¿Cómo seguir después de Hamlet? La pregunta asaltó a Joaquín Furriel cuando la pandemia puso un freno a la puesta que soñó e impulsó, con la que cosechó elogios y prestigio, y a la que le quedaba un mes de cartel. En medio de la incertidumbre, encontró la solución huyendo hacia adelante, asumiendo un riesgo y probándose en la cartelera comercial con Ella en mi cabeza. “Fue la mejor elección por lo que me propone la obra. Poner el cuerpo para una comedia era toda una novedad para mí y es muy gratificante recibir la cantidad de energía que viene con las risas”, dice el actor en diálogo con Teleshow, con cierta nostalgia por la despedida.
Son las últimas semanas en cartel para la obra de Oscar Martínez que protagoniza con Florencia Raggi y Roberto Castro en el Metropolitan II. En agosto, Joaquín filmará en Uruguay y luego en Málaga, mientras finaliza el rodaje de la segunda temporada de El reino, la serie de Netflix escrita por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñerio que le valió el premio Platino del audiovisual Iberoamericano al mejor actor de reparto y disparó el debate sobre las relaciones entre la política y la religión en esta parte del mundo.
Apasionado como es por su profesión, ambas historias lo interpelan en profundidad. Como Joaquín, padre de una hija adolescente y siempre atento a una sociedad en permanente transformación; y como argentino, forjado en el conurbano sur violento y machista de los 90, y preocupado por el momento político y social del país. Ese país que ama y que, a pesar de su proyección en la profesión, sigue eligiendo como su lugar en el mundo. “Me dio todo: el actor que soy, la familia, los amigos, el valor por la solidaridad. Me sentiría muy solo viviendo en otro país”, reconoce.
—Hablemos un poco de Ella en mi cabeza antes de la despedida: es maravilloso cómo se complementan sobre el escenario y lo que pasa abajo con el público.
—Lo que estuvo muy interesante de este proyecto es que desde que se estrenó la obra, hace 15 años a ahora, hubo una revolución feminista muy importante en el mundo y sobre todo en Argentina. Cambiaron los focos, las discusiones, las generaciones. Mi hija escucha a veces hablar a esas mujeres muy machistas y me dice: “Es como de otra época”.
—Bienvenido sea.
—Sí, totalmente necesario. Para mí no es una novedad porque mi madre siempre fue una militante feminista y así nos educaron. Con mi hermano no podíamos hacer ninguna diferenciación de género ni pelear a ver quién era el más macho, siempre tratamos de desarmar ese entramado peligroso, muy peligroso, porque después vemos cómo una patota de rugbiers mata a un chico donde le dicen negro y un montón de cosas espantosas. Y ahora vemos cómo al hijo de Valeria Mazza le pegan por ser “tincho”, aparentemente. Lo que no me sorprende es que ya sea por el que seas diferente socialmente o por lo que fuere, el otro grupo responde de una manera miedosa. Ellos no se dan cuenta el grado de inseguridad que tienen y de miedo que tienen para responder de esa manera, donde todos juntos parece que son los que tienen que manejar las cosas. En las sociedades patriarcales arcaicas como la nuestra y católica, porque nuestro país lamentablemente no es laico; o sea, es laico en los papeles y ni hablar después de la Constitución del 94, ni hablar con las leyes que se fueron logrando en estos últimos tiempos, pero el Estado nacional, con todos los problemas económicos que tenemos, seguimos sosteniendo a la Iglesia Católica. Nosotros no sostenemos otras religiones, solo la católica. Entonces ahí hay una gran contradicción.
—Hablando de religión, fue muy fuerte lo que pasó con El reino.
—Hay ficciones que trascienden por algo que va más allá de estar viendo un entretenimiento. Se generan debates, el espectador o la espectadora participa de una manera muy activa con lo que está viendo. Y eso es lo que pasó con El reino.
—Además de la factura, de las actuaciones, fue una historia que sorprendió con un tema del que no se había hablado en televisión.
—En Sudamérica tenemos muchos problemas para poder hablar de la religión y, en este caso, de la connivencia de la política con la religión. Somos colonias gobernadas católicamente, y hoy en día las religiones han cambiado, aparecen movimientos religiosos con otro grado de poder que han hecho cosas que el Estado no se ha ocupado en hacer. Entonces no es una sorpresa que en Brasil el evangelismo hoy esté con Bolsonaro en el poder, y también en menor medida, con Lula. El reino en Argentina está presentado, es una ucronía. Soy de una familia católica, fui monaguillo, gran parte de mi familia es católica practicante y, por ejemplo, estaban a favor de la ley de aborto porque consideran que no porque ellos practiquen y en sus vidas ellos no aborten nunca y no estén para nada de acuerdo con el aborto, no pueden ellos privarle a ningún otro argentino o argentina la posibilidad de hacerlo en caso de que necesiten hacerlo. El tema es cuando ya la religión te enceguece.
