“Me alegra que me hayan puesto la vacuna de AstraZeneca porque me permite soñar con ir a Europa alguna vez”, dice Pablo Alarcón, que nunca dejó de salir de su casa durante la pandemia. El actor explica que -siempre con protocolos y respetando a las personas que le tienen temor al contagio- hizo sus caminatas con sus perros, Ruso y Negro, y no se privó de ir al centro en bicicleta.
Además de sus mascotas, el actor vive con una de sus hijas, Agostina (de su relación con la actriz Claribel Medina), con quien comparte una conciencia social de empatía con el prójimo que no es solo una intención sino una toma de acción permanente. “Tengo amigos en situación de calle a los que hemos ayudado. Vienen a comer a casa, o les hemos conseguido habitación o bolsas de dormir”, cuenta Alarcón, quien con Agostina también tiene en común la veta artística: trabajan juntos en una comedia diaria en la app Kwai.
Multifacético, es uno de los artistas que logró reinventarse en pandemia con una propuesta muy original, tal vez de las más singulares que surgieron en estos tiempos. El cocinero está frito es un espectáculo al estilo teatro delivery que reúne música, juegos y cocina a domicilio. En reuniones de alrededor de 10 personas, el artista -acompañado por dos músicos- ingresa a la casa de quien así lo quiera para compartir una velada única que puede extenderse por alrededor de cuatro horas.
—Es una propuesta totalmente distinta.
—La necesidad hizo que se despertara el ingenio. No soy una persona de fortuna, soy una persona de trabajo. Si he ganado dinero no sé dónde está, pero no tengo deudas. Tengo una casa más que confortable, pero no tengo dinero en el banco para que esto siga (por la pandemia) e ir al banco, sacar y comprar. Cuando empezó la cuarentena, pensé que era para 15 días. Estaba a punto de reestrenar El curioso incidente del perro de medianoche. Después: “Esperamos 15 días más”. Después: “Esto va para largo”. A los cuatro meses dije: “Yo no me quedo”. Leí, arreglé la casa, pinté, empecé a tomar clases de piano, pero la plata no entraba. Así que tuve una idea: me gusta la cocina, soy, entrecomilladamente dicho, músico, y me encontré haciendo algo mucho más importante de lo que yo pensaba.
—Estamos viviendo un momento muy difícil y uno toma conciencia de los privilegios que tiene.
—Hay gente que ya se daba cuenta. Siempre fui consciente de eso y cada vez son más amigos que están en la pobreza, algunos en la pobreza extrema. Tenemos que ponernos de acuerdo de una buena vez.
—¿Te tocó en amigos cercanos que hayan empezado a pasarla muy mal?
—Cercanos y no tan cercanos. Cada vez tenemos más gente que ayudar. Siempre he tenido la costumbre de salir con algo de dinero para la gente que pide en la calle. Tengo amigos que están en situación de calle, que hemos ayudado con mi hija y que vienen a comer a casa, o les hemos conseguido habitación o le damos, les compramos bolsas de dormir. Y cada vez son más: cada vez suena más el timbre.
—Contabas que no dejaste de salir. ¿Cómo sentiste el manejo de la pandemia y los cierres?
—Mal manejados. Se apresuraron a cerrar todo en marzo (del 2020) cuando a lo mejor tendría que estar cerrado en julio, en agosto. Lo que recrimino es que han puesto miedo más que otra cosa. Nadie habló de buena alimentación, de respirar profundamente, de abrir las ventanas. Se abrieron las ferreterías pero no se abrieron las bicicleterías. Fue muy apresurado. Y las vacunas no llegan, que es la solución. No soy anti vacunas, pero cuando me dijeron “vacúnate” sin saber qué era, dije: “No me vacuno, quiero saber qué es”. Soy del campo, criado en el campo, comiendo alimentos que se sacaban de la tierra y que no iban a un refrigerador. Me crié tomando leche de vaca de la vaca, no de un cartón de aluminio. Cuando el médico venía a casa recomendaba ventosas, cataplasmas y vahos de hojas de eucaliptus. Me crié de una forma muy natural, muy cercano al sol. Esa fue mi suerte. Necesito de alguna manera estar en contacto todavía con eso. Cuando me dijeron: “Van a venir vacunas”, respondí: “Decime de qué se trata, quiero que la OMS me diga que están aprobadas y me la voy a poner”.
