Julio Chávez vuelve con Yo soy mi propia mujer, una de las obras que lo consagraron como actor y uno de sus personajes que elige como favorito de su amplia galería de caracterizaciones. Será la tercera vez que se ponga en el cuerpo de Charlotte Von Mahlsdorf, una mujer trans sobreviviente de la Alemania nazi, y la primera vez en la que asumirá también la dirección, el lugar que ocupaba el recordado Agustín Alezzo. Es un desafío que lleva la exigencia a otro nivel y que, a 15 años de su estreno, lo pone a él en otro lugar como intérprete ante un público que tiene otra mirada hacia la historia. “La obra también contempla a los que están en contra”, dice Julio en esta charla con Teleshow, recogiendo el guante y redoblando la apuesta.
Esta voracidad por meterse en cada personaje y en cada proyecto se potencia con Cuando la miro, su ópera prima que escribió con Camila Mansilla y protagoniza junto a Marilú Marini, en la que propone un diálogo necesario entre un hijo y su madre. Y en ese ida y vuelta de palabras, gestos y miradas, Julio compuso un personaje entrañable y conmovedor, con algunos puntos en contacto con su propia historia que lo llevaron inevitablemente a mirar hacia atrás. A volverse a ver como hijo, claro, pero también como actor. Como el protagonista principal y absoluto de su vida, y con la gratitud eterna a un oficio que lo rescató de una personalidad conflictiva y temperamental, no muy dispuesta a aceptar los límites. “En ese sentido, era peligrosamente descarriado”, reconoce Chávez en esta entrevista honesta y profunda, en la que se mostrará pleno, enamorado y feliz.
—¿Por qué vuelve Charlotte?
—Son muchos los motivos por los cuales tiene sentido contar de nuevo a la Charlotte. Es muy difícil que un actor tenga una partitura, un papel que pueda interpretarlo a través de los años. Y este cuento lo puede contar un actor a los 40 años, a los 60 o a los 80, por eso es como una partitura, como si yo fuese un pianista que toca un Chopin a través del tiempo y lo voy comprendiendo más o menos o diferente. Y también se lo cuento a un público que va cambiando. Entonces, para mí es como una suerte de revalidar la mirada que teníamos con Agustín en 2007 y en 2016, y esta mirada del 2022 que me hace doblemente responsable. Cada pequeño cambio de la dirección lo estoy chequeando con mi Agustín interno. Además, hoy los varones y las mujeres están más preparados para escuchar un relato que es casi pionero de un asunto.
—Me parece súper interesante esto que decís. Fuimos cambiando en este tiempo, tenemos otra cabeza.
—Es una obra para revalidar no solamente el avance que tenemos los humanos en relación al entendimiento de las diferencias sino también para que se escuche a aquellos que no lo tienen. Porque la obra también contiene la experiencia de los que están en contra. Y esta pulseada entre aquellos que determinen cuál es la estética y la ética que el mundo debe tener para que el mundo sea bueno, es histórica. Entonces, la Charlotte vuelve a traer el asunto que en esas batallas siempre hay seres humanos que por una cuestión ética deciden, aun a costa de su vida, llevar adelante lo que es una mirada individual.
—Avanzamos un montón en materia de derechos y de aprender, y también nos falta otro montón. Escucho algunos discursos que asustan.
—Por eso, es un tema muy complejo que de pronto se decide que ya se resolvió o se decide que tiene resolución. La lucha, la diferencia, la dificultad para manifestarse. Para algunos es un tema de la contemporaneidad y para otros es su vida cotidiana. Hoy pagamos un carnet de contemporáneos y de políticamente correctos con una frase, pero hay seres que están día y noche bregando, y no están rodeados de frases.
—¿Te tocó ser el diferente alguna vez?
—Yo soy diferente.
—¿Con qué?
—En muchos aspectos. Yo elegí el arte, que es un espacio donde justamente te está preguntando cuál es tu mirada y te está invitando a manifestar tu punto de vista. Y a mí la diferencia me es absolutamente encantadora. A mí no me gusta la palabra igual, me gusta la palabra diferente.
—¿Siempre tuviste la suficiente fortaleza como para que esa diferencia o que la mirada del otro no te lastime?
—La mirada de muchas otras u otros me pueden llegar a lastimar, pero el tema tiene que ver con que yo soy un militante del espacio en el cual he decidido trabajar y el dolor no puede ser un freno.
—Hablemos un poco de Cuando la miro, y esa forma en la que mirás a tu mamá... ¡Por favor!
—Es un halago, porque uno de los temas muy importantes de la construcción del rol de Javier era que había que mirar. Y así como hay que construir el objeto madre que construyó Marilú, también tenía que construir la mirada de Javier, porque justamente la película trata de una mirada fascinada por un objeto, que en este caso es esta madre. Y lo más importante en el rol de Javier es que el espectador sienta que comprende esa mirada.
—Es que hay una ternura en esa mirada… Me dio ganas de poder volver a charlar con mi mamá, que no la tengo.
