Como si los días no tuvieran una duración finita, Lizy Tagliani hace muchas más cosas de las que entran en una agenda recargada: radio, teatro, televisión, escribir un libro y cursar una carrera universitaria.
Un 8 de agosto, siete años atrás, Lizy salió a luz para dar inicio a una carrera meteórica y ya nada la pudo detener. Ya había traspasado el under y su show en la cartelera comercial empezaba a hacer ruido. Todos iban a verla hasta que Chato Prada y Federico Hoppe la fueron a buscar: Marcelo Tinelli la quería conocer. “Me paré en la valla y cuando me habló dije: ‘Este micrófono no anda bien, hace voz de hombre’. Fue como el ‘yo no fui’ de Bart Simpson”.
Se acostó anónima y se despertó celebrity, recuerda. Para ese entonces, ya estaba en la radio con Santiago del Moro, y ambos espacios generaron el punto de inflexión. La comediante conquistó al país.
Tagliani se convirtió en una de las pocas figuras que trasciende la grieta en una Argentina atravesada por la lógica del Boca versus River. Aclara que no sabe si todos la quieren, pero reconoce que si hay gente que no la estima, no se lo hacen saber. También es oportuno decir que su humor característico y su inmensa capacidad para reírse de sí misma no dejan mucho lugar para el comentario ajeno. “Me digo tantas cosas que ya no queda nada para decirme...”, bromea con sabiduría, en esta entrevista con Teleshow.
Con una personalidad tan fuerte que hizo de sí misma un personaje entrañable, además de Perros de la calle en Urbana Play y Trato hecho por Telefe, ahora Lizy retoma los escenarios. Figura central de Los Bonobos, la obra con la que vuelve hoy a la calle Corrientes junto a Peto Menahen, Osqui Gusman, Campi, Manuela Pal y Anita Gutiérrez. El espectáculo tendrá funciones de jueves a domingos en Lola Membrives, con entradas disponibles por Plateanet.
“Estoy muy contenta de volver. Es una obra que me encanta porque es la primera vez que no soy Lizy. Si bien Jésica, mi personaje, tiene algo mío es poner mi cuerpo a disposición de otro”, destaca.
—Lograste algo todavía difícil pese a la gran conquista de derechos: vos sos Lizy, ya no Lizy Tagliani trans.
—Siempre fui Lizy.
No es que siempre se sintió mujer: es mujer desde que tiene uso de razón. Subraya: “Siempre fui mujer y un día descubrí que era hombre”. A los 13 años enfrentó uno de esos días en los que quisieron imponerle prejuicios de una sociedad que estaba a punto de volver a la democracia y que nada entendía de diversidad e inclusión. Era 30 de octubre de 1983, día de elecciones tras años de dictadura militar. “Mientras mi mamá y José se fueron a votar, me vestí, me monté, empecé a caminar y terminé presa en la comisaría de Temperley. El comisario me quería hacer recapacitar. Se reía pero no burlándose, no podía entender mi personalidad. Después cayó mi mamá, don Enrique, que era un vecino, y José”.
—¿Tu mamá se enojó?
—Sí, pero porque no me quedé en mi casa cuando me tenía que quedar, no porque caí presa vestida de mujer. No tuve ninguna represalia por eso. Sí por haberme ido sin autorización.
—Y fue José, pareja de tu mamá, el que te entendió.
—Exacto. Me había agarrado una remera larga, me puse un cinto de mi tía Norma, ancho, con el calzoncillo que lo enroscaba todo porque las chicas usaban la cola less. Me encantaba. Ese día mi mamá me sopapeó un poco y después de ese reto, vino José y me dijo: “Mañana va a estar todo cerrado, pero el martes vamos a ir a comprar la ropa que a vos te gusta”. A partir de ese día fui Lizy. Luisina, en realidad.
—¿Tu mamá era de pegarte?
