Durante la charla con Teleshow, Ginette Reynal se muestra agradecida a la vida. Lo transmite en su tono de voz, en sus sonrisas, en sus reflexiones, en su sabiduría, en las ganas de siempre ir por más, en ese espejo retrovisor zigzagueante que le dejó enseñanzas en cada uno de sus pasos.
Creció en una familia aristocrática, de hombres polistas, mujeres liberales y días de campo rodeada de hermanos y primos, en donde todo era felicidad hasta que la muerte le pegó muy cerca. De grande, tuvo que enfrentarse a sus adicciones, de las que pudo salir y contar sin tapujos su experiencia para concientizar lo máximo posible.
Pero no canta victoria. Sabe que es día a día, por eso disfruta cada momento. Como abuela babosa de su nieto Ramsés, o como actriz jugada sobre el escenario de Sex, donde se anima a mostrar toda su sensualidad. Como aquella abuela materna libre y adelantada a su tiempo, a quien admiraba y veía como faro y que de alguna manera le rinde homenaje en el espectáculo de José María Muscari, con el que se prepara para salir de gira.
“Dios me mandó este regalito en este momento ideal, en el que no tengo que darle explicaciones a nadie”, suelta entusiasmada y agradecida al comienzo de la entrevista. Y como un reflejo de su vida, hace colectiva la experiencia. “El mensaje de Sex es ese: todas las mujeres somos lindas y todas podemos conectar con la sensación del placer en nuestro cuerpo. No importa si sos más gordita, más flaquita”, dice Ginette.
—¿Cómo fue ese llamado de José María Muscari?
—Estaba en otra total, yéndome a Madrid a mostrar mis cuadros y a visitar a mi hijo. Y me mandó un texto que lo leí una, dos, tres veces hasta que mi cuerpo dijo que sí. Yo había visto Sex en 2019 y me encantó, y ahí mismo lo llamé para felicitarlo y le dije: “Si alguna vez tenés un lugarcito, estoy”.
—No se te cae nada del ego por pedir trabajo.
—No. Yo vengo de una generación donde hacíamos todo. Me parece que el trabajo dignifica; es una frase muy vieja, pero es así. Y no hay nada de malo en llamar a alguien, en decirle: “Estoy con ganas de laburar”. Sobre todo porque acá los representantes son muy buenos administradores, te pelean re bien el contrato, pero no suelen caracterizarse por ir a venderte. Los mejores trabajos que tuve, me los conseguí yo.
—¿Disfrutás trabajar?
—Me encanta trabajar. Me ordena. Y a mí, que soy acuariana, que vivo en la luna de Valencia, me hace de cable a tierra y me ayuda un montón. Así empiezo a funcionar porque mi imaginación está puesta en cosas concretas.
—¿Cómo te preparás para Sex, un espectáculo en el que hay mucho contacto con la gente?
—Creo que el sexo es un tema que todavía no fue realmente tratado y desmenuzado; en la mayoría de las casas no se habla mucho y todavía está en pañales. El placer. La no culpa. El tener sexo con los ojos abiertos y la luz prendida.
—El sexo y el disfrute ¿no?
—Claro. El placer. La no culpa. El tener sexo con los ojos abiertos y la luz prendida. Venimos para eso. Tiene que ser un momento de alegría. De felicidad. Es el motor del amor.
—Sí, y en la vida también que pasan estas cosas que hablábamos, que todos pasamos por pérdidas, por dolores, por una pandemia que nos muestra que todo es muy efímero, que es un ratito, que la vida te puede cambiar en 30 segundos. Pasarla bien es casi que una obligación ¿no?
—Está muy cerca de la muerte el sexo, eh.
—¿A ver?
—En los momentos donde hay situaciones así, tan extremas, dolorosas, que te provocan ese miedo que nace con vos. En esos momentos, el sexo es algo que de alguna manera te trae la energía de vuelta al cuerpo.
—A practicarlo, entonces. Pensaba en tu origen aristocrático, esto de la mujer de sociedad en Sex...
