Marcos Gorbán: “En términos televisivos, estamos pasando por uno de los peores momentos de la industria audiovisual argentina”

El productor habló con Teleshow de la industria, el mundo del espectáculo y los cuidados en tiempo de pandemia

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Marcos Gorbán: "Estamos en un momento del Flybondi audiovisual"

Confiesa que aunque pegó los codazos “que había que pegar” para ganar una décima de rating, tiempo después se dio cuenta de que todo ese estrés era absurdo. “Es narcisismo puro, vanidad”, reflexiona ahora Marcos Gorbán.

Fue el cerebro productor de éxitos como Gran hermano, Operación Triunfo, Talento argentino y Combate, entre muchísimos otros. Un animal de televisión acostumbrado a pasar jornadas pululando en pasillos de canales, estudios y controles que ahora recibe a Teleshow desde lo que alguna vez fue la habitación de sus hijos, hoy devenida en oficina. Desde el calor de su hogar, asume, con cierta culpa, que de alguna manera disfruta “esta cosa de guarida” que conlleva el aislamiento.

Cuando comenzó la pandemia, “todo fue un ejercicio de sincronización divina”, dice. El inicio de la crisis que se propagó en todo el mundo lo encontró trabajando afuera del país. Logró volver en el último avión antes de que comenzaran a agruparse argentinos en el exterior sin poder regresar. Desde entonces, concretó proyectos en paralelo en Estados Unidos, México y Argentina. Algunas veces resueltos por Zoom; otras, yendo y viniendo.

Hoy, está al frente de una nueva apuesta en la televisión local: La hora exacta, el programa de entretenimientos que Teté Coustarot y Boy Olmi conducen todas las noches en El Nueve, a partir de las 22.

—¿Cómo es hacer televisión en pandemia?

—Con limitaciones y costos nuevos. Todo se encareció y dificultó. Una de las preguntas que más veces me hicieron en este tiempo es: “¿No se te ocurre hacer un Gran HHermano? Sería genial porque estarían aislados”. ¡Bárbaro! ¿Y los de afuera? ¿Y el control? El control es una cosa cerrada donde hay por lo menos diez personas trabajando todo el tiempo, ocho horas por día, con rotación 24 horas por siete días a la semana. Cambiaron muchas cosas. Cambió el paradigma, pero de nuestra vida, para siempre.

—¿La pandemia encareció la forma de hacer tele?

—Y... cuanto más en serio lo hacés, más caro es. Ahí se ven las diferencias entre países ricos y países pobres. Me tocó hacer tele acá y en Estados Unidos al mismo tiempo. Es el mismo Covid, pero las medidas de precaución que se toman son distintas. En Argentina es inalcanzable pensar en algunas medidas que se toman en canales de Estados Unidos. Todo el equipo de producción, 250 personas, con un SmartWatch con geolocalización. Si alguien tiene un síntoma, sabés quién estuvo a menos de 2 metros más de dos minutos, los últimos cinco días. Entonces, se controla. No hay una epidemia dentro del equipo.

—Sos un animal de la tele. De estar en el piso, en el estudio y en los meses que tocaba guardarse has llegado a dirigir un proyecto en México desde tu casa de manera remota. ¿Cómo no enloqueciste?

—Al principio fue mágico. No se puede creer estar en México hablando con el productor ejecutivo, por la cucaracha con el conductor, con el director, viendo todas las cuestiones de contenido, desde mi casa. En el capítulo 60, te querés matar, salís al patio porque decís: “Me falta esa adrenalina”.

—Más allá de la pandemia, ¿te gusta la tele que tenemos?

—Soy un enamorado de la tele, de nuestra industria. Me gusta mucho. Y la sufro mucho. En términos televisivos, estamos pasando por uno de los peores momentos de la industria audiovisual argentina.

—¿Por qué? ¿Qué falta? ¿Creatividad, plata?

—Hay un proceso que es global: se está reformulando la industria audiovisual. Las plataformas nuevas cambian las reglas de juego. Alguna vez el radioteatro dejó de hacerse porque nació el teleteatro. No murió la radio: empezó a crecer en sus bondades, en la inmediatez, en la magia, en la imaginación y la conexión que tiene con los escuchas. Muchas cosas que antes hacía la radio se mudaron a la televisión. La ficción, por ejemplo. Ahora, la ficción se mudó a las plataformas. Entonces, ¿muere la tele? No, se transforma. Hay un replanteo de la industria, hay más entretenimientos, etcétera. Esto es una crisis.

