Habla de su trabajo con esa pasión que transmiten quienes aman lo que hacen. Lo hace cuando disfruta de su presente en el teatro y al palpitar con entusiasmo su regreso a la televisión. Pero también cuando vibra como la primera vez al evocar su estreno sobre las tablas. O cuando confiesa sus dudas en aquellos años donde las cosas no salían como esperaba. O cuando es pura gratitud con personajes que quedaron en la memoria, como la Alicia de Argentina, tierra de amor y venganza (ATAV).
El presente encuentra a Mercedes Funes brillando en Me duele una mujer, junto a Nicolás Cabré y Carlos Portaluppi en el Multiteatro Comafi, y mientras con El primero de nosotros se prepara para dar el salto internacional desde la pantalla de Telefe. En ambos casos, explora los límites del oficio y pone en juego la flexibilidad de la actuación, siempre buscando la empatía con el que está del otro lado, y asumiendo el compromiso y la diversión como condiciones innegociables.
Durante la charla con Teleshow, Mercedes también va a ir y venir por los caminos de su vida. Hablará del paso del tiempo, de la familia que ensambló con su pareja, Cecilio Flematti, y su hijo Lorenzo, de esas alegrías y tristezas que hacen mella y cicatriz. Va a reflexionar sobre el rol de la mujer, de lo que se construyó y de lo que falta construir, con conocimiento de causa y la mirada lúcida de una mujer bien plantada que disfruta de cada paso que le toca vivir.
—¿Cómo vivís el regreso al teatro con Me duele una mujer?
—Está buenísimo porque la Calle Corrientes está viva, otra vez llena de gente, y estamos con una obra hermosísima y definitivamente universal. Trata sobre las personas que pasaron por tu vida que no están más, pero representan lugares, canciones, un plato de comida. Esto es lo que le pasa al personaje de Nico Cabré: su novia acaba de terminar la relación y él no puede con eso, es un alma en pena. Y lo divertido es el lugar de exageración maravillosa de cuán ridículos nos podemos llegar a ver cuándo estamos ahí, revolcándonos en el desgarro del desamor.
—¿La pasás bien en el teatro?
—Me encanta, creo que es el ámbito que más disfruto. Si bien me gusta mi trabajo en todos los ámbitos, el teatro tiene esta cosa de continuidad que no se detiene: empieza la obra y termina la obra, y en el medio puede caer un meteorito que nosotros tenemos que seguir ahí, firmes, sosteniendo la verdad.
—La tele tiene una vorágine, una popularidad diferente y el furor de un personaje que se impone, como le pasó a la Alicia que construiste en ATAV.
—Yo todavía no lo entiendo. Realmente superó cualquier tipo de expectativa, creo que para todos. Primero, la novela, que sabíamos que iba a gustar y terminó siendo como una especie de hito: la gente se volvía loca. Y después, particularmente con mi personaje.
—¿Cuánto tuyo tenía Alicia en esa forma de hablar?
—El tema del habla fue una sugerencia mía que fuimos puliendo. Adrián (Suar) quería que ella tuviera alguna característica particular y no sabíamos muy bien por dónde buscarla: si era algo físico, estético o algo de los modos. Y encontramos en el habla algo muy interesante.
—Y era una mala que todos podíamos querer un poco, o entenderla, como esa mujer enamorada que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa.
—Todas y todos fuimos en algún momento Alicia, y creo que también por eso el personaje pegó tanto, porque cuando está la identificación de parte del espectador hay una empatía lógica. Porque te hace reír, o te conmueve, o te incomoda.
—¿Te tocó en la vida alguna vez un amor o un enamoramiento así, con una cosa medio obsesivo?
—No. No, no. La verdad es que, bueno, no sé, lo que me pasa a mí, eh, pero yo no me siento atraída o enamorada porque no se siente enamorado o atraído de mí (risas). Me pasa eso. No sé si será narcisista o qué, pero si siento que no me mira con ojos de amor, no me interesa estar.
Hace cinco años Mercedes está en pareja con el periodista Cecilio Flemati, con quien se casó hace poco más de dos. Entonces se le planteó otro desafío: construir un vínculo con Lorenzo, hijo de su esposo de una relación anterior. “A Lolo lo amo, es divino. Y lo conocí cuando tenía 15, en una etapa en donde las personas tienen su transición más intensa y fue hermoso acompañar su crecimiento desde mi lugar”.
—Se ve en las redes que pudieron construir un vínculo muy lindo.