—No me atrevo a decir que me mataba a palos porque la verdad que era su recurso para enseñarme, no tenía otro. Me dolía que me pegue, pero nunca me hacían doler sus cachetazos. Cuando me amagaba, no lloraba por el dolor físico.
ADN 100% Lizy
Un padre con doble vida que eligió a la otra familia como la suya, una abuela de dispuesta a criarla pero sin dejarla vincularse con su mamá, y una madre que se hizo cargo, la cargó en sus espaldas y la dejó ser son parte de la esencia de Tagliani. Pero antes de que don José Rojas llegara a la vida de estas dos mujeres, el día a día estuvo cargado de violencia. Entonces, Lizy tenía alrededor de siete años.
—Vivíamos en un barrio picante. Mi mamá era una mujer sola con su hijo. Aparte, era muy sexy. Ni producida ni nada, pero una chica muy deseada. Y yo creo que, aprovechándose de que estaba sola, le hacían pasar malos momentos. Me encerraba en un placard... Este ambiente es el doble de lo que era toda mi casa. Inclusive el baño, que estaba afuera, era de ladrillo con el techo y la puerta de chapa. A la madrugada, a veces, venía una persona. Sé quién es pero no tiene sentido. Entonces, mi mamá me encerraba en el ropero y no veía nada. Lo que supongo ahora a la distancia es que era sexo, abuso. No tiene ningún otro tipo de explicación. Siento que mi mamá negociaba mi seguridad. Yo, desde los cinco años, me quedaba sola. Es mi mirada desde ahora; la verdad, desconozco.
—¿Alguna vez lo charlaste con ella?
—Mi mamá era una persona muy callada. No hablaba más que lo justo y necesario, y a veces sonreía. Lo más divertido que tenía es que, por ejemplo, estaba hablando con alguien y cuando se daba vuelta, hacía gestos. Era como una especie de clown. Nosotras nos entendíamos y me hacía descomponer de risa.
Un “abuelo” adelantado a la época
Cierto día cerraron la puerta de la casa del barrio picante y los abusos, y ya no volvieron más. La mamá de Lizy llevó a su hija a vivir al hogar en el que era empleada doméstica.
—Don José era el dueño de la casa en la que tu mamá trabajaba.
—Ella se casó con él y ahí viví el resto de mi vida.
—Un hombre con una cabeza muy abierta.
—Un genio. Si no hubiese sido por él, hubiese sido más difícil. Mi mamá me dejaba hacer lo que quería, como quería, siempre respetuosa. Sabía de la inclusión antes de que existiera. A los sopapos pero era inclusión. Si decías: “Soy Roberto”, eras Roberto, y no se preguntaba ni si tiene tetas, ni si es un hombre. Nada.
—De ese pasado de falencias, un día te encontraste con una realidad totalmente opuesta. ¿Cuál fue el primer gusto que te diste?
—La primera vez que cobré un sueldo fui a comprar un tarro que decía “Yerba” y otro que decía “Azúcar” para mi mamá (risas).
—¿Y el primer gasto frívolo? ¿Una compra descomunal en un shopping?
—No tengo mucho el rollo con la ropa, pero sí autos. ¡Me encantan! Hay una marca en especial que me gusta mucho y nunca me hubiese imaginado que me iba a comprar. Yo tomaba el colectivo, ya peinando de peluquera, antes de ser famosa, año 2002, 2001. Era muy llamativa, tenía el pelo platinado y me ponía la boca roja, era un escándalo. Me paraba en la parada y salían de una agencia a hacer algunas bromas. Me daba mucha vergüenza cuando me empezaban a cargar adelante de la gente. Y por adentro pensaba: “Algún día voy a venir a esta agencia y me voy a comprar un auto”. Cuando me hice conocida, lo primero que hice fue comprarme el auto.
—¿Queda algo del barrio? ¿Volvés cada tanto?
