“Vamos a recorrer toda la discografía. Vamos a hacer los mejores momentos de mi último disco, Flor y raíz. Voy a adelantar música nueva. Y vamos a tocar algunas canciones con orquesta”. Pedro Aznar no cabe en su entusiasmo y, ni bien se acomoda para la entrevista con Teleshow, enumera parte de la hoja de ruta de lo que planea para su actuación en el Festival Únicos, el 22 de abril en el Hipódromo de Palermo. Y no es otra cosa que una radiografía de su forma de concebir la música y el arte, en permanente movimiento, siempre mirando hacia adelante, pero sin descuidar el camino recorrido.
Es que en el maravilloso mundo de Pedro, el pasado, el presente y el futuro dialogan en armonía bajo su atenta dirección. En los últimos años estuvo reconstruyendo las canciones y activando los recuerdos en la masterización de dos discos de Serú Girán, el grupo que formó siendo adolescente junto a tres figuras como Charly García, David Lebón y Oscar Moro, y con el que puso la vara bien alta a la hora de hacer rock en Argentina.
Al mismo tiempo, trabaja en un disco doble de canciones nuevas en formato físico, en tiempo en que la industria pide singles y como resultado de una pandemia que lo tuvo hiperactivo y pensando, y pensándose, en profundidad: “No podemos seguir jugando al jueguito del que se muere con más chiches es más feliz”, asegura, antes de abrirse a recorrer su historia y compartir su arte.
—¿Fuiste un niño prodigio?
—(Risas) No, un adolescente curioso.
—Me gusta eso. ¿Pero de chico escribías poesía?
—Sí, desde los seis (años). Pero la poesía que puede escribir un chico, sobre los colores y qué sé yo. Hoy los chicos son aviones, van a una velocidad que lo que hicimos los que ahora rondamos los 60 queda chiquitito.
—Es otro mundo.
—Es otro mundo, están mucho más inmersos en un montón de información disponible. Hoy los chicos viven, todos vivimos por supuesto, dentro de la Biblioteca de Alejandría. Tenés toda la información de la época a tu disposición en cualquier momento en el bolsillo. Eso es único, es la primera vez que pasa en la historia de la humanidad.
—El tema es qué hacés con eso. Pienso en tu generación, en lo que pasó con la música durante la dictadura, la llegada de la democracia, y pienso hoy en las nuevas generaciones. ¿Tienen la misma sensibilidad?
—Sí. Lo que creo es que hay momentos históricos distintos que generan fenómenos culturales distintos y personalidades o maneras de ver el mundo distintas. También hay momentos que tal vez, por lo difíciles o por lo bisagra que son históricamente, crean generaciones que son intensas en producción o en lo que tienen para decir. De hecho, creo que ahora estamos en un momento así, con el hip hop, el trap, que hay una necesidad de decir mucho.
—Vuelvo al niño Pedro. ¿Qué música se escuchaba en tu casa?
—Predominantemente tango, porque mi viejo había sido violinista de tango en sus años mozos y le quedó la afición por la música. Dejó de tocar profesionalmente, pero escuchaba la radio todo el día y el 90% era tango.
—Hasta que en un momento llega un disco de los Beatles.
—Sí, yo tenía seis o siete años y fue el primer disco que pedí que me compraran. Dije: “Quiero el próximo de los Beatles”, y resultó que era Revolver, un disco muy particular, muy experimental. Y que de alguna manera determinó mi idea de lo que es ser músico y de lo que es el rock. Es un disco muy variado, que usa todo tipo de recursos, desde electrónicos hasta orquestales, para absorber toda la música del mundo.
—¿Elegiste ser músico o no había otra posibilidad?
—No, la música me agarró a mí. Me metió en una bolsa, dijo: “Vos vas acá”.
—No había otra forma de ir por la vida.
—Si, había. Pero no podría dejar de ser músico en el ADN. Aunque eligiera no hacer música, por la razón que fuera.
—Tal vez podrías no vivir de la música, pero la música de todas formas estaría.
—Sí, ni hablar. Bueno, mi viejo fue el ejemplo en eso porque escuchaba música todo el día. A mí hoy no me pasa, pero creo que tiene que ver con la necesidad de darle un respiro al oído porque estoy tocando gran parte del tiempo, componiendo, grabando, entonces disfruto y propicio los momentos de silencio o de hacer otra cosa. Pero si no fuera músico profesional, escucharía mucha más música, seguramente.
