Carlos Baute llega al estudio de Infobae como quien acaba de despertarse de un sueño. La adrenalina todavía le camina por el cuerpo y necesita contarlo para confirmar que es real. En su corazón resuenan aún los ecos mágicos de su presentación junto a Axel en el Teatro Colón, ese emblema de la cultura nacional que lo cautivó en su primera visita hace 20 años, cuando de chiquilín lo miraba de afuera y se conformaba con que lo dejaran pasar para contemplarlo desde adentro. Sin embargo, la vida le regaló mucho más que lo que imaginaban los ojos curiosos de su juventud.
Con los tickets para el concierto del 2 de abril en el Teatro Broadway vendiéndose a buen ritmo y sus temas rotando en radios y plataformas, puede sonar extraño que Baute haya pasado desapercibido en aquel primer desembarco en el país. Pero puesto en contexto, suena lógico en una Argentina que se caía a pedazos. “Las noticias solo eran el corralito: estuve como tres semanas aquí muy impactado con lo que pasaba. Era una época terrible y yo, como que pasé por debajo de la mesa”, evoca en el comienzo de la charla con Teleshow hablando de ese verano del 2002. Y de a poco, su historia empieza a parecerse a la de tantos otros, como si cada ciudad pusiera a prueba la templanza del artista, como si le propusiera intentarlo para ver de qué madera está hecho.
Pasaron más de siete años para que Carlos volviera a pisar suelo argentino, y entonces todo fue distinto. En su repertorio ya tenía “Colgando tus manos”, el hit que le abrió camino en todo el mundo de habla hispana. Y el público fue creciendo en forma exponencial. Seguían las fieles de la primera hora, esas que lo iban a esperar al aeropuerto y hoy no se pierden ningún concierto, pero se iban multiplicando los clubes de fans. Y Carlos se emociona cuando habla de su público, porque se siente reflejado en esa tenacidad, en una historia de desarraigos y de tropezones, de volver a intentarlo y de darse segundas oportunidades como músico, como hombre y como padre.
Como a todos, la pandemia volvió a ponerlo a prueba, y para atravesar la incertidumbre, se instaló junto a su familia en un campo en Letonia, donde tiene raíces su esposa, Astrid. Allí, entre la crudeza del frío y lo efímero de los días, compuso canciones, miró para adentro y se reencontró con lo más profundo de la condición humana. Los celulares y las tablets se hicieron a un lado para disfrutar de la vida silvestre y los pequeños Markuss (cinco años), Liene (cuatro) y Álisse (dos) descubrieron que había otra vida. Y Carlos profundizó en su rol de padre que disfruta en las pequeñas cosas del hogar, y que en los últimos tiempos le tenía guardada una sorpresa cuando se mostró públicamente junto a José Daniel, fruto de una relación fugaz cuando solo tenía 15 años, y con quien se reencontró luego de un tiempo de distancia.
“Es difícil el desapego”, dice Carlos, aceitando de a poco la maquinaria de giras, viajes y conciertos que eligió como manera de vida y que lo tiene por unos días en Buenos Aires, a la espera de su reencuentro formal con el público argentino luego de más de dos años. Y lo palpita con la misma ansiedad que su público, que no ve la hora de escuchar esas melodías inmortales que ya pertenecen a más de una generación.
—¿Qué tenés preparado para el concierto del Teatro Broadway?
—Les prometo que van a bailar mucho, con una base urbana para mis canciones pop. Voy a hacer un pequeño acústico, solo con mi guitarrita y algo de percusión. Y también los clubes de fans van a colaborar con la lista de temas. Me tienen que ayudar con algunas dudas y lo vamos a definir por votación, aunque me duela, porque son ellas las que van a disfrutar del show.
—¿Cuáles son las canciones que más alegrías te han dado?
