Cuando empezó la pandemia, en el momento más duro de la cuarentena, Fer Dente pensaba cuál quería que fuera su casa. Ese ejercicio introspectivo e inevitable de los días de encierro se tornó en algo filosófico y conceptual, que excedió lo laboral en una carrera que siempre fue en ascenso, y en el que las presiones se hacían cada vez más grandes. Allí entendió que podían convivir la ambición artística y profesional, las grandes marquesinas y las luces de la televisión con la posibilidad de hacer un rato a un lado las exigencias y permitirse hacer fiaca un domingo.
En medio de un arduo proceso de sanación interna, Dente se estaba enamorando, mientras en su cabeza daba vueltas la idea de armar una escuela de comedia musical. Quería ayudar a que chicos y chicas pudieran desarrollar su vocación. Y logró cristalizarlo en el Instituto Argentino de Musicales. El proyecto al le que dio forma junto a su mentor, Ricky Pashkus, ya cuenta con tres sedes y 400 alumnos. “Es el lugar que hubiera necesitado yo para no inventarle a mi papá que quería estudiar Marketing. Es mucha responsabilidad y es muy lindo”, dice el actor con un entusiasmo que mantiene a lo largo de la entrevista con Teleshow.
La plenitud se le nota en el semblante y en la soltura con la que desarrolla cada respuesta. “Es un momento de mucho estímulo lindo por todos lados. Me siento asentado y calmo”, confía Dente, que volvió a la cartelera porteña con Kinky Boots, en el Teatro Astral. Allí deslumbra en escena, y reflexiona puertas adentro, como lo hace con cada personaje que le toca interpretar, ese tironeo permanente entre los mandatos familiares y la auto exigencia. “En estos años aprendí mucho a fluir en la vida”, afirma desde el convencimiento del hoy, y abre la puerta a recorrer el ayer.
—¿La vocación estuvo siempre?
—Sí, es la primera escena de mi vida, fue el motor siempre. Mi infancia fue muy agridulce, un vínculo con mis papás muy hermoso, sobre todo con mi mamá, hasta de repente ser testigo del calvario que era el vínculo entre ellos dos. Y siempre mi escape mental era mi vocación, un gran salvavidas.
—Era lo que te aislaba de una realidad triste, de situaciones feas en casa.
—El día que entré a High School Musical me acuerdo que literalmente me desdoblé y me miré de afuera, fue una cosa muy esotérica o mágica. Dije: “Empezó la vida, ahora depende de mí”. Yo agradezco mucho todo lo que tuve que pasar y no lo cambiaría por nada, aprendí mucho de crecer en la familia en la que crecí. Ellos no se daban cuenta de que yo, como hijo, estaba sufriendo ese vínculo que no funcionaba, que sostenían una cosa de mandato también, de Argentina de los 90.
—¿Había mucha pelea, mucho grito, mucha violencia en casa?
—Era familia de italianos-italianos. No porque esto justifique nada ni estigmatice, pero una manera de vincularse que hoy sería impensada. Era una dinámica muy agotadora. Y yo crecía en una generación donde el divorcio dejaba de ser un trauma. No entendía por qué no se separaban. Mis papás eran grandes, y era insoportable. Hoy veo atrás y digo “bueno, menos mal que ya pasó”. Por supuesto que ellos hicieron lo que pudieron y me dejaron una gran gran enseñanza en ese sentido.
—Cuando arrancás a trabajar, ¿hay como un renacer?
—Tuve dos: uno cuando finalmente se divorciaron mis papás. Tenía 15 años y me fui a vivir con mi mamá. Y al día siguiente grabé mi primera publicidad: nos despertamos entre las cajas de la mudanza y nos fuimos a filmar. Y fue hermoso ese momento, de querer estar en mi casa y estar tranquilo. Lo comparto porque siento que es algo que debe pasar mucho también el día de hoy.
—Está bueno cuando lo compartís porque ayuda a un montón de gente a no normalizar los gritos ni la violencia.
—Exactamente. Las peleas, el maltrato. Ni siquiera tiene que ver con una situación específicamente de violencia de género ni nada de eso, tiene que ver con el clima tóxico en el que alguien está creciendo.
—¿Había un mandato familiar sobre lo profesional?
—No. No me estimulaban para que hiciera algo ni tampoco me ponían trabas. Tuve la suerte de empezar a trabajar a High School Musical en quinto año del colegio. Entonces no tuve que pasar la situación de terminar la secundaria e iniciar una carrera. Si salía el tema, yo decía que iba a estudiar Marketing. Pero sabía que no.