—Finalmente te vacunaste.
—Me vacuné, sí, con una dosis. Me alegro que me hayan puesto la de AstraZeneca porque eso me permite a mí soñar con ir a Europa alguna vez. Tengo amigos y he vivido, y quisiera volver alguna vez.
—¿Qué sentiste cuando te vacunaste?
—Nada. No me sentí Superman. Siempre supe que después... bueno, el tiempo lo dirá... que no me iba a enfermar. Nunca dejé de caminar, de salir. Ya sea con los perritos, con el Rusito y el Negrito, que necesitan caminar, o me encontraba con un amigo que tiene un lindo jardín y me invitaba a comer, Miguelito o Alberto. Con protocolos, pero nos encontramos. Nunca dejé de hacer nada. Lo único que dejé de hacer es trabajar y respeté a la gente que no me quería ver por miedo al contagio. No te digo que ando besando a la gente por la calle ni pidiendo que me escupan, pero con protocolos... Ando con barbijo, voy al centro en bicicleta.
—Cuando todo esto empezó, parecía que íbamos a salir mejores.
—De alguna manera tal vez sea más chico el rebaño, tal vez sea más chico en número, pero que vamos a salir mejores... Tengamos la convicción. Estamos frente a un tema que, los que eligen el mal, van a ser más malos todavía; los que elegimos el bien, vamos a salir más reflexivos, más solidarios. No hay alternativa.
—Te tocó separarte en medio de la pandemia. ¿Cómo lo viviste?
—Nos separamos todos. A Lucía la amo, nos amamos, estamos en contacto. Ella está en Miami: era su proyecto y su necesidad.
—¿Quedó un lindo vínculo?
—Es una relación que no se modificó porque nos amamos. Es una de las mejores parejas que he tenido en mi vida. Todas mis parejas fueron buenas por una u otra razón, todas me han servido para crecer.
—¿Andás con ganas de enamorarte de nuevo?
—No, no. Estoy enamorado de Lucía.
—¿Y descartás por completo un reencuentro?
—No descarto nada. Sé que nos veremos. Hemos salido, hemos estado juntos, hemos ido al cine, a cenar. La llamo. Son formas diferentes de estar unidos.
—Entonces, el amor sigue estando ahí. No tenés ganas de una nueva pareja.
—No, tengo mucho que hacer. Estoy transitando los últimos años de mi vida y tengo mucho que hacer conmigo para entender qué es esto de tener esta edad, de estar cerca de la muerte, de haber atravesado enfermedades severas e ilusorios paraísos que también me hicieron sentir el cielo. Tengo todo: el mejor coche, la mejor casa, el mejor barco, el mejor avión... Puedo tomarme un avión, comprarme un chupetín, cambiarme un par de zapatos por día. He pasado momentos en los que hay mucho trabajo y uno gana dinero. Viajo, llego a un aeropuerto y me conocen. Esas cosas me han pasado.
—¿Te sentís cerca de la muerte?
—No pienso morirme mañana. No tengo la obsesión con la muerte. Pero sí tengo que contar mi vida, estoy más allá de la mitad, más allá de un cuarto de la otra mitad, y seguramente estoy en el último cuarto de mi vida. En los últimos años.
—¿Te angustia?
—No me angustia. No me quiero hacer el valiente, pero sí tengo que tomarlo en serio. Tengo que ser consciente. No quiero morir en un accidente inflando un chicle globo.
—Hay algo del aquí y ahora que estamos atravesando en este contexto que va más allá de la edad que se tiene. Una conciencia de lo efímero y del tiempo presente.
—Disfrutarlo y ser consciente. Y lo que no se disfruta porque es doloroso, aceptarlo con inteligencia, con valentía, con conciencia. Hay cosas que no son gratas y uno tiene que mirarlas de frente.
—¿Por dónde pasa el placer hoy en día?
—Ahora me voy a juntar con Diego Piccoli a mi lección de piano. Una horita de placer. Llego, compro facturas, me llevo mi mate. Estoy una hora y pico tocando el piano. Cuando me sale una escala, ese es un momento de placer. Cuando cocino. Recién desayuné y vi que mi hija había hecho un budín de naranja y estaba y rico. Cada día cocina mejor. Cuando veo que mi otra hija está en pareja y la veo feliz, veo que se toman de la mano y que se aman... Tengo muchos.
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