—Sí, viven mis tías todavía. Las ayudo un poco. Pude hacer una diferencia económica, no soy rica, obvio, porque no tengo gustos caros. Salvo el auto. Con la plata o la fama no se me dio por comer... ¡qué sé yo!, tiburón austríaco. Sigo comiendo lo mismo que siempre. Mi plato preferido son fideos con manteca con milanesa.
—¿Cómo es que estás estudiando Abogacía?
—Quería que en mi familia alguien tenga un título terciario y me pareció que era el momento de hacerlo. Mi prima Meli es instrumentista quirúrgica; o sea, es la primera. Por un lado me encanta, y por otro lado, la edad. Mi objetivo era ir a esa Facultad. No era estudiar, en realidad. Era ir aunque sea un día, tomarme el colectivo y llegar a la universidad por ese sueño que tenía cuando era chiquita. Pero mucha gente me escribe: “Te veo a vos y me animé”. Entonces, así como los llevé a ir, no quiero llevarlos a dejar ante la primera incomodidad.
—¿Te hiciste el cambio de DNI?
—Nunca tuve esa necesidad, no importa lo que diga el documento. Me da fiaca ir al coso del auto, de la casa, Rentas, AFIP. Cuando sea automático, que te lo cambiás y te cambia todo, me lo hago. Tampoco es que estoy aferrada a Edgardo Luis.
—Recorrimos un camino importante en cuanto a derechos, pero todavía falta. En términos de salud y cuidados médicos hay situaciones muchas veces difíciles de afrontar desde la comunidad LGBT.
—Es un gran tema. Gracias a Dios, empezamos a vivir el promedio de vida que vive una chica trans. Por ejemplo, yo me tengo que hacer el examen de próstata en estos días. Mi personalidad, por suerte, no me modifica en nada ir a sentarme en un lugar vestida así como estoy, maquillada como una puerta, frente a 200 hombres. Cuando digan “Lizy”, paso. No me genera nada. Pero para muchas personas es una incomodidad muy grande. Hay cosas que te las tenés que hacer independientemente de tu percepción. Pero es cruel.
De la pelu a la tele
“Cuando me dicen que hice todo sola, no lo creo, es imposible. Nadie puede hacer nada solo. Siempre hay alguien”, dice Lizy. El operador histórico de La 100, Guillermo Bidondo, le insistía a Del Moro que tenía que conocerla: “Hay una travesti que no sabés qué cago de risa que es”. La suerte le dio un empujoncito. Analía Franchín se tomaba un feriado y fue su oportunidad: “Llamala a tu amiga”. “Fui, hice mi gracia. Todo fue una secuencia de cosas que se fueron dando naturalmente”, recuerda la conductora. “No tenía proyectos de trabajar en tele ni nada”.
—Vos ya estabas con la peluquería, moviéndote en el mundo únder. O sea, la parte artística estaba cubierta.
—Sí, era como ir al gimnasio, ir a hacer catarsis de todo el día de trabajo.
—No era un sueño vivir de esto.
—Para nada. No tenía la necesidad. Siempre fui muy feliz.
—En la pelu fuiste entablando vínculo con algunas famosas.
—Todo empezó como un castigo. Trabajaba en Lomas de Zamora y me mandaron castigada por tremenda a una sucursal de Capital. Entró una señora, Alicia; le hice de todo. Al otro día la señora llamó por teléfono. “¡Ay, le quemé el pelo!”, pensaba. No, quería que fuera a atender a su esposo. Fui, y era Roberto Galán.
—Ese fue el primer contacto.
—Él y Alicia me decían que anotara mis chistes porque algún día me iban a servir. Decían que yo era muy talentosa. “Nosotros te vamos a ayudar”. Después falleció (Galán) y no se pudo hacer nada. Alicia volvió a Miami.
—Pero aparecieron otros famosos.
