La vida le dio talento y fortaleza, pero también la pone a prueba constantemente. María Valenzuela aún se recupera de los serios problemas de salud que sufrió a raíz de la mala praxis de un odontólogo. Y en ese volver a disfrutar, su regreso al teatro con 100 metros cuadrados, el inconveniente y la gira nacional que realizan cumple un rol fundamental.
Luchadora de mil batallas, a casi 20 años del ACV que sufrió su hija Malena, y que cambió a ambas para siempre, la actriz recuerda con emoción lo aprendido. También, sienta posición sobre temas delicados como el juicio a Juan Darthés: “Me da mucha bronca que esté libre”, asegura, critica cierto feminismo “selectivo”, habla del amor y de los haters de las redes sociales.
—¿Cómo estás hoy?
—Se podría decir que feliz. Está todo en orden: la vida por un lado, y por otro lado, voy a hacer una obra de teatro que creo que es una de las más hermosas que leí en mi vida, y eso me da mucha alegría.
—Estás recuperando la salud y saliendo de un año duro. ¿Cómo fue?
—Sí, muy duro. Yo venía hace cuatro años sufriendo una mala praxis en mi boca que me angustiaba mucho. Sin comentarlo, sin decirlo a nadie. Y bancándome los mensajes de la gente que me preguntaba qué enfermedad tenía. Yo no podía creerlo... Tuve tres internaciones por falta de peso. Deshidratada. Yo comía un bocadito de pollo y tardaba diez minutos en masticarlo hasta que me llegaba el hartazgo, la bronca, y dejaba la comida. Por eso salí con un video a decir cuál era el motivo por el que estaba tan flaca. A partir de ahí se calmaron todos. Pero es como que uno siempre tiene que estar dando explicaciones, ¿no?
—¿Cómo estás ahora con esa situación?
—La parte de abajo de mi boca está impecable. Lo que está faltando es la parte de arriba. Pero vamos de a poco, porque tampoco tengo tanto tiempo como para dedicarme nada más que a mi boca, ¿no? Además estoy con terapia, estoy con nutricionista. Es todo un equipo que me puso Marcelo Carta para trabajar conmigo.
—¿Tomaste alguna medida judicial al respecto?
—Esta persona, Manuel, era de La Plata, ahora está en Barcelona viviendo pero no ejerce como odontólogo. Le mandé una carta documento, creo que a la casa del padre, y me la rechazaron. Y ahí cierra el cuento. No voy a hacer nada más: lo dejo en el olvido. Ya estoy teniendo soluciones a mi problema. Es gastar pólvora en chimangos, tener una energía que no me sirve en este momento. Ya dije lo que tenía que decir. Que Dios lo ayude.
—Y tuviste que retirarte prótesis también. ¿Qué pasó?
—Las prótesis mamarias, sí. Yo tuve como seis operaciones de mama. Siempre tuve problemas. Nunca escraché a ningún cirujano porque me di cuenta de que mi organismo las rechazaba, entonces nunca me quedaban bien. Y tenía una que estaba totalmente encapsulada, que se había roto, se había esparcido todo el líquido, y fui a ver a un cirujano especialista en reparación de mamas y le dije: “Quiero sacarme pero no colocarme nada más”. Tengo 66 años y ya no me importa. Ya disfruté las lolas en su momento. Ahora quiero estar tranquila. Y por un tema de salud, además. Son más chiquitas, pero están ahí.
—¿Tuviste miedo de morirte?
—No. No le tengo miedo a la muerte. Yo hablo mucho siempre de la muerte. Y mi personaje en la obra, que se llama Lola y tiene 78 años, juega mucho con la ironía y con el humor negro. Y si hay algo que yo adoro es el humor negro.
—¿Lo aplicás en tu vida también?
—Sí. Yo siento que la Parca me está soplando la nuca pero conmigo no se mete: se mete con el entorno, con mi alrededor. Pero no le tengo miedo: le pongo el pecho. Uno de mis hijos dice que le pongo el pecho al tren bala. Y bueno, tengo esa fortaleza, de poder salir adelante.
—¿Creés que la vida te hizo esta mujer fuerte que sos?
—Hay gente que puede y hay gente que no. Pero no es fácil. Yo estaba en terapia con Malena y le ponía musicoterapia, le colocaba audífonos, le hice un altar...
—¿Qué recordás de aquellos días tan difíciles?