Marcos Gorbán: "Ganar por una decima, o un punto, es narcisismo puro, vanidad, pero sepamos que esa vanidad atenta contra la fuente de laburo"

—Recién mencionabas a Gran Hermano. Hoy sería impensado, por más éxito que produzcas, hacer 50 puntos de rating.

—Eso no existe más. Es una reformulación. Por el otro lado, Argentina tiene diez años de crisis económica, si no más. Estamos en un momento del Flybondi audiovisual. Una pared de Durlock, dos o tres panelistas y cuántas más horas puedas sumar y que un productor haga cinco programas a la vez. Es la manera de sobrevivir porque es la única en la que cierran los números. Al mismo tiempo, eso hace al deterioro en la calidad de trabajo, de los contenidos. Pasamos de exportar formatos, ficciones, programas de entretenimiento y de ser los líderes en la región... Argentina fue el primer país que hizo Gran Hermano, ¿Quién quiere ser millonario?, Trato hecho, Expedición Robinson. Ahora, hay formatos en el mundo que a la Argentina ya no llegan. Estamos reformulando algunos cuando son muy exitosos porque no hay dinero. Es así, y esto genera deterioro también en las conversaciones. Nosotros conversamos cuestiones que el mundo ya descartó.

—¿Por ejemplo?

—El minuto a minuto. El pico de rating. En el mundo se habla de semana, promedio mensual, promedio anual.

—El ejemplo claro es Combate. Funcionaba no solo en la pantalla, sino en las redes.

—En la cuarta temporada de Combate, el promedio más alto marcó casi cuatro puntos de rating. Más o menos son 400.000 personas en Capital Federal y Gran Buenos Aires. ¿Cuánta gente nos veía, entonces? 400.000, promedio. Hablame de los 350 millones de videos vistos en YouTube. ¿Qué pasaba? El público de Combate lo veía. El rating es quién ve Combate a esa hora, en ese momento, en Canal Nueve. No es lo mismo decir: “¿Quién ve Combate?’'. La manera de medir es vieja. Se está actualizando, pero va mucho más lento.

—¿Te gustan los talentos que surgen de las redes sociales?

—Hay mucha gente, distintas formas, distintas plataformas de comunicación. Hay gente que es muy talentosa y va a quedar ahí. Hay gente que en algún momento pegará el salto a lo que deba ser que sea el nuevo escenario y le irá muy bien. Pero si hace 20 años atrás me preguntaban: “¿Son talentosos los de Gran hermano?”, yo decía: “No hicimos un casting de talentos”. Eran chicos que entraron a jugar a una casa. Terminó el juego; si alguno tiene talento le irá muy bien. Hoy, dos de esas chicas están conduciendo noticieros, alguno es actor, actriz, alguna ha hecho teatro de revistas...

—¿Es lo mismo?

—Exactamente. En los 2000 eran los participantes de los realities, después los youtubers, los instagramers, ahora los que juegan Twitch. Todos los salvajes, los antisistema. Va apareciendo gente nueva, nuevas generaciones de público, y después se va acomodando. La vida los irá decantando.

—El tema es que la pauta y la plata se reparte entre todos.

—Pasó lo mismo en la industria de la música hasta que Steve Jobs inauguró el iTunes, que volvió a concentrar... Cuando empezamos a poder bajarnos música, piratear música y grabar tus propios CD, la gente dejó de comprar discos y las compañías discográficas perdieron todo el dinero. No hubo artistas nuevos hasta que YouTube empezó a relanzar una nueva manera de consumir música y las plataformas, una nueva manera de comercializar. Hubo diez años de una crisis de la industria musical: no había quien lanzara ni apoyara ni diera a conocer a los artistas.

—¿Cuánto tiempo hay que bancar un programa que está mal de rating?

