“Nací sin talento”, advierte uno de los conductores infalibles de la televisión argentina. “Soy de los que cantan en el auto”, agrega Marley, a horas de estrenar un nuevo ciclo de La Voz Argentina que lo tendrá al frente como conductor.
No hay programa en la carrera de Alejandro Wiebe que pase desapercibido: el animador tiene la fórmula secreta para meterse en las casas de los argentinos. Nadie no lo quiere a Marley. “Creo que tiene que ver con el hecho de que nunca me armé un personaje ni nada. Soy así, no estoy actuando. Estoy en vivo, me tropiezo, me caigo y me tiento”, explica entre risas, intentando adivinar la razón de su popularidad. Y en esta entrevista con Teleshow, reflexiona. “Nací en esta época donde la gente no solamente me lo perdona, sino que me lo festeja”.
Acompañado por Lali Espósito, Soledad Pastorutti, Ricardo Montaner y sus hijos, Mau y Ricky, la nueva temporada de La Voz llega este jueves a la pantalla de Telefe. Además, este año tendrá su edición digital, a cargo de Stefi Roitman y Emilia Mernes.
—¿Quién es el más bravo de los jurados?
—Todos, pero Lali es brava (risas). Y cuando quiere a alguien, lucha fuerte por los artistas. Mau y Ricky son dos personas increíbles. No solamente son súper talentosos, grandes productores, compositores y cantantes, sino que además son muy graciosos. Es muy divertido ver cuando se dan vuelta y se da vuelta el papá, porque empieza una lucha entre la misma familia y se sacan los trapitos al sol.
—Una de las novedades de este año es el formato paralelo en redes.
—Es buenísimo porque muchas veces pasa que estoy con la familia y alguien empieza a cantar y digo: “¡Wow, no puedo creer la voz que tiene tu hijo!”. Después, canta en el escenario y no se da vuelta nadie. Y no sé ni cómo mirarlos, no sé por qué no se dieron vuelta. A veces tiene que ver con que quizás ya armaron su equipo o tienen una voz parecida; no es porque sea malo el artista. Entonces, ese chico pasa a esta competencia que se va a hacer en redes.
—¿Qué pasa cuando es al revés? Cuando escuchás a un chico y sabés que no está cantando bien.
—Y... pasa, sí. Empieza y digo: “Hummm...”, y los miro de reojo a ver si se dio cuenta la familia o no. A veces la familia está tan enamorada de su hijo... También traicionan los nervios. Escuchás: “¡Ay, cómo desafinó!”. Y seguramente en la casa no desafinaba. Imaginate estar en semejante estudio, con las cámaras, en el prime time de Telefe, con Montaner, Mau y Ricky, Soledad, Lali escuchándote. Es muy difícil.
—Telefe es un canal que está ganando todo y MasterChef te deja la vara alta. ¿Qué número te gustaría hacer?
—Espero un 18, por ahí. Es un número alto, pero me imagino que el programa va a tener una buena repercusión.
—¿Te van cantando el rating todo el tiempo?
—Soy un enfermito que tiene en el celular el rating. En Por el mundo he llegado a tener la cámara enfocándome y el celular al lado que me lo muestran cada tanto, y voy decidiendo de acuerdo a lo que va pasando con la gente.
Mirko, el labrador y el reality familiar
“Mirko hace igual que yo: para todo me pide ‘por favor’ y ‘gracias’. Ana, una compañerita del niño más famoso del país, se lo contó a su mamá y ella lo escribió en el grupo de WhatsApp de padres y madres del jardín. Ahí dije: ‘¡Qué suerte, lo estoy educando bien!’. Intento que sea respetuoso con los demás, me parece re importante que sea humilde”, confía Marley, y revela una escena cotidiana: “Cuando vamos manejando le voy hablando en alemán, en inglés, pero además de los idiomas le digo: ‘Acá frené porque hay que dejar pasar ese auto primero’, ‘Acá, la señora, para que cruce la calle’. Los chicos a esta edad tienen que entender el respeto a la mujer, hacia otra persona, hacia los animales y hacia todo ser viviente. No pensar que uno es más que el otro. Son conceptos importantes”.
—¿Quién manda en casa?
—(Risas) Mirko, cada vez un poquito más. Estamos logrando un equilibrio: está entendiendo más los límites, me cuesta bastante ponérselos. Tiene sus momentos de capricho que no se quiere bañar, cosas así.