—Fueron veintipico de días. Ella tenía el 1% de posibilidades de vida, según me dijo el jefe de terapia. A lo que yo le contesté: “¿Usted qué me quiere decir, que mi hija se va a morir? No, mi hija no se va a morir”. Y me propuse hacer fuerza para que salga adelante. De hecho le dije a una amiga de Malena: “Traeme un cuaderno y una lapicera”. Y ahí empecé a anotar día a día, minuto a minuto, todo lo que iba pasando. He dormido al lado de ella en una frazada, en el piso, cuando ya empezaba a despertar, y despertó con una furia terrible. Y después me explicaron por qué: tenía litros de droga encima y había que empezar a quitarle esa droga. Más allá del amor que yo le ponía y de cómo la mimaba porque estaba muy añiñada, trataba de ponerle límites. Entonces la retaba y se me hacía como un pollito. Yo digo que fue un milagro y fue también la ciencia; creo que van de la mano. Y todas las cadenas de oración que recibí, las estampitas que me mandaban. Fue un todo.
—¿Qué aprendiste en esa internación?
—En ese momento no te das cuenta. Cuando está la Parca de por medio yo lo que hago es accionar. Nunca me quedo paralizada. En la obra está esa frase de John Lennon que dice: “La vida es eso que te sucede mientras vos estás ocupado haciendo otros planes”. Hay un montón de cosas que son pavadas por las cuales yo me preocupaba y eso me dejó lo de Malena: ¿de qué me voy a preocupar si lo que yo viví fue mucho más intenso, más grave, más importante? Digo: “Ma’ sí”, y sigo adelante en la vida.
—¿Costó explicarle a ella lo que le había pasado?
—Sí, costó. Porque cuando yo la saco de la clínica, pasó derecho al Fleni: no quería un lugar intermedio que nos demorara. Y le conté a Malena: “Te voy a llevar a una quinta muy linda donde la vamos a pasar muy bien”, porque ya se arrancaba todo lo que tenía pinchado, los aparatos, los cables. Cuando se dio cuenta de lo que era, empezó de nuevo con su furia. Y se cumplió un tiempo donde tuvo que empezar a caminar de nuevo, a hablar de nuevo, aprender a hacerse un té... Empezó a nacer de nuevo.
—Qué fuerza esa hija, que luego salió a defenerte y cuidarte a vos. Se invirtieron los roles. ¿Qué sentiste como mamá?
—Y... me daba cosa que después de todo lo que había sufrido Malena tuviera que estar preocupada y ocupada conmigo. Me daba como cierta culpa. Entonces trataba de disimular, de hacerme la fuerte cuando estaba con ella. Y cuando no estaba con ella lloraba a mares. Pero después lo acepté, dije: “Está bien que me cuide”. Ya estoy grandecita y me pasan cosas. Ella ya está sana, está bien. Me dejé cuidar.
Los odiadores de siempre
—Antes hablábamos de las redes sociales. ¿Cómo te llevás con ellas?
—Yo bloqueo mucha gente. Ante una pregunta irrespetuosa o fuera de lugar, desubicada, a veces contesto y bloqueo, o a veces bloqueo directamente y no contesto para no gastar energía. “No estás en mi vida. No tenés que enterarte nada de lo que yo hago. Chau, te bloqueo”. Están muy agresivas las redes.
—¿Creés que en un reflejo de lo que nos pasa como sociedad?
—Hay un grupo de gente que realmente no es buena gente. Su interés es agredir, odiar. Creo que un poco se odian a ellos mismos, no se aceptan, entonces lo de ellos lo depositan en otra persona. Pero preguntarme: “¿Qué enfermedad tenés?”. ¿Qué querés que te conteste? ¿Quién sos para preguntarme eso o decirme “por qué estás tan flaca, estás tan horrible”? Ya opinaban sobre los gordos y ahora opinan sobre los flacos también. No tienen vida propia.
—¿Cuál es tu mirada sobre esa violencia cotidiana que vivimos?
—No se la está pasando bien. Está muy difícil el país. Yo creo que si bien la grieta existe desde hace muchísimos años, ahora es como que está muy subrayada. Veo mucho odio desde ambas partes, o tres partes, lo que sea. Se siente el odio y eso no te lleva por buen camino. Dejás de ser una buena persona.
—Sufriste muchas pérdidas. ¿Cómo lo procesás?
—Muchas pérdidas. Por eso tengo ese desafío con la muerte: porque se llevó a muchos seres amados míos. Desde amigos, hermanos, mis padres. Se llevó a mi exmarido (Juan Carlos Pichuqui Mendizábal), que es el papá de mis hijos. Hoy todos son mis ángeles. Yo no tengo hermanos, soy hija única.
—Contaste que algunos colegas no te llamaron cuando pasabas por malos momentos.
—Yo pensé que algunos me iban a llamar diciéndome: “María, adelante, fuerza, estoy con vos. Si necesitas algo, llamame”. Yo lo he hecho con mucha gente. Trabajo desde los siete años y tengo 66. Muchas personas que pensé que me iban a llamar, no me llamaron. Y otras que no me hubiera imaginado me llamaron. Ahí también uno empieza en el cuaderno a tachar diferentes nombres: “Este no va, este sí va...”.
