“Me llaman para justiciera”, dice Nancy Dupláa. Y justifica: “Tengo cara de buena”. Es inevitable que una imagen de la actriz interpretando a una mujer empoderada, reclamando alguna causa noble, se reproduzca en la imaginación de los televidentes. La leona, Graduados, Socias: Dupláa es, por excelencia, la encarnación de muchas historias de mujeres argentinas llevadas a la pantalla.
Ahora es el turno de Roberta, la fiscal de un argumento de Claudia Piñeiro que, con la dirección de Marcelo Piñeyro, cobra vida en El Reino. En el thriller policial de Netflix aparece un universo poco explorado para la ficción local: los lazos entre el poder y la iglesia evangélica.
“De política y religión conviene no hablar en la mesa”, reflexiona ahora Dupláa. Sin embargo, la artista, que nunca temió dar sus opiniones en público, ni dudó en defender a Florencia Peña: “Toda mi solidaridad con mi amiga. Cuando la forma de jugar es sin límites, sin gusto y parecido a una cloaca…”, escribió en su cuenta de Instagram en referencia a los agravios que la actriz recibió por su visita a la Quinta de Olivos. Fiel a su estilo, en esta entrevista con Teleshow, la pareja de Pablo Echarri no esquiva el tema.
—¿En la vida te toca de justiciera también, como en la ficción?
—Si ser justiciera tiene que ver con defender lo que uno cree desde las entrañas y no tener miedo de hacerlo, ponele que sí. Ese es mi andar. Esa soy yo, y no puedo ser de otra manera. También no puedo dejar de hablar de las comodidades que tengo. Eso me da un aplomo para poder decir ciertas cosas. Pero sí, soy justiciera.
—Es natural verte en el rol de un personaje como Roberta: una justiciera, con ideales.
—Soy actriz para eso. No soy actriz para componer. Voy eligiendo también lo que sé que puedo hacer. No me quiero meter en muchos quilombos.
—Es una serie que tiene todos los ingredientes para romperla.
—Tiene una buena historia, por sobre todas las cosas, muy llevadera. Entretenida dentro de lo que es el thriller policial, que es oscuro. Hay personajes y vínculos muy tremendos, y situaciones donde la historia se pone densa en serio.
—Se mete con un tema del que se habla poco, que tiene que ver con la iglesia evangélica.
—La religión de la mano de la política, y la política de la mano de la religión. Se tocan en un montón de puntos. A veces se toman decisiones teniendo en cuenta una creencia religiosa que es, nada más y nada menos, que la creencia de alguien, de un sector. Son dos temas que en las mesas familiares conviene no hablar porque todo vuela por el aire. Dos temas que se unen en esta historia y hacen un cóctel fuerte.
—Anteriormente, mencionaste la conciencia de las comodidades que uno tiene, y de alguna manera la pandemia vino a evidenciar los lugares de privilegio y de falta dependiendo de la realidad de cada quien.
—No podía dejar de mirarlo desde ese lugar. Es una diferencia abismal, un recorrido del otro. Entonces, me obligué a vivir eso bien: agradecer lo que tengo y tratar de que el día a día sea lo más armonioso posible. Tengo un trabajo hecho en mí, entonces lo llevé re bien. Por ende, los que estaban al lado mío la llevaban un poco mejor. O sea, los adolescentes no estaban tan mal, Pablo no estaba tan mal.
—¿No estuviste en el team de los que se quisieron divorciar en pandemia?
—En algunos momentos sí (risas). Pasa, es lo normal.
—¿Evaluaste echarlo de casa?
—(Risas) Sí, que se vaya él. ¡Obvio!
—¿En tu casa se habla de política y de religión?
—Sí, porque coincidimos todos.
—De hecho, Morena les salió más militante que ustedes. ¿Qué hubiera pasado si la chica les salía macrista?
—¡Dios mío! ¡Era imposible! No lo veía posible salvo que tuviera un vínculo explosivo con mi hija y quiera llevarme la contra. Puede pasar. Hay momentos donde los pibes quieren llevarte la contra. Tengo dos varones que tienen la visión en otra cosa, pero es inevitable: todos somos de este lado (risas).
—Hace poco, en una entrevista, Pablo reconoció que hay un momento de hacerse el salame a la hora de lavar los platos.
—Está instalado en su genética que hay cosas que el hombre no tiene que hacer, solo colaborar en algunas circunstancias. No es 50 y 50, en la cuarentena quedó muy claro. Nos sentamos a charlar de que ya todos somos casi adultos y estamos en la misma situación. Pero la verdad es que yo cargo más porque tengo el ejercicio de lavar los platos rápido y esas cosas.
—Pablo expresó en algunas oportunidades sus ganas de meterse en política. ¿Te ves vos también? Has militado y seguís haciéndolo en tu rol de actriz.
—Me parece bueno seguir manteniendo esta forma. Poder decirlo desde este lugar de actriz. Formo parte de un círculo donde en general no conviene decir lo que uno piensa porque los grandes medios hegemónicos son los que manejan la información y la comunicación. Ponerse en contra de eso no es fácil, pero es más importante mi militancia desde este lugar que desde otro, donde no siento que tenga condiciones ni ganas para hacerlo. Con respecto a él, siempre lo vamos a acompañar, pero la verdad, no es algo que a mí me gustaría. No es algo que yo elegiría.
—¿No lo elegirías para vos, pero tampoco para Pablo?
—Pablo hace política en SAGAI. Genera políticas, genera derechos para los actores, cómo se puede ir renovando, qué servicios se les puede dar. Desde ahí hizo un laburo fenomenal. Es un servicio y superó las expectativas propias, inclusive. Lo veo más valioso desde ese espacio que en un partido. Es entrar en un campo difícil, oscuro.
—Viene 2023 y te dice: “Gorda, voy para tal posición en el Ejecutivo”, y le preguntás: “¿Para qué?”.
—Sí. “¿Para qué?” (Risas). Es mucho trabajo. También, si su energía vital está ahí no se lo podés negar. ¿Qué le vas a decir? “¿La política o yo?”. Nunca me vería en esa situación, ni loca. Coartarle un deseo propio. Lo vamos a acompañar, por supuesto, pero yo no quiero estar ahí parada.
—En torno a la política se armó una polémica por las visitas a la Quinta de Olivos: apoyaste públicamente a Flor Peña
—Sí, claro. Se marca una agenda para que la gente esté indignada por algo y no por un montón de cosas gravísimas como que en el Gobierno anterior entraban jueces a Olivos. Pasaron cosas muy tremendas. Nos endeudamos en millones y millones de pesos. Tenemos esa espada de Damocles sobre los hombros de todos los argentinos, pero les indigna esto. Es desesperante. Con algunas cosas se indignan hasta el… “Ay, entraba gente a Olivos”. Tantas cosas, muertes, cosas tremendas que ya sabemos; eso es desesperante. Siempre fui así. Siempre me desesperó eso cuando entré en la tele: descubrir que había un mundo aparte que contaba cosas de vos, la prensa armaba historias, determinaba y le contaba a la gente cómo soy según la mirada de ellos. Eso fue lo más impactante desde que entré en esta profesión. Estas hipocresías me vuelven loca.
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