—Vinculaste el machismo con las propias inseguridades de ciertos hombres o mujeres.
—Creo que todo en el mundo es una construcción. Y cuando uno empieza a desmenuzar la historia y a leer, a informarse, a tratar de entender por qué llegamos a una situación donde prácticamente cada 26 horas tenemos un femicidio en nuestro país, empezás a observar los problemas que tenemos. Yo tengo 47 años, un hombre criado en el Conurbano, una construcción de cómo había que ser: macho alfa, cagarse a trompadas, encarar a la mujer en el boliche, el ganador. Toda esa semántica construida del machismo lo responden los hombres y lo responden las mujeres. Por otro lado tenemos la pobreza. Fijate lo que está pasando en Sudamérica: cuanta más pobreza, aparece una extrema derecha radicalizada que ya es capaz de decir cualquier cosa, como fenómenos histriónicos, prácticamente. Cuando hay tanta pobreza y tanto sufrimiento, ¿de qué discutimos? De lo que hay que discutir, no; discutimos y prohibimos cosas. En qué agenda política importante de cualquier país desarrollado, que la Argentina todavía con duras penas lo sigue intentando ser por la clase media que pelea hasta donde puede para tratar de sobrevivir, con los valores de la clase media argentina que fueron muy valiosos, porque es la educación pública lo que ha sostenido a esa clase media y esos valores.
—¿Y hoy?
—El tema de permanentemente estar tratando de destruir lo que tenemos bien. Las instituciones argentinas. La educación es una institución. Yo estoy formado en la educación pública. El actor que soy hoy, los recursos que tengo, las herramientas que tengo para poder comprender mi profesión ética y estéticamente, me lo dio el Estado nacional. Yo estoy pagando impuestos para que eso también siga funcionando. Entonces, cualquier persona que me venga a decir que en mi país las instituciones no funcionan, es mentira. Sigue habiendo educación pública y sigue habiendo salud pública, con un montón de problemas, yo no le esquivo el problema que tenemos, pero también es cierto que si me tengo que operar en algún país de Sudamérica probablemente estoy tranquilo si me opero en Argentina. Ni siquiera te diría que esté tranquilo en algunos países europeos ni mucho menos en Estados Unidos si no tengo plata. Todo eso nosotros no lo vemos, estamos todo el tiempo chocando con nuestras propias frustraciones y vemos que nuestro país se va. Cuando vos no tenés resuelto lo económico y, lo espiritual, ¿cómo sostenés la vida?
—Este año se proyecta terminar con una inflación superior al 70%, la gente no llega a fin de mes.
—Claro. Ahí crece una extrema derecha radicalizada con gente que está revalorizando a Videla, que dicen cualquier cosa y es muy difícil tomarlos en serio. Una persona que crea que puede ser una solución vender un órgano es una persona que no propone ninguna solución real para este país, que es la pobreza. Y las religiones, y no voy a poner ningún nombre injusto y estigmatizante, brotan de una manera diferente en los países donde hay muchísima pobreza.
—¿Argentina sigue siendo tu lugar en el mundo?
—Sí. Yo amo a mi país. Estoy maravillado del país en el que vivo. Con todas las contradicciones.
—¿Gobierne quien gobierne? ¿Pase lo que pase el año que viene, Argentina es tu lugar en el mundo?
—Sí, yo soy una persona democrática. Pago mis impuestos y quiero que al que esté o a la que esté le vaya de la mejor manera posible porque quiero que mi país esté bien. La conozco mucho a la Argentina y es un país bellísimo, con gente de unos valores increíbles. Lo que pasa es que los que más se exponen y las que a veces más se exponen son personalidades, que es lo que tiene más rating también e imantan más, pero no son las personas más virtuosas. Las virtuosas, las que uno ve, la gente que realmente está mejorando este país en el día a día, es gente que está en la calle, gente de a pie, que está haciendo un montón de cosas para sobrevivir. A mí la Argentina me dio todo: el actor que soy, la familia que tengo, la vida que tengo, los amigos que tengo, el valor que tenemos por la amistad, la solidaridad que tenemos los argentinos y las argentinas. Todos esos valores. Es un país; yo me sentiría muy solo en otro país.
