Entre Barcelona y Buenos Aires, Martina Gusmán y toda la familia llevan su día a día, pese a la pandemia. Los compromisos profesionales de la pareja recientemente casada, tras 20 años de relación (dio el sí con Pablo Trapero el 15 de agosto del año pasado) y los estudios de fotografía de Mateo Trapero, el hijo mayor del matrimonio, son los motivos de esta organización intercontinental. “Lo estamos acompañando dentro de las posibilidades de cada proyecto y estamos viviendo un poco acá y un poco allá”, dice la actriz desde suelo europeo. La más chica del clan Trapero, Lucero, de 5 años, está escolarizada en España.
Después de terminar grabar las temporadas cuatro y cinco de la serie El Marginal, Gusmán cruzó nuevamente el océano para el lanzamiento de El inocente, la nueva serie de Netflix que se estrenó el 30 de abril en 197 países en simultáneo. “¡Es súper fuerte! Cuando lo pensás, te acojonás”, le confiesa emocionada a Teleshow, usando una expresión bien propia de España. “Fue una experiencia hermosa”, completa.
—¿Cómo fue la experiencia con el equipo de El inocente?
—El director, Oriol Paulo, es increíble. Había visto sus películas pero no lo conocía personalmente. Ama a los actores, tiene una dedicación y devoción súper bonita. Te arma una playlist de tu personaje y te pone canciones en las escenas que tenés que hacer. Tuve el privilegio de trabajar con un elenco increíble: Mario Casas, Aura Garrido, José Coronado, Juan Acosta, un montón de actores así, alucinantes. El equipo técnico y artístico, increíble también. Muy buena onda. Era una mega producción, pero había una cosa muy familiar y muy cinematográfica al momento de filmar y de encarar el personaje.
—Tu personaje comienza siendo una bailarina de caño, termina engañada en un club de prostitutas, y de alguna manera, es la que defiende y cuida al resto. Hay algo de quien sos vos ahí, en cuanto al cuidado, relacionado al trabajo social y a la militancia que llevás hace rato.
—Es una mujer súper aguerrida, súper empoderada, resiliente, que pelea por el resto y por su grupo. Desde ese lugar, tiene un encare social que le dio ciertos matices y una profundidad al personaje. Por otro lado, es una serie bien de ficción, bien thriller. Un personaje que los va a sorprender porque nada que ver a todo lo que hice hasta ahora. Bailarina de pole dance, con uñas hasta acá, súper arriba todo el tiempo, con unas coreografías increíbles.
—¡Montadísima!
—Montadísima. Fue un desafío físico increíble. En dos meses tuve que aprender a subirme a ese caño y no te puedo explicar lo difícil que es. Fueron desafíos por distintos lados. El desafío físico y el emocional, porque es un personaje que tiene un arco dramático...
—Además, estuviste grabando las temporadas 4 y 5 de El Marginal. ¡Queremos saber todo!
—Lo que les puedo decir es que está buenísima. Me puso feliz poder reencontrarme con Juan Minujín, con el personaje de Pastor, que era un gran pendiente que tenía Ema desde la temporada uno, porque después nos fuimos a las precuelas y ahora sigue la línea desde lo que sería la primera. Está alucinante.
—Qué fenómeno resultó El marginal. En un comienzo, ¿te hubieras imaginado estar grabando la temporada cinco?
—No, para nada. Cuando Sebas (Sebastián Ortega) y Pablo (Culell) me contaron el proyecto prometía mucho porque los guiones eran espectaculares, el elenco y la dirección eran increíbles, sabía que iba a tener una mirada súper cuidada. Pero lo que me pasó con El marginal es que cada etapa iba superando mis expectativas. Después, lo que empezó a pasar con el público súper fanático que se fue construyendo. Alucinante. Ninguno tenía idea de lo que iba a ser el fenómeno.
—El reencuentro con Juan, Pastor, es muy esperado.
—Juan está increíble. ¡Va a ser una bomba!
—Aniversario y casamiento en pandemia.
—Los 20 años los cumplimos hace unos días, pero que nos queríamos casar en Argentina. Y como íbamos a venir para acá, nos casamos antes, en agosto del año pasado.
—¿Hubo una propuesta formal de matrimonio?
—Hubo varias propuestas en diferentes momentos pero yo le decía: “No, esperemos, en otro momento, cuando esté más organizado”. En medio de todo eso, vino Pablo y me dijo: “Ya está, ya saqué el turno en el Registro Civil. Ahora no hay organización posible porque es en pandemia, no va a poder estar nadie más que nosotros” (risas). Mateo fue uno de nuestros testigos y Manu Lozano, de Fundación Sí, el otro. Lo adoro, es muy amigo mío. Y Lucero puso el sellito en la Libreta de Familia. Fue realmente súper emotivo.
—¿Cambió algo en el vínculo el estar casados?
—Es raro, pero hay algo de ese ritual del casamiento... Imaginate que en 20 años pasamos millones de etapas, pero fue muy lindo. Es inexplicable qué cambió, pero hay algo del acto romántico... No sé si fue el casamiento, los 20 años, cambiar de ciudad. Hubo muchos movimientos familiares y de pareja, fue muy bonito.
