Tomás Fonzi es optimista. Atravesando el segundo año de pandemia, y una nueva ola más fuerte que la primera en la Argentina, es un convencido de que de esta situación vamos a salir mejores. “Si no tengo esperanza en el mundo al que traje a mis hijes…”, reflexiona.
Violeta (10 años) y Teo (cinco) son los niños que tiene con Leticia Lombari, su pareja desde hace 13, con quien tuvo tres intentos fallidos de formalizar la relación en un casamiento que, finalmente, nunca se concretó. Hoy, afirma que el amor, tras una cuarentena que se llevó puesta a más de una pareja, está más firme que nunca. “Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte, estamos fortalecidos”, sostiene el actor.
Fonzi atraviesa un buen momento personal y una reactivación de su pasar profesional. Aunque tuvo el privilegio de continuar con proyectos durante el confinamiento, con la nueva temporada de Paka Paka y Punto de quiebre, la serie de UNTREF, ahora se prepara para el estreno -aún sin fecha- de La fiesta de los chicos. La obra de Ricky Pashkus, en la que participarán Nicolás Tacho Riera y Fer Dente, podrá verse en el Teatro Astral cuando las restricciones y protocolos por el covid-19 lo permitan.
—Se viene un proyecto jugado con algunos desnudos en el escenario. ¿Toca mostrar?
—Algo va a haber que mostrar, un poquito de piel.
—¿Te gusta andar desnudo por el escenario?
—(Risas) ¡Por la vida! No, ¡qué sé yo! Tiene más que ver con estar en contacto con el erotismo, con la sensualidad, con lo que uno genera en el otro u otra, u otre. Tiene que ver con la relación que uno tiene con su propio… Con lo que genera para el afuera, sea quien sea. Es el encare que nos propone Ricky: estar en contacto con eso. Una fiesta. Somos nueve sensualidades manifestándose todo el tiempo. La gente se gusta mucho entre sí y pasan cosas. Esa es la intención. No dejan de pasar cosas todo el rato.
—Con la segunda ola el estreno está en suspenso, pero en esta época se inventaron muchas formas, antes impensadas, de manifestar el arte.
—Dicen que crisis es igual a oportunidad y mucha gente ha sabido aprovecharlo y muy bien. En un año hemos cambiado las formas de generar el contenido y de mostrarlo. Claramente dependemos mucho de las compus, las cámaras, los celus y las buenas conexiones de Internet. La cosa presencial, en vivo, que es lo esencial de la experiencia del arte, quedará para cuando se pueda. Pero abrazo, también, todo lo que está pasando. Cualquiera es un productor de su propio producto. Hay gente que hace cosas que están buenísimas, gente que no. Como todo.
—¿Te angustia lo que se está viviendo? ¿La cantidad de casos, la dificultad para conseguir camas, oxígeno? ¿Te asusta lo que ves?
—Me preocupan mis seres queridos, pero no mucho más que antes. Tampoco siento que veníamos bárbaro... Cuando empezó todo esto en el 2020, el confinamiento estricto y mundial, me dio mucho optimismo que algo tan grande atravesara a toda la humanidad.
—Parecía que podíamos salir mejores.
—Era una oportunidad para poner en perspectiva algunas cosas, blanco sobre negro otras, y decir: “Esto no está bueno, sigamos por acá”. Algo a nivel humanidad, que es lo que somos: un mismo organismo habitando este planeta. Y destrozándolo y haciendo cualquiera. Era la oportunidad para cambiar conceptos y formas de relacionarnos entre nosotros y con el planeta. No pasó. No digo que no pueda pasar, pero por ahora no pasó. Seguimos por la misma senda, no cambia mucho la cuestión.
—A nivel mundial hay países en los que sobran vacunas y países en las que faltan, trágicamente. Y a nivel local, pareciera que los argentinos estamos más enojados que nunca los unos con los otros.
—Las vacunas las tienen los países ricos y los pobres no tienen nada. Me siento claustrofóbico. Antes era: “Nos vamos a Islandia y vemos qué pasa”. Hoy estamos todos en la misma: no hay adónde escapar. No es un tema de Argentina, es un tema humano. Ojalá podamos cambiar esa perspectiva. Me desesperanzaría mucho no salir mejores de esta experiencia. Sería un golpe muy duro para mis expectativas irreales y sobreoptimistas, pero si nos perdemos esta oportunidad, no sé cuántas vamos a tener.
—No perdés la esperanza de salir mejores de esto.
—Tengo dos hijes: una nena de 10 años y un nene de 5. Si no tengo esperanza en el mundo al que los traje...
—En alguna entrevista, te preguntaron: “Si pudieras tener un súper poder, ¿cuál sería?”. Y dijiste: “Dominar las orientaciones políticas de las personas”.