—¿Cómo te llevás con el grupo de madres y padres del colegio?
—Leo todo porque tengo miedo de perderme algo o de no saber que tiene que llevar algo que era mi responsabilidad. Al ser el padre pero sin madre me siento el doble de responsable. No se me puede escapar que tenía que llevar una abeja que habíamos hecho juntos con papel higiénico y alitas amarillas.
—¿Hiciste la abeja?
—¡Claro! Hacemos un montón de cosas. Soy bastante obsesivo, no quiero que se me escape nada.
—Recién decías “no hay una madre”, ¿empezó a preguntar?
—Sí, hace un año, en una clase por Zoom, la maestra dice: “Díganle a mamá o a papá que los ayude con esto”. Me mira y me dice: “¿Y mamá...?”. “Vos tenés papá. Hay chicos que tienen mamá, hay chicos que tienen mamá y papá. Vos tenés papá”. Ahí se quedó tranquilo, era la información que necesitaba. Últimamente, ya empezó a preguntar un poquito más. Cada tanto alguna pregunta hace. Hablé con psicólogos para estar preparado sobre qué es lo correcto que tengo que decirle en cada etapa. A los tres años no podés explicar todo el método: tenés que ir contestando lo que pregunta.
—¿Pidió hermanitos?
—Ahora sí. Lo estamos considerando. Sinceramente, pensaba que era mucho: es el trabajo más lindo que existe, pero es intenso y de muchas horas. Lo estoy pensando. No quiero separar tanto entre uno y otro, pero a la vez...
—¿Te agarró enamorado la pandemia?
—No, muy tranquilo, más que nada dedicado a Mirko. En ese sentido estoy más... Tengo 51, muy relajado. En otra etapa de mi vida era más intenso. Ahora... si sucede, sucede, pero lo tengo en otro plano. No tengo un objetivo. Hay momentos que pienso que ya está todo armado para que sí y después digo: “¡Ay, no! Tengo que salir, me da fiaca” (risas).
—Se viene el reality. ¿Cómo manejaste los límites de mostrar tu vida pero respetar también tu privacidad?
—Pensé que iba a ser más fácil para mí y más difícil para mi familia. Tenía mucho miedo con Mirko, y les dije que si Mirko no lo quería hacer, cortábamos. Se dio todo al revés: mi familia participó y lo disfruta, mi hermano cada vez que viene la pasa bien. Soy el que más lo está sufriendo por la cantidad de horas y porque sufro por el resto. Mirko, felicísimo. Antes me decía que quería ser policía, bombero, y ahora quiere ser actor (risas). Hace escenas: empieza a correr y se desmaya. Es un personaje, le gusta mucho. “¿Dónde están las cámaras?”, me dice. “¿Por qué hoy no vienen?”. Hay situaciones que me deja shockeado por cómo las resuelve.
Marley no siempre fue Marley
O bueno, sí... Pero no siempre estuvo detrás de un micrófono estallado de risa, viajando por el mundo, probando platos exóticos con Vicky Xipolitakis y Flor Peña o conduciendo un reality en un estudio de televisión.
Cuando cursaba la secundaria, en su casa no había nada de menos pero tampoco nada de más. En el colegio ofrecían un plan de verano en el que los alumnos se podían anotar para trabajar unos meses, hacer algo de plata y pagarse alguna vacación, darse un gusto o colaborar en la economía familiar. Tenía entre 16 y 17 años, era diciembre, y Marley se vistió de cajero de supermercado.
—Era divertido porque éramos como 50 de la escuela en un supermercado dando vueltas. Alguno se encargaba de pañales, otro de panadería. En diciembre había tanta gente comprando... A mí me tocó caja y estaba aprendiendo el trabajo, re aplicado. Me daba cosa cuando abría el supermercado, las abuelas que venían con un pollo, un pan y la billetera con todos los billetes, sacando un peso. En esa época no había código de barras, anotabas el precio, entonces si el pollo salía $85,40, le ponía $45,40. Las abuelas me miraban como diciendo “qué poco gasté”. También había uno maltratador, con cinco changuitos: “Nene, te apurás porque me tengo que ir”. A ese se lo puse $125 (risas).