—Él tiene a su madre y a su padre, que están muy presentes, y yo también, porque su madre en ese sentido es muy amorosa y respetuosa y generosa conmigo: ella me permite ese espacio para con Lorenzo. En algún punto somos los tres y a mí me participan, y es un gesto que valoro muchísimo.
—Si tenés que elegir tres momentos que marcaron tu vida, para bien, para mal, ¿cuáles son?
—Sin dudas uno es cuando falleció mi madre. Particularmente ese instante que yo estaba a su lado porque la muerte es inevitable para todos, pero fue bella, fue con paz, con tranquilidad y mimada, entonces me quedó un buen recuerdo de eso. Otro es la primera vez que me subí a un escenario a los 11 años: recuerdo la adrenalina que sentí en el cuerpo. Yo ya estaba en Buenos Aires y trabajaba en un programa, Superclán, nos fuimos de gira y el debut fue en Rosario, en el Teatro El Círculo. No puedo olvidar la felicidad que me sacudía el cuerpo, fue maravilloso. Y otro, cuando nació mi sobrina Selena, la hija más grande de mi hermano. Apenas salió de la sala de parto, la tercera persona que estuvo ahí para recibirla fui yo. Para mí fue muy importante. De hecho mi hermano la dejó en mis manos porque siguió acompañando a su mujer, y yo estuve sola con ella en un ascensor que nos llevaba hasta la nurse. Nunca había visto a alguien con tan pocos segundos de vida y súper colorada, y me acuerdo que ni siquiera tenía la fortaleza para llorar, y yo la miraba y fue increíble. Y decir qué lindo ser yo esa persona, testigo de tus segundos de vida, para contárselo; ya se lo conté 70 veces, obviamente.
—Una llegada al mundo, una partida de este mundo al menos como lo conocemos, y esa primera oleada de sentir la vocación: son momentos fundamentales.
—Es lindo tener momentos fundamentales en la vida. Yo me siento agradecida de haberlos experimentado.
—Tu mamá estaba enferma, entonces te pudiste despedir. ¿Hay una cierta paz de haber dicho lo que uno necesitaba o cerrado cuentas pendientes?
—Obvio. Sobre todo, de haber dado. De haber dado amor, besos, mimos, reírse, de conectar con el otro desde lo más profundo. Sí, tener esa posibilidad es invaluable.
—Me voy a la vocación. ¿En qué momento entendiste que podías vivir de la actuación?
—Yo creo que ya más cerca de los veintipico, cuando me fui a vivir sola a los 19 y trabajaba de lo que sea, pero siempre dentro de la actuación. Hice algún bolo, alguna obra de teatro, alguna cosa perfil bajo, remándola mucho. Y tuve que sentarme conmigo misma para preguntarme si quería tener esta vida con una incertidumbre permanente. Nuestro trabajo es todo el tiempo algo que empieza para terminar y que termina para empezar otra cosa, y que sube para después bajar. Y fue una pregunta que transité un tiempo largo porque era convivir con el miedo: “¿Y si no tengo para comer? ¿Y si no me llaman nunca más?”.
—¿Te pega la angustia en algún momento o ya no?
—Ya no. Por ahí en la cuarentena estricta, cuando no sabíamos ni siquiera de qué se trataba esto que se llama coronavirus y no entendíamos muy bien hacia dónde íbamos como humanidad. Y se dividía el trabajo entre esenciales y no esenciales, y yo estaba dentro de los no esenciales, entonces, no sirvo (risas). Y después modifiqué ese pensamiento cuando observé que, entre tantas cosas, la gente se refugió en la ficción para transitar ese momento de angustia.
En el horizonte de Mercedes aparece El primero de nosotros, serie que protagonizará con Benjamín Vicuña, Paola Krum, Luciano Castro, Damián De Santo y Jorgelina Aruzzi. Sin fecha de estreno confirmada, la actriz se muestra entusiasmada por la calidad de la filmación, por el alcance internacional del producto y por una trama compleja contada de una manera adulta, con las contradicciones y oscuridades que ello implica: un grupo de amigos que transitan los 40, uno de ellos que recibe una mala noticia sobre su salud y las alarmas que se encienden al respecto.
—¿Te ha pasado en tu grupo cercano?
—No me tocó con ninguno de los que somos íntimos, pero sí conozco mucha gente a la que le ha pasado. Creo que nos cuesta entender si estamos o no estamos grandes porque todos nos levantamos a la mañana sintiéndonos siempre los mismos. Pero el tiempo pasa, es inevitable. Y creo que si bien renegamos de eso, no hay muchas más opciones. Es que el tiempo pase o que no pase más. Entonces bueno, sí, obviamente que el tiempo pase. Y está bueno asimilarlo.