—Me refería a ponernos de acuerdo. Obviamente, no hace falta que pensemos todos lo mismo, pero algún que otro consenso tenemos que tener. La clasificación que tenemos de nosotros mismos, no sentirnos más que los demás. Estamos divididos porque pensamos que el otro es un enemigo, que el otro es más o menos, entonces, hay que pisarle la cabeza. Hay que tener algunos consensos básicos si queremos habitar este lugar virtuosamente porque si no, se acaba. Nos vamos a fagocitar, a implosionar.
—Una de las cuestiones que se pusieron sobre la mesa en este año es el lugar privilegiado que tenemos algunos respecto de otros.
—Sí, problemas son otros. Eso lo tengo claro. En mi profesión estoy entrenado para estar “entre proyectos”, que es como le decimos a la desocupación. Se estiró más de lo esperado, pero claramente, problemas son otros: el que no puede poner un plato de comida en la mesa.
—¿Te angustia en algún momento esa situación del “entre proyectos” del actor o aprendiste a vivir con esa inestabilidad?
—Es así, es muy inestable. Siempre lo fue, siempre lo será. No solamente estar “entre proyectos”: es muy inestable a nivel emocional. De repente estás en un proyecto que le está yendo bárbaro, estás súper contento, en la cresta de la ola, termina, y al día siguiente estás de vuelta abajo, arrastrándote. Una montaña rusa emocional compleja de llevar adelante. Algo de lo que más me gusta de este laburo es la posibilidad todo el tiempo de terminar y empezar cosas nuevas, cambiar de compañeros, de equipo y de personaje.
—¿Guardás algo en cada trabajo para esos momentos de parate? ¿Cómo se lleva?
—Hay un fondo de desempleo autogestionado, pero no me puedo quejar. Tengo continuidad laboral hace muchos años. A veces más intensa, otras menos. No llego a preocuparme. El año pasado fue muy duro en todos los niveles, pero para el colectivo de actores y actrices se paró la actividad a cero. Cero. Huevos gigantes.
—¿Cómo fue con Violeta y con Teo este año? ¿Cómo estuviste como papá con criaturas en casa?
—Pasamos por todas. A mi optimismo inicial sumale que ellos estaban chochos porque no iban al colegio. Bien al principio, después eso fue mutando. Empezaron a extrañar a sus compañeros y compañeras, a necesitar ese contacto, a estar podridos de su papá y de su mamá.
—¿Papá y mamá empezaron a estar podridos de ellos también?
—Como todos. La sobredosis de nosotros mismos.
—No los diste en adopción: los seguís teniendo en tu casa, que no es poco.
—(Risas) Los publiqué, están publicados. No tuve ofertas todavía.
—Hace poco entrevisté a Benjamín Rojas y me contaba que lo confundieron muchas veces con vos y que él deja que piensen que realmente es Tomás Fonzi. ¿Te confundieron alguna vez con alguien?
—Tenía un ferretero amigo que estuvo convencido dos años de que yo era Diego Torres. Iba seguido porque me gusta arreglar las cosas y un día me dijo: “¿Cómo estás vos? ¿Cómo está tu madre? ¿Cómo va la música?”. Yo hago música. Cuando me iba, me dijo: “Chau, Dieguito Torres”. Para él fui Diego Torres durante años. Jamás corregí.
—Menos mal que no te pidió que le grabes un video para la sobrina.
—Se lo hubiera grabado, ningún problema. Nunca le mentí, solo no le aclaré que no era.
—Ibas mucho a la ferretería, ¿sos de hacer arreglos en tu casa?
—Sí, me pavoneo con eso. Me gusta meter mano, probar. Muchas veces empeoro la situación y se llama al profesional, pero inicialmente trato de ver si puedo hacerlo yo.
—¿Cuál fue tu mejor arreglo, ese del que estás orgulloso?
—En mi casa anterior hice todo un cemento alisado. La madera, una mesa que estaba muy percudida, y la traje a la vida. Ahora es la principal del living. Te hago todo lo que es electricidad. Me gusta. Hay cosas que me exceden, pero tengo mis herramientas.
—¿Cómo reaccionan tu mujer o tus hijos cuando tomás la posta de algún arreglo? ¿Desconfían de tu capacidad o te lo festejan?
—Les gusta, soy un ejemplo. Del rodaje de Experimentores traje un montón de palitos de helado y estamos construyendo con eso. Y cuando digo “estamos”, estoy yo construyendo, ellos miran para que no me arruinen el diseño. Hay algo de la manualidad y de poner la cabeza en eso.
—¿Talento oculto Tomás Fonzi?
—No escondo nada. No me guardo nada. Esto es lo que hay (risas). Trato de usar todo lo que tengo, ¿para qué me voy a guardar?
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