. Antes me hacía mucho daño, la pasé muy mal. He querido dejar de cantar e irme a ser moza en España.
—¿En serio, eso pasó?
—Sí, me pasó.
—¿Por qué?
—Porque me hacían daño las cosas que decían. Le prestaba mucha atención a las cosas que dicen y que nunca van a dejar de decir de mí, y de todos. Me parece que está bueno cuando enfocás y empezás a seleccionar.
—Hay algo del anonimato de las redes que da una impunidad asquerosa. ¿Realmente evaluaste dejar una carrera exitosa para irte a España?
—Claro. Era la primera opción que se me cruzaba por la cabeza. Podía haber hecho cualquier otra cosa, pero me dolían mucho los comentarios sobre mí, sobre mi cuerpo. Me dolían mucho. Y dejó de pasar, por suerte. No me lo propuse tampoco ni hice nada.
—¿Dejó de pasar que te importe o dejaron de pasar los comentarios?
—Dejó de pasar que me importe, porque ni siquiera sé si siguen pasando.
—Estamos aprendiendo un montón. Hablar del cuerpo de los demás está mal, hablar de la maternidad está mal, porque opinar de todo eso puede llegar a ser muy doloroso.
—Sí, nadie sabe lo que pasa internamente y lo que genera un comentario en el otro. Pero me parece que habla de un trabajo muy personal que tenemos que hacer todos porque cambiar eso es difícil que suceda.
—¿En qué momento entendiste que ibas a poder vivir de la música?
—En realidad creo que ya a los 15 años lo sabía, aunque no cantaba este género, y después me dejé llevar. Me acuerdo que iba a la secundaria, en ese momento el Polimodal, me faltaba un año y le pedí a mi mamá que me deje libre porque estaba muy estresada. “Te prometo que el año que viene retomo. Porque me quiero dedicar a la música porque yo al final voy a cantar”. Lo daba muy por hecho.
—Vos te lo construiste.
—Re. Es re importante eso. Pero no me lo propuse, sucedió.
—¿Tu mamá en ese momento te dejó el año libre?
—Sí, re confiaba en mí, pero con la condición de que retomara. Y lo hice. Retomé y terminé.
—¿Cuándo fue la primera vez que te gustaste como cantante?
—No sé, me iba muy bien en cuanto a convocatoria, pero cantaba mal, no me podía escuchar. Y pensaba por qué la gente venía y al final del show me decían que estuvo hermoso, y no había pegado una nota. Yo tenía el oído para darme cuenta. Por eso me resulta tan cómodo esto de sentarme (en ¿Quién es la Máscara?) y ver si el otro lo está haciendo bien o mal, porque lo hago conmigo también.
—Qué honestidad aceptar eso.
—Sí, lo sabía. Pero está bueno con esa información hacer algo. Y cada vez había más gente y a los ocho meses estaba agotando un Rex y fue el peor show de la historia, horrible, muy feo. Yo tenía un ataque de nervios, no podía salir. Lloré todo el show. Muy feo. Fue re emotivo, pero así, profesionalmente, fue un desastre. Y dije: “Okey, listo, hay que aprender”.
—¿Por qué creés que pasaba lo que pasaba en tus shows? ¿Era carisma?
—Tal vez me ven como alguien familiar y no como una estrella, y eso les dé un mínimo de esperanza de que si yo estoy arriba ellos también pueden. Algo así, ¿no? Mis letras también tuvieron que ver. Yo soy muy transparente, no puedo fingir algo que no soy; entonces, arriba del escenario me pasa eso.
—¿Cómo está la maternidad?
—Muy bien. No me vas a escuchar diciendo jamás que soy una gran cantante, pero estoy totalmente segura de cómo soy como mamá. Y que no significa decir a todo que sí ni ser muy permisiva. Pongo muchos límites y le inculqué a mi hija cosas hermosas que ella hizo también conmigo, porque los chicos a veces nos enseñan cosas a nosotros y más con lo evolucionados que vienen hoy en día. Y con su cabeza tan abierta. Ella valora mucho que de chica yo no tuve nada y ella tuvo todo. Es una nena que puede ir a tomar algo al mejor lugar o a uno súper humilde, y se va a sentir cómoda. Eso me parece maravilloso porque veo que no sucede mucho.
—¿En tu adolescencia le diste muchos dolores de cabeza a tu mamá?
—No. Pero sí, no estaba de acuerdo con cosas que hacía mi mamá.
—¿Por ejemplo?
—Su forma de criarnos. Entonces, hice lo contrario. ¿Viste que está eso del patrón, que lo repito o lo cambio? Yo lo cambié. Cambié todo lo que me venía pasando de pequeñita, que pobres mis padres…
—¿Sol te da dolores de cabeza en su adolescencia o se porta bien?
—No. No me los da, ni me los dio de pequeñita tampoco.
—Te encontraste en algún momento siendo una mamá sola. Separada y con una hija. ¿Eso fue difícil?
—En su momento sí, muy difícil. Hoy lo entiendo. Y soy de las que piensa que todo lo que nos pasó nos formó. Que si hoy estoy parada como estoy, sintiendo lo que siento, tuvo que ver todo lo que me pasó. Que parte de ser fuerte, de ir para adelante y de que me gusten los desafíos, tiene que ver con lo que me pasó en la vida. Hoy de lejos lo valoro, pero en su momento sufrí un montonazo.
—¿Lograron tener un buen vínculo con El Polaco como padres de Sol?
—Sí. No es de agrandada, pero pienso que tiene mucho que ver con mi forma de pensar. Yo tengo mucho que ver en todo esto que fluye, que nos llevamos bien, que mi hija tiene la posibilidad y el poder de elección, y de decir: “Che, esta persona me cae bien, esta no”. Entonces hay vínculos muy lindos.
—Pasa el enojo, pasa el tiempo, y todo fluye.
—Sí. La herida queda atrás, y uno madura y entiende que no todos pensamos igual.
—Uno también va armando su propio camino, sus propias parejas. ¿Cómo está el amor, Karina?
—Bien. Estuve en pareja un tiempo, no duró mucho pero no terminó mal, que es algo totalmente distinto a lo que me venía pasando (risas).
—Es un montón.
—Aprendí cosas desde otro lado. No de cosas tan extremas y feas como en experiencias anteriores. Es alguien más grande, y seguimos teniendo un vínculo de compartir cosas.
—¿Cómo es una cita ideal para Karina?
—Me gusta el frío.
—¿El frío en la nieve o el frío con aire acondicionado?
—El frío para taparse y mirar una película.
—Ah, porque también puede ser una cena en Bariloche.
—Bueno, acabo de venir de ahí también con mi compañero, que no es mi novio. Hoy me pasa algo distinto: no me importa el título mientras esté tranquila. Pero no significa pareja abierta ni nada de eso; simplemente, que no existe la pregunta sobre qué somos. Estamos tranquilos, estamos bien; preguntemos menos y vivamos más.
—¿Te bancás el no preguntar?
—Hoy, por primera vez, sí. Y me pasa lo mismo del otro lado. Pero hay un respeto importante.
—¿Tuvo que ver Sol con eso?
—No, tuvo que ver que uno se cansa de sufrir o de pasarla mal, y siempre tenés dos caminos: el de estancarte o el de avanzar. El de crecer. Yo hoy camino y voy en busca de mi tranquilidad.
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