—Lo que pasa es que Javier quiere tener un registro de esta mujer porque supone que prontamente se va a ir. Y pone una cámara porque quiere un registro fidedigno de la naturaleza del objeto, y cree que si la filma no tiene que explicar quién es.
—Es maravilloso porque Javier la mira con esa carita, y ella le está diciendo cosas muy duras sobre su infancia.
—Sí, pero estamos hablando de un hombre que está en condición de escuchar. Que ya no quiere pelear. Que no es un reclamo, es una pregunta que seguramente varias veces la hizo, pero pocas veces estuvo dispuesto a escuchar, aunque duela. Ya no hay enojo, y eso trae un poco de ternura Estamos hablando de gente adulta, de un acercamiento, de una despedida de alguna manera, y de un sinceramiento. Muchas veces el vínculo entre padres e hijos está tan lleno del rol del como debería ser que uno a veces ni sabe cómo era la persona, porque el rol gana. Pero en este caso donde el rol no gana, tiene la posibilidad de ganar la persona. Y él la adora, ya no como mamá: como persona.
—En la película, mamá e hijo hablan de todo. ¿Esa charla te hizo revisar tu propia historia?
—Claro que sí. Y también esta fascinación de escuchar a nuestros padres contando la historia, construyéndola. No se sabe si lo que dice Elena es tal cual, porque además es la manera que tiene de articular una experiencia de una mujer grande que viene de épocas tan duras en las que otros decidían por ella.
—¿Qué te llevó a revisar de tu propia historia?
—Más que revisar me ayuda a revalidar una necesidad de estar menos defendido en el mundo. Y la película me pidió dirigir desde un lugar donde había que ser muy sereno también, y me invitó a entender que no todas las acciones necesitan ser llevadas con ímpetu y con violencia o con tensión. Me revalida un poco y voy pagando algunas cuotas que tienen que ver con estar menos protegido y puedo meterme en algunos asuntos que tienen que ver más con la ternura.
—Está muy expuesto Javier.
—Es un ser que está abierto y que recibe. Y yo soy una persona más defendida. Entonces me parecía que era un buen desafío y una buena manera también de agradecerle a la vida y al oficio todo lo que me dan, que es mucho.
—¿Sentís que es momento en tu vida de bajar la guardia?
—Cuando quiero, sí (risas).
—¿Cómo andas hoy?
—Bueno, estoy bien. Estoy muy interesado siempre por mi oficio, por lo que estoy haciendo. Todavía saliendo de una pandemia individual y me cuesta mucho volver a entrar en la ilusión de lo que llamamos la normalidad. Siento que me desperté de un sueño, me di cuenta de que era un sueño, y ahora vuelvo a dormirme y me cuesta mucho no advertir que yo sé que es un sueño. Que el mundo se detenga fue muy fuerte. Y me siento que estoy todavía impresionado de lo que hemos vivido que me cuesta un poco volver a la ilusión anterior.
—¿Y lo que pasa en Argentina, cómo te afecta?
—Me afecta porque cada año soy más ignorante. Como no tengo mucho tiempo me ocupo de enterarme de cosas que tienen que ver con elecciones. Es una responsabilidad mía decir “la verdad es que no sé”. Y por eso, no me quejo.
—No sos un tipo de quedarte en la queja.
—No, porque intento hacer el ejercicio de no victimizarme. Si yo me ocupase y si yo tuviese una militancia en lo que es el espacio de la política, no me victimizaría. Sería una persona de acción. Y tal vez es uno de los motivos por los cuales ni siquiera opino de política porque considero que los espacios de acción hay que accionar, no ser un opinólogo.
—¿Andás enamorado?
—Sí.
—Contame todo.
—No, no te voy a contar nada.
—Un poquito. Me gusta que estés enamorado.
—Estoy muy contento, me siento bien. Tiene que ver con que algo se afloja un poco y se hace más tierno, más vulnerable. En general, estoy muy agradecido.
—Además de escucharte en un gran momento profesional, de las varias veces que charlamos, es la primera vez que te escucho tan abierto al amor.
—Y... ¿viste esa frase “a la vejez, viruela”? Soy tan convencional que dije: “Bueno, ahora sí”.
—¿Estás conviviendo?
—No, no. Hablé de ternura, no de estupidez (risas). Podría, pero no es el comprobante del estar bien.
—Y hoy estás feliz.
—Estoy bien. Por ahora estoy bien, sí.
—Me encanta. ¿Hace mucho te encuentro en pareja?
—Un año y medio. Para mí el tiempo no tiene que ver: tuve desastres de tres, cuatro años.
—Y mirá el tierno que apareció. Un osito de peluche.
—Absolutamente (risas).
—¿Qué tenés ganas que pase?
—Que mi ambición sea inteligente. Que estos dos proyectos que amo mucho sigan el ritmo que tengan que seguir y obtengan lo que tengan que obtener. No querría que estas experiencias se sientan en una licuadora de exigencias consumistas.
—Qué importante lo que estás diciendo. Es no distraerse con el costado y hacer el propio camino.
—Si te diste el gusto de haber hecho lo que querés, y de pensar lo que pensás, no podés todavía pretender ocupar todos los espacios del mundo.
