En media hora de charla con Teté Coustarot van a surgir con absoluta naturalidad y en los contextos más variados algunos de los nombres más importantes de la argentinidad: René Favaloro, Susana Giménez, Ernesto Sábato, Sandro. En sus palabras, no hay ni falsa modestia ni ego desmedido. Es simplemente el testimonio de una mujer que dejó su sello a la hora de hacer televisión, pero que también supo empatizar con lo que ocurría alrededor y que hizo un culto de la amistad y las relaciones humanas. Elegante y distinguida, laburante y canchera, y sin caer en la tentación de desmerecer el gusto popular, fue más allá de ser una mera presentadora para involucrarse en las historias y sus protagonistas.
En el mismo recorrido, van a aparecer algunos hitos más personales en la carrera de Stella Maris Coustarot. Su infancia en Río Negro y la entrañable relación con su madre, sus primeros contactos con la fama, la avidez por el conocimiento que mantiene hasta hoy. Y en su tono de voz firme y ameno a la vez, hablará de una niña curiosa y decidida, de una mujer avanzada a su tiempo, de una conductora aplomada y versátil que hace del trabajo el motor de su vida. Y que disfruta de hacer cada noche La hora exacta.
En el ciclo de El Nueve prevalecen el conocimiento y el anecdotario sin perder de vista el humor y la calidez. Un desafío que ya va por la segunda temporada y donde la acompaña Boy Olmi, un nombre que ella propuso y su ojo entrenado no le falló. “Cada vez valoro más a la gente que tiene contenido y buenas maneras, porque son muchas horas de trabajo y ese buen clima se traslada a los participantes. Estamos con un entusiasmo increíble”, asegura Teté en diálogo con Teleshow.
—¿La estás pasando bien en la vida?
—Es un buen momento, sí. En general siempre tengo una actitud realista: las cosas son así, no tienen que ser de otra manera. Después, está lo que yo hago con todo eso. Y este es un buen momento donde estoy bien afectivamente, emocionalmente, laboralmente, lo cual no es poca cosa. Pero también es una construcción.
—Me gusta algo de lo que dijiste: la vida no es lo que nos pasa sino lo que hacemos con eso.
—Claro. Hay gente que siente que todo es injusto, hasta hacer un trámite. Y sí, para resolver algo hay que hacer un trámite. En vez de quejarte durante dos días, andá y hacelo. Yo soy más expeditiva y me da una sensación de placer cuando puedo resolver la cantidad de cosas pendientes… No sabes lo feliz que soy.
—Sí, es hermoso tachar en la listita. ¿Y qué te enoja, Teté?
—Bueno, me enoja la descalificación, el maltrato. Me enoja la mentira y la indefinición. Si yo salgo a comer con vos y te pregunto si querés, carne, pollo o pasta, no me digas que te da lo mismo. No te puede dar lo mismo: ayudame, haceme más simple todo.
—¿Triste, te ponés?
—Sí, tengo momentos; no muchos. Cuando veo cosas que no puedo resolver. O los sufrimientos: hace poco perdí otra vez a un amigo. Ya he perdido varios amigos, y eso me pone triste, aunque trato de rever siempre la vida que tuvo y lo que pudimos haber intercambiado. Pero eso me da tristeza.
—¿Tu propia finitud te preocupa o es algo en lo que no pensás?
—Me parece que no quiero pensar en eso. Un día escuché a Mirtha Legrand decir: “Si yo trabajo, soy eterna”, y es una frase que me pareció fabulosa. La sensación de estar en actividad, de tener proyectos, de levantarme todos los días y tener algo para hacer, me provoca vida.
—Tu carrera te ha dejado grandes amigos.
—Muchísimos. Tengo grandes amigos, y aparte me gusta reencontrarme con la gente, con antiguos compañeros que dejás de ver por un tiempo. Me pasa ahora que me encuentro con Claudio Rígoli o con Fernando Bravo y me encanta, porque hacemos como una especie de memoria de anécdotas y tenemos mucha confianza como para intercambiar lo que nos pasa. Yo soy muy sociable: me gusta la gente, como dice la canción.
