La joven de 23 años caminaba por la calle Florida y entre el mundo de gente de la hora pico, solo una cosa daba vueltas por su cabeza. Empezaban los 90 y nadie sabía lo que puede pasar al otro lado de la esquina, pero esa licenciada en Relaciones Públicas tenía todo claro. Su horizonte marcaba destino directo a Los Ángeles para profundizar sus estudios de inglés, y estaba tan firme en su decisión que cuando la llamaron de una agencia para ofrecerle un trabajo respondió con un “no” tan cortés como terminante. En el camino de vuelta a casa, en el hormigueo incesante de la peatonal, vio una cara conocida, la misma que empezaba a revolucionar la televisión con VideoMatch y Ritmo de la Noche. Lo reconoció, claro, pero apenas le llamó la atención. Siguió pensando en la aventura que estaba por emprender en los Estados Unidos.
A los pocos días supo que la entrevista que había rechazado era para trabajar con ese hombre. Y empezó a dudar. Había que prestar atención allí, un ejercicio entre intuitivo y reflejo. “Para qué hacerle frente al destino”, habrá pensado Gabriela Galaretto, que finalmente aceptó el empleo: terminaría trabajando durante 30 años junto a Marcelo Tinelli.
Con un espíritu emprendedor a prueba de cualquier límite y un corazón solidario que motoriza cada una de sus acciones, Galaretto apuntaló al fenómeno más importante de la televisión de las últimas décadas, donde la popularidad se palpaba en la calle y cara a cara, y experimentaba la incomparable sensación de transformar la realidad de las personas. “Entrar en la casa de la gente todos los días era muy fuerte”, le dice a Teleshow, y todavía le cuesta tomar dimensión de una frase que parece trillada pero que dice muchas cosas. Marcelo entraba realmente en la vida cotidiana de los argentinos y sus acciones iban mucho más allá de un gran show televisivo. Y detrás suyo, había un equipo en el que Gabriela era una pieza clave hasta que a finales del año pasado decidió ir por otro camino.
Definir qué rol ocupó en esas tres décadas es una misión imposible y por eso mismo, fascinante. Arrancó como asistente, trabajó en producción y en prensa, pero su empuje y su capacidad le fueron abriendo espacios. Y donde no los había, insistía hasta crearlos. Fue la directora de la Fundación Ideas del Sur, con la que realizó las acciones sociales delante y detrás de la pantalla. Fue la cara ejecutiva de la gesta deportiva en Bolívar, la ciudad natal del jefe, y trabajó codo a codo para el desembarco de San Lorenzo a Boedo. La lista sigue y seguramente sorprenda, porque siempre eligió el perfil bajo para cada una de sus tareas. “Mi trabajo, en todos los proyectos, fue que la gente que me contrataba, brille”, resume.
Y vaya si lo consiguió en estos 30 años en los que Tinelli se posicionó como uno de los hombres más influyentes del país. “La gente siempre le tuvo mucho cariño y él siempre fue el chico que vino solo a Buenos Aires y logró todo lo que logró. Tiene una cosa muy cercana a la gente, es del Interior. Y yo también”, dice Gabriela, que nació en Cañada de Gómez, provincia de Santa Fe, y de chica se instaló con su familia en San Isidro. Esa conexión empática entre sus orígenes se cristalizó a la hora de ayudar. “En nuestro equipo siempre se bajó la línea de que a la gente se la atiende, se la respeta, se le responde, aunque sea con un ‘no puedo’. Y eso es algo que nos marcó”, asegura, y destaca que siempre vio en Marcelo ese costado solidario. “No solamente para el afuera sino también con sus amigos. Conozco hechos muy puntuales en los que se ha brindado de una manera increíble. Está en su ADN el tema de poder dar una mano y en el mío también, por eso vibramos juntos”.
Si en cada crisis hay una oportunidad, la del 2001 le dio encuadre a este equipo dispuesto a desarrollar su costado solidario. “El único programa de una figura tan exponencial que queda al aire es el suyo”, destaca su ex asistente. Mientras el país estallaba, la gente empezó a agolparse en la puerta de la productora para pedir ayuda, desde casa hasta trabajo, desde comida hasta salud. “Realmente nos habíamos quedado sin Estado”, resume Gabriela. Ahí empezó a dar vueltas la idea de organizarse como fundación y trabajar de manera más ordenada.