—Y un día te sienta tu mamá y te cuenta la historia de tu identidad. ¿Hasta ese momento habías tenido alguna duda o jamás se te había cruzado por la cabeza?
—No dudas, pero sí me sentía muy distinto a mi papá, como una esencia, una cosa… Era muy cariñoso conmigo para lo que era él, y eso a mí me encantaba. Y cuando mamá me cuenta que yo era hijo de otra persona biológicamente, lo asocié con eso. Y fue un momento también. Por eso tengo tatuado el 17, porque a los 17 me pasó de todo: entré a High School, me enteré esto, me fui a vivir solo, fue como una segunda fecha de nacimiento.
—¿Cómo fue esa charla? ¿Qué te pasó cuando te enteraste?
—Cuando mamá me contó no le di mucha importancia, la verdad. Ella era muy especial. Se llamaba Ada, sin h, pero era literalmente un hada: hermosa, carismática, inteligente, sensible. Muy empática y pilla. Un día la encaro porque ya habían pasado dos años de la separación, y estaba soltera. Y se va emocionando mientras me habla: me cuenta que había tenido un gran amor cuando yo era chico. “¿Antes de que yo naciera?”, le pregunto. Y se pone a llorar cada vez más y tuve como la epifanía: “No me digas que mi papá no es mi papá...”, le digo. Y se puso a llorar y yo me puse a saltar, fue rarísimo. Y a partir de ahí empecé a ver todo de otra manera, a entender cómo era mi papá. Él nunca supo que yo no era su hijo biológico, pero yo creo que de alguna manera sí, y esto me hizo resignificar cómo él me crio, el amor que él me dio, cómo me adoptó. Fue necesario, más allá de que a mi papá biológico lo conocí y después no continué un vínculo porque no lo necesité y está todo bien, hay algo de esto que tiene que ver con mi identidad y con cómo llegué acá.
—Y cuando lo contás se te escucha súper en paz con eso.
—Sí. Re. Aparte, lo que son las circunstancias, fue casi al final de High School Musical. Para poner en situación, concurso de tele contra 26 mil personas, éramos 20, competíamos todos los domingos, el premio era protagonizar la película de Disney. O sea, era mi sueño absoluto.
—¿Con tu papá que te crio, hablaste del tema alguna vez?
—Nunca. Tampoco pude hablar que era gay, no le podía pedir tanto. Como hijo, uno también a veces tiene que entender que los padres son los padres que uno tiene.
—Y quererlos como son.
—Y, sí... Mi papá en un momento dejó de preguntarme si tenía novia y creo que ahí algo se acomodó.
—¿Y con tu papá biológico, como fue el encuentro?
—Cuando me enteré lo más importante en ese momento era empezar mi carrera. Después de High School entré a Hairspray y en un momento dije: “Bueno, debería contactarlo”. Lo conocí, una situación muy rara, pero todo bien. Yo cambiaría un montón de cosas de mi vida con tal que mis papás estuvieran vivos, eso sin dudas. Mamá falleció cuando yo tenía 19 y papá, cuando tenía 23, pero lejos de ponerme triste me dio una sensación de mucho empoderamiento, de que todo dependía de mí: pagar el alquiler, tomar las decisiones de mi vida. A mí me pesaba mucho la mirada de mis papás.
—Pienso que hay un ciclo ahí que de alguna manera terminó de cerrar, y con decir: “Bueno, este soy yo, y esto es lo que quiero para mi vida”.
—Sí. Muchas veces miro para atrás y un montón de cosas que hoy vivo con total naturalidad y alegría eran cosas de las que estaba convencido que nunca iba a poder hacer. Sobre todo las personales: decir que soy gay, tener un novio. Y lo mismo pasó con mi historia y esa necesidad bastante llamativa de tener que contarla. Como un momento de depuración, de revancha. Supongo que tiene que ver con un proceso de seguir sanando. Contar las historias de vida alivian un montón. Si a alguien le está sirviendo, está buenísimo, pero no voy a hacer demagogia: lo hago por mí, me hace bien.
—¿Por qué pensabas que no podías presentar un novio? ¿Dónde estaba esa presión: era familiar, era de la industria, era propia?
