Como Jim Morrison, Kurt Cobain, Janis Joplin, Jimi Hendrix y Amy Winehouse: hacía tiempo que los amigos de Tim Bergling temían que el DJ que conoció la fama mundial como Avicii se sumara al trágico Club de los 27. No era en vano: hacía solo seis meses que el músico sueco había cumplido 28 años cuando lo encontraron muerto en un hotel cinco estrellas de Mascat, Omán, el 20 de abril de 2018.
Pronto se sabría que el creador de hits como Hey Brother, Wake me up y Levels, que habían hecho bailar a millones durante un lustro, se había cortado las venas con los pedazos de una botella de vidrio. Su suicidio abrió la discusión sobre la enorme presión para un joven que lidiaba con la ansiedad, el alcoholismo y los problemas mentales en un mundo que vivía de fiesta las 24 horas, los 365 días del año.
“Tim no estaba hecho para la máquina de negocios en la que se encontraba, era un tipo sensible que amaba a sus admiradores pero evitaba ser el centro de atención”, fue la primera declaración de la familia del DJ nacido en Estocolmo el 8 de septiembre de 1989.
El propio Bergling habla de sí mismo como una bomba de tiempo en el crudo documental Avicii: True Stories, para el que el director Levan Tsikurishvili lo siguió durante cuatro años. “Los shows nunca terminan: mi vida es solo estrés”, dice quien llegó a ser una estrella para ravers de todo el planeta, con multitudinarias e incontables presentaciones en vivo que se sucedían sin descanso.
De la película participan personalidades como David Guetta, Wyclef Jean, Nile Rodgers y Chris Martin, aunque Avicii también llegó a colaborar con Madonna, Carlos Santana, Alexandre Pires y Jon Bon Jovi, entre otros. Brutal, la cámara lo muestra exhausto, ansioso, enfermo; al punto en que él mismo anuncia el final de esas giras: “Van a matarme”.
Había sido víctima de numerosos problemas de salud. Su adicción al alcohol le generó, entre otras cosas, una pancreatitis aguda por la que tuvieron que extirparle la vesícula biliar y el apéndice en 2014. Un año antes se había negado a someterse a esa operación en Australia porque preparaba su exitoso LP debut, True. El documental retrata un momento tras la internación de 2014 en la que los médicos le advierten que va a sufrir dolores considerables y su equipo discute cómo seguir con la gira internacional. Mientras lucha con los efectos de la medicación, uno de sus asistentes le pregunta si puede hacer entrevistas telefónicas: necesitan promocionar el próximo show.
Avicii le cuenta a Tsikurishvili por qué empezó a consumir alcohol: “Si no tomo, me pongo cada vez más nervioso antes de tocar. El alcohol lo frena”. Era un introvertido en una industria donde la vida social y las apariencias eran parte del producto, y combatía a diario con dolores crónicos, ansiedad y una dependencia cada vez más aguda de psicofármacos como el opioide Percocet, que le prescribieron para controlar su adicción al alcohol. “Supongo que saben lo que hacen”, dice en el documental, que de todos modos tiene un final que parece feliz.
Es que, en 2016, el músico despidió a su manager y anunció su retiro. Desde una playa tranquila, le dijo a sus fans que dejaría las presentaciones en vivo y se concentraría en producir en su estudio. “Mi camino ha estado lleno de éxito, pero no exento de sobresaltos. Me he convertido en adulto mientras crecía como artista, he aprendido a conocerme mejor y darme cuenta de que hay muchas cosas que hacer con mi vida”, escribió entonces en su sitio web oficial.
Pero alejarse de los escenarios no fue suficiente para librarlo de los fantasmas de la ansiedad y del alcohol. Sus padres, Klas Bergling y Anki Liden, reconocerían tras su suicidio que el joven artista “no podía seguir más”. “Tim solo buscaba paz”, dijeron.
Únicos herederos de una fortuna valuada al momento de la muerte del músico en US$25 millones –aunque el portal Celebritynetworth calculó que rondaría los US$70 millones, teniendo en cuenta que llegó a ser el tercer DJ mejor pago del mundo–, destinan parte del legado de su hijo a la fundación Tim Bergling. Desde su dolor, abogan por el reconocimiento del suicidio como una emergencia de salud global y son activos voceros en contra del estigma alrededor de las enfermedades mentales, especialmente entre los jóvenes.
Es también una manera de darle continuidad a uno de los aspectos menos conocidos de un alma talentosa que vivió atormentada: su trabajo filantrópico. Quien en su meteórica carrera donó millones a organizaciones destinadas a combatir la pobreza y el SIDA, dijo alguna vez: “Cuando empecé a ganar mucho dinero descubrí que realmente no lo necesitaba. Cuando te sobra tanto, lo más sensible, lo más humano y lo más obvio que podés hacer es dárselo a la gente que lo necesita”.
En una desgarradora entrevista que dio en septiembre pasado, cuando su hijo hubiera cumplido 31 años, Klas Bergling contó que él y su familia trataron de convencer a Avicii “casi todos los días, durante años” de que dejara las giras. “El negocio te absorbe, y Tim era demasiado exitoso. Y cuando viajaba y hacía música era feliz; tenía altibajos, pero producía y era creativo –dijo–. Y como padres, nos sentábamos en Estocolmo y esperábamos que volviera a casa a descansar”.
El mayor problema, confió, es no haber podido ver hasta dónde llegaba el sufrimiento de su hijo: “Te preguntás, ‘¿Por qué no hice nada?’ Y la verdad es que hicimos un montón de cosas. Pero Tim era un adulto, tomaba sus propias decisiones, no podíamos encerrarlo, todo el tiempo estaba creando. Cuando ahora lo vemos desde otra perspectiva es fácil decir que debimos haberle puesto un límite, pero hicimos todo lo que pudimos”.
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