Una mañana de lluvia llegó hasta lo más profundo de Rafael Castillo, en el partido de La Matanza, un descampado con una iglesia casi en ruinas al que acudían los vecinos para sobrevivir. “¿En este ranchito comen tantos chicos?”, preguntó desde lo más hondo de su indignación. Enseguida se dio cuenta de que se había equivocado, que para ellos era “su” lugar, que el aprendizaje iba a ser un trabajo cotidiano. Pero que había que hacer algo, y que ella estaba dispuesta a liderarlo.
Ese día vio cómo Isabel Sánchez, la encargada del espacio, pelaba papas a la intemperie para preparar la comida. El sacrificio de esa mujer fue una revelación. Empezaron a trabajar con ella, y a partir de allí, con tantos hombres y mujeres que peleaban minuto a minuto para salir adelante. “Nada lo podés hacer solo. Para transformar, necesitás que la comunidad se sume a tu equipo”, afirma. Se comprometieron a hacer un espacio nuevo, ante la desconfianza de algunos vecinos, avalada por años y años de falsas promesas. No solo cumplieron, sino que se quedaron más de 15 años.
“La inauguración fue bellísima. Hicimos un espacio de contención con cocina, un salón para talleres y oficios y otro para lectura”, sigue relatando Gabriela con una emoción como si todavía lo estuviera viviendo. “Llegábamos a los chicos a través del arte y los juegos, y cuando ganamos su confianza empezamos a hablar de los temas que importaban. No sabían que podían estudiar, que tenían una universidad en La Matanza”, describe con algo de bronca por esa Argentina olvidada que tanto duele. Pero que también gratifica, cuando se encuentra con alguno de esos chicos que pudieron salir adelante. “Hace poco me crucé con uno en Tigre y estaba manejando su propio flete. Y ellos siguen diciendo: ‘Soy de la fundación de Marcelo’. Es hermoso”, se conmueve.
—Hay algo de cambiarle la vida a la gente.
—Sí, de darles una oportunidad, de contarles otra historia.
—¿Hay alguien que te haya tocado el alma en particular?
—Uy, tanta gente… Isabel es una de mis ídolas. Otra es Silvia Valerio, de la Fundación COR, que hoy ya no está, y sigo con ellos por Roxana Lijo, que es otra ídola absoluta de la solidaridad. Este hogar alojaba chicos que eran huérfanos de papás con HIV, la mayoría de los chicos tenía también HIV. Hoy el HIV es una enfermedad crónica y viró hacia hogar de tránsito para chicos abusados y de violencia. Es terrible, escucho cada historia que me obliga a preguntarme qué pasa con la gente. Y lograr que esos chicos vuelvan a tener familia, atención psiquiátrica, es realmente admirable.
—Has participado en proyectos de todo tipo. ¿Cómo te sentías cuando intentaba meterse la política?
—La política y los intereses siempre se meten. Es inherente a nuestra vida cotidiana. Particularmente, yo lo que hacía era usar los recursos que me podían brindar los diferentes organismos tanto gubernamentales como no gubernamentales, como las empresas que querían asociarse con nosotros para poder tener visibilidad. Y a mí me parece que eso es virtuoso. Si yo tengo la posibilidad y la capacidad de poder llevar adelante proyectos que realmente transformen, y si a los demás les sirve ofrecerme recursos para que eso se lleve a cabo de manera responsable poder transformar la sociedad, es una buena herramienta.
—Se especuló mucho con la posibilidad que Marcelo participara en política. ¿Vos qué le aconsejabas?
—Yo le decía: “Marcelo, quedate de este lado”. Me parecía un esfuerzo a nivel personal y familiar que no valía tanto la pena.
—¿Cómo decidís dar un paso al costado después de 30 años?
—Bueno, vino la pandemia, y a todos nos cambió un poco la cabeza y las prioridades. También pasé mis 50 años, entonces todo se replantea. Sentimos que fue una etapa, que pueden venir nuevos desafíos, que puedo seguir aprendiendo desde otro lugar, con otros espacios, con otro tiempo. Y desde lo personal está todo bien: seguimos en contacto, la relación nuestra está intacta. Y tampoco quiere decir que el día de mañana no surja otro proyecto y lo podamos hacer juntos también.
—¿Cómo se lo tomó Marcelo cuando le dijiste?
—Creo que no fue sorpresa, se venía charlando.
—Y quedó todo bien.
—Sí, súper.
—En algún momento se habló de diferencias económicas.
—Jamás en la vida. Me causaron gracia esas cosas porque jamás salieron de mí, así que no tenía nada que ver con eso, y mi relación con Marcelo va más allá. Y me hubiera puesto de acuerdo con Marcelo siempre.
—Se mensajean de vez en cuando.
—Sí, total. Cumplí años hace poco, él cumplió años hace poco también, seguimos con algunos temas que están pendientes.
