Oscar Martínez se conecta desde Madrid para la charla con Teleshow, y en su tono pausado y sereno se advierte la ilusión de su nueva película. Pero además de celebrar la vuelta al cine con Competencia oficial, con todo lo que eso significa luego de dos años de pandemia, es una excusa para acortar la distancia que provoca la nostalgia, y de conocer su presente cada vez más afincado en la capital española.
La pandemia fue empujando a Oscar y a su pareja, Marina Borensztein, a pasar la mayor cantidad de tiempo allí. El proceso se coronó con la distinción de ciudadano español, que no es otra cosa que un reconocimiento a su trabajo. Es la ciudad que eligió para vivir y desde donde proyecta su futuro en dos ficciones de primer orden, pero que no atenúa la tristeza que siente por su país. Ese que le duele siempre que lo visita y que no le permite disfrutar de su éxito en plenitud.
Porque en el plano profesional, Oscar tiene motivos de sobra para sonreír, ante el inminente estreno de Competencia oficial, este jueves 17, donde volvió a ser dirigido por Mariano Cohn y Gastón Duprat luego del impacto de El ciudadano ilustre. Ahora le toca interpretar a un actor, mucho más diferente que parecido a él, en una trama que reflexiona y satiriza sobre los egos y las exigencias en una profesión que conoce como pocos.
“Está todo llevado a un límite paroxístico al mejor estilo corrosivo y cáustico de Gastón y de Mariano, y de Andrés Duprat, el guionista”, reconoce Martínez, y abre la puerta a la intimidad de un set que compartió con figuras como Penélope Cruz y Antonio Banderas. “Uno no se puede hacer el tonto, pero por algo nos tentábamos durante la filmación, porque hay algo del universo que a uno le resuena”, señala el actor, y reparte elogios para sus colegas: “Tienen mucha experiencia en esto. Para mí fue un placer muy grande trabajar con ellos y creo que es recíproco”, dice sin falsa modestia.
Penélope es Lola Cuevas, la directora del filme que convoca a Martínez (Iván Torres) y a Banderas (Félix Rivero), dos actores que se aborrecen y que compiten ferozmente entre sí, todo orquestado deliberadamente por Lola, que va a alentar esa confrontación porque cree que de esa manera va a obtener un mejor resultado. “Ella es una directora bastante excéntrica, perversa diría yo, que los manipula de tal manera que llegan a límites impensados”, relata el protagonista, tratando de spoilear lo menos posible una historia que lo atrapa e interpela desde el primer momento.
—¿Has vivido alguna situación similar en tu carrera?
—Jamás me topé con una directora como Lola Cuevas, creo que en ese caso no hubiese llegado a medio día de rodaje. Y esta actitud la tuve desde muy jovencito. Porque alguna vez entre los 20 y los 25 me topé con algún loquito parecido, pero me fui inmediatamente. Nunca me dejé humillar por un director, y era uso y costumbre en la década del 70, cuando había directores de televisión, sobre todo, que eran muy maltratadores. He visto actrices muy importantes llorando detrás de los decorados. Nunca toleré la violencia verbal, la agresión explícita o solapada, y enfrenté a todos los que tuve que enfrentar en su momento.
—¿Podés decir a quién te referís?
—No, no voy a contarlo, no tiene sentido. Pero conozco eso. Ahora, la competitividad en general es obvio que existe, es una profesión altamente competitiva.
—¿Y te ha tocado trabajar con compañeros que te caigan así de mal como te cae el personaje de Antonio Banderas?
—Es probable que alguna vez me haya tocado alguien que no me guste tanto como persona o incluso como actor. Pero más allá del ego, hay otros factores. Por ejemplo, el nuestro es un trabajo colectivo en el cual necesitás mucho del otro, te alimentás de lo que el otro te da y viceversa. Entonces, en general se crea un clima de solidaridad y camaradería, de confraternidad, en pos del resultado final. Por otro lado, ese ego es la contracara de nuestras patologías, de nuestras debilidades, y eso también está en la película. El del actor es un trabajo público: estamos todo el tiempo expuestos a la aprobación o a la desaprobación. Pero esto no lo digo yo, lo han dicho los grandes maestros de la actuación del mundo, (Lee) Strasberg o el propio (Konstantin) Stanislavski: la inseguridad es la patología del actor.
—¿Te tocó fracasar alguna vez?
—Tuve mucha suerte y puedo decir que en un 90 y tanto alto por ciento me ha ido relativamente bien. En alguna que otra cosita me tocó morder el polvo, no te voy a negar. Pero digamos que mayoritariamente me ha ido bien. Soy muy afortunado, muy privilegiado con eso.
—Anoté una frase de la película que dice: “Circo decadente de frívolos, putas y corruptos”. ¿Hay algo de esto en la industria?
—A veces uno ha podido sentir eso en determinado tipo de cócteles o de funciones privadas. Pero salvo que sea alguien muy amigo o amiga que me pida por favor, o porque estoy involucrado en el proyecto y tengo que estar, prefiero no ir a los estrenos teatrales. Sé de qué trata y no es la parte que más me gusta, pero forma parte del trabajo.
—El personaje de Antonio de repente aparece grabando videos a pedido de sus seguidores. ¿Cómo se lleva Oscar Martínez con la gente que lo cholulea?