—¿Mamá que hacía?
—Ama de casa.
—¿Cómo se llevaba con este hijo que escribía poesía?
—Bien. De hecho, es probable que la poesía me haya venido el gen de la familia de mamá, porque un hermano de ella, José, era escritor, era poeta. Y era un poco místico, un tipo muy conectado con el mundo de lo espiritual, de las ideas religiosas.
—¿Y el rock? ¿Te trajo más plata, más dolores de cabeza, más parejas, más problemas?
—Todo eso. Pero en el fondo, lo que me trajo fue una libertad. La cultura rock, como se la llamaba en ese momento, fue una muy buena escuela de vida, porque en los años 70 ser músico u oyente de rock involucraba no solamente a la música, sino que era un modo de ver el mundo: ver determinadas películas, leer determinados libros, estar enterado de un montón de cosas. Y para mí, como adolescente, fue una escuela de vida: aprendí del mundo a través de la cultura rock.
—Era un involucrarse también: decir cuando no se podía decir.
—Exacto. Aprender modos tangenciales de decir sin que la censura se dé cuenta y tirar un pelotazo por elevación y llegar al arco por encima de los jugadores.
—Algo de eso fue La grasa de las capitales.
—Absolutamente. Está llena de códigos.
—Estuviste remasterizando Serú. ¿Cómo se vivió eso?
—Fue conmovedor, porque fue volver a escuchar con la atención que te demanda el estar trabajando técnicamente en un proyecto, que no es lo mismo que escucharlo de corrido, porque tenés que volver, revisar cada frase, y escuchar con oído muy atento y muy crítico lo que pasa. Yo tenía menos de 20 años cuando lo hice y me llevó a ese tiempo y a montones de anécdotas.
—Contame, me encanta.
—A los ensayos vocales en mi casa paterna en Liniers. Venían Charly y David y nos pasábamos toda una tarde ensayando voces y preparando los arreglos. Y a ese momento en el que no éramos un grupo consagrado a pesar de que yo era el único músico underground dentro del grupo, pero Charly, David y Moro por supuesto ya eran figurones, y yo había sido fan de ellos a su vez. Y lo notable y lo shockeante fue que esa característica de supergrupo no solo no significó nada en un principio, sino que de alguna manera nos pateó en contra, porque con el primer disco nos snobearon, y la crítica nos golpeó durísimo.
—¿Y qué te pasó a vos cuando lo remasterizaste?
—Me emocionó muchísimo porque dije: “Mirá la apuesta artística, mirá lo alta que estaba puesta la vara”, al punto que hay cosas que ni siquiera logramos de manera verdaderamente acabada en esa instancia. Porque nos faltaban recursos técnicos, porque lo hicimos en un estudio en San Pablo que tal vez no era el ideal. Porque como grupo nos estábamos terminando de conocer y ya estábamos siendo grabados y registrados para la posteridad. Entonces me conmovió ver que los cuatro estábamos poniendo la vara allá arriba, diciendo: “Vamos por esto”. Y cuando el audio se acomodó, más de una vez me arrancó unas lágrimas.
—Qué fuerte haber hecho todo eso siendo tan chico.
—Sí. Bueno, eso también me tocó fuertemente porque fue ver algo dinámico. Escucharme hacer música hace tanto tiempo con ellos, con mis hermanos, y escuchar lo que pasaba y lo que se armaba, que era más fuerte que cada uno de nosotros cuatro por separado.
—¿Qué es Charly hoy para vos?
—Él siempre fue como un hermano mayor. Esto dicho con la idea de respeto que a mí personalmente me inspira un hermano mayor. Yo tengo una hermana mayor a la cual quiero y respeto de igual manera. La hermandad no es para mí una cosa menor, me parece que es un vínculo que se inicia en la sangre, pero va mucho más allá. Con Charly lo que tenemos es una complicidad humana y musical muy grande a pesar de que somos muy distintos en cuanto a la personalidad, pero en cuanto a la entrega a la música somos iguales, cada uno a su manera. No ponemos ningún tipo de reparo ni ningún tipo de límite.
—¿Y Luis Alberto Spinetta?