—Susana es una gran amiga. ¿Cómo es ese vínculo?
—Es muy lindo, real y sincero, en el sentido que ninguna presiona a la otra. Yo sé que ante cualquier situación está ella, y yo estoy para ella también. Puedo contarle lo mejor y lo peor, como a un psicoanalista, y ella también.
—¿Sabe guardar secretos Susana?
—Sí, totalmente.
—¿Y se dan consejos mutuamente?
—En punto sí, es un intercambio. Aparte es muy cómodo cuando la visito y nos respetamos los horarios, porque cada una hace la suya: yo me despierto temprano, ella se despierta más tarde. A ella le encanta leer en silencio, entonces no hablo. Yo soy salidora y ella no. Me dice: “Teté, no te podés quedar quieta”. No, no me puedo quedar quieta.
—¿Quién cocina cuando viajan?
—Ella no sabe cocinar.
—¿Y vos?
—A mí me gusta cocinar, hacer las compras. Si hay que resolverlo, lo resuelvo. Aparte me gusta comer. Ella muchas veces se saltea el almuerzo, y dice que yo la obligo cuando está conmigo. ¡Pero yo tengo que almorzar!
—La semana pasada hablamos con Susana y nos contó un regalo insólito que le pidió a Adrián Suar. ¿Qué se le regala a una persona como Susana Giménez para el cumpleaños?
—Le regalo cosas que tienen que ver con lo cotidiano. Si viajo le regalo abanicos: siempre estoy buscando esas cosas porque la asocio con el calor, con la casa de Punta del Este. Y después, cada vez que veo algo con brillo o animal print, pienso que es para Susana.
—¿Y a vos qué te gusta que te regalen cuando te quieren hacer un mimo?
—Que me sorprendan un poco. Que me regalen un viaje, por ejemplo.
—Con lo que te gusta viajar, estás trabajando mucho.
—Sí, aparte de La hora exacta hago Qué noche Teté los domingos a las 21 en Radio 10, más dos programas en tele y en cable. Pero soy muy organizada y nunca pesa el trabajo: es una forma de vida. Cuando me marcan que es un horror trabajar un domingo a la noche, yo digo que lo elegí, porque a mí a la tardecita me agarra una melancolía… Está bueno terminar el domingo a las 12 de la noche y saber que al otro día me puedo despertar tarde.
—¿Qué le dice esta mujer que hoy elige sus trabajos y que tiene tan buen presente a la jovencita que empezaba a estudiar para ser maestra?
—Tantas cosas... Yo estudié mucho, soy profesora de piano, soy maestra, después me fui a la Universidad de La Plata a estudiar periodismo. Y siempre le aconsejo a las chicas que estudien, porque todo ese saber que parece desconectado, en algún momento aparece. Siempre hay que tener curiosidad, es una pulsión de vida. Por ejemplo, Google es algo extraordinario, no puedo creer que puedas preguntar lo que quieras y que te conteste desde qué temperatura hace hasta cómo se llamaba el primer faraón. Es una fuente de información tan enorme que lo que te interesa lo podés profundizar y conectarte con gente que está en la misma.
—Te animaste a romper mandatos cuando todavía no hablábamos de mandatos. Por ejemplo, no te casaste.
—Nunca sentí la necesidad de casarme para formalizar o para tener una pareja y una relación. Para otros sí y lo respeto totalmente. Es muy importante cuando podés descubrir qué es lo que tenés ganas realmente de hacer y qué es lo que no. Es tan simple como eso.
—Siempre valoraste mucho tu independencia.
—Sí, tuve una madre que trabajaba, era docente, y era independiente. Yo siempre recuerdo que un día me dijo: “Teté, con mis hermanas vamos a elegir un auto”. Se quería comprar el famoso Citroën que usaban las maestras. Y era una cosa muy fuera de lo común en esa época. Y cuando sos chica, viste que vas mirando todo, y aprendí que podía decidir también. Porque también recuerdo que había muchas mujeres que trabajaban pero que le daban la plata al marido.
