Fue parte de un elenco que marcó a una generación. A eso le sumó su capacidad para actuar más allá de su corta edad. Un verdadero niño prodigio. Así, Sebastián Francini supo resaltar en la televisión: tenía solo ocho años cuando Cris Morena lo sumó a Chiquititas, una de las series infantiles más exitosas de las últimas décadas.
Bajo el nombre de Nacho, ese nene de cabellera rubia causó una gran sensación por su desfachatez y manera de desenvolverse. En 1999, su gran desempeño en la tira le valió a Francini ganar un Martin Fierro en la categoría labor infantil. A 22 años de ese mimo que recibió por su trabajo, le cuenta a Teleshow cuál fue el destino de esa estatuilla. “Durante mucho tiempo supo estar en la casa de mis padres, desde que me lo gané. Hasta que un par de semanas atrás me lo traje conmigo: se luce en el living de mi casa. Es un lindo recuerdo. No deja de ser un logro y una manera de saber que si uno se esfuerza y da todo puede conseguir grandes cosas”.
Una vez que Chiquititas culminó, Sebastián se embarcó en otros proyectos. El cine y el teatro le abrieron las puertas para que mostrara sus cualidades. Su presente, en cambio, se desarrolla por otros rumbos.
—En un momento saliste de la exposición, de ser uno de los actores del momento y te reinventaste. ¿Cómo viviste ese cambio?
—Al principio con mucha incertidumbre. Trajo algo de angustia, de preocupación. Pero hubo un momento en el que se produjo un quiebre: me cansé de no ser protagonista de mi propia vida y busqué la manera de resignificar mi vocación. Fue un parate de cinco años, aproximadamente, que fueron dedicados a otras cosas. Colaboré en el ámbito familiar, hice otra carrera, fue un momento en el que me permití salir a dar una vuelta a tomar aire, respirar, y volver a encontrar el significado. La vida está llena de obstáculos y oportunidades, y ahí nos encontramos con la sensación de que estaba todo perdido. Pero eso me permitió encausarme en el arte.
—Leí que practicas el budismo.
—Si, el budismo soka, de la Soka Gakkai. Invoco Daimoku, que es recitar, entonar Nam Myōhō Renge Kyō, que es la ley mística del universo. Fue algo que apareció en mi vida en el momento en el que tenía que aparecer. Después de atravesar una etapa muy linda en el trabajo, en la familia, uno entiende que una vez que despega, después nunca aterriza. El camino es siempre de acá para arriba y no hay turbulencias. Pero cuando me llegaron las turbulencias que cualquier ser humano tiene en esta vida, de sentirme derrotado, emprendí una búsqueda. Dos amigos me vieron angustiado, con un estado de vida muy bajo, y me compartieron esta gran herramienta. Entendí que lo que el mundo nos da no nos hace felices, sino, lo que uno hace en búsqueda de esa felicidad.
—Para muchos, tu costado menos conocido es la música. ¿Cuándo empezaste?
—Es verdad. Muchas veces me pregunto: “¿Cómo es que terminé acá?”. La música me gustó desde siempre. Fui muy estimulado desde chico en el arte del movimiento, del show, del vivo; eso se lo retribuyo mucho a Chiquititas. Desde ese lado, la música siempre estuvo presente como mecanismo de expresión. Luego hice El Principito, con dos grandes de la música como (Juan Carlos) Baglietto y Patricia Sosa; ahí cantaba y bailaba. Tuve que perfeccionarme mucho. Y me di cuenta del poder de la voz: tener una voz que sea la mensajera en la música me despierta mucha curiosidad. Sé que es una gran responsabilidad y espero estar a la altura, porque esa es mi misión.
—Luego de eso formaste la banda.