—Me queda un poco más lejos. Me hice amigo más tarde, y dejamos de ser amigos por cuestiones equis. En los últimos años prácticamente no teníamos contacto.
—¿Desde lo musical fue una linda experiencia?
—Sí, y desde lo humano también.
—Con David van a estar en la misma fecha en el Festival Únicos. ¿Tienen el mismo vínculo que con Charly?
—Y hay la misma hermandad, tal vez expresadas de maneras diferentes, desde ángulos un poco diferentes. Pero sí, hay la misma hermandad y el mismo respeto y admiración mutuos.
—¿De qué tenés ganas? ¿Qué te falta?
—Qué buena pregunta. Creo que me faltan cosas como ciudadano. En lo artístico estoy contento, me gusta lo que hago. Y sigo estirando la mano al inconsciente y agarrando lo más hondo que puedo y trayéndolo para acá. Después, queda en el público o en la crítica decir que logré o que no logré.
—Y como ciudadano, ¿a qué te referís?
—Antes de irme de este mundo me gustaría ver muchos cambios. Y como soy un tipo inquieto e impaciente, me inquieta ver que hay cambios que todavía no ocurren, como, por ejemplo, que terminemos de quemar combustibles fósiles y de poner en peligro toda la vida del planeta. Hace rato que ese cambio tendría que haber ocurrido y sin embargo las petroleras siguen siendo la mano que mueve las cosas en la economía mundial.
—Cuando empezó la pandemia parecía que salíamos mejores. Y después me encontré con que en un montón de países sobraban vacunas y en otros, no llegaban. Y cuando se calmó un poquito, empezó una guerra nueva.
—Sí, yo me lo creí también, y entiendo la inquietud y la decepción que eso puede causar. A mí también me la provoca. Pero esto es tema de charla con mis amigues frecuentemente. Hay gente a lo que le da lo mismo: ahora se empiezan a abrir de nuevo las cosas y todo sigue como antes, y yo no sé si es tan así. Creo que la pandemia dejó un montón de secuelas que todavía no nos dimos cuenta de hasta dónde nos cambió. Yo recién ahora estoy sintiendo el peso de la soledad, el peso del aislamiento.
—También parecía que nos podíamos amigar políticamente. ¿Y qué pasó?
—Yo nunca dejé de ver las diferencias ideológicas que había y que sigue habiendo. Y está bien que las haya, eso no me preocupa tanto. Lo que sí me preocuparía es que de verdad no hubiéramos entendido nada. Y no sé si estoy siendo excesivamente optimista, pero siento que somos muchos los que nos dimos cuenta de que hay cosas muy urgentes y que lo fundamental es lo humano. No podemos seguir jugando al jueguito del que se muere con más chiches es más feliz. Un bichito microscópico nos hizo dar cuenta de la fragilidad de la vida, nos hizo dar cuenta que aquello de que “lo único que necesitas es amor” no es un slogan tonto, sino que realmente necesitas el contacto humano. Desde luego, necesitamos erradicar la miseria y hacer un mundo más justo, pero también necesitamos lo humano y la empatía, no solamente entre nosotros sino con todo lo que nos rodea, porque no podemos seguir operando como que somos los dueños de todo. No es así.
—¿Cómo llegaste al budismo?
—Empecé a leer en la adolescencia como parte de la cultura rock. A leer filosofías orientales y ese tipo de cosas. Y me fue resonando cada vez más el modo de ver el mundo y el modo de ver lo espiritual en el humano.
—¿Ayudó en la pandemia esa capacidad de pensarse?
—Sí, y un valor fundamental del budismo es la compasión en el sentido de sentir con los demás. De sentirte no aislado sino parte del mismo fenómeno que es la vida. Y eso en un momento en el cual tenés que por fuerza estar aislado es una gran herramienta para ver que estamos todos en el mismo barco, no importa que esté cada uno en su casa.
—¿Qué queda del pibe de Liniers?
—Queda el mismo malhumor de siempre (risas). Sigo siendo un cabrón. Queda el apasionamiento por las cosas. Queda la búsqueda incansable. Queda la sensación de asombro ante la belleza del mundo. Y sigue íntegra la necesidad de dar testimonio de esa belleza y de usar los pocos o muchos dones que tenga para ponerlo en evidencia.
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