—La verdad es que el vínculo de la gente hacia mí siempre ha sido muy cálido y muy respetuoso. He visto otra clase de personalidades o de figuras, como Jorge Porcel y Alberto Olmedo, caminar por la calle en Mar del Plata y la manera que tenía la gente de expresarles su admiración y su amor era de un grado de confianza como si anoche hubieran comido juntos. A mí, por lo general se me acercan con mucho respeto, con mucho cariño, y si puedo satisfacer, lo hago. Antes te pedían autógrafos, ahora te piden la foto, y alguno que otro te pide un videíto para el padre, la madre, la hermana, un amigo o para él mismo. Hace unos meses abrí un Instagram, y allí también son muy respetuosos y temen invadirte, te expresan el pudor que les da.
—Volver al cine es algo para celebrar también, después de una pandemia y con lo que está pasando en el mundo. ¿Cómo se está viendo la guerra desde Europa?
—Como una amenaza y un peligro muy grande. Con una indignación enorme. En general toda Europa está condenando muy duramente la invasión de Putin. Y obviamente, con el temor por la historia, el temor lógico que puede tener un continente como este, porque hoy, una guerra de varios países sería de efectos letales para el planeta y para la humanidad.
—Cuando empezó la pandemia parecía que íbamos a salir mejores, con un mundo un poco más justo, más solidario, más hermanados. Y no pasó.
—Era un anhelo que tenía, pero la historia de la humanidad lamentablemente lo desmiente. Y una vez más vuelven a ocurrir la barbarie y el genocidio, porque siempre finalmente terminan sufriendo y muriendo los civiles, los inocentes, los impotentes, los que no podemos hacer nada por modificar el curso de esta clase de episodios tristísimos y salvajes de la historia.
—¿Hace cuánto que no venís a Argentina?
—Estuve un mes y pico en noviembre y hacía 14 meses que me había ido. Porque cuando terminó el rodaje de la película nos quedamos aquí. Con la pandemia y los cierres de fronteras se fue tomando la decisión de afincarnos, que estaba dando vueltas en nuestras cabezas pero que no estaba prevista para ese momento.
—¿Con qué te encontraste cuando viniste después de esos 14 meses?
—Prefiero cambiar de tema. Todo el mundo me advertía qué era lo que estaba pasando y qué era lo que yo iba a encontrar, y a todo el mundo yo le decía que estaba informado y no me iba a sorprender. La verdad es que me sorprendió y me entristeció mucho. Vi la profundización de una crisis muy grande, mucha pobreza, vi deterioro en cualquier ámbito. Mucha inseguridad. Mucha crispación, mucha confrontación salvaje que no nos sirve. Vi lo que ustedes ven todos los días y me dolió muchísimo.
—¿Volviste a España a trabajar o volviste a España porque hoy te sentís más cómodo viviendo allí?
—Volví porque en principio tengo proyectos de trabajo y estoy radicado aquí. Tengo el honor de que me hayan concedido la nacionalidad honorífica, o sea que tengo la doble nacionalidad. Del mismo modo que hicieron con Ricardo Darín, Juan José Campanella, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock de Les Luthiers; es decir, no por sangre, porque si bien tengo tres partes de sangre española y una italiana, nunca la tramité de ese modo. Como venía con visa laboral, no me interesaba tener la ciudadanía. Después de la pandemia eso se complicó bastante porque como cualquier país protegen a los nacionales y es importante tener papeles para poder trabajar, y la nacionalidad española me permite estar aquí con o sin trabajo. Iremos por supuesto a Buenos Aires de tanto en tanto, pero hace seis años que vengo aquí a trabajar todos los años y en algún momento pensamos con Marina que estaría bueno invertir los tantos y en vez de estar ocho meses en Buenos Aires y cuatro acá, probar de hacer al revés. Siempre en la medida en que uno pudiera realmente hacer pie aquí. Bueno, estamos en eso.
—A lo largo de los años hemos charlado y recuerdo que había aparecido esto del dolor que te provoca con lo que veías en cada llegada al país.
—Hubo momentos de mucha crispación, de mucha confrontación y ya es una cultura que se instaló, parece que es así. Y eso junto con la inflación, los índices de pobreza que no dejan de subir, a uno obviamente le duele y lo padece más allá de ser un privilegiado. Uno no puede mirar para otro lado ni puede ser feliz y disfrutar cuando sabe que hay un 50% de gente viviendo mal en un país que tenía un dígito de índice de pobreza. Una escuela pública de excelencia, una salud pública de excelencia, movilidad social ascendente. Y yo todo eso lo viví, no fue hace 200 años. Pero hace ya décadas que venimos escorados y de alguna manera ese sueño de país se malogró.
—¿Tenés esperanza que se recuperará ese país? Aunque sea para que lo puedan disfrutar tus nietos.
—Por supuesto, la esperanza es lo último que se pierde y ojalá se recupere antes. Fácil no va a ser. Tengo la esperanza además de que se pueda salir de esta confrontación permanente, lo cual no quiere decir no debatir, sino respetar lo que el otro piensa. Hemos vivido momentos en donde se podía confrontar sin llegar a los extremos a los que estamos siendo acostumbrados en los últimos tiempos. Sería bueno poder recuperar eso para poder debatir y poder ver si se puede lograr una síntesis superadora
—¿Extrañás mucho?
—A los afectos más cercanos, obviamente. Aunque estos bichitos por medio de los cuales nos estamos comunicando nosotros ahora han acortado mucho las distancias y la pandemia nos acostumbró a que es una manera de estar cerca, aunque no es lo mismo que estar allí.
—Oscar, aunque te hayan dado la nacionalidad española, sos nuestro.
—Eso, por supuesto. Son 70 años vividos ahí: nací, me crié, me formé, estudié. Ahí me construí como persona. Ahí están mis muertos, están mis hijas, están mis nietos, está toda mi historia. No cambia en absoluto tener un pasaporte que diga que también tenés otra nacionalidad. Es imposible cambiar todo ese pasado.
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