—Mi primer proyecto fue por el lado del rock, por lo que yo escuchaba en ese momento. Luego se cuadró un proyecto solista con una banda acoplada: Sebastián Francini y La Vanguardia. Pero sentí que tenía que tomar otros rumbos, con una música que me represente más: el rock me gusta pero no sé si me identifica. Ahí empecé a construir al artista musical desde cero. Así fue que en una cola en SADAIC me encontré con quien en el futuro fue mi productor musical, con Mauricio González, y también Daniel Corrado, que me acompaña en este proyecto. Ahí nació Francini, con canciones y poesías propias.
—La pandemia, sobre todo lo que se vivió el año pasado con el confinamiento, ¿ayudó a la hora de escribir letras o empañó el trabajo?
—Pasé por muchas etapas, porque no soy una persona que esté tocando música o componiendo todo el tiempo. En mi caso, que no soy el ejemplo, son muy escasos los momentos de composición. Pero a su vez creo que es genuino, nada es forzado. Generalmente me viene la poesía, el pensamiento, y después le pongo música. En pandemia compuse dos canciones; una la estoy por sacar ahora, seguramente se va a llamar “Mi estrategia”.
—¿Tenés preferencia por la música o por la actuación?
—Pienso que las dos se tienen a sí mismas. La música tiene algo teatral, el show, y el teatro tiene mucha musicalidad; ni hablar si es una comedia musical. Siento que son disciplinas dentro de una gran disciplina. A mis alumnos los aliento de esa manera: los forjo como intérpretes, como comunicadores, con la responsabilidad que cada comunicador debe tener frente a la sociedad. En mi caso, el teatro fue la disciplina que me vio nacer, que me hace vivir momentos únicos, que me empodera. El teatro me gusta mucho más que la tele. Ya el cine es otra cosa, no se puede comparar. Y después, la música es maravillosa por lo que puede llegar a generar: tan solo una canción puede llegar a un montón de personas que ni conozco, que nunca le he visto la cara.
—¿Estás dando clases virtuales o eso se frenó?
—Seguimos, y viene muy bien. Mi último trabajo en un teatro fue en el año 2020 en Mar del Plata, en la asistencia en dirección de Osvaldo Laport. Fue muy lindo. En realidad, me había ido de vacaciones y surgió la posibilidad de colaborar con Osvaldo aportando mi ojo, mi experiencia, haciendo lo que ya tenía ganas de hacer, ese aporte detrás de escena. Fue antes de la pandemia y me quedé muy contento, pero muy excitado con la posibilidad de contar historias a través de mi visión, pero sobre todo poder ayudar a los artistas. La vida del artista es difícil, emocionalmente muchas veces afectado, entonces ahí surgió este proyecto que se llama El camino del artista. Hacemos encuentros virtuales en los que la gente no solo estudia teatro, canto, sino que buscamos que se forje en un propósito de misión dentro del arte. Eso los fortalece, porque no te estoy hablando del artista que está trabajando en el horario prime time de Telefe, el que sale en ShowMatch o está en Calle Corrientes; yo estoy abocado a aquellos que sienten que no triunfan porque no están en las primeras líneas. El artista es muy necesario en la sociedad: no solo te hablo del famoso, sino también de ese que en un grupo de amigos saca la guitarra, cuenta chistes, une, hacen reír, porque el arte es todo eso. Todos pueden ser artistas en lo que hacen. El claro ejemplo es Maradona: fue un artista en lo suyo. Lo que te define como artista es tu propósito de misión.
—Qué sea virtual, te permite tener alumnos de todas partes del país ¿Es algo que llegó para quedarse la virtualidad?
—Exacto. Me gusta el rol de maestro, que no solo te enseña: también te alienta, te acompaña, te comparte experiencia, pero también sabiduría. Hablo de sabiduría con 31 años... Pero de verdad que me han pasado cosas maravillosas, que me dieron la oportunidad de forjar mi personalidad y ser arquitecto de mi vida. Esto se ha expandido, porque tengo alumnos del Interior del país y de otros lados: México, Uruguay, Israel, Chile. No son clases, son encuentros virtuales: me gusta ahondar en cada uno, ver que puede dar, para luego transformarlo en algo artístico.
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