—¿Hubo festejo por los 20 años? ¿Es romántico Pablo?
—Él se ocupa más de sorpresas de salidas o de viajes, de un hotel, ese tipo de cosas. No es tan romántico de la carta. Yo soy más de ese estilo, de escribir sentimientos y de hablar. Él es más concreto, más pragmático. Nos complementamos.
—La última vez que hablamos estabas con muchas ganas de recibirte de psicóloga y finalmente sucedió.
—Me recibí y fue alucinante. Mi tesis tiene que ver bastante con El Marginal. Hice un taller de reinserción social para hombres privados de su libertad. Diseñar, implementar y evaluar, las tres instancias de reinserción en el último tramito de su condena. Mechando y mezclando cuestiones artísticas. Actuamos, escribimos, hicimos música y trabajamos diferentes ítems de reinserción. Sus miedos relacionados con el salir. Fue espectacular. Es algo que venía gestando hace un montón, con muchas ganas de hacer.
—Igualmente vos ya venís involucrada en distintas causas sociales.
—Soy voluntaria de Fundación Sí hace un montón de años, y dentro de los proyectos, uno es el de acompañamiento de personas en situación de calle. Cuando participaba de las recorridas, me di cuenta de que muchas de esas personas estuvieron previamente detenidas y cuando salieron no tuvieron un contexto de recibimiento para poder reinsertarse socialmente. Ahí me surgieron estas ganas de hacer algo en un formato más preventivo. El sistema está armado, entre comillas, para castigar o cumplir una condena en función de una pena, ¿pero después qué? No todos tenemos la posibilidad de una segunda oportunidad, y si cumpliste tu condena, hacer hincapié en la reinserción social es algo súper importante.
—Además, eso también evita la reincidencia.
—Exacto. Mucha reincidencia tiene que ver con que tampoco hay tantas otras posibilidades. Son personas que estuvieron excluidas del sistema durante un montón de tiempo y cuando vuelven siguen absolutamente excluidas: el sistema les cierra las puertas.
—Hoy por hoy, ¿por dónde pasa tu compromiso social con esta vida mitad en Buenos Aires, mitad en Barcelona?
—Sigo siendo voluntaria de la Fundación Sí. No puedo estar activamente en las recorridas, pero estoy con el proyecto de las residencias universitarias. Darle la posibilidad a chicos y chicas que viven en zonas súper alejadas y no tienen la posibilidad de seguir sus estudios universitarios. La fundación cubre el alojamiento, la comida, los materiales de estudio, etcétera. Soy coordinadora desde Buenos Aires de la sede de Corrientes. Tengo 40 y pico de chicos a los que les voy haciendo el seguimiento académico y viendo cómo van. Hay chicos que viven en parajes y no tienen los recursos económicos, y es una posibilidad concreta y real de cambio de 360 grados. Cumplir un sueño, poder seguir adelante y cambiar su vida. Además, tiene impacto no solo en el estudiante sino en su familia y en su comunidad. El chico pasa a ser un referente de los que estaban en su colegio.
—El trabajo de la Fundación Sí es bienvenido siempre, pero más aún en este contexto tan complejo en el que crece la pobreza y las circunstancias de vulnerabilidad. La estamos pasando muy mal.
—La estamos pasando muy mal... Argentina y el mundo están en una crisis humanitaria súper compleja de la que no tenemos idea ni para dónde va ni cómo salir. El año pasado fue un año de shock, esa es la sensación, todos nos quedamos como cuando vimos por primera vez las imágenes de las Torres Gemelas y uno se quedaba sin entender. Y este año, ese shock ya pasó, pero al mismo tiempo estamos medio posguerra, como diciendo: “¿Y ahora cómo es? ¿Cómo sigue? ¿Cómo se modifica?”.
—El año pasado también hubo una sensación de que íbamos a salir más unidos de esto, mejores, y ahora esa idea perdió fuerza.
—Vamos a salir diferentes porque es algo que nadie jamás pudo ni siquiera llegar a imaginar. La pandemia sacó lo mejor y lo peor del ser humano. Dependiendo de los contextos, he visto situaciones increíbles de solidaridad y de compromiso, de ponerse en el lugar del otro, y también, situaciones de miedo y mezquindad muy heavies. Fue un tsunami, y cada persona reaccionó de una manera diferente. Pero nos transformó a todos. A algunas personas posiblemente para mejor, y a otras no.
—En algún momento me dijiste que estabas cada vez más descreída de la política. ¿Cómo estás hoy en día en ese aspecto?
—El voto de confianza en la política lo perdí hace demasiado. Sigo muy enojada con la política, a nivel mundial, no lo digo específicamente por Argentina. Saca unas cuestiones de poder y de una corrupción estructural bastante compleja en la que no termino de entrar. En las personas sí creo firmemente. Por más que vi cosas complejas por esta cosa de supervivencia, sigo creyendo. La unión del ser humano y del colectivo es lo único que me genera esperanza de algo mejor.
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