—Si hay algo que caracteriza a mi familia son las mujeres con una energía sensual. Mi abuela materna, que fue mi ejemplo a seguir, fue una mujer genial, divertida, se quedó viuda a los 42 años con nueve hijos, y un tiempo después se puso de novia con un hombre 12 años menor que ella. Y mi abuela paterna se conoció con mi abuelo en Estados Unidos: él fue a jugar una exhibición de polo a Los Ángeles y ella agarró su vestido de novia en una caja, su valija, se tomó un barco y se vino a Argentina a casarse con ese gaucho.
—Dos mujeres de avanzada, absolutamente, que no corresponden al imaginario de familia de sociedad, tomando el té con masas.
—No, ninguna fue el caso. Mi abuelo materno la embarazaba a mi abuela, se iba de viaje todo el año, ella tenía el bebé, venía a Argentina. Dejaba el bebé, se embarazaba de vuelta, se iba de vuelta de viaje, y así con los nueve hijos. Hay fotos de ellos jugando al polo en todos lados: en Egipto, en Inglaterra…
—¿Y cómo fue crecer en ese contexto?
—Muy divertido y muy estimulante. Con una muy buena educación, por otro lado: iba a un colegio bilingüe y después teníamos profesora de francés. Y había mucha familia, muchos primos todos los fines de semana en el campo todos juntos, y jugábamos con lo que había.
—Tuviste esta infancia tan linda, una carrera hermosa, pero también te tocó atravesar muchos dolores, muchas pérdidas difíciles.
—Muchas, y desde muy chica. Arrancó con mi prima hermana. Vivíamos en la casa de mis abuelos con mi papá cuando yo tenía 15 años y ella 16, y se murió en 48 horas de meningitis.
—Un contacto con la muerte desde muy chiquita.
—Muy temprano. Bueno, tengo la luna en escorpio: dicen que las lunas en escorpio... Cuando estaba en la panza de mi mamá pasó lo de mi abuelo. Entonces pienso que debe ser por eso también. Yo creo que hay como distintos grados de conciencia de mirar una situación. La podés mirar con el efecto instantáneo de lo que pasa aquí y ahora, después lo podés mirar con cómo afecta tu realidad y cómo afecta el momento que estás viviendo, y después lo podés mirar con para qué vino a tu vida, para enseñarte qué.
—Y la persona que sos hoy que va sumando de todo eso. Perdiste a tu hermano también.
—Sí. Mi hermano se murió cuando yo estaba haciendo teatro con Gerardo Sofovich en la calle Corrientes, y vino mi prima a buscarme. Tenía 12 años, y mi vieja se hizo mierda, se destruyó. Es muy feo todo lo que pasa, no solamente ver que un chico tan chico se va sino todo lo que le pasa a ese entorno.
—Y te tocó de muy joven también atravesar la muerte de tu marido con una enfermedad que son cosas que van forjando.
—Sí. También mi mamá y mi íntimo amigo, Javier Lúquez, se murieron con un mes de diferencia. Eso me dejó sin respiración.
—¿Qué te devolvió la respiración?
—No sé. Yo soy una optimista… ¿Viste cuando hablan de la cerveza estúpidamente helada? Yo soy estúpidamente optimista (risas).
—Es una linda forma de ir por la vida, porque protege también.
—Las cosas te calan hondo, pero ese optimismo a mí me ayuda a levantarme y seguir adelante. Soy medio ave Fénix, trato de no instalarme nunca en la víctima y hago un esfuerzo de concientizar eso porque creo que adentro de cada cosa que te pasa hay un aprendizaje. Si vos te sentís que te pasó a vos, el aprendizaje no lo ves porque estás solamente instalada en el dolor. A veces los accidentes no te dejan mucho margen para que te des cuenta, porque no es que el accidente de mi hermano tuvo un para qué para todos. Obviamente que no. Pero sí, te va forjando. Te va dando temple.
—Decías que este es un gran momento, y viste que inmediatamente viene la pregunta: “¿Estás enamorada? ¿Tenés ganas de enamorarte?”. Pareciera que a las mujeres nos falta algo para ser plenas.
—Claro, no podés tener un buen momento si estás solamente trabajando y no estás enamorada. Me siento bárbara, te juro. Me siento que puedo estar bien parada en mi realidad y disfrutar, y no estar colgada de nadie.
—Te pusiste el chip. ¿Hay una intención sexual o tiene más que ver con la energía?