—De la industria, sin dudas. Yo no conocía a ningún actor que tuviera la carrera que yo quería tener que fuera abiertamente gay. Es verdad que uno no anda diciendo: “Yo soy heterosexual”, pero todavía no estamos en ese momento en que da lo mismo. Cuando conté que era gay fue porque entré a un proyecto de Disney y, como me iban a ver chicos chicos, no quería que lo asociaran a un tema tabú. Y me había cansado de contestar entrevistas de cómo era mi chica ideal y qué tenía que tener una chica para conquistarme cuando tenía 17 años. Ya era gracioso… Decía cualquier cosa. Creo que si buscamos debo haber dicho que sea un orangután...
—¿Disney nunca te pidió que no hablaras del tema?
—No, jamás. Primero con Disney en ese momento, porque fue el momento High School, ni lo hablé yo. Y cuando lo hablé, cuando lo hice públicamente 10, 12 años después, no sé por qué sentí la necesidad de preguntarles si lo podía hacer y me sacaron cagando como diciendo: “¿Qué nos preguntás? Hacé lo que quieras”. Alegría absoluta.
—Cada historia es personal, pero hay algo todavía. Hace muy poquito Mariana Genesio Peña tuvo un ataque en la calle.
—Eso pasa todo el tiempo. Hay un avance con los derechos y las leyes que son espectaculares y que gracias a Dios existen, pero el problema de fondo sigue estando.
—Cuando alguien tiene ganas de contar su historia me parece buenísimo porque lo naturaliza para todos los pibes y las pibas. Y yo los veo juntos con Nicolás y son dos bombas.
—Y es actor también. Me dio mucha felicidad hacerlo y es una sensación de libertad, es una revancha.
—¿Quién se levantó a quién?
—(Risas) Yo a él.
—¿Costó?
—Mucho, cuatro meses. Fue difícil.
—Tuviste que remarla.
—Un montón, como nunca en la vida. Pero valió la pena. Él estaba en la versión pre pandémica de Kinky Boots y nos veníamos cruzando hasta que un día lo miré de otra manera. Y lo empecé a conocer y me morí. Hice un intento de mensajito, una historia que se responde y un corte de rostro muy respetuoso pero que dolió: la cicatriz se me fue hace poquito (risas). Pasaron los ensayos y no sabía cómo acercarme. Era un estúpido yo, literal. Me hacía un comentario y esa noche soñaba con él. Era un nivel de embobamiento tremendo.
—Ay, me encanta.
—Y la primera cita fue una semana antes de que nos guardaran en la pandemia, que nos vimos todos los días y después estuvimos tres semanas cada uno en su casa. Después nos juntamos en su casa, que la estaba estrenando, era la primera noche que pasaba ahí. Y ahí entendí lo que había pasado esos cuatro meses, porque cuando él se ocupa de algo toda su vida pasa por ahí. Él es un artista literal, multifacético. Y ahí empezó el amor.
—¿Y se encuarentenaron juntos?
—Un poco y un poco. Y ahora convivimos en casas separadas. Vivimos a seis cuadras y estoy mucho en su casa.
—Hablando de mandatos, una vez que contaste que estás en pareja, todo el mundo te empezó a preguntar si querés ser papá.
—Sí. Nico dice que no conteste más porque me hace ver más viejo (risas). Me encantaría, pero no lo voy a decir tanto.
—¿Es mucha presión?
—No, el medio para mí es como si no hubiera entrado todavía. Siempre me trataron muy bien. Creo que tiene que ver con ser hermano de Tomy (Dente) y que él empezara a trabajar antes que yo. Nunca tuve una mala onda, así como nunca nadie me hizo una.
—¿Hoy, queda alguno de esos paréntesis que dejaste en el aire?
—Si te lo pudiera responder creo que me tendría que ocupar. Por ahora no los tengo tan presentes, pero seguro debe haber.
—¿Qué le dice este Fernando de hoy al chiquito que vivía con su mamá y su papá en un clima tenso?
—Se lo abraza y se lo lleva a tomar un helado, al teatro, a Disney (risas).
—Se lo mima.
—Mucho. Pienso en él todo el tiempo. Me cuesta entender que fui yo, cómo pasó todo por este mismo cuerpo. Sobre todo porque siento que ese es mucho más fuerte del que soy hoy. A veces me quiero sentir más como me sentía en ese momento. Pero creo que es algo que nos pasa a todos cuando vivimos situaciones extremas.
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Agradecimiento: Hotel Dazzler Palermo
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