Pampita recibe a Teleshow y abre las puertas de su casa para la segunda temporada de Siendo Pampita, el reality de Paramount+. En diez capítulos, propone un vistazo al ritmo cotidiano de una de las mujeres más bellas y queridas del país, modelo, conductora, emprendedora, pero ante todo mamá, que se entusiasma y emociona como cualquier espectador del otro lado de la pantalla: “Me da ternura ver a Ana tan chiquita. Y preparen los pañuelos porque el último capítulo tiene una sorpresa muy especial”, anticipa, mordiéndose la lengua para no spoilear más de la cuenta.
Esta temporada remonta a los primeros días de Ana, la hija que Pampita tuvo con Roberto García Moritán, que en julio cumplirá un año. Y sirve también para conocer al hombre con el que se animó a volver a amar y ser amada. A agrandar y ensamblar esa familia que es el gran sueño de su vida, más allá de cualquier pasarela o brillo del espectáculo. Esa que forman los hijos de ella –Bautista, Beltrán y Benicio-, los de él –Delfina y Santino-, y el recuerdo imborrable de Blanca, la hija mayor de Carolina, que murió con solo los seis años.
Así como en su nuevo programa, en esta charla Pampita invita a conocer a las mujeres que habitan en ella: la trabajadora inquieta e hiperprofesional y la Carolina mamá, sin maquillaje y en joggineta, atenta a cada detalle de sus hijos. Repasa cómo la niña que jugaba en las calles de La Pampa se convirtió en la figura que es hoy en base a perseverancia, carisma y esas cosas que no tienen demasiada explicación: “Hubo algo mágico desde el principio, una conexión con la gente”, dice, como al pasar. Y dan más ganas de conocer esa historia.
—¿Disfrutás de trabajar tanto como al principio?
—Sí, y más también. Porque creo que todo el recorrido hizo que hoy pasen estas cosas por las que esperé muchos años, tal vez décadas. Así que estoy muy consciente de eso, tengo los ojos bien abiertos. No me quiero perder nada y quiero disfrutarlo, quiero sentirlo.
—Hace un ratito pensaba en aquella niña que estaba en La Pampa. ¿Qué soñaba para el futuro?
—Uff, no sé si me hubiera imaginado todo esto... Lo artístico siempre estuvo en mí: estudié ballet toda la infancia. Esa disciplina exigente a la que había que dedicarle el 100% de tu tiempo. Salía del colegio y me iba a ensayar, de lunes a sábado. Era muy difícil, pero me enseñó, me dio bases para el resto de mi vida. Y disfrutaba mucho de bailar. Me sentía libre, en mi propio mundo.
—¿Y en ese sueño estaba ser una de las mujeres más queridas de la Argentina?
—No estaba para nada, ni imaginé que el modelaje iba a llegar. Se dio de casualidad. Siempre me gustó la tele, eso sí. Era de ver mucha tele.
—¿Y te sentías linda?
—No, porque la vanidad no era parte de mi vida. Soy de un pueblo muy chiquito, tenía muchos amigos varones, muchos primos. Jugaba a cosas de varones, no había ni muñecas, ni casitas ni nada. Andaba en bicicleta, jugaba a la escondida, a la mancha. Jugábamos en la calle hasta que los papás gritaban “¡A comer!”, y cada uno volvía a su casa.
—Tu primer trabajo en Buenos Aires fue de lavacopas?
—Sí. Cuando llegué, vivía con una compañera de ballet en Matienzo y Libertador, y salí a tirar currículums. Tenía 16 años, secundario incompleto y ninguna experiencia. Y a la semana conseguí trabajo en un bowling sobre Soldado de la Independencia. Salía tres, cuatro de la mañana, y con eso tenía algunos ahorros para poder hacer castings durante el día.
—O sea que hay una cultura del esfuerzo. Este presente no se olvida de esa nena que la peleó.
—Nunca. Soy muy consciente de todo. También de la suerte que tuve, porque siempre hay como una varita mágica que te da ese primer paso. Después hay que trabajar seriamente y ser profesional, porque tenía muchas compañeras lindísimas y talentosas, pero que quedaron en el camino. Tal vez yo tenía más clara la meta final.
—Sí, pero vos entrás en una pasarela y llenás completamente el espacio. Es una cosa increíble.
—Hubo algo mágico desde el principio, una conexión con la gente. Y eso se dio solo. No sé qué sucedió, fue como algo imperceptible que no se puede fabricar. Sale o no sale. Y en este caso, salió.
—¿Tuviste que romper con muchos prejuicios?
—Sí, había prejuicios cuando empecé en el modelaje porque no tenía ni la altura, ni las medidas del resto. Creo que el modelaje también vino por la tele, como que fue todo de la mano. Por eso tuve esa oportunidad. Pero de algún modo rompí ahí algunos cánones.
—Y también abriste puertas. No sé si lo viste, pero hace poquito se armó un debate sobre la estética a partir de unas fotos tuyas.
