Roberto Moldavsky: “Viví en Israel y sé lo peligroso que es jugar con el odio; y acá, juegan”

El humorista será uno de los investigadores que secundará a Natalia Oreiro en ¿Quién es la máscara?, el big show que se estrena el lunes en Telefe. A solas con Teleshow, bromea sobre los caminos que recorrió hasta llegar a ser quién es y se pone serio para opinar sobre la situación del país

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Roberto Moldavsky comparte los secretos detrás de ¿Quién es la mascara?

Reinventarse es una constante en la vida de Roberto Moldavsky. En su juventud vivió con lo justo y a lo hippie en un kibutz, una comunidad agrícola en Israel. Su adultez la pasó como vendedor de ropa en el frenético mundo comercial del Once. Y hace unos diez años se tiró a la pileta para probar suerte en el mundo del espectáculo con su capacidad para hacer humor, que traía desde siempre y se encargó de perfeccionar.

“Tuve tres o cuatro vidas, es verdad. Pero esta es donde al final encontré lo que andaba buscando”, confiesa el actor a Teleshow. Y al pasar lista brevemente por su presente, basta para entender semejante afirmación.

Con El método Moldavksy deja gente afuera en cada función del Teatro Apolo. Y se prepara para un nuevo desafío en televisión como uno de los investigadores de ¿Quién es la Máscara?, la gran apuesta de Telefe para la segunda mitad del año. Un traje a cara lavada que parece hecho a su medida, donde convivirán el humorista, el observador, el atorrante y el que pone orden dentro del programa que comienza el lunes a las 22.30 con la conducción de Natalia Oreiro.

Quizás por esto, y contradiciendo de alguna manera al personaje que supo construir, Roberto no tuvo intenciones de regatear cuando lo convocaron para el proyecto. Estaba al tanto del formato y era lo que tenía ganas de hacer después de las experiencias con Masterchef Celebrity y Trato hecho. Cuando empezaron las grabaciones, notó que la producción estaba a la altura de las mejores del mundo sin perder el color local. Y para ello, él cumple un papel fundamental en el rol de investigador, que desarrolla junto a Wanda Nara, Lizy Tagliani y Karina La Princesita, en el que deberán adivinar quiénes se esconden detrás de cada máscara, en un secreto que permanece guardado bajo siete llaves. Y que casi le cuesta un mal trago.

—¿Es verdad que nadie sabe quiénes son? Porque viste que la gente en su casa piensa que está armado...

—Como todo. Pero te voy a contar una anécdota que lo describe. El otro día quería ir al baño y estaba ocupado. Entonces recordaba de Morfi un baño que está más alejado saliendo del estudio. Fue como si me hubiera metido en el cuartel del Mossad. Paso una puerta, viene un tipo y me para. “Voy al baño, sé que acá hay un baño”, le digo. “No podés entrar”, me frena. Escuchame, puertas herméticas, porque se ve que adentro estaba la figura que iba a cantar. Casi me sacan con un pulóver en la cabeza y me mandan a Guantánamo. Y yo solamente quería pillar.

—(Risas) Es un montón.

—Así, a ese nivel están. Yo ya he intentado todas mis artimañas para ver desde dónde lo veo.

—¿Descubriste alguno?

—Algo descubrí... No puedo adelantar mucho más. Algo. Pero es muy difícil. Yo sé que por ahí a la gente le parece una boludez, pero es como Pasapalabara, que desde tu casa contestás y cuando vas al programa, te la regalo. Acá el tema de la producción te juega en contra. Está tan bien hecho que tenés que buscar por dónde ver y buscamos cosas mínimas para tratar de descubrirlos.

—Son un equipo de investigadores desopilantes. ¿Cómo se llevan entre ustedes?

—Nos llevamos bárbaro. Lo que pasa es que hay que poner orden. O sea, Lizy y Wanda es un dúo tremendo; la Princesita no, es una chica aplicada. Debe haber sido buena alumna Karina: seguro en la escuela se sentaba adelante tomando apuntes y no sé si soplaba...

—¿Y vos sos el que pone orden? Eso te lo trajiste del kibutz.