—¿Cómo es ser papá de una adolescente?
—Es un sube y baja, porque hoy manejan una cantidad de información que es difícil estar al día. Sobre todo, entender el vínculo que tienen con las redes sociales, cómo quedan de alguna manera cautivados y pueden pasar una hora de sus vidas por algo que no termino de entender muy bien, dónde está la identidad de uno, qué se le juega ahí.
—¿Ella te da más dolores de cabeza de los que vos les diste a tus padres o vos fuiste más bravo de lo que es ella?
—Bueno, yo no tuve una adolescencia muy suave, ¿viste? 90, neoliberalismo, Conurbano, Duhalde, razzias, empezaba el paco, que no consumí porque vi lo que provocaba en mis amigos. La del 90 fue una década muy violenta y muy agresiva.
—¿Te fueron a buscar a alguna comisaría tus padres?
—Sí, cuatro veces. Hacía mucho quilombo. Era una violencia permanente. Eran épocas violentas.
—¿Por agarrarte a trompadas, por meterte donde no debías, por robar, por qué?
—Por no tener DNI… Robar no, nunca robé. Vengo de una familia de clase media muy trabajadora y con valores. Mi provocación no era tanto con mi familia sino con el Estado. Una cosa punkie muy 90 también. Híper inflación. La impunidad de Menem y de la política, los caudillos del Conurbano. Era un nivel de poder y de corrupción extraordinario. Y la Policía bonaerense, que venía de estar involucrada en el gobierno militar y seguía siendo parte de la fuerza.
—¿La pasaste mal en alguna de esas detenciones?
—Y... sí, porque te cagaban a trompadas. No digo que hoy no siga sucediendo; lamentablemente, sucede. Era como un bullying, las razzias eran totalmente provocativas, y era la manera de seguir dándole fuerza a unas fuerzas que no estaban educadas y preparadas para el cambio cultural que la Argentina necesitaba.
—¿Como adolescente entendías el riesgo en el que estabas?
—No, cuando sos adolescente sos inmortal. Me acuerdo la primera vez que vinimos a ver un concierto en Buenos Aires todos en el tren eléctrico, yo no era punk pero me gustaban mucho los Ramones, pero con los que yo iba había punks. Entonces antes de ir a escuchar a los Ramones fuimos a Cabildo y Juramento, que estaban los punks porteños, que tenían los jopos divinos, a cagarnos a trompadas como una cosa del punk-cheto. Esta cosa estigmatizada. Esa locura. No puedo creer que no nos dábamos cuenta de la cantidad de peligros que implicaba, y hoy veo las cosas que pasan con los adolescentes y siento que tiene que trabajar la educación y la familia también. Hay que acompañar mucho. En mi caso, han hecho lo mejor que pudieron mis padres como todos, pero la calle era muy compleja en aquel momento. No digo que hoy no lo sea, pero mi aprendizaje fue estar muy cerca de mi hija en la cotidiana. Que me cuente cómo es. Y trato de estar informado también de qué está pasando. Porque lo interesante es pensar juntos respuestas posibles para esos estímulos. Y cuando uno es adolescente tenés la grandísima dificultad de que te tenés que mostrar al mundo.
—Y en el medio no tenés que perderte vos, ¿no?
—No perderte vos. Y lo más complejo de todo: empieza el sexo. A mí no me entra en la cabeza cómo todavía sigue habiendo funcionarios y funcionarias que puedan dudar que en la escuela hay que tener educación sexual- Eso es inivisibilizar lo que se necesita en el mundo que vivimos.
—¿Qué aplacó a ese adolescente?
—Lo único que me orientó fue la actuación, porque hacía muchísimo quilombo, y el grupo de psicopedagogos que tenía la escuela sugirió que tenía que poner toda esa energía en un ámbito creativo. Fui a los talleres y la actuación me ordenó. Por otro lado, a los 15 empezamos a trabajar de jardineros con dos amigos y nos dejaron irnos de mochileros a Bariloche. La montaña me demostró que se pueden hacer un montón de cosas que no tienen que ver con el estatus social. Sobre todo, ganarle al tiempo .Cuando venís caminando en la montaña y estás en una no te das cuenta si caminaste una hora, dos, tres; vas caminando. Es una meditación activa. La actuación, lo mismo: cuando estás participando de un hecho interpretativo y le ganaste al tiempo.
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