—¿La Asociación Argentina de Actores llamó?
—Sí, se puso a mi disposición si necesitaba algo. Y también SAGAI, (me dijeron) que estaban a mi disposición.
—Te vi en una foto con Sandro, en Instagram.
—Tenía 19 años cuando filmé con Roberto (Subí que te llevo, 1980). Yo era fan de él, estaba enamorada, claro. Tenía una carpeta llena de fotos suyas, tenía todos los discos, me sabía todas las canciones. Y cuando me dijeron que iba a protagonizar una película con Sandro, que fue la última que él hizo, me temblaban las piernas; era un sueño que se cumplía.
—En Dulce Amor trabajabas con Juan Darthés. ¿Cómo vivís el proceso judicial en su contra y que él se haya ido a Brasil?
—Me da mucha bronca que esté libre. Que haya hecho esa maniobra de subirse a un avión e irse a Brasil, porque es intocable. Yo fui la primera que supo lo que estaba pasando Calu Rivero con él: un día vino a mi camarín y me lo contó. Ella habló con la producción, siguió un poco más, venía y me decía: “Yo ya le paré el carro, pero sigue”. Yo me estaba poniendo loca. En esa época no se usaba tanto denunciar, no estábamos las mujeres tan empoderadas. Pero yo iba a ir a hablar con la producción y hasta con este señor, para decirle que se dejara de embromar. Y no lo hice porque ella no me lo permitió: tomó la decisión de irse del programa. Ella, que estaba en su mejor momento, con un protagónico, le estaba yendo bárbaro, se tuvo que ir. Y yo salí a defenderla como corresponde. Pero he recibido llamados...
—Tuvo un costo para vos, ¿no?
—Y sí, porque me intimidaban del otro lado. Me han llamado compañeros o compañeras para decirme: “¿Vos estás defendiendo a Calu Rivero? ¿Pero cómo no lo defendés a…?”. No puedo ni decir el nombre. A este señor no lo defiendo porque yo sé la historia: yo me enteré de todo...
—Con el paso del tiempo, ¿esa gente salió a defenderlo públicamente?
—Sí. Hay gente que lo defendió públicamente en las redes. También mujeres lo defienden. Eso es lo que más me llama la atención. De hecho hace poco le dije a una “basta”. Yo la adoro, pero le dije: “Basta de defender lo indefendible. No defiendas más a esta persona, porque la verdad es lo que dice Calu Rivero”. Con la difusión del caso, empezaron a salir más. De hecho, tenemos otra persona también denunciada.
—¿Fabián Gianola?
—Exacto. Y empezó a salir caso tras caso. Es terrible. Es una falta de respeto, es una desubicación total, porque nadie dio pie para que pasara eso. Sale de la nada. Bueno, yo creo que hay algo enfermizo, ¿no?
—¿Te pasó alguna vez?
—No, a mí no. Porque conocen mi carácter. Además no te olvides de que yo cuando iba a trabajar, iba con mi mamá. Nadie se hubiera animado a decirme algo o a meterme una mano sabiendo que estaba mi mamá. Cuando ya iba sola, demostré mi carácter. Entonces sabían que conmigo no se podían meter.
—No solo naturalizábamos situaciones de acoso y de abuso, sino también de maltrato.
—Sí. Y de destrato. Ojo, también hay otro caso de destrato que en el colectivo de mujeres (Actrices Argentinas) no se toca: con dos actrices, en una obra de teatro. Y me contaron que cuando en las sesiones que tenían se intentó tratar ese nombre y hablarlo, dijeron: “No, no, lo vemos otro día”. Y nunca se trató. Hay gente que es “intocable” porque son amigos, amigas. Es triste también. ¿Por qué para unos sí y para otros no? Pero bueno, es lo que hay.
—¿Y el corazón, cómo anda?
—Bien, en su lugar: del lado izquierdo, tirando al centro (risas). Es como que, no sé, me jubilé. Nunca se sabe. Puedo pasar por la esquina y que alguien me diga: “María, yo te admiro”, y que yo diga: “¡Wow!, qué buenmozo”. Un café no se le niega a nadie. Pero hoy, no. No salgo a la calle a buscar nada. El Tinder no es para mí, para nada. A lo sumo uso Instagram, Facebook.
—¿Has salido con gente que te haya escrito por redes?
—No. Me invitan, me declaran su amor. Hay uno que me dice todo el tiempo que me ama y me escribe versos y yo le digo: “No me escribas porque yo estoy en pareja”. Si está mirando esto es un horror, porque le mentí. De todas formas, con los que son respetuosos y ubicados, siempre hay buena onda.
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