—Claro (risas). La vida en grupo es lo mío, entonces vengo a tratar de equilibrar la balanza. Lo trato de hacer con humor pero a veces tengo que ponerme más firme. Y Natalia nos conduce a todos porque si no… A veces me gustaría ver lo que pasa fuera de cámara, pero cuando se prende pasa algo muy parecido, y entonces es más o menos lo mismo.

Roberto Moldavsky: “Encontré la vida que andaba buscando"

—Vos viviste varias vidas y te reinventaste en distintos momentos. ¿De esta no te sacan más, no?

—No me sacan más. Ni con Crónica y un juez.

—Te va muy bien en lo profesional, y en lo personal también.

—Sí, definitivamente. Y lo cuento a partir de mi relación con Gerardo Rozín, porque atravesó mi vida. Yo tengo un concepto que llamo amigos de grande, porque tengo a mis amigos de toda la vida, pero de grande soy muy selectivo para hacer una amistad. Podemos tener una buena onda, pero una amistad es más difícil. Y con Gerardo me hice amigo. Influyó en mi vida, me llevó a la tele, lo convenció a Gustavo Yankelevich de que me viniera a ver. Y gracias a él conocí a mi novia, Micaela. En uno de los últimos encuentros con él se lo dije. Y si algo me faltaba para esta nueva vida, es esto.

—¿Hoy está todo redondito o te falta algo?

—Me sobra (risas).

—¿Qué te sobra?

Me sobran hidratos. Quiero donar. ¿Alguien anda necesitando? Viste que a veces preguntan por el deseo. Yo quisiera levantarme una mañana y pesar 10 kilos menos. Ni siquiera que me vaya bien en una dieta: quiero que sea algo que me pase durmiendo. Levantarme preocupado, transpirado, mirarme y reconocerme. Y a los 15 minutos darme cuenta de que estoy mejor que antes.

Roberto Moldavsky: “Yo viví en Israel y se lo peligroso que es jugar con el odio"

—¿Cómo te encontraste en esta nueva vida con mucho más dinero, muchos más ingresos?

—No. Yo venía del Once, es al revés esto. Con un par de buenas temporadas en el Once es al contrario te diría.

—Pero cada vez que hablo con un comerciante del Once, está llorando.

—¿Qué querés que te diga? ¿Que llame a la AFIP? “Vengan que estoy vendiendo”. Pero es un deporte judío llorar.

—¿Sí?

—Escuchame: en el Once se ganan la lotería y dicen “No me dieron cambio, ¿qué voy a hacer con estos billetes?” (risas). A la mañana no se vende nada y a la tarde, ¡pluc!

—¿Hiciste mal negocio en lo económico en el pasaje de Once al teatro?

—Me va bien en el teatro, no me voy a quejar.

—Nunca encuentro localidades.

—Bueno, yo te voy a conseguir 2x1. Me va bien ahora también, pero cuando hago el salto del Once, no es lo mismo que el kibutz, que ahí sí vivíamos con lo justo y menos. Ya tenía una estabilidad económica que de alguna manera me permitió tirarme a la pileta. Vos sabés cómo es esta profesión. Entonces, empezás una incertidumbre que…

—Bueno, me acuerdo la anécdota maravillosa de Fernando Bravo intentando llevarte a la radio y vos mostrándole el catálogo a la mujer.

—Es que yo la veo... Vos tenés que entender cómo es el vendedor de campera de mujer: ve artículos. Va en el bondi y dice: “A ella le pondría el piloto este”.

—¿Y hoy cómo sos cuando vas de compras?

—Y, yo te puedo ayudar. Porque viste que muchos de los hombres son un estorbo en la compra. No saben qué hacer. Se sientan. Los hacen opinar. El que no estuvo en el mundo textil no entiende qué le están preguntando. Yo soy buen acompañante, pero puedo ser también un poco hincha pelotas porque toco la tela, te lo hago abrochar, quiero ver el corte. Mica no me entiende, pero cada vez que entro a un negocio toco todo. Soy como los chicos en los kioscos.

—¿Sos fácil para negociar? ¿Te convencieron fácil?

—Sí, porque acá se juega otra cosa. Yo quería estar en el proyecto, me tenían enganchado. La negociación generalmente es buena cuando las dos partes no saben exactamente qué es lo que quiere el otro. Acá cuando me dijeron, dije sí. No es que planteé hablar con Gustavo o hacer cuentas. Yo quería estar, así que ahí fui medio entregado.