—”Colgando en tus manos”, lejos. Después, “Te quise olvidar” y “Te regalo”. Y también recuerdo con mucho cariño a “Mi medicina”, que fue la que me abrió el mercado en España. Yo venía de tocar y estudiar folclore venezolano y esta canción tiene un ritmo caraqueño que lo metí en el disco. Y fue un bombazo en España, fue súper loco porque nunca me esperé que mi carrera empezara del otro lado del charco.
—¿Con “Colgado en tus manos” pensabas que podía pasar algo fuerte o te sorprendió?
—Me sorprendió porque la compuse en el año 2004 y no la incluí en el disco. Hice un disco 2005 y tampoco la incluí. Entró de última en el disco De puño y letra, en el 2008. Sentía que era muy autobiográfica, porque lo de Marbella, lo de Venezuela, todo lo que cuento es real. Lo había vivido en una relación de nueve años, pero era un amor que ya no existía. Pensamos en cambiarle la letra, pero al final entró en el disco tal cual. Menos mal que no se tocó nada...
—¿Y cómo llegó el dúo con Marta Sánchez?
—La canción tuvo un éxito tremendo antes de Marta, pero como que en la discográfica, ya por una causa de marketing, dijeron: “Vamos a alargarla poquito más, hasta diciembre...”.
—”Vamos a sacarle el último jugo que se puede”.
—Sí, vamos a sacarle el jugo, hagamos un feat. Me acuerdo que llamé a tres artistas. Llamé a Laura Pausini pero justo acababa de hacer James Blunt. Después llamamos a Rosario Flores. Me dijo que no... Yo creo que la canción no le vino.
—Lo que te perdiste, Rosario...
—Después creo que fue Paulina Rubio; tampoco. Y bueno, yo creo que, te voy a decir una cosa, yo creo que si la hubiese hecho con otra no hubiese pasado lo mismo. Y después llamé a Marta, Marta me dijo que sí.
—Pienso lo mismo respecto de cuándo salió la canción, ¿no? Porque tal vez si salía en uno de los discos anteriores no era su momento.
—No, no, increíble. Fíjate: 2004, 2005, nada; 2008, ahí, y no estaba en el disco del 2008.
—La rompió y la sigue rompiendo. Se han vuelto a encontrar después.
—Sí. Después a los 10 años ella me pasó una canción que se llama “Te sigo pensando”, que ha ido muy bien. Pues esa canción hoy día diariamente hace 250.000 visitas, en cuatro días tiene un millón. Que yo saco un single y no pasa.
—¿Con quién te gustaría hacer un dueto que no hayas hecho todavía?
—Sueño con hacer algo con Juan Luis Guerra, con Carlos Vives. De aquí, me hubiera encantado haber cantado con Soda Stereo, aunque no tenga nada que ver con lo que hago yo. Abel Pintos me gusta mucho. Y a Axel ya le dije: tenemos que sentarnos a componer juntos una balada, porque él es un gran baladista.
—Mencionaste también “Te regalo”. ¿Esa cómo surgió?
—La hice en casa de mi pareja, la de “Colgando en tus manos”, la malagueña, en su casa. Recuerdo que era muy tarde, era doce de la noche, y estaba mi cuñado que era muy pequeñito, que yo soy el padrino de él, tenía como 12 años. Entonces yo estaba componiendo y él estaba ahí encantado, le gustaba la guitarrita. Y empiezo a hacer la canción (se pone a cantarla bajito) porque era tarde y yo no iba a despertar a los suegros, los cuñados, ¿no? Al día siguiente la hice muy rápido, y él me iba diciendo: “Esta parte me gusta, esta no”. Yo dije: “Déjame a ver si llego al público más joven”. Hice la canción en nada, muy rápido.
—El niño colaboró. ¿Cobra regalías, ha pedido?
—(Risas) No, solo ha dicho que sí o no. Si él hubiese compuesto le doy lo que haya que darle.
—¿Y “Colgando en tus manos” también salió rápido?
—Sí, muy rápido. Muy rápido. Un par de horas como mucho. Esa melodía me salió de una.
—¿Quién es la primera persona que escucha tus canciones hoy?
—Mi pareja.
