Luisa Delfino y la desgarradora historia del oyente que la marcó: “Llamó para despedirse, y yo me senté en el piso a llorar, fue tanto dolor…”

¿Cómo te va la vida? pregunta hace más de 30 años y frente a ella los oyentes confiesan historias de todo tipo. En esta charla con Teleshow la icónica conductora hace un repaso de sus sentimientos frente a esos relatos y también de sus propios cambios en ese recorrido

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Luisa Delfino lleva 30 años con su clásico "Te escucho" compartiendo historias de los oyentes

Te escucho. Luisa Delfino. La identificación es inmediata, como en aquellos ciclos que dejan un sello a través del tiempo, cuando tocan una fibra íntima que va más allá de cualquier estrategia de marketing, cuando construye un imaginario colectivo a partir de un sinfín de historias personales. Ya son más de 30 años los que la periodista viene llevando la magia de la radio a su máximo potencial. Esa que invierte los roles y hace culto de la palabra, las historias y los silencios. Luego de pasar por varias emisoras, y de tener su versión televisiva, la locutora celebra tres décadas en su regreso a Rivadavia, los domingos a la medianoche, con un feedback que demuestra que hay gente con necesidad de hablar, de ser escuchada y de encontrarse.

Porque lo que provoca Luisa excede la geografía de un micrófono y un estudio de radio, y propone ir más allá: ponerle nombres y rostros a las voces que dialogan en el éter. “Empezamos a reunirnos en una confitería de la avenida Santa Fe y allí se armaron muchas amistades, se juntan a comer asados”, dice la periodista a Teleshow, con su voz inconfundible y con la satisfacción de seguir construyendo puentes desde lo más profundo. Y cuando se le sugiere que cambió la manera de hacer radio al darle tanto protagonismo a la audiencia, se desliga y cita a su maestro. “Ya lo había hecho el Negro Guerrero Marthineitz, que fue mi inspirador. Él hablaba con los oyentes, y yo sentía que me hablaba a mí. Fue como una epifanía: sentí que quería hacer eso”, señala, conectando el presente con sus comienzos, cuando tuvo la certeza de que la radio iba a ser su lugar en el mundo.

Con Te escucho, Luisa entendió rápido que era difícil hablar seriamente de cuestiones vinculadas a lo psicológico y no ser mal visto. Que había temas que eran más fáciles, o más políticamente correctos, para abordar. No por ella, claro, cuyo único límite era el respeto. “Fue difícil porque de golpe alguien cuenta una historia sobre una úlcera que le sale por el trabajo y todos prestan atención. Pero si alguien dice: ‘Estoy muy deprimido, estoy tomando una medicación y tengo terapia’, rápidamente ese tema se pasa por encima”, asegura Delfino, y deja entrever algo de resignación: “Cuando empecé Te escucho me quejaba de la mala prensa que tenían las problemáticas médicas y psicológicas. Hoy, 2022, me sigo quejando de lo mismo. No cambió nada”, lamenta.

En tres décadas años Luisa habló con tantas personas que ni se imagina cómo hacer la cuenta para calcular la cifra. Cuando sentía que abordaba un tema delicado, les aconsejaba cambiarse el nombre, o hablar con un pañuelo en el teléfono para distorsionar la voz y preservar el anonimato. Y nunca dejó que lo que escuchaba se volviera palabras sueltas. De cada testimonio que salía al aire tomaba nota. Literal. Empezó a escribir en cuadernos cada nombre y un pequeño resumen de la historia en un proceso artesanal que mantiene a lo largo del tiempo, por fuera de la revolución digital. Esos cuadernos que atesora como reliquias y que se anima a compartir con Teleshow.

En cuadernos como este Luisa Delfino registra todas las historias que recibe
En cuadernos como este Luisa Delfino registra todas las historias que recibe

—¿Alguna historia te conmovió en particular?

—La que más me conmovió es la de Horacio, que llamó al programa y contó que lo habían diagnosticado con HIV. En aquel momento se decía SIDA. “Me gustaría salir al aire, que los otros oyentes me den un poco de apoyo y yo ir contándoles cómo me va”, me pidió. Hablamos más de un año con otros oyentes que preguntaban por él, yo los cruzaba al aire y lo querían conocer. Hasta que hicimos un programa en el salón del Banco Patricios. Horacio subió al escenario que estaba armado en forma circular, y empezó un grito como en la cancha: “¡Ho-ra-cio, Ho-ra-cio!”. Y él lloraba y levantaba los brazos. Y no era un golpe bajo: nadie nos estaba filmando, nadie hizo una nota de eso, yo no se lo conté a ningún medio.

—¿Qué pasó con Horacio?

—Un año y medio, o quizás un poquito después, murió de HIV. En aquella época no había cócteles. Pero antes, llamó para despedirse.

—Fuiste su compañía en toda su enfermedad.

—En toda, sí. Los oyentes lo acompañaron. Fue la única vez que le tuve que hacer señas al operador y me senté en el piso a llorar, porque fue una cosa de tanto dolor…

—¿Sos de angustiarte mucho con las historias, de cargarlas?

—La única vez que me desplomé y lloré fue con Horacio. Después tuve una psicoanalista, Selmira, que por 20 años estuvo al lado mío y del programa. Ella me dio la instrucción que recibiera todo lo que la gente me decía con la mayor atención posible, que estuviera en presencia y no que simplemente los oyera.

—Prestar la oreja.

—Es fantástico. Es maravilloso para uno y también para el otro. Y ella me dijo: “Imaginate que hay un hilo imaginario que sale de tu cabeza y se va al universo con todas esas voces, con todas esas historias, y entonces vos te quedás con el recuerdo de todo eso, pero en calma, porque lo pudiste hablar”. Y fue un gran ejercicio.