—Venís del éxito de MasterChef, también. ¿Te sorprendiste? Te encontré en un rol que no te tenía.

—La pasé bárbaro y aparte, yo gané: la gente se identificó mucho conmigo desde el momento que se me cae la mayonesa en la cabeza. La gente dijo: “Ese soy yo”. Me mandaban videos de familias festejando cuando me salvaban en un programa. MasterChef fue un antes y un después, me cambió la relación con la televisión. Porque no quería saber nada…

—Y así te vemos hoy acá, como investigador. ¿Te tocó en la vida alguna vez?

—En el Once tenés que ser un vivo.

—A ver...

Tenés que descubrir el que viene con el cheque que no se va a cobrar. Más difícil que eso no hay. Pero acá me doy cuenta de que te juegan otras cosas, porque todos hemos investigado algo en la vida, todos tenemos un historial. Empezando con el melón que te vende el verdulero, que lo tanteás tratando de descubrir si está bueno o no. De ahí en adelante, todo.

—Bueno, pero acá el rol de investigador es distinto.

—Sí, acá es la suma de un montón de cosas desconocidas porque tenés que jugar al detective real. Agarrar todas tus experiencias de vida para descubrir en una voz que no es exacta como la de la persona. En el brazo, en la pierna, en dónde puede estar la altura. En una pista que te dan. Donde menos la ves, te viene.

—¿Y si vos fueras la máscara por un día? Te metemos en alguno de estos looks maravillosos que armó la producción y te damos 24 horas de impunidad, de anonimato absoluto. ¿Qué hacés con eso?

—Hermoso. Canto, bailo. Lo que hacen ellos. Porque sos anónimo ahí adentro. Sos un dinosaurio. ¿Quién te puede decir algo? Salgo de gira por los barrios. Canto, bailo en la calle. Hago de todo. Me encantaría, porque adentro de la máscara no sos vos.

—Te saco de la tele y te llevo a la actualidad que vivimos y que supera cualquier ficción. ¿Cómo se hace humor con eso?

—En Argentina se aburre el que quiere. Yo hago humor político que es un tema que me encanta y me ha traído sinsabores porque la gente está muy intolerante del lado que sea. Yo ya sé qué spot está en la radio para entender quién me está puteando en ese momento, porque me agarran los trolls de a ratos. Pero al lado de lo que vivió Tato (Bores), que lo amenazaban los militares y lo prohibían, 20 tarados en Twitter no es nada.

—¿No te afecta?

—No es que no me afecta: no voy a salir de esto. Enrique Pinti me agarró una vez que me vino a ver al teatro y me dijo: “Seguí con el humor político. Lo hacía Tato, lo hacía yo. Te van a putear, te van a criticar, pero tenés que seguir en esta línea”.

—Te dan material todos los días, ¿no?

—Sí, no se puede comparar. Yo hago 10 minutos y tendría que hacer dos horas porque no paran. Es para agradecerles, nosotros nos juntamos cada semana a ver qué pasó y no damos abasto. Por este ejercicio del humor político miro la misma noticia en distintos canales y en distintos diarios, y cada uno la ve increíblemente al revés de lo que la vio el otro. A mí me parece bárbaro que la gente piense distinto y vote distinto. Sería una locura que todos pensemos igual. Hay gente que en su imaginario quiere eso porque se enoja con el que piensa distinto. O sea, ¿vos querés que votemos todos al mismo partido? ¿Que seamos todos de Boca? ¿Que todo sea así para que tu mundo esté tranquilo? Me parece una locura. Pero sí, hay que bajarle dos cambios a la grieta ya.

—Y ahí aparece el humor.

—Y te digo más. Yo viví en Israel, un lugar donde el odio lamentablemente está entre los vecinos cotidianamente y sé lo peligroso que es jugar con el odio. Acá juegan. El otro día hubo un pequeño aviso, pequeño gran aviso de algo terrible que pudo haber pasado, y quizás tuvimos la oportunidad de rebobinar una película y decir: “Pará, pudo haber pasado esto. Listo, bajemos todos dos cambios. Calmémonos, porque si no, va a pasar realmente”.

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