—Depende del contexto. ¿Cuánto cuesta ese programa? ¿Cuán orgulloso estás? ¿El programa está bien, pero tiene una competencia muy dura? ¿El programa está muy mal, y además no le encontrás la vuelta? ¡Hay tantas variables! A nosotros nos tocó desarrollar 3, 2, 1, a ganar, con Marley. Salimos al aire a mediados de enero del 2010 y fue el programa líder del prime time de Telefe durante todo un año. Pero el primer mes nadie lo vio ni se enteró que estaba. ¿Por qué? Porque estábamos contra el final de Valientes, que era la serie sensación del año de Polka. El día que terminó Valientes nos quedamos a vivir, y no nos ganó nadie más. Ojo, no nos veía nadie pero sabíamos por qué. A veces pasa que la idea nace trunca. Puede pasar.

—¿Te sorprendió que Rial levante TV Nostra?

—Me sorprendió porque fue el mismo día, y nos sorprendió a todos. El que diga que no… Y me dolió, porque es trabajo. Cada vez que un programa se levanta, hay gente que se queda sin laburo. Eso me jode porque sé lo que es.

—Hace poco vos tuiteabas sobre la importancia de los equipos de trabajo detrás de los proyectos y el valor de toda esa gente y las familias que hay detrás. Uno a esta altura quiere ganar, pero no destruir al que está enfrente porque sabe que hay familias trabajando.

—Pasé la barrera de los 50; entonces, ya me perdoné algunas cosas. Pegué los codazos que había que pegar para ganar una décima de rating y un día me di cuenta, muchos años después, que todos esos codazos que pegué y recibí, todo ese estrés, era absurdo. Totalmente construido desde el narcisismo propio y ajeno de “¡Ay, la tengo más larga!”.

—¿Qué has hecho por una décima de rating?

—Mucho menos de lo que la creencia popular quiere creer. Hay límites que sabés perfectamente que si los cruzás, el público es el primero que te castiga y se convierte en muchos puntos en contra. Todo el que hace televisión sabe que el castigo del público es la pesadilla más horrible porque es muy difícil volver. Te amago que voy al corte y no me voy, arranco cinco minutos antes; estrategias que te dan una décima más, pero no te construyen. Los verdaderos éxitos se construyen con tiempo, con paciencia, con corregir errores, con búsquedas, con el trabajo.

—¿Puro ego, entonces?

—Ganar por una décima o un punto no hace la diferencia. Imaginate la fábrica de neumáticos. Hay tres marcas de neumáticos. “¡Eh, les ganamos! ¡Vendimos 100 neumáticos!”. Y el otro vendió 98... Eso existe solamente en la televisión. “Chicos, vendamos neumáticos”. Es narcisismo puro, vanidad, pero sepamos que esa vanidad atenta contra la fuente de laburo, contra la calidad del trabajo y contra la calidad del ambiente laboral. Sepamos que hace mal.

—¿Cuándo sabés que un proyecto va a ser un éxito?

—Hay un runrún que a veces sucede. Cuando te lo empieza a comentar gente que no estás acostumbrado a que te comente, determinados feedbacks, comentarios, mails... Es difícil de explicar. También es difícil para los que hacemos el programa porque somos los que menos vemos el éxito. Todo el mundo se acuerda del fenómeno de Gran Hermano. Yo no; yo estaba en el mismo lugar en el que hacía otro programa. Estaba en un control de televisión. No estaba en la calle ni en las casas.

—¿Quién puede ser en Argentina la nueva Susana Giménez?

—Durante los últimos años se está buscando un nuevo conductor. Tuvimos muchos años de Tinelli, Susana, Mirtha y después Julián Weich, Peluffo, Marley, el Chino Leunis, etcétera. Estos últimos dos años una de las cosas que nos han dado es a Jey Mammon: es un conductor hermoso, del carajo, agradable, nuevo. Darío Barassi es un fenómeno total: me hace reír ya de verlo. Vero Lozano creció muchísimo. Pamela David, en cualquier momento, con un programa a su medida, puede explotar. Hay varios, no hay pocos. Hay una nueva generación que está buenísima. Lizy Tagliani es otra nueva conductora y es maravillosa.

—Después de todo este tiempo y de tantos éxitos, ¿seguís disfrutando igual que siempre cuando arranca un proyecto? ¿Es la misma adrenalina?

—Sí, porque se reinventa. No trabajo igual; aprendo. Voy cambiando de posiciones. Algunas cosas que hice y con las cuales fui muy feliz, que ya no las hago más, ya estoy más viejo. Me toca construir o aportar desde otro lugar.

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