—En el 2018 te pregunté cómo te imaginabas en cinco años si todo hubiera salido genial. Y me contestaste: “Espero que mejor. Más sabia y prácticamente sin arrugas”. Vamos a decirlo, estás impecable.
—Tengo más arrugas.
—Pasaron lindas cosas en estos años. Trabajos, proyectos, familia, un hermoso casamiento que todos vimos.
—Sí, la verdad es que no me puedo quejar, al contrario. Menos lo de las arrugas, pero bueno, es lógico. Lo que pasa es que también tienen que cambiar un montón de conceptos sociales que ya son vetustos. En algún lugar lo tenemos incorporado y por eso también nos hace mella. Pareciera que la madurez/vejez es un desvalor en algún punto: “Está hecha mierda, mira cómo le pasaron los años”.
—¿La televisión no es medio cruel con las mujeres en ese sentido? ¿No hay más papeles para los hombres a medida que crecen que para las mujeres?
—Sí, a mí me ha pasado. No importan los nombres porque no tiene que ver con mis compañeros sino con una estructura como decís vos, más machista, de galanes, que yo veía siendo más chica y podrían hacer de mi padre y de mi tío, después con los años yo terminé haciendo de su pareja. Entonces fue como a él no le pasaron los años para el afuera, ¿no?
Antes los galanes hacían de mi padre y de mi tío, con los años yo terminé haciendo de su pareja
—No nos imaginamos todavía una pareja protagónica en donde la mujer le lleve 20 años al galán.
—Sería hermoso, interesante y muy redituable. Si sucediera se llenarían de plata y de rating. No sé por qué no se animan a romper esas estructuras, a poder poner historias de gente que no tenga el estereotipo que siempre se vende en televisión con historias casi de Cenicientas que terminan con el príncipe.
—En los últimos años nos animamos a denunciar desde situaciones de maltrato verbal a situaciones físicas de abusos. ¿Ponés algún límite a la hora de elegir con quién trabajar?
—En ese tipo de cuestiones extremas sí, sin dudas. Pero están siendo más claros los límites en general por esto mismo que vos decís: ya se empezaron a decir las cosas. A mí no me pasó, la verdad es que yo siempre fui muy bien tratada, pero sé de casos.
—Sé que no tenés ganas de hablar en particular de Fabián Gianola. Está cambiando por suerte. Y está bueno que todos aprendamos de eso.
—Sí, claro. Festejamos que se hable y lamentamos que se cuestione de un modo ridículo a quienes hablan. Confabulaciones de toda índole para, no sé, colgarse de la fama de alguien o porque hay detrás una opereta o qué sé yo. Es muy difícil para las víctimas, que lo único que hicieron es animarse a contar algo y tienen que además transitar todo ese tipo de etiquetas.
—Que difícil para quien todavía no se animaron a hablar cuando uno ve eso. Pienso hace muy poquito en la nulidad del juicio de Juan Darthés donde habló Thelma Fardin y veía algunos comentarios, si bien hay una impunidad en redes que es tremenda...
—Tremendo. Es todo horrible. Todas preguntas que pertenecen a una cultura de esta que yo te decía que la tenemos casi como en nuestro disco rígido, que tiene que desaparecer. A las víctimas se les exige infalibilidad: tenés que ser infalible a la hora de contar lo tuyo. O sea: “Ah, si no lo dijiste antes, ¿por qué no lo dijiste?”. O: “Ah, ¿por qué lo decís de esta manera?”. O: “Ah, bueno, no, pero...”.
—”¿Y qué hacías ahí?”
—Claro. ¿Viste? Vos tenés que ser infalible. La única manera de que yo te crea es que vos todo lo que hagas y digas primero que también tuvo el nombre, porque si vos no tenés un buen nombre, no te creo...
—Te propongo otra vez el juego. Si charlamos en cinco años, ¿cómo te voy a encontrar?
—Con menos arrugas no te voy a decir porque es imposible. Espero primero estar bien de salud, que son las cosas que me empiezan a importar cada vez más. Y debería decirte que casi con una fotografía de este presente trasladado a cinco años. Haciendo teatro. Obviamente, con mi familia. Acompañada con quien elegí como compañero de mi vida. Y algo un poco más superficial podría ser...
—Viajando por el mundo, Mercedes.
—Sí, sí, viajando por el mundo. Y capaz que con dos o tres tatuajes más.
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