—Connie Ansaldi, una casualidad. Fui a acompañar a una chica que hablaba de sexo en Intrusos y me quedé paradita mientras ella bajaba al piso. Entró Connie, histérica, loca, a los gritos, entró y dijo: “¿Vos quién sos?”, “Soy peluquera”, no mentí, no trabajaba ahí pero no sabía qué hacer. “Entonces, agarrá la bucleadora y enchufala que no tengo tiempo, por favor”. Al otro día a la tarde, entra Connie Ansaldi a la peluquería y dice: “¿Acá trabaja Lizy?”. “Sí”, dice mi socio. “Vengo a pagar el peinado porque ayer llegué apurada, la vi, y ella no trabajaba en el canal. Es una estúpida, no me dijo que no era de ahí”. Y me dejó la plata arriba del mostrador. Ahí aparezco y me saluda: “¡Ay, pero sos tarada!”. A partir de ahí me llevó a todos lados.
—Uno de los grandes quiebres en tu carrera fue comenzar a hacer radio con Santiago.
—Sí, ahí fue todo. Y también dos clientas espléndidas de mucho dinero. No hacían nada, se rascaban la que te jedi todo el día. Entonces, las llevé a un boliche únder, las saqué borrachas, no con el champagne de primera calidad, uno de damajuana. Terminaron detonadas. Cuando pasaron la resaca, dijeron: “Lizy, tenés potencial, te vamos a llevar a la calle Corrientes”. Los maridos les decían que hicieran algo porque no las aguantaban. Estaban las chicas que ponían casas de ropa y ellas dijeron: “Nosotras te vamos a producir una obra de teatro”.
No se puede vivir del amor, tampoco sin él
Lizy Tagliani recibe a Teleshow en su casa y no está sola: la acompaña por su prometido, Leo Alturria, que se suma a la conversación. Una relación que dio que hablar dos años atrás cuando blanquearon el romance y que hoy espera el final de la pandemia para celebrar un casamiento.
Leo: —Estamos comprometidos, sí.
—Es muy fachero Leo.
Lizy: —Es un bombón, tiene mal gusto (risas).
Leo: —Cuando surgió lo del Covid, le hicieron un meme conmigo. Decían que Leo Alturria había contraído Covid porque…
Lizy: —...perdió el gusto.
—¿Dos años juntos? ¿Se van a casar además de comprometerse?
Leo: —En octubre van a ser dos años. El compromiso fue una iniciativa para dar un pasito más y no presionarla y que tenga la seguridad al momento de dar el sí, si quiere.
—¿Hubo una propuesta, hubo una situación?
Leo: —Fue medio sorpresa. Quería que ella se sorprendiera; de hecho, lo logré.
Lizy: —Pensé que era un chiste cuando me lo dijo. Veía que todo el mundo se emocionaba y yo… (risas).
Leo: —Yo estaba re serio, queriendo decir algo lindo y esta, riéndose. Pero el compromiso está. Ahora falta ver cuándo, después de la pandemia.
Leo: —Quiero que pase la pandemia porque me gustaría que venga todo el mundo.
—¿Leo, qué es lo mejor y lo peor de vivir con Lizy?
—(Risas) Lo mejor es que siempre estamos felices, contentos, nos reímos. Obviamente, es un ser humano y tiene momentos donde está cansada y necesita su espacio, o estar con el teléfono o durmiendo una siesta. Me dice: “Papu, yo me voy a acostar, vos hacé lo que quieras”. Y me pongo a ver tele en el sillón. A veces la acompaño, cuchareo un rato (risas).
—¿Piensan en tener hijos? ¿Te gustaría ser madre, Lizy?
Lizy: —No. Me llevo bárbaro con los chicos, me encantan, tengo mucha conexión, pero la necesidad de ser madre no la tengo. No me levanto esperando que un bebé llore o que quiera correr por el jardín.
Leo: —Pero si hay alguien que necesitara de una madre, estaría predispuesta para serlo.
Lizy: —Nunca tuve la necesidad de ser madre, ni la tengo, ni curiosidad ni nada. Pero si hay un pibe que necesita una madre y yo soy su opción no lo dudaría, haría lo que pueda hacer.
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