—Tal vez el pensar en ponerme el chip tuvo una intención sexual. Hubo una meseta ahí que digo: “¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?” (Risas). Hubo un poco eso. Pero me di cuenta de que a medida que fui transitando que es algo mucho más… ¿Viste cuando te regalan flores y pasan unos días y las flores empiezan a marchitar, y las tratás de revivir? Bueno, resoviví (risas).
—¿Estás preparada para las propuestas que van a salir a partir de Sex?
—Ya salieron. Yo tengo mi Instagram abierto, donde publico las fechas de la gira de Sex y me escriben de todos lados.
—Un novio en cada puerto. O novia, porque dijiste que estabas abierta y deben haber aparecido propuestas también.
—Aparecieron propuestas. Todavía no las he probado, pero aparecieron.
—Pero hay un nunca digas nunca en la actitud.
—Sí, enfrentar los miedos y las cosas con las que por ahí una fue educada y que yo me doy cuenta ahora cómo son los chicos que lograron el ser no binario. O sea, me da mucho cagazo pensar en eso, pero es muy fuerte ser tan libres de cabeza que ellos se permiten todo.
—Vos venís de una familia abierta, alguna vez contaste que la primera vez que probaste marihuana fue con tus padres.
—Fue con mi padre y mis abuelos. Una familia muy abierta. Mi tía acababa de llegar de la India, había ido a meditar, y volvió con esta novedad. Estamos hablando de los años 70, donde todavía eso era como un juego. A mí ahora no se me ocurriría probar un porro con un nieto mío: un niño no está preparado ni para tomar alcohol, ni para probar las drogas.
—Bueno, ahí aparece el propio aprendizaje también.
—Sí. Lo agradezco porque pude pasar por esa experiencia. Y de la misma manera que recibí la oportunidad, también recibí la ayuda cuando la necesité.
—Es muy importante la compañía de tu familia, porque no todo el mundo tiene eso.
—Hay algo que es importante: no habla mal de la familia si hay una persona que tiene un problema así, no hay que ni negarlo ni rechazarlo. Creo que las familias que lo hacen es por una cuestión de miedo a quedar mal parados ellos, o por no saber cómo acercarse. Les da miedo porque el adicto también puede ser una persona muy difícil adentro de un hogar y no hay freno que sea suficiente. Pero justamente, lo que te ayudará es un límite puesto con amor, porque para un adicto es horrible sentir que tu familia te tiene miedo.
—¿Tu papá te llevó a los grupos la primera vez?
—Él me llevó a una psicóloga que quiero mucho, Reina, que me ayudó un montón a empezar a conocerme. Pero no me pude permitir entrar a los grupos desde muy chica, porque aceptar que la adicción es una enfermedad y que no sos culpable es muy difícil, y es, increíblemente, lo que te saca adelante. Si yo me agarro psoriasis, por ejemplo, ¿soy culpable de tener psoriasis? No. Soy responsable de ir a buscar ayuda.
—¿Cuándo entendiste que la cocaína era un problema?
—Hace 25 años. Cuando dejé de tomar alcohol, me ayudó, mi marido me acompañó. Y ahí, después de un tiempo, después de unos años, sin querer caí de vuelta. La recaída también es muy común, porque todo es día por día.
—¿Y hoy cuesta?
—No. Gracias a Dios, y solo por hoy, la verdad es que no me cuesta nada.
—¿Qué le decís a la gente que necesita ayuda?
—Primero les pregunto hasta qué punto están dispuestos a poner de sí mismos, que no se asusten, que entren a la página de Alcohólicos y Narcóticos Anónimos. Soy una absoluta y total defensora del sistema de los 12 pasos más que de los especialistas en adicciones o las clínicas. Sé que hay gente que tiene grados de intoxicación que no puede ir directamente a un grupo, que tiene que pasar por una previa internación. Pero ni bien salen, que vayan directo a un grupo. Que aparte, es totalmente gratis.
—¿Cómo fue contarles a tus hijos?
—Bueno, fueron ellos los que me pusieron un límite, y eso fue lo que a mí me impulsó a salir. Porque me dio tanta vergüenza que mis propios hijos me tengan que pedir…
—¿La conducta adictiva hoy está controlada?
—Está controlada, no estoy curada. Gracias a Dios lo que sí tengo son instrumentos: tengo 30 años de terapia. Pero es una enfermedad que no tiene cura.
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