—Sí. Yo me veo hermosa. Estoy hormonal. Tengo las tetas grandes, ¿no? Es como que eso me hace ver todo otro talle, también. Pero no siento presión por ser otra cosa. Porque hoy estoy amamantando, soy mamá, estoy en esa etapa. En general es al revés: me critican mucho porque estoy muy flaca, y es mi genética que me lleva para ese lado. No lo sentí como una crítica, al contrario: sentí que (esa persona) quiso decir que le gustaba esta versión mía, que festejaba verme saludable, hermosa y feliz.
—A lo que iba con esto es hoy todo el mundo cree que puede opinar de todo.
—Y está bien que puedan hablar porque no quiero que perdamos esa libertad de opinar. A mí me gusta.
—¿Te duele algo de lo que dicen?
—No, nada. Es parte de esto también, porque nosotros nos exponemos. Si renegás, es ridículo quejarte.
—Sos una mujer que se esforzó, que tiene un presente hermoso y que vivió las tristezas más profundas que pueden existir. ¿Qué te da alegría hoy?
—Huy, me da alegría cualquier cosa. Eso es lo bueno también, que un momento súper simple, una carcajada de uno de mis hijos, una conversación, un amanecer, inclusive la familia que tengo hoy, ya me da emoción.
—Estás enamoradísima.
—Estoy muerta de amor. Y cada día lo amo más a Robert y se lo digo mucho porque me sorprende a mí misma que el amor siga creciendo. Y muchas veces termino el día y le digo: “¡Cómo te amo! Y hoy te amo más todavía”, porque él me enamora con cosas súper básicas. Me da una mano con alguno de los chicos, o me viene a buscar a algún lugar y ve que tengo frío, y va a buscar al auto un abrigo y yo muero de amor. Tiene todo para que estemos juntos el resto de nuestras vidas.
—Un gran amor.
—Un gran amor que llegó a mi vida como una sorpresa gigante. Yo lo busqué también: nunca me rendí a buscar el amor. Siempre tuve la puerta abierta, porque hay gente que tal vez la tiene cerrada y se queja porque no encuentra a nadie. Hay que tener el corazón preparado para recibir también.
—¿Hay un grupo de chat de toda la familia?
—Sí, hay un chat que se llama “Familia”, con todos mis hermanos y todos de La Pampa, donde está Robert. Y estoy en un chat en la familia de Robert que se llama “Mamá Cora”.
—Juntos a todos lados hasta en los grupos de chat. ¿Hay uno con todos los hijos?
—Sí, se llama “México”, porque fueron las primeras vacaciones que fuimos juntos y quedó. No le cambiamos el nombre, ahora que lo pienso.
—¿Cómo te sentís con el perfil político de Roberto?
—Él ya se dedicaba a esto cuando lo conocí. Estaba más abocado a su fundación, pero tenía todos los días contacto con la realidad. Estaba metido de lleno en los barrios vulnerables. Inclusive en pandemia a mí me daba miedo porque era el momento de pico total y él estaba en barrios que tenían con mucho contagio, y no se sabía mucho del virus, y él me decía: “Esta es mi vida, es mi vocación”. Y yo tenía que apoyar y entender que ese era su mundo. Hoy desembocó en ser legislador, pero es algo muy real que le pasa a él, que es inevitable.
—¿Si el día de mañana va por una posición ejecutiva, te imaginás primera dama?
—Yo no me imagino nada porque ese es el mundo de él y yo acompaño, respeto, admiro todo lo que le pasa. Pero no soy de participar. Si en algún momento la vida nos sorprende con algún desafío más grande voy a estar a su lado, por supuesto.
—¿Sufrís cuando se pelea en las sesiones? Está con un perfil alto estas últimas semanas.
—Yo siento que está muy preparado para lo que está viviendo. No necesita ningún consejo mío para nada. Y me parece que toda esa valentía que tiene de dedicarse a esto también lo lleva en el día a día y a la hora de hablar también la tiene. No se va a quedar atrás si tiene una opinión formada sobre algo.
—¿Hablan de actualidad, de la realidad, de política?
—Sí, mucho.
—¿A vos te interesa, te gusta?
—Yo soy muy curiosa y quiero saber todo. Y pregunto mucho. Él tiene mucha paciencia para interiorizarme también en los temas.
—¿Por qué elegís trabajar tanto?
—Porque no me quiero perder de nada. Lo encuentro irresistible, y siento que, si digo que no, quizás no se vuelve a presentar la oportunidad.
—¿Tiene que ver con esa nena que le costó un poco más también el aprovechar?
—No, creo que tiene que ver con el recorrido. Como que todos estos años me preparé para este momento que estoy viviendo hoy. En la conducción, hace 20 años que hacía proyectos que tal vez no eran lo que había soñado y yo sabía que estaba haciendo escuela, que estaba aprendiendo a tener una opinión formada de las cosas, a escuchar a la gente. Por más que me lo explicaran lo tenía que hacer todos los días para tener mi propio estilo, para que sea algo natural.
