“El humor es el mecanismo que me vino como escape para lidiar con las cosas con las que no sé lidiar”. A poco de empezar la entrevista, Romina Scalora le confiesa a Teleshow su arma secreta con la que transita cada una de sus personalidades. Profesora de Historia. Panelista de televisión. Columnista de radio. Instagrammer. Pero, ante todo, desde que tiene memoria, habló mucho e hizo reír más, aún -y sobre todo- ante las adversidades.
Scarola nació en una familia laburante, con su papá fletero y su mamá empleada doméstica, que se sacrificaban para que sus dos hijas tuvieran la mejor educación posible, esa que ellos no habían podido tener. Allí también el humor era la posibilidad de ser alguien en un mundo no siempre preparado para ella. Fue arma de integración social y, más adelante, el pasaporte para saltar de las redes a la pantalla grande, un fenómeno propio de estos tiempos en lo que lo clásico y lo moderno están obligados a convivir.
Fue en Instagram donde La Romi explotó su histrionismo y su mirada aguda de la patria chimentera, hasta que llegó el Wandagate, ese culebrón fascinante e interminable, y ya nada volvió a ser lo mismo. Sus intervenciones desopilantes se volvieron virales y significaron la puerta de entrada a los medios tradicionales.
Después de pasar por Insta-Late y Bendita, en la tele se la puede ver paneleando en El debate de El Hotel de los Famosos, el ciclo que conducen Adrián Pallares y Rodrigo Lussich en El Trece. En radio, integra el equipo de María O’Donnell en De acá en más (Urbana Play). Y si el gran público de los medios tradicionales se pregunta quién es esa chica, acá está Romina para contar su historia. Que no sabe de acomodos ni apellidos, sino de un sentido del humor innato y de una serie de sacrificios familiares y personales que la sostienen y le dan una fortaleza a prueba de haters.
—¿Cómo surge el personaje de La Romi?
—En realidad es bastante poco personaje. Siempre fui el centro de atención en las reuniones, la que le pone humor en la familia y descomprime los momentos de tensión. Lo que empezó a pasar en las redes es como esta personalidad exponenciada con mis estudios de stand up con, maestros como Luciana Faistman, Pablo Molinari y Federico Simonetti. Fueron muy importantes porque para hacer humor tenés que ir limando el chiste de la juntada de amigos, armarle un formatito.
—Había una vocación con el humor e igual hiciste el Profesorado de Historia.
—Sí, yo sabía que algo quería hacer. Y de hecho cuando pasó esto de las redes y empezó a seguirme más gente, ahí caí y supe que era eso lo que quería. Vengo de una generación de padres de clase media baja en la que había que tener un título, una salida laboral y alguna seguridad económica.
—¿Hubo un placer al llevarles el título?
—Sí, hubo un placer, porque sentí en gran parte que se los debía a ellos. Trabajo desde los 16 años y la carrera me la pagué yo, y también me pagaba mis gustos, mis salidas. Pero sabía que ahí había llegado gracias a dos padres que habían pagado la escuela y que yo llegaba de la facultad hasta el último día y mamá me esperaba con la comida caliente. Igualmente, con el tiempo y con el título en la mano, también me doy cuenta de que la mayor gratificación para ella es verme contenta haciendo lo que quiero hacer.
—Hay algo en la inestabilidad de esta profesión que no es para cualquiera, porque los proyectos en un momento terminan.
—Y sobre todo cuando tenés lo que yo le llamo el síndrome de pobre, cuando venís de lugares donde efectivamente te faltaron cosas, en este trabajo nunca sabés cuánto vas a cobrar a fin de mes porque no sabés si te salió un canje, o te llamaron de un programa y hay una incertidumbre. Yo estoy súper agradecida y no tengo quejas, pero también son como esos miedos que te dan: “¿Y si esto se termina? Y si sale todo mal, ¿qué hago?”.
—En esa familia muy laburante en la que no sobraba nada, ¿faltaba?
—Y... yo fui chica en los 90: para nosotros fue una década muy difícil... Mi papá era fletero, mi mamá sigue siendo empleada doméstica. Mi papá era un tipo que laburaba y traía la plata del día. Fuimos a una escuela semi privada, por el sacrificio de mis papás, para que no nos falte nada. Y también creo que el humor parte de ahí, con compañeros que por ahí se iban de vacaciones a Disney y yo no tenía computadora. Entonces la única manera de vincularte con los otros era siendo la graciosa. El humor realmente te salva. Por ejemplo, cuando murió mi papá tuve que llamar a una compañía de teléfono para dar de baja y me insistían en que tenía que llamar el titular… Ahí ves cómo el humor te saca de lugares muy oscuros y te permite relacionarte con los otros desde un lugar mucho menos violento porque incluso ante las agresiones, contestar con humor le baja la agresión al otro.