—En 30 años un poco crecieron los dos juntos...
—La verdad que sí, y fue maravilloso. No hacíamos solo un programa de televisión, y para mí, que me encanta emprender y amo que las cosas sucedan, era un lugar de aprendizaje. Fue un lugar donde pude conocer a personalidades de todos los ámbitos, cultural, político y empresarial, personajes que hicieron historia en Argentina. Y también me brindó la posibilidad de trabajar en el exterior, desde hacer eventos en Inglaterra, trabajar en el Mundial de Alemania o presentar proyectos en Madrid.
—¿Choluleaste a alguien en estos años?
—Te a voy a súper franca: al vivir en este ambiente, nunca me llamó demasiado el famoso. Sí me impactó estar en el mismo evento que la Reina de Inglaterra, o conocer a Sophia Loren. Pero todo formaba parte del maravilloso hacer que tenía que ver con este mundo, en el que de repente y de la nada, te ibas a jugar al bowling con Luis Miguel.
—¿No te sacaste una foto con nadie en 30 años?
—Con la única persona que me saqué fue con Diego Maradona, porque lo quise siempre.
De 10. El nombre de Diego es un capítulo aparte y decisivo en su historia. Más allá de la fascinación por el futbolista, lo conoció bien de cerca en las innumerables veces que visitó los programas de Marcelo, y tiene una relación de muchos años con Claudia Villafañe. Gabriela guarda el mejor de los recuerdos de Maradona y todavía no puede creer su partida. Y en su trabajo actual, en el que acompaña a Dalma en la producción de La hija de Dios, siente que lo conoce más y que lo extraña un poquito menos.
—Me contaron que Maradona te pidió que le hicieras gancho con Claudia cuando hacían La noche del 10.
—Te contaron bien. Yo tuve la suerte de conocer a un Diego que conmigo era súper amable, muy divertido, siempre un caballero. Y en La noche del 10 en ese momento que él moría…, bueno, yo creo que siempre murió por estar con Claudia…
—Me acuerdo que le cantó ese tema de Carlos Vives.
—Sí. Aparte, por lo que sé, era siempre muy romántico, y como yo a Claudia la conozco desde siempre, desde mis 23 años, sí, me dijo en su momento que le haga gancho: “Hablale a la Bruja”, me decía (risas).
—Y no hubo caso.
—No.
—Y ahora estás trabajando con Dalma.
—Sí. Tuve la suerte de que Axel Kuschevatzky me convocara para formar parte de la producción de La hija de Dios junto con Nativa Producciones, con un equipo de gente maravilloso. Yo lo quise mucho a Diego, quise mucho a su familia, lo respeté muchísimo. Y recorrer con Dalma su historia, la que ella quería contar con su papá, ir desde lo profundo de la provincia de Buenos Aires hasta Arabia Saudita o Nápoles, fue muy desafiante y muy emocionante, porque me pude reencontrar con el Diego que yo conocía: el aguerrido, el generoso, el alegre. Y en Dalma me encontré con una mujer súper comprometida, con mucha garra, muy sensible. Y con una actriz de la hostia, con un talento tremendo.
—¿Qué otras cosas estás haciendo?
—Estoy con RSE manejando el marketing y la imagen de dos empresas con perfiles absolutamente diferentes. Y en este multitasking también entra la producción, que me fascina. Pero todo tiene que ver con todo, porque después de mi experiencia, siento que cuando se mide la imagen de una empresa debería medirse por la impronta de su responsabilidad social empresaria. No existe hoy que una empresa, una persona, un talento, alguien, un famoso, no pueda tener un espacio para la comunidad, para el otro, para la mirada social. Me parece que eso completa a la persona, completa a la empresa, completa al ser humano.
—Alguna vez te definiste como una productora de cosas lindas.
—Soy una productora de cosas lindas. Me gusta que las cosas sucedan.
—Y has hecho de todo.
—La verdad que sí. Tuve mucha suerte en mi vida. Le estoy muy agradecida al espacio y la confianza que me dio Marcelo para poder trabajar junto a él y hacer todo lo que hicimos.
—Si charlamos en cinco años y salió todo genial en tu vida, ¿cómo te voy a encontrar?
—Seguramente produciendo cosas lindas. Nunca voy a parar.
—Y me gusta porque te puedo encontrar desde construyendo una escuela hasta organizando un recital de Ricky Martin. No te vas a aburrir nunca.
—No, no me voy a aburrir. Soy muy ariana, creo que tiene que ver un poco eso. Me encanta producir lo que sea y me gusta hacerlo además con mucha excelencia. Soy intensa en ese aspecto.
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