—¿Y cómo compatibilizas la Pampita profesional con Carolina mamá, esposa, con una familia enorme?
—Carolina mamá, primero. Esté haciendo lo que esté haciendo, estoy viendo el chat del colegio: si hay que comprar el mapa, si hay que llevar pastelitos, esas cosas que no las puede hacer nadie más que mamá. En eso estoy al 100% del día. Los chats de mamis…
—Te ocupás vos.
—Sí, obvio. Esa es mi prioridad absoluta. Después, el trabajo, a esta altura, es como surfear la ola.
—Te lo pregunto porque uno puede imaginar que hay un séquito de gente ayudando.
—No, no hay (risas).
—¿Cómo es con Ana a la noche?
—Se despierta muchas veces y ahí estamos. Y Robert ayuda también en lo que puede, porque en amamantar no puede hacer nada: soy yo. Y ella amamanta a libre demanda así que nunca sé en qué horario se va a despertar. Hay noches que pasa de corrido y otras que se despierta tres o cuatro veces. Podría tener más ayuda, pero me gusta la excusa de que tengo que ser yo. Estar con los chicos es el mejor plan lejos, sin maquillarme, sin peinarme.
—¿Existe Carolina sin maquillaje, sin peinado, en joggineta?
—En Siendo Pampita se ve mucho (risas). Es la verdadera, y disfruto mucho de ser normal como cualquiera.
—Hace poquito la vimos a Ana en un posteo con unos zapatitos de Blanca.
—Usa mucha ropa de Blanca y de todos sus hermanos. Yo guardo todo. Tengo todo impecable. Así que como que fue pasando de generación en generación, y todos los juguetes, la sillita de comer, el andador, todo viene heredado. Y Blanca también tenía heredado de otros primos. Tengo cosas de hace 20 años.
—Más allá de que claramente podés comprar o recibir el producto más lindo que hay, hay algo de lo emocional en que sea de sus hermanos, que está bueno también.
—A mí me gusta. No necesito comprar todo nuevo. Justo ayer me decía uno de mis hijos: “Huy, ahora voy a poder usar un botín de Bauti que está re bueno”, porque le creció el pie y yo se lo guardé. Y para ellos también es normal esto de usar cosas de otro. No es que soy tacaña ni que soy tan aprensiva. No tiene que ver ni siquiera con algo emocional, es como que se usa la ropa y se va pasando.
—Hay algo de esa nena que hoy se ve en esta familia. En la mamá, en el estar tan enamorada. Hubo una búsqueda de esta familia que hoy tenés claramente.
—Sí, mi esencia siempre fue así. La familia es algo que busqué, algo que soñaba. Más que ser una gran profesional en algo siempre soñé con tener una linda familia.
—¿Y te imaginabas un día que le ibas a mostrar tu familia al mundo?
—Sí (risas).
—¿De esta forma, en la que todos nos metemos en tu casa y nos encanta?
—Sí, me lo imaginaba, porque recibo a diario mucho cariño. Mucho más de lo que le podría explicar a alguien. Tal vez voy a la verdulería y alguien me abraza con mucho cariño y está muy contenta de mi presente y sabe los nombres de mis hijos. Sentía que había que hacer algo con ese sentimiento auténtico.
—¿Los chicos no piden que trabajes un poco menos?
—No. Y ellos también están muy ocupados porque van a doble escolaridad y tienen actividades extras del colegio, de cosas que a ellos les gustan. Nos levantamos todos temprano, salimos a hacer nuestras cosas, y nos reencontramos a cenar y ahí sí estamos todos.
—La cena con todos es sagrada.
—Sí, sagrada.
—¿En qué sos la mejor del mundo?
—Ordenando (risas). Ordeno muy rápido. Y la estética me gusta. La decoración.
—¿Y en qué sos la peor?
—Huy, en muchas cosas… Soy muy calentona.
—¿Te enojás mucho?
—Con los años he sabido domar un poco eso (risas). Pero sé que está dentro mío.
—¿Roberto ya te conoció enojada?
—Sí, obvio. Pero después nos reconciliamos con mucho amor así que está todo bien.
—Caro, si hablamos en cinco años y salió todo genial, ¿cómo te voy a encontrar?
—Ojalá afianzada en la conducción. Me gustaría ya, a partir de ahora, empezar a tener buenos proyectos. Y en la familia van a cambiar tantas cosas… Voy a tener mayores de 20, ya los más chiquitos van a estar entrando en la adolescencia, Anita va a estar yendo a primer grado.
—Debe ser un fastidio que te estén preguntando si vas a tener más hijos…
—(Risas) Yo tendría muchos hijos más, sinceramente. Pero quiero que ellos tengan también calidad. Que tengan su tiempo. No es tener por tener. Y hoy hacemos malabares con seis hijos, así que no sé si nos daría el tiempo para tener más.
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