—¿Tuviste que bancar a algún marido económicamente?
—No, porque nunca me vi en esa situación, pero lo hubiera hecho. La relación de las mujeres y el dinero ha tenido una evolución enorme. Antes se escuchaban cosas como: “Se murió el marido y no sabe ni hacer un cheque”. Porque estaba mal visto que la mujer hablara de dinero o que opinara de la economía de la pareja, porque parecía interesada.
—¿Negociás vos misma tus contratos?
—Sí.
—¿Y sos brava negociando?
—No, brava no. Sé lo que valgo y soy bastante básica porque nunca tuve un séquito. Sé lo que me conviene en cuanto al dinero y a lo que quiero, y hago ecuaciones bastante básicas: pienso siempre para qué necesito. Y cuando hay un extra, va para los viajes.
—Quiero recorrer un poco tu historia. ¿Cómo es eso de que Sandro te llamaba por teléfono?
—Sí, me llamó muchas veces. Yo era fanática de Sandro, era mi ídolo y no me perdía ningún recital. Un día me llamó para invitarme a un recital y me dijo: “Yo te quiero agradecer, Teté, porque vos sos una chica fina y siempre decís que te gusta cómo canto y para mí es muy importante”. Yo no podía creerlo, porque él estaba como calificado como “grasa”, esas cosas que decimos y que tenemos que borrar.
—Pero estaba esta diferencia, esta grieta de lo popular y lo cool, y lo popular era lo grasa.
—Bueno, a mí siempre me gustó mucho toda la cosa popular. Mucho. Siempre capté lo que me gustaba, nunca me importó, nunca tuve etiquetas para nada. Y a partir de ahí empecé a tener una relación. Llamaba a mis programas de radio y decía: “Soy Roberto Sánchez, de Banfield”, y salía al aire. Cuando se enamoró de Olga (Garaventa) me llamó para contarme: estaba muy feliz. También me llamaba para los cumpleaños y me cantaba el “Feliz Cumpleaños”.
—Conociste también en sus orígenes a Sergio Denis.
—Eso fue divino porque yo acababa de salir Miss Siete Días, me acuerdo que me invitaron a un cóctel y no conocía a nadie, absolutamente. Me senté en un sillón y dije: “Bueno, vamos a ver qué pasa”. Al rato llega un chico rubio, se sienta al lado mío y me dice: “¿Vos quién sos?”. Le digo: “Yo soy Miss Siete Días”. “Ah”, me dice: “Yo soy Sergio”. No me acuerdo si me dijo Hoffmann o Denis. Y le digo: “¿Y qué haces?”. “Yo canto”. “Ah”, le digo- “Sí, ahora me van a grabar un tema, esperá”. Y sacó un grabador y puso play. Era “Te llamo para despedirme”. Así que siempre lo recordábamos cuando después nos encontrábamos.
—¿Choluleaste a alguien alguna vez?
—No sé si la palabra es cholulear, pero sí me pasó de estar con gente que es superior, que cambia la historia. Me tocó conocer a Ernesto Sábato cuando salí Reina de la Manzana. Declaré que me gustaba el libro Sobre héroes y tumbas, y él me escribió a Río Negro. Me dijo: “Me cambiaste el día y quiero conocerte. Y yo le decía que quería estudiar periodismo. También me pasó cuando invité al doctor René Favaloro a dar una charla. Fue cuando se inauguró el Patio Bullrich, que la gente todavía no tenía la habitualidad de ir a un shopping, entonces me convocaron para una serie de encuentros y a uno de los primeros que llamé fue a Favaloro. Y cada vez que paso por ese lugar, me viene el recuerdo de estar sentada con Favaloro, con las dos escaleras mecánicas llenas de gente, y él hablando... Tuve el privilegio de tener trabajos que me permitieron estar presente en situaciones divinas.
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