—Hablamos de teatro, de cine. ¿Te podemos ver en tele? ¿Tenés ganas?
—Claro que sí. Pero es importante que se pueda articular con el teatro y la película, y además estoy escribiendo una obra para el año que viene que me tiene esperanzado. Y también advierto que tengo en mi haber mucha experiencia de series, fueron casi 20 años y mi oficio fue enormemente beneficiado. Me doy cuenta en la calle de una manera que me gusta mucho, pero a veces me inhibe. Entonces también está bueno no temer soltar.
—¿Y la pintura? En la película te veo pintando mucho.
—Toda la obra pictórica de Javier, su estética, la produje yo. Como artista plástico me corrí de lo que hago y empecé a construir lo que me imaginaba que Javier haría. A tal punto que Javier hace una obra mucho mejor de la que hago yo…
—Prestame tu inconsciente, Javier.
—Es un acto casi de un psicótico (risas).
—Mira si serás obsesivo trabajando, ¿no? Porque podías poner tu obra.
—No me lo hubiera permitido. Me propuse jugar a soltar mi imagen y a construir con lo que yo entiendo de la plástica, la imagen de lo que yo imagino que es otro, cosa que es muy atractiva.
—¿Hay un personaje preferido que tengas de los que hiciste?
—La verdad que no. Pero la Charlotte de Yo soy mi propia mujer es una obra que es como la mesa de una bar mitzvá. Para mí es un manjar este espectáculo y el rol. Y te debo decir que es una especie de laboratorio que hago porque estoy muy enamorado de nuestro oficio.
—¿Es a quien más amor le has dado?
—Es quien me ha rescatado. En ese sentido, soy como un perrito.
—¿De qué te rescató?
—No lo sé, pero la cosa no venía fácil. Entonces, cuando me siento desplegado en el oficio, me pregunto en qué otro lugar me hubiera podido desplegar así.
—¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres en tu adolescencia?
—No les di dolores de cabeza porque desde muy pequeño advertí que mi problema no tenía que ver con ellos. Porque ellos estaban totalmente out de la posibilidad de poder sostenerme. Entonces, el problema era cómo me iba a sostener a mí mismo.
—¿Sentís que estuviste en peligro?
—Sí, pero también agradecí un gusto por la vida que tengo. Y algo que yo mamé, y seguramente debe tener que ver con mis padres, es que a pesar de que no tuve una estructura paterna y materna, yo fui mis propios padres y muy rápidamente me empecé a encaminar a mí mismo. Y cuando advertía peligrosidad, me protegía.
—¿Cuántos años tenías cuando pasó esto?
—Desde los 14 años hasta los 21, 22. Empecé a trabajar como actor a los 18años. Pero me acompañó cierta inteligencia intuitiva, el azar de haber tenido templanza, gusto por la ocupación y por el trabajo. Compromiso. Y mucha ayuda, grandes maestros. Y un país en el cual yo me sentía gustoso vivir. Y eso lo mamé de mi padre. Siempre soy agradecido de estar acá siendo hijo de extranjeros, pase lo que pase tengo esa sensación de identidad. Y me gusta vivir acá.
—Y tus propias ganas de vivir.
—Sí. Quien me hizo mucho bien a mí fue mi primer maestro de teatro, Luis Agustoni. Yo era tan terrible …
—¿Pero con qué eras terrible?
—Era insoportable. Era maleducado. Prepotente. Agresivo. Por suerte era lindo, y eso garpa (risas). Pero en la evaluación del Conservatorio primer año, él me dijo: “Mirá, yo no te voy a evaluar como actor. Vos o cambias tu naturaleza o no vuelvas a este lugar”. Y yo pensé yo no vuelvo a este lugar, a mí qué me importa. Y me fui a trabajar a una clínica a los 17 años, era responsable de la admisión a la noche. Iba a dar unas materias del secundario que me faltaban dar para ir a estudiar otra cosa. Y una vez estaba estudiando y dije: “¿Pero por qué, si yo quiero ser actor?”. Entonces dije: “Voy a hacer así, voy a volver al Conservatorio a segundo año, que era el año que me correspondía, y voy a actuar que cambié”. Empecé en el Conservatorio segundo año y a las tres cuartas clases me dice Agustoni: “Bueno, es otro Julio, cambiaste”. Y yo pensé yo sigo siendo el mismo pero estoy actuando que cambié. Pero fue para mí muy importante esa advertencia de él que tenía que ver con que me iba a tener que hacer cargo de mi naturaleza y que yo tenía que ocuparme de mí. Y yo lo entendí.
—¿En algún momento esa actuación se volvió natural? ¿En algún momento entendiste que ibas mejor con eso?
—Absolutamente entendí que yo tenía que hacer una doma conmigo. Que yo tenía que ser responsable y hacerme responsable y trabajar conmigo. Que no podía ser que yo me autorice a cualquier cosa. Y eso me ayudó mucho como actor. Me guio enormemente. Te diría toda mi vida. Toda mi vida, hasta el día de hoy me guía.
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