—¿Hay algo de ese origen de una familia en la que no faltaba pero no sobraba tampoco, que tiene que ver con esto de inculcarle a Mirko, el por favor, el gracias, el respeto por el prójimo?
—En mi familia hubo mucho esfuerzo. Mi mamá ama de casa, mi papá instalaba las tuberías de aire acondicionado y calefacción en las empresas. Vino de Alemania, aprendió el trabajo, el idioma, conoció a mi mamá y se casó. Después, alcanzaba y no alcanzaba. Nos mandó a una escuela alemana que había que pagarla y no le alcanzaba la plata. Me acuerdo de todas esas discusiones de “no llegamos a fin de mes”.
—La clase media laburante.
—Exactamente. Mi papá venía de una época de muchos faltantes en la guerra. Entonces, llegar a la Argentina, armar su propia familia, su trabajo y mantener nuestra educación, le costaba. Parte de mi carrera es gracias a la educación que me dieron. Si no hubiera sabido alemán, inglés y demás, no hubiera tenido las conversaciones con Madonna, Michael Jackson, Brad Pitt y toda esa gente, que significó el comienzo de mi carrera.
—¿Qué te decían ellos cuando te sentabas con Madonna o con Michael Jackson?
—No lo podían creer. ¡Yo tampoco! Imaginate que a los 15 años, los sábados teníamos los cumpleaños y bailábamos Michael Jackson con todos mis compañeros. Se escuchaba Madonna. Después los conocí a todos en persona. Fue rapidísimo. Estaba sentado con ella y pensaba: “¿Qué estoy haciendo acá? ¡¿Cómo pasó esto?!”. Mi papá repartía fotos mías autografiadas por el barrio. Era mi fan número uno.
—Cuando a te empezó a ir bien, ¿tuviste ganas de devolverles algo de todo ese esfuerzo?
—Lo primero que hice cuando empecé a ganar plata es hacer que mi papá no trabajara más. Les di una tarjeta de crédito para que compraran todo lo que quisieran. Mi hermano y yo les dábamos plata. Los mandamos a Europa, a México, varios viajes por el mundo. Después pude comprar una casa en Pinamar para que estén ahí todo el tiempo que quisieran. Por suerte mi papá tuvo unos últimos años de placer y mi mamá todavía está con nosotros.
—Mirko no pasa por ciertas necesidades por las que vos y tu hermano sí pasaron. ¿Cómo le inculcás esos valores?
—En mi casa, si yo me quería comprar un casete, me hacían cortar el pasto y después me daban la plata. Eso lo quiero implementar de alguna manera con Mirko. Todavía tiene tres años, pero cuando sea un poquito más grande. En especial él, que todos los días abre la puerta y hay un paquete.
—Desde que nació le llegaron los canjes.
—500 mil cosas me han mandado. Al principio, cuando dije que iba a ser papá, todas las marcas me empezaron a mandar de todo. Estaba tan emocionado que dije “¡Ay, gracias!”. Y después dije: “Estoy haciendo una publicidad gigante gratis por un regalito”.
Por el mundo, pero bien de acá
“Me gusta mucho Argentina, es un país hermosísimo. Los argentinos somos distintos, tenemos una forma de ser más amistosa que en otros lugares. Últimamente veo un montón de gente que se está yendo, amigos. Hay una emigración importante que me da pena. Espero que vuelvan todos en algún momento”, dice Marley.
—Con la pandemia se evidenciaron muchas desigualdades. Cuando todo esto comenzó parecía que íbamos a salir mejores.
—Las diferencias se notan mucho. Que haya países que tienen vacunas de sobra... Lo peor es que algunas se les han vencido y vos decís... Argentina y tantos otros países; imaginate en África cómo deben estar por falta de vacunas. El mundo siempre estuvo desbalanceado, pero ahora que todos estamos en la misma pandemia se nota un poco más.
—¿Te vacunaste?
—Es una cosa muy rara. No sé si será por la zona en la que me anoté. Vivo en Tigre pero me anoté en Vicente López porque es donde está mi DNI, en la casa de mi vieja. Un amigo que está en Lomas de Zamora y tiene seis años menos que yo, ya se vacunó, pero a mí nunca me llega. No sé, algún día se acordarán. Igual, dentro de un mes tengo que hacer un viaje por el reality. De última, me vacunaré allá.
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