Saltando sin red. En octubre de 2021, mientras guionaba País de boludos, Romi analizaba situaciones y escándalos del espectáculo que volcaba en videos en su Instagram, con su impronta desopilante y con mayor o menor rebote. Hasta que estalló el Wandagate y se llevó puesto todo. Sus intervenciones crecieron y el salto a la masividad fue cuestión de tiempo.
—¿Por qué creés que pasó lo que pasó?
—Fue un escándalo en el que era muy difícil empatizar con cualquiera de las partes: Wanda Nara se separó y se fue a Milán; yo me separo y me tengo que comer una bolsa de chizitos porque no tengo otra posibilidad. Y además creo que veníamos de un momento muy pandemia, muy crisis, y yo celebro la lobotomía: me parece que es necesario todos los días tener un momento de lobotomizarte la cabeza y bajar, y hablar de cosas que en el fondo no le importan a nadie.
—Y acá tenías material constantemente.
—Tengo el busto de Wanda en mi casa, para mí es San Cayetano porque fue una generadora de cosas todo el tiempo. También le debo mucho a los programas de chimentos. Desde siempre me dio mucha risa esa idea de hablar con tanta solemnidad y seriedad sobre cosas que son pavísimas en la realidad que vivimos y en los problemas que tiene la gente. Que estén 45 minutos alargando sobre un WhatsApp que La China Suárez le podría haber mandado a Wanda me parece fascinante. Lo celebro y trabajo mucho con eso. Por ahí más incluso que sobre las cosas que efectivamente pasaron.
—Pasa el tiempo y seguimos hablando de Wanda. ¿Podemos pensar qué aburrida que está la farándula local que no genera mucho contenido?
—Terrible. Está muy aburrida. Yo lo digo en mis videos: hay como dos focos de atención que son el multiverso Wanda y después, el multiverso Flor Vigna, y no hay nada más.
—¿Qué escándalo estamos necesitando?
—Creo que una separación a lo Susana-Roviralta: hay que reactivar el chimento local. También siento que se cayó un poco en lo correcto políticamente, que empezamos a juzgar la risa, se quiere analizar sociológicamente el chimento y la verdad es que te tiene que divertir, te tiene que agradar y ya. Por supuesto, sin lastimar a otros y sin que nadie salga herido, pero se perdió un poco de esa época Zap! de lo bizarro.
—De la masividad en redes pasaste a los medios tradicionales. ¿Te cuidás un poco más con ciertas cosas o seguís sin filtro?
—Y... todo me demostró que sí, que me tengo que cuidar. A veces la gente piensa que como vos estás en radio o estás en tele sabés todo y te la tenés que bancar, y yo estoy aprendiendo a hacer todo esto. Todo lo que la gente te pone en Twitter, ese hateo que grito o que gesticulo, yo lo veo y para mí es un aprendizaje. Y por supuesto, son públicos diferentes, es todo muy nuevo y lo tengo que procesar.
Bienvenida a la jungla. Dos meses atrás Romina tuvo su primera exposición fuerte en este nuevo mundo que empieza a transitar. Luego de una gira por Medio Oriente, el canciller Santiago Cafiero brindó una nota en de De acá en más, y le preguntaron por su muy comentada pronunciación del idioma inglés. Hacia el final de la entrevista, el funcionario cometió un exabrupto al insultar al periodista Jorge Lanata: “Lanata said stupid things about me, I think Lanata is a dickhead” (en español, “Lanata dijo cosas estúpidas sobre mí, yo creo que Lanata es un pelotudo”), señaló. En ese momento, la cámara tomó a Romina y su reacción de sorpresa se volvió viral. Fue meme, pero también fue presa de una cacería en la que siente que el foco se puso en otro lugar. “Fue muy gracioso que me cuestionaron más a mí que a Cafiero”, resume, y se dispone a repasar el asunto.
—¿Cómo ves a la distancia lo que pasó?
—Yo tengo el rol de hacer humor en ese programa y soy una persona tremendamente gestual. El día anterior había llevado la noticia justamente para burlarme de la forma en la que Santiago Cafiero hablaba inglés. María (O’Donnell) se apoya en mí en la entrevista, me enfocan, hago una cara y se viraliza un fragmento de un video en el que ni siquiera digo nada. Después, no me puedo hacer cargo de lo que pasa en las redes, ese odio exacerbado. También lo siento como un derecho de piso que hay que pagar y bueno, yo quise hacer toda la vida esto, y si es el derecho, lo pagaré.
—¿La pasaste mal?