—¿Tuviste miedo alguna vez?

—Sí, el primer día. Un miedo espantoso a que no llamara nadie. Había dejado a unos amigos preparados por las dudas, porque tampoco quería pasar un papelón. Y bueno, sí, estaba temblando antes de empezar el programa, pensando que no iba a llamar nadie...

—Y eso nunca sucedió.

—No, jamás. Sonaban todos los teléfonos de la radio el primer día. Fue impresionante. Y se me pasó enseguida el miedo.

—Me acuerdo que alguna vez alguien llamó diciendo que se iba a suicidar.

—Sí, pero lo pudimos manejar. Eran tiempos en los que teníamos muchas más armas que ahora para manejarnos con esas cosas. El psicólogo podía estar en el piso. Ahora no, porque el psicólogo se las arregla como puede, hace mil cosas. Sí puedo contactar al psicólogo con el oyente para que se comuniquen por teléfono. Y aquella vez se resolvió.

—¿Hay un límite en lo que estás dispuesta a escuchar al aire?

—Por supuesto. Insultos, de ninguna manera. Nunca me pasó. Sí saqué a un chico de 16 años, Facundo, que era alcohólico desde chiquito. Después se cuidó, porque la primera vez salió con todo; igual eran otros tiempos, no era la jerga de ahora.

—¿Te han confesado delitos al aire?

—No. Sí grandes dolores, dependencia a las drogas, dependencia al juego. Me acuerdo de una mujer adicta al bingo: una desesperación… Un ama de casa que, cuando se iban sus hijos a estudiar y el marido a trabajar, se sentía tan sola que empezó a ir al bingo y después no podía dejar.

—Y una cantidad de historias de amor y de desamor.

—Sí, mucho de eso. Y muchas historias de amantes que me llamaban. En ese sentido yo dije siempre que no doy consejos. Estoy hablando como si lo hiciera con un amigo en un bar y le digo lo que a mí me parece.

—Esperabas que te volvieran a llamar para saber cómo terminó la historia, me imagino.

—Me parece que los finales en general eran opuestos a los que yo había intentado marcar, entonces no llamaban de nuevo. Me acuerdo de una mujer de Bahía Blanca, que salía con otro que no era el marido y se encontraban en un estacionamiento. Entonces yo pensaba que no debía haber muchos estacionamientos en Bahía Blanca, y ella contaba todo. Y cuando empecé a decirle que me parecía que lo bueno era enfrentarse con la verdad, con ella misma, con su compañero, con su marido, y ver hasta dónde la iba a llevar eso. Porque yo nunca censuro hacerle caso a la pasión, pero llega un punto donde vos tenés que frenar y decir: “Bueno, ¿qué va a ser de mi vida de aquí en más si esto sigue así para siempre?”. Bueno, esa no llamó más. Y otros tampoco.

Luisa Delfino: "El hombre cercano a mi edad que está sólo busca más jóvenes"

—¿Fuera del programa de radio, hoy tu deseo por dónde pasa?

Empecé a valorar muchísimo la salud. Porque me ha llamado mucha gente con cáncer también, y eran otros tiempos, en esa época era un dolor y una lucha muy terrible. Y luego el tema de la pandemia, que yo traté siempre de salir a pesar de que por mi edad supuestamente me tenía que quedar en casa. En la pandemia yo me cuidé con barbijo, con distancia, pero me hacía el take away, me buscaba un café y caminaba por la calle. Nunca me quedé adentro porque veía a través de los oyentes la depresión que se iba marcando.

—Vos venías muy bajoneada también, de una separación muy difícil.

—Sí, yo venía dura, pero también acostumbrada a manejar las emociones de los demás a través de una charla. Cuando me pasó, estaba en Los Ángeles, había ido a visitar a mi hija que vive allá. Empecé a hacer terapia vía Skype inmediatamente y Nina, la labradora de mi hija, tuvo cría. Me encomendaron el cuidado de la perra y de los cachorritos y fue increíble cómo pude salir.

—¿Creés que haber escuchado tantas historias vinculadas al amor y al desamor te preparó para ese momento?

—Yo nunca dejé de hacer terapia y nada te prepara. Nada. Así como nada te prepara para que se muera alguien que vos querés, tampoco te prepara ninguna situación que hayas vivido para una pérdida amorosa cuando vos sentís que esa pérdida es, como dice Ricky Martin, un disparo al corazón. Después mi médico clínico me contó que hay un infarto sentimental, el síndrome del corazón roto, que lo descubrió un japonés.

—¿Los ataques de pánico volvieron en ese momento?

—No, la fobia y los ataques de pánico realmente me venían acompañando desde que yo era adolescente pero no sabía qué significaban. A los tres meses estaba en funcionamiento. Puede ser que el Te escucho haya colaborado. Y también, que me gusta mucho la vida desde que era chica. Entonces, para mí la vida en sí misma es un regalo inmenso, por eso siempre me digo que quiero vivir mucho. Bien de la cabeza, eso sí; después, si tengo que estar sentadita no pasa nada.

—¿Y hoy andás enamorada, o con ganas de enamorarte?

—No, no estoy enamorada y creo que en estos tiempos es casi imposible, cuando ya pasaste los 60, encontrar un compañero de camino. Es muy difícil.

—¿Por qué? Si vos sos una mujer sumamente activa.

—Claro, pero esa es una idea mía. Yo siento que, así como te dicen que los 60 son los de 50 antes, porque ha aumentado la esperanza de vida, yo pienso que el hombre cercano a mi edad que está solo busca más jóvenes. Yo estoy abierta y miro todo, pero me parece que es así.

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