—¿Es crítica?
—Sí, muy crítica. Sobre todo en las canciones latinas bailables, medio tiempo, que son las que más le gustan. Las baladas no le gustan mucho, entonces ahí no le hago caso.
—¿Es cierto que le propusiste matrimonio de una manera muy especial?
—Fue diferente a lo tradicional. Le di un reloj que había sido muy valioso durante toda mi vida, para comprometernos con algo diferente a lo convencional de los anillos, algo más poético, vinculado a compartir el tiempo. El día de su cumpleaños, estábamos en Miami y la llevé de sorpresa a un viaje en helicóptero y en la mochila llevaba una botella de champagne y el reloj. Entonces en pleno vuelo puse una canción que se llama “Me quiero casar contigo”, y le di el reloj. Lo loco es que la había compuesto un año antes de conocerla, pero tenía la sensación de que el amor iba a llegar pronto. Fue una cosa como mágica.
—Te vimos hace poco en la tapa de una revista con la familia completa, con tu hijo mayor, José Daniel. Hay un mirar para adelante muy interesante ahí.
—Es espectacular. Ha sido una bendición. Queremos recuperar los años de haber sacado toda esta nube terrible que hubo entre nosotros, que solo fueron terceras personas. Al enterarme, me hice la prueba y dije: “¡Wow!, ven acá, bienvenido”. Aparte cuando lo conocí se me pararon los pelos: nos parecemos mucho. Tenía que ser mi hijo.
—¿Cómo lo tomaron los hermanos?
—Al principio me preguntaba cómo decirles a los niños que tenían un hermano más grande, pensé que me iban a preguntar por la otra mamá y cosas así. Cuando se los conté, Liene se creía que era un chiste. “Es muy grande”, me decía (risas). Y de repente, Markuss me dice: “Le voy a decir a mi amiguito Pablo que tengo un hermano mayor que me cuida, y él no”. Así de lindo fue: yo pensando y dando vueltas sobre cómo decírselos, y los niños son maravillosos. Después, cuando vino a la casa, solo fue ponerse con sus hermanos a jugar.
—Qué bueno darse una segunda oportunidad.
—Sí, hay que aprovecharlo todo. Yo invito a los padres que no hayan reconocido a sus hijos a que lo hagan porque al final es sacarse un peso terrible. Pero bueno, ya todo eso está saldado.
—Hablando de reencuentros, ¿cuánto hace que no visitas Venezuela?
—Mucho, desde el 2010. Y la verdad es que tengo muchas ganas de ir, pero la pasé mal cuando estuve. O sea, la pasé muy bien de concierto, visitando familia, amigos de toda la vida, visitando Venezuela, comiéndome a Venezuela porque la extraño mucho, la nombro en mis canciones. Es un tema medio tabú en mi casa por lo que vivó la última vez que estuve allí, en el aeropuerto me la jugaron muy feo.
—¿Tenés familia todavía allá?
—Me quedan una tía y dos primos. Nada más.
—Y un pueblo, en el que naciste. ¿Qué deseas que pase con Venezuela?
—Que sea libre. Que se acabe ya ese comunismo en el que vivimos, que al final estos países comunistas no van a ningún lado, mira lo que está pasando ahora. Fíjate, es terrible lo de Rusia, me parece patético. Yo amo los países democráticos, me da igual que sea de derecha, de centroizquierda, me da igual. Pero, Dios mío, democracia, nunca una dictadura. Y nosotros desde el año 98 es lo que hemos vivido. Lo heredamos de Chávez y ahora quedó Maduro. Y es terrible lo que vivimos con las monedas, la inflación, en un país tan rico...
—¿Creés que vas a llegar a ver una Venezuela libre?
—Oh, sueño con eso. Por supuesto que sí. Hay que ser optimista.
—¿Te gustaría llevar a tus hijos a conocer tu país?
—Total. Sueño con eso, les muestro fotos de los paisajes espectaculares que tenemos en Venezuela. Pero hasta que no cambie, es complicado.
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