—Al principio sí, pero sobre todo por el síndrome de pobre, porque tenía miedo de que se me cierren puertas de trabajo. Me quedé tranquila cuando hablé con las personas con las que trabajo, y entendí que no tengo que dar muchas explicaciones porque yo no hice nada. Además es el desconocimiento, porque el que me sigue en las redes o el que ve lo que yo hago en De acá en más sabe no soy una persona que no dé una opinión, y la mayoría de las veces que opino no opino muy a favor ni de este Gobierno, ni de Cafiero. También hubo situaciones de periodistas que no son políticos y que llevaron eso a un lugar rarísimo, algo del feminismo. Reírse no es festejar, reírse es reírse. Yo veo un blooper en la tele de una viejita que se cae y me río. Si estoy en la calle y se cae una viejita la ayudo a levantarse, pero si lo veo en la tele me río. Hay cosas que a uno le provocan risa y eso no significa que uno los esté celebrando, que las esté avalando. Es lo que te decía antes: yo me reía cuando se murió mi papá porque era la forma que yo tenía de lidiar con la incomodidad. Era una situación tremendamente incómoda que salga un canciller al aire y se ponga a hablar en inglés. Yo lo único que pensaba era: “¡Por favor, cómo va a estar haciendo esto!”. Y así reacciono ante la vergüenza ajena. ¿Qué más puedo decir? ¿Qué tengo que hacer para que se deje de hablar del tema? No se va a dejar de hablar porque hay gente a la que le gusta odiar. Si fuera algo que yo dije y que lastimé a alguien estaría pidiendo disculpas 20 mil veces. No es el caso. Entonces no tengo que pedir disculpas; simplemente, estar mucho más alerta para que esas cosas no sucedan.
—Te tocó por primera vez la otra cara de las redes.
—Sí. Además hubo agresiones que tenían que ver con cosas que sí eran dolorosas, con lo físico. Y no entiendo cómo ponen tanta energía en agredir tanto a alguien que no conocen y que ven en 10 segundos en un video en el que esa persona ni siquiera habla. Entonces llegó un punto en el que todo me pareció tan absurdo que me propuse que dejara de afectarme.
—¿Cómo vivís los primeros pasos en la tele?
—Es todo maravilloso. Me parece un poco raro porque todo el mundo me dice que es re difícil el ambiente de la tele. Yo tuve el privilegio hasta ahora de trabajar con gente que me trató siempre bien y nunca me hicieron sentir que tenía que pagar pagar un derecho de piso por ser la nueva.
—¿No hay en el panelismo una cosa medio de codazos, de tener que hacerse el lugar?
—Creo que es la dinámica del panel, porque si no interrumpís al otro no vas a hablar, y lo puedo entender como una dinámica laboral como tantos otros trabajos que tuve. Lo que me haría daño es que esa dinámica de codazo se trasladara al detrás de cámara, al querer llegar a un lugar a costa de otra persona, o que haya un mal clima de laburo.
—¿Qué dice tu mamá?
—Está muy orgullosa. Es mi gran fan, por supuesto, y me pone muy contenta que me repita que me lo merezco. Que ella sienta que no fue casualidad, porque realmente trabajo mucho. Digo: hago un video por día, me levanto a las cuatro de la mañana para ir a la radio…
—A veces la gente no se da cuenta de que es un laburo todo lo que se sube a las redes.
—Estoy todo el día trabajando. Por eso me molesta cuando la gente te dice: “Ahora cualquiera está en la tele”. Hay que dejar de subestimar a la gente de las redes, hay mucho trabajo detrás y hay gente muy creativa en las redes que oxigenaría mucho los medios tradicionales de comunicación.
—Me gusta esto de la mamá orgullosa, y también debe haber una cosa de saber que tanto esfuerzo de tus padres tiene una devolución.
—Sí, siempre le digo que se lo debo todo a ella y a mi papá, que hicieron que yo tenga este lenguaje y esta forma de pensar. Mi papá, sin darse cuenta, sin saberlo, era el tipo más gracioso que yo conocí. Y eso también te va formando.
—¿Creés que el síndrome de pobre se termina en algún momento?
—Ojalá que no, porque es lo que te tiene los pies en la tierra todo el tiempo. Si yo ganara una fortuna y me olvidara de la necesidad de trabajar, creo que dejaría de gustarle a la gente, que ve en mí a una piba como ellos que puede estar hablando de lo que ve en la tele. Agradezco tener el síndrome de pobre porque implica que también pasé por un montón de cosas que hacen que hoy pueda disfrutar. Por ejemplo, comprarle un juguete a mi sobrino es un triunfo, y ojalá lo siga viendo así, que no lo naturalice, también para pasarle a él ese ejemplo.
—¿Qué esperas para el segundo semestre del año?
—Esto. No soy una persona de pedir demasiado y ya con que la segunda mitad del año sea esto, yo estoy súper feliz. Trabajar de lo que a uno le gusta es un privilegio que efectivamente tiene muy poca gente, y a mí me tocó ahora. Entonces realmente lo valoro.
Mirá